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Authors: Schätzing Frank

Límite (207 page)

BOOK: Límite
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No, no tenía nada de estupendo. La alfombra y la lámpara se entendían de maravilla. El punto era que ninguna de las dos quería establecer una armonía con respecto a él. No había armonía con nada, y mucho menos había normalidad. Y como para confirmarlo, apareció la cara de Julian Orley en la pantalla holográfica, al aire libre y rodeado de personas. Dijo algo y se abrió paso a través de la multitud, seguido por el actor Finn O'Keefe y de una mujer de aspecto extraño e inquietante con los cabellos blancos como la nieve. Por lo visto, el grupo había regresado a la Tierra. Jericho subió el volumen y oyó decir al comentarista:

—... la explosión de la segunda
mini-nuke
se produjo a las nueve, hora