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Authors: Margaret Mitchell

Tags: #Drama, Romántico

Lo que el viento se llevó (163 page)

BOOK: Lo que el viento se llevó
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—Sí señora. Y entonces empezaron a hablar más bajo, de modo que no podía oír todo lo que decían; sólo que él decía otra vez que la señorita Bonnie tenía miedo de la oscuridad y que la tumba era terriblemente oscura. Y después de un rato la señorita Scarlett decía: «Tú eres un cínico por tomarlo así, después que la has matado por complacer tu vanidad». Y él dijo: «¿No tienes piedad?» Y ella dijo: «No tengo hija tampoco. Y me da vergüenza ver cómo te estás portando desde que Bonnie se mató. Eres el escándalo de toda la ciudad. Estás siempre borracho, y si crees que no sé cómo pasas los días eres un necio. Sé que has estado en casa de esa mujer, esa Bella Watling».

—¡Oh, Mamita, no!

—Sí señora, eso fue lo que la señorita dijo. Y es la verdad, señorita Melanie. Los negros se enteran de todo en seguida antes que nadie. Y yo sé que es allí dónde ha estado; pero yo no había dicho ni una palabra. Y él no lo negó. Él dijo: «Sí, señora, allí es donde he estado. Y no necesitas ocuparte de ello, ya que no te importa un comino. Un lupanar es un puerto de refugio, después de esta casa de infierno. Y Bella tiene un buen corazón. No me echa en cara el haber matado a mi hija».

—¡Oh! —gritó Melanie, conmovida hasta el fondo de su corazón.

Su vida era tan agradable, tan protegida, tan rodeada por personas que la querían, tan llenas de bondad, que lo que Mamita le contaba estaba casi fuera del alcance de su comprensión, y apenas podía darle crédito. Sin embargo, trajo a su mente un recuerdo, una imagen que rápidamente alejó de su imaginación como hubiera alejado el recuerdo de la desnudez de alguien. Rhett había hablado de Bella Watling aquel día que lloró con la cabeza sobre sus rodillas. Pero él amaba a Scarlett. Melanie no podía haberse equivocado aquel día. Y, desde luego, Scarlett le amaba a él. ¿Qué podía haber ocurrido entre ellos? ¿Cómo podían un marido y su mujer despedazarse mutuamente como con agudos cuchillos?

Mamita continuó lentamente su historia.

—Después de un rato, la señorita Scarlett salió de la habitación, blanca como una sábana, pero con rostro enérgico. Me vio allí esperando y me dijo: «El entierro será mañana por la mañana, Mamita». Y pasó como un fantasma. Entonces el corazón me dio un vuelco, porque cuando la señorita Scarlett dice una cosa la hace. Y cuando el señorito Rhett dice una cosa la hace también. Y él había dicho que la mataría si hacía eso. Yo me quedé como si fuera de plomo, señorita Melanie, porque yo había hecho algo que me pesaba en la conciencia. Señorita Melanie, fui yo quien causó a la señorita pequeña el miedo a la oscuridad.

—Pero, Mamita, eso no importa: ya no importa ahora a nadie.

—Sí señora, sí importa. Eso tuvo la culpa de todo. Y no iba a ocurrir algo por culpa mía; yo iría en seguida a ver al señorito Rhett y aunque me matase le diría lo que tenía sobre la conciencia. Y entonces me deslicé dentro del cuarto muy de prisa, para que no le diese tiempo a cerrarse con llave, y dije: «Señorito Rhett, he venido a acusarme». Y él se volvió hacia mí como un loco y dijo: «¡Vayase!». Y le aseguro como hay Dios que nunca me he visto tan asustada. Pero yo dije: «Por favor, señor, señorito Rhett, déjeme decirle, y después máteme. Fui yo la que le metí a la señorita pequeña el miedo a la oscuridad». Y luego, señorita Melanie, bajé la cabeza y esperé que me matase. Pero no dijo nada. «Yo no quería hacer daño, pero, señorito Rhett, no había quien pudiese con esta niña, y no tenía miedo de nada?
y:
siempre estaba levantándose de la cama cuando ya todo el mundo estaba dormido y recorriendo toda la casa descalza. Y me molestaba porque tenía miedo a que se hiciese daño. Y entonces yo le conté que había espíritus y ogros en la oscuridad.

