Read Límite Online

Authors: Schätzing Frank

Límite (99 page)

BOOK: Límite
11.36Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Vaya, pues sí que está bien.

—Además, he apostado a dos personas para que vigilen tu
loft
en Xintiandi. Otras dos van de camino a Siping Lu. Lo recogerán todo y estarán atentas. —Tu se aclaró la garganta y le pasó el brazo a Chen por los hombros—. Nosotros, querido Hongbing, tendremos que ocuparnos de lo que vamos a contarle a la policía si aparece por allí para charlar sobre el estado de tu piso.

—¿Quiere eso decir que volaremos a tu casa? —concluyó Yoyo.

Tu miró a los presentes.

—¿Tiene alguien una idea mejor?

Silencio.

—¿Hay alguien que prefiera pasar la noche en su propia casa hoy? ¿No? Entonces, por favor.

Con un tenue zumbido, el
Silver Surfer
abrió las puertas de sus alas.

—Los sabios llegarán más alto —susurró Jericho, y trepó, obediente, al asiento trasero.

Tu le lanzó una mirada de reprobación.

—Los que han nacido sabios —dijo—. Sácate a Confucio de la cabeza. ¡Lo conozco mejor que tú,
nariz larga!

Sin Daxiong, que, en lo relativo a su peso, valía por dos personas, el aparato volador ganó rápidamente en altura. Tu habitaba en una villa en una de las llamadas
gated areas,
un complejo vigilado como una fortaleza en el interior de Pudong, rodeado de zonas verdes en forma de parques. Aterrizaron directamente delante de la casa principal, bajaron de sus asientos y subieron la escalinata que llevaba hasta un portal lateral.

Una de las puertas se abrió. Una china atractiva con los cabellos teñidos de color rojizo apareció en la puerta. Era el opuesto absoluto de Yoyo. Menos hermosa en su aspecto, pero mucho más elegante y, de un modo indeterminado, más erótica. Una persona que no conocía rupturas en su biografía y que estaba acostumbrada a que el mundo empezara a girar en torno a ella en cuanto hacía su aparición. Tu la saludó con un abrazo y marchó al interior. Jericho lo siguió. La mujer le sonrió y lo besó fugazmente en ambas mejillas.

—Hola, Owen —dijo con voz sonora.

Jericho le devolvió la sonrisa.

—Hola, Joanna.

PUDONG

Tu había instruido de antemano a Joanna para que concentrara sus atenciones en Chen en cuanto llegaran. En realidad, lo que quería era que ella lo distrajera un rato, lo que Joanna asumió con total empeño. Con el mismo desenfado con que se empuja un carrito de la compra, la mujer empujó al confundido Chen hasta la palaciega cocina, le exigió que le dijera qué clase de té le gustaba tomar, si tenía ganas de meterse en la sauna, de tomar un baño o, preferiblemente, una ducha caliente, le preguntó dónde le dolía, qué había pasado, y le dijo que en la nevera había pollo frío; Chen, por su parte, respondió que no sabía cómo había sucedido todo, que, de repente, aquel tipo había aparecido allí con el arma en la mano, ah, qué horror, qué manera de entrar tenía aquel hombre, rasguños por todas partes, que algo así pudiera pasar, etcétera, etcétera; luego hubo silencio, ninguna réplica. Por supuesto que Joanna no sabía lo más mínimo, pero Joanna no habría sido Joanna si eso hubiera representado un problema para ella. De manera generosa, de ella emanaba el aroma del optimismo, y cubrió a Chen con el baño de la confianza, hasta que éste estuvo dispuesto a creer que todo iría bien, sólo porque ella lo decía. Nunca antes Jericho había conocido a nadie que invocara lo positivo con tal fuerza de convicción sin tener la menor idea de dónde debía llevarle éste. Joanna fingía todo cuanto podía. En su universo, la cola se movía junto con el perro. Probablemente Chen ya hubiese llegado a la convicción de que estaba sosteniendo una conversación, o más aún, de que la había iniciado él mismo. Joanna podía arrastrar consigo a un hombre delante de ella, de tal modo que éste estaría luego dispuesto a jurar que era ella quien lo seguía.

—Bueno, ¿qué vamos a hacer? —dijo Tu entre dientes.