»Y entonces, señorita Melanie, ¿sabe usted lo que hizo el señorito Rhett? Su cara se suavizó, se acercó a mí y me puso la mano en el brazo. (Es la primera vez en la vida que había hecho semejante cosa.) Y dijo: "Era muy valiente, ¿verdad? Excepto de la oscuridad, no tenía miedo de nada". Y cuando yo me eché a llorar, me dijo: "Vamos, Mamita", y me dio unas palmadas (era la primera vez que lo hacía). "Vamos, Mamita, no se ponga usted así. Me alegro de que me lo haya dicho. Yo sé que usted quería a la señorita Bonnie, y como la quería no importa". Bueno, señora, pues tanta bondad me anknó y me atreví a decir: "Señorito Rhett, señor, ¿qué hay del entierro? Y se volvió hacia mí como un loco con los ojos brillantes, y dijo: "¡Santo Dios, yo creí que usted comprendía, aunque nadie más me comprendiese! ¿Cree usted que voy a dejar a mi hija sola en la oscuridad, cuando le da tanto miedo de ella? ¡Si parece que ahora mismo estoy oyendo cómo chillaba cuando se despertaba en la oscuridad! Y yo no quiero que se asuste". Señorita Melanie, entonces comprendí que había perdido la cabeza... No hace más que beber, y necesita dormir y comer algo. Se está volviendo loco. Me puso a la puerta diciendo: " ¡Vayase al infierno!".

»Yo bajé, y me puse a pensar que él había dicho que no habría entierro, y la señorita Scarlett había dicho que el entierro sería mañana por la mañana, y él había dicho que la iba a matar. Y todos los parientes en casa, y los vecinos también, charlando como papagayos. Y pensé en usted, señorita Melanie. Venga usted a ayudarnos.

—¡Oh! Mamita, yo no puedo meterme...

—Si no puede usted, ¿quién puede?

—Pero ¿qué podría hacer yo, Mamita?

—Señorita Melanie, yo no sé. Pero usted puede algo. Puede usted hablar al señorito Rhett, y acaso él la escuche. Tiene mucha confianza en usted, señorita Melanie; tal vez usted no lo sepa, pero es así. Le he oído decir muchas veces que usted es la única gran señora que conoce.

—Pero...

Melanie se levantó confundida, con el corazón encogido a la idea de enfrentarse con Rhett. La idea de discutir con un hombre tan trastornado por el dolor como Mamita indicaba le daba frío. La idea de entrar en la habitación brillantemente iluminada donde yacía la niñita a quien tanto quiso la estremecía. ¿Qué podría ella hacer? ¿Qué podría decirle a Rhett que aliviase su dolor y lo volviese a la razón? "Por un momento se detuvo indecisa, y, a través de la cerrada puerta, le llegó la vocecita de su hijo. Como una puñalada en el corazón, tuvo la idea dé su hijo muerto. ¡Si su pequeño Beau estuviera arriba, con su cuerpecillo helado y su alegre risa muda para siempre!

—¡Oh! —gritó asustada; y en su imaginación apretó al pequeño en sus brazos. Comprendía lo que Rhett sentía. Si Beau hubiera muerto, ¿cómo podría dejarlo solo con la lluvia, y el viento, y la oscuridad?

—¡Oh, pobre capitán Butler! —exclamó—. Voy a verlo en seguida, ahora mismo.

Entró de prisa en el comedor y dijo unas rápidas palabras a Ashley; sorprendió a su pequeño y lo cogió en brazos y lo besó apasionadamente.

Salió de casa sin sombrero, con la servilleta de la cena aún en la mano, y el paso que llevó era casi imposible de seguir para las viejas piernas de Mamita. Una vez en el vestíbulo de Scarlett, saludó con una inclinación de cabeza a la gente reunida en la biblioteca, a la asustada Pittypat, a la imponente señora Butler, a WiE y a Suellen, y subió las escaleras rápidamente, con Mamita siguiéndola jadeante. Un momento se detuvo ante la puerta cerrada del cuarto de Scarlett, pero oyó a Mamita bisbisear:

—No, no haga usted eso.

Melanie se adelantó más lentamente por el vestíbulo y se detuvo ante la puerta del cuarto de Rhett. Permaneció así un momento, indecisa, como si necesitara tomar aliento. Luego, dándose impulso con los brazos como un soldadito que entra en batalla, golpeó en la puerta y llamó suavemente:

—¡Por favor, déjeme pasar, capitán Butler! Soy la mujer de Wilkes. Deseo ver a Bonnie.

La puerta se abrió rápidamente, y Mamita, escondiéndose en las sombras, pudo distinguir a Rhett, voluminoso y negro, resaltando en el resplandeciente fondo de luces. Se tambaleaba sobre sus pies, y Mamita pudo percibir el olor de whisky de su aliento. Él miró durante un momento a Melanie, y luego, cogiéndola por un brazo, la metió en la habitación y cerró la puerta.

Mamita se acercó a una silla que había al lado de la puerta y se dejó caer en ella pesadamente. Se sentó llorando en silencio y rezando. De vez en cuando, levantaba el borde de su vestido y se enjugaba los ojos. Aunque forzaba sus oídos todo lo posible, no podía oír palabras; tan sólo llegaba a ella de dentro de la habitación un murmullo entrecortado.

Después de una espera interminable, la puerta se abrió y el rostro de Melanie, pálido y tenso, apareció en ella.

—Tráigame pronto una taza de café y unos emparedados. Cuando el diablo se mezclaba, Mamita sabía ser tan ligera como una jovencita de dieciséis años, y su curiosidad por entrar en el cuarto de Rhett fue en este caso el diablo que la acució. Pero su esperanza se tornó en desilusión cuando Melanie, abriendo simplemente una rendija, cogió la bandeja. Mucho tiempo permaneció Mamita aguzando el oído, pero no pudo distinguir más que el tintineo de la plata en la porcelana y los ahogados tonos de la suave voz de Melanie. Luego oyó el crujido de la cama al caer sobre ella un pesado cuerpo y poco después el ruido de unas botas sobre el suelo. Después de un intervalo, Melanie apareció en la puerta, pero se esforzó para que Mamita no pudiera ver lo que ocurría dentro de la habitación. Melanie parecía cansada, y en sus pestañas se veían lágrimas, pero su rostro se había serenado.

—Vaya y dígale a la señorita Scarlett que el capitán Butler está de acuerdo en que el entierro se celebre mañana por la mañana —balbuceó.

—¡Bendito sea Dios! —exclamó Mamita—. Pero ¿cómo...?

—No hable tan alto. Se está quedando dormido. Y dígale a la señorita Scarlett que me quedaré aquí toda la noche. Y usted prepáreme una taza de café. Tráigamelo aquí.

—¿Aquí, a este cuarto?

—Sí. Le he prometido al capitán Butler que si se acostaba yo me quedaría aquí velando toda la noche. Ahora vaya y dígaselo a la señorita Scarlett para que no se preocupe más.

Mamita se precipitó al vestíbulo haciendo retemblar el suelo con su peso; su corazón aliviado cantaba: «¡Aleluya, aleluya!». Se detuvo pensativa a la puerta del cuarto de Scarlett, con la mente hirviendo de gratitud y curiosidad.

«Cómo lo habrá conseguido la señorita Melanie es cosa que no comprendo. Los ángeles luchan a su lado. Voy a decirle a la señorita Scarlett que el entierro será mañana por la mañana; pero me parece que es mejor que me calle que la señorita Melanie se ha quedado velando a la pequeña. A la señorita Scarlett no iba a gustarle nada.»