—Informar a la policía —repuso Jericho escuetamente—. Antes de que ella venga a nosotros.

—¿Pretendes pasar a la ofensiva?

—¿Y qué otra cosa se puede hacer? Ese loco ha incendiado media acería. No pasará mucho tiempo hasta que encuentren esos cadáveres en Quyu, testigos... En Siping Lu parece que haya tenido lugar un bombardeo, ¿no es así, Yoyo?...

—Así es.

—Y en el patio trasero se pudre una
airbike
caída del cielo, llena hasta los topes de armamento pesado. Otra ha paralizado el tráfico. Con esos elementos, la poli tejerá su teoría.

—Sí, pero ¿qué?

—Te juro que no pasarán ni dos horas hasta que quieran averiguar qué tiene que ver tu amigo Hongbing con la masacre ocurrida en Quyu. A través de él pueden llegar a Yoyo. Quiero decir, el asunto de la antigua acería parece una campaña militar de exterminio contra los City Demons, ¿no te parece? Y Yoyo forma parte de esa tropa.

—¿Y qué hay de ti? —preguntó la chica—. ¿Crees que también darán contigo?

—Escucha, mi coche se quemó en Quyu.

—Y lo pueden identificar. —Tu frunció los labios—. Además, Siping Lu está vigilada a través de escáneres. Eso quiere decir que cuentan con grabaciones de los hechos; de vuestro encuentro y del momento en que Yoyo y Daxiong entran en el edificio, y luego de cómo el tal... el tal...

—Kenny.

—... cómo el tal Kenny os persigue...

—No digas «vosotros» —dijo Jericho—. Emplea los pronombres correctos. A ti también te verán tripulando tu furia celestial. ¿Y quién trabaja en tu empresa para financiar sus estudios?

—Yoyo, la chica que salpica a todo el mundo de mierda —dijo ella, resoplando.

—Sí, pequeña, tu pasado brilla —constató Tu, rascándose la calva cabeza. Con sus nuevas gafas, parecía incluso un hombre civilizado—. En fin, ¿qué le contaremos a la policía? ¿Que Yoyo, de un modo totalmente inocente, estuvo espiando a Kenny y descubrió cómo éste, con alguien más...?

—Olvídalo —lo interrumpió la chica—. ¿Debo decirle a la policía que poseo información secreta? ¿Con mi curriculum? Si el hijo de puta de la moto voladora es del gobierno, yo misma puedo arrestarme y llevarme a prisión. ¡Qué digo a prisión, puedo fusilarme!

—No creo que la policía esté metida en esto —dijo Jericho.

—Sí, pero tampoco sabes lo que pasaría si me pillo los dedos.

—Un momento. —Tu negó enérgicamente con la cabeza—. Seamos realistas. Le estamos atribuyendo al aparato policial de Shanghai el talento combinatorio de un ordenador cuántico. No serían capaces de armar todo este puzle con tanta rapidez.

—No obstante, deberíamos informarles —insistió Jericho.

—Pero tal vez no de inmediato.

—Claro que sí. Si alguien hace pedazos tu piso y tú no lo denuncias, parece algo extraño, ¿no? Inmediatamente aparecemos Yoyo, Daxiong y yo, y, en mi caso, conduciendo una máquina como la de Kenny.

—Muy bien, ¿qué diríamos? Que alguien ha asaltado un club de motociclismo en Quyu y ha causado una carnicería. Que esa persona tiene unos secuaces y todos van con máquinas voladoras. Lo que ellos no saben es que, en ese momento, Yoyo tiene una visita de un amigo de la familia, Owen, y éste pone en fuga a los tipos, ¿de acuerdo? Ambos se apoderan de una
airbike
y pueden huir. Poco después, Yoyo recibe una llamada de Hongbing y éste le cuenta que alguien está intentando entrar en su piso.

—¡Chorradas! —Yoyo negó con la cabeza—. Un hombre no llama a su hija cuando un ladrón intenta entrar en su casa.

—Bueno, entonces...

—Claro que sí. Kenny ha amenazado con exterminar a tu familia —aseguró Jericho—. Por eso llamas a tu padre. Éste no responde, y por eso le hacemos la visita y movilizamos al mejor amigo de Hongbing, Tian.

—¿Y no tenemos ni idea de lo que quieren los tipos? —preguntó Yoyo, escéptica—. ¿Alguien se va a tragar eso?

—Así es.

—Venga ya, hombre. Menudo cuento chino.

—Nunca mejor dicho. Lo más importante es que te mantengamos a ti fuera del embrollo —dijo Tu—. Ningún trasfondo como disidente, nada de Guardianes. —Tu dedicó a Yoyo una mirada reprobatoria—. En ese sentido, podrías haberme contado tranquilamente que estabais en el alto horno. Yo sólo sabía lo del Andrómeda.

—Lo siento. No debías verte tan involucrado.

—¿Por qué no? Yo proporcioné la infraestructura a tu tropa de tocanarices. No se puede estar más involucrado. —Tu suspiró—. Pero da igual. El punto número dos del orden del día. ¿Qué le contamos a Hongbing?

Yoyo vaciló.

—¿Lo mismo?

—¿Cómo? —le ladró Jericho.

—Bueno, pensé que...

—¿Pretendes hacerle creer a tu padre que todo esto es obra de un chiflado? —De repente se sentía furioso con ella. Veía a Chen Hongbing tan preocupado..., y era el colmo que ahora fueran a engañarlo otra vez.

—Owen. —Yoyo alzó las manos—. Es magnífico lo que has hecho por nosotros, pero, en serio, esto no va contigo.

—¡Tu padre merece una explicación!

—No estoy muy segura de que esté loco por recibirla.

—Tú lo has dicho: no estás segura. Dios mío, lo han tomado como rehén, lo han encañonado con un arma, han amenazado a su hija, destruido su piso... ¡Tienes que decirle la verdad! Cualquier otra cosa sería una cobardía.

—¡Mantente al margen de esto!

—Yoyo —dijo Tu en voz baja. Sonó como si dijera «¡Siéntate!» o «¡Túmbate!».

—¿Qué? —resopló la joven—. ¿Qué pasa? ¡A él no le incumbe! Tú mismo has dicho que sería un error molestar a papá con esto.

—Las circunstancias han cambiado. Owen tiene razón.

—Vaya, muy bien. —La joven torció el gesto en una mueca burlona—. De repente se ha convertido en un amigo de la familia.

—No. Sencilla y llanamente, tiene razón.

—¿Por qué? ¿Qué sabe Owen de mi padre?

—¿Y qué sabes tú de él? —preguntó Jericho en tono belicoso.

Yoyo lo fulminó con la mirada. Por lo visto, había metido el dedo muy profundamente en la llaga.

—Hongbing está amargado, anquilosado, es un tipo introvertido —dijo Tu—. Pero ¡yo lo conozco! Espero el día en que esa cáscara se abra, y no sé si debo anhelar que eso suceda o, por el contrario, temerlo. Ha tenido que pasar muchos años de su vida en un estado de espantosa impotencia. Hasta ahora no había motivos para restregarle en las narices que eres la disidente más buscada de China, pero eso acaba de cambiar. Tras lo sucedido esta mañana, sabe muy bien que tienes que contarle algunas cosas.

Yoyo negó con la cabeza, insatisfecha.

—Me odiará.

—Más bien me odiará a mí por haberte ayudado, y ni siquiera eso creo. No debes seguir mintiéndole, Yoyo. Eso sería lo peor, que vea que no confías en él. Con ello le restas... —Tu pareció buscar las palabras adecuadas— le restas importancia como padre.

—¿Importancia como padre? —repitió Yoyo, como si lo hubiese entendido mal.

—Sí, toda persona necesita cierta importancia, significar algo. También Hongbing habría querido hacer algo importante, hace mucho, pero lo castigaron por ello. Le restaron su importancia.

—Y ahora él me castiga a mí.

—Castigarte es lo último que desea.

Yoyo miró fijamente a Tu.

—Pero ¡él nunca me ha hablado de su vida, Tian! ¡Jamás! Nunca ha tenido confianza en mí. ¿Crees que eso no es un castigo? ¿Qué importancia he tenido yo entonces? Claro que él se preocupa, y lo hace desde por la mañana hasta por la noche; si por él fuera, me encerraría por mera preocupación. Pero ¿para qué? ¿Qué puede esperar de mí, si ni siquiera habla conmigo?

—Se siente avergonzado —dijo Tu en voz baja.

—¿De qué? ¡Le tengo lástima! ¡Tengo un... zombi por padre!

—No deberías hablar así.

—¿Ah, no? ¿Y qué tal si es él quien me explica ciertas cosas a mí?

—Tal vez tendrá que hacerlo —asintió Tu.

—¡Oh, gracias! ¿Y cuándo será eso?

—En un principio, te toca a ti hacerlo.

—¿Y por qué a mí otra vez? —explotó Yoyo—. ¿Por qué no a él?

—Porque tú estás en posición de tenderle una mano.

—No me vengas con ese patetismo —gritó la chica—. Mis amigos están muertos, y a él casi lo matan. En todo caso, soy yo la que está estresada.

—Todos lo estamos —se inmiscuyó Jericho, para quien aquello ya era demasiado—. En fin, resolved vuestros problemas, pero hacedlo en otra parte. Tian, ¿cuándo crees que llegará mi ordenador?

—Dentro de pocos minutos —respondió Tu, agradecido por el cambio de tema.

—Bien. Examinaré una vez más las películas sobre Suiza. ¿Puedo usar tu despacho?

—Por supuesto. —Tu vaciló, pero luego se encogió de hombros, sumiso—. Entonces yo informaré a la policía, ¿o no?

—Hazlo.

—¿Estaremos todos disponibles para ser interrogados?

—Ocultarse no servirá de nada; en otro caso, nos visitarán en privado —repuso Jericho, enarcando las cejas—. Ya deben de haber empezado. La primera víctima del sucio juego de Kenny fue Grand Cherokee Wang. —El detective miró a Yoyo—. Tu compañero de piso. Te acosarán a preguntas.

—Que lo hagan —dijo Yoyo, malhumorada—. Pueden intentar tranquilamente devorarme.

—«Devórame, que yo te devoraré desde dentro.»

—Te lo has aprendido bien —resopló Yoyo, que dio media vuelta y se dirigió a la cocina.

Jericho estaba la mar de contento por tener de nuevo a
Diana.
Sin prometerse demasiado éxito, examinó las tres páginas web que, según el protocolo, eran intercambiables, y quedó decepcionado. La máscara no sacó nada a la luz. Por lo visto, habían sido retiradas realmente de circulación.

Quedaban las películas sobre Suiza y una conjetura.

Jericho impartió a
Diana
una serie de instrucciones. El ordenador le hizo saber, con amabilidad programada, que la evaluación llevaría algo de tiempo, lo que no significaba otra cosa más que el asunto podría tardar cinco minutos o cinco años. En ese sentido, el ordenador no tenía ningún plan. Igualmente se le podría haber preguntado a Alexander Fleming cuánto iba a necesitar para descubrir la penicilina. Y puesto que las películas eran en tres dimensiones,
Diana
no podría trabajar con superficies de datos, sino con cubos de datos, lo que amenazaba con dilatar bastante la labor.

Joanna le llevó té y unas galletas inglesas.

Llevaban ahora cuatro años separados, y todavía Jericho no sabía con exactitud cómo enfrentarse a la mujer que lo había atraído hasta Shanghai y, una vez allí, lo había abandonado. Por lo menos él así lo sentía: Joanna lo había dejado plantado para casarse con uno de los partícipes del nuevo
boom
económico de China, quien, por su apariencia, no se correspondía con el tipo de hombre que uno se imaginaba a su lado. Sin embargo, precisamente ese hombre se había convertido en el mejor amigo de Jericho: una amistad iniciada por Joanna que se había ido fraguando en medio de ciertas relaciones de negocios, y de un modo del que ni Tu ni Jericho se habían percatado realmente. Había sido Joanna la que había tenido que llamarles la atención sobre aquella unión más profunda entre ellos, para luego, en un aparte con él, con Jericho, aconsejarle que debía dejar de una vez de creerse siempre en deuda con alguien, como si sintiera alguna culpa.

BOOK: Límite
11.36Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Aubrey Rules by Aven Ellis
Unos asesinatos muy reales by Charlaine Harris
Día de perros by Alicia Giménez Bartlett
Guardian of the Abyss by Shannon Phoenix
Slide by Garrett Leigh
Redemption by Dufour, Danny