60

Algo iba mal en el mundo, algo sombrío y terrible que lo penetraba todo como una densa niebla que se espesaba alrededor de Scarlett. Este malestar era aún más profundo que el causado por la muerte de Bonnie, porque ahora la primera e insoportable angustia se iba desvaneciendo en la resignación por su pérdida. Sin embargo, la horrible sensación de que se avecinaba un desastre persistía, como si algo negro y encapuchado estuviera a su lado, como si el suelo se transformara en arena movediza bajo sus pies.

Nunca hasta entonces había conocido esta clase de miedo. Toda su vida sus pies habían estado firmemente asentados en el sentido común, y las únicas cosas que había temido fueron aquellas que podía ver: heridas, hambre, miseria, pérdida del amor de Ashley. Ella, que nunca había buscado la razón de las cosas, procuraba ahora analizarlas, pero sin éxito. Había perdido a su hija predilecta, pero esto podía soportarlo, como había soportado otras pérdidas abrumadoras. Tenía salud, tenía tanto dinero como podía desear, tenía aún a Ashley, aunque lo veía cada vez menos en aquellos días. Hasta la tensión que había existido entre ellos desde el día de la desgraciada fiesta de Melanie no la molestaba ya porque sabía que pasaría. No, su temor no era al dolor, al hambre ni a la pérdida del amor. Tales temores nunca la habían abatido como este sentimiento de malestar, este fastidioso temor, que era extrañamente parecido al que había sentido en su antigua pesadilla; una espesa y envolvente niebla, a través de la cual corría, con el corazón saltándosele del pecho, como una niña perdida buscando un puerto de refugio invisible para sus ojos.

Recordaba que Rhett había sido siempre capaz de hacerla reír de sus temores. Recordaba la protección de su bronceado pecho y de sus fuertes brazos. Y por eso se volvió hacia él con ojos que por primera vez lo veían desde hacía varias semanas. El cambio que pudo ver en él la dejó estupefacta. Aquel hombre ahora no iba a reírse de ella, pero tampoco iba a tranquilizarla.

Durante algún tiempo después de la muerte de Bonnie, Scarlett había estado demasiado ofendida con él, demasiado preocupada por su propio dolor, para hacer algo más que hablarle cortésmente delante de los criados. Había estado demasiado ocupada recordando el ruido de las ligeras carreras de Bonnie y su sonora risa, para pensar que él también debía de estar acordándose con dolor aún mayor que el suyo. Durante aquellas semanas se habían encontrado y hablado tan cortésmente como extraños que se encuentran entre las impersonales paredes de un hotel, compartiendo el mismo techo, la misma mesa, pero sin compartir nunca los unos los pensamientos de los otros.

Ahora, que se encontraba asustada y sola, habría roto esta barrera si hubiera podido, pero se encontró con que él la mantenía a distancia, como si quisiera no tener con ella palabras que pasaran a la« superficie. Ahora que el enfado se desvanecía, deseaba decirle que no lo consideraba culpable de la muerte de Bonnie. Deseaba llorar en sus brazos y decirle que ella también se había sentido extraordinariamente orgullosa de lo bien que su hija montaba a caballo, extraordinariamente indulgente con sus hazañas. Ahora se habría humillado con gusto y hubiera admitido que sólo le había lanzado aquella acusación instigada por su dolor, como si hiriéndolo a él esperara aliviar su propia herida. Pero nunca llegaba el momento oportuno. Él la miraba con una mirada inexpresiva que no la invitaba a hablar. Y, una vez aplazadas, las disculpas resultaban cada vez más difíciles de exponer, y, finalmente, imposibles.

Scarlett se preguntaba cómo era posible esto. Rhett era su marido, y entre ellos existía el indisoluble lazo que une a dos personas que han compartido el mismo lecho y encarnado y dado la vida a un hijo querido, y contemplado cómo aquel hijo pasaba prematuramente al reposo eterno. Sólo en los brazos del padre de aquel hijo podía encontrar consuelo, en el intercambio de recuerdos y penas, que los herirían al principio, pero que luego los ayudarían a soportarlos. Pero ahora, tal como las cosas estaban entre ellos, lo mismo hubiera podido refugiarse en los brazos de un extraño.

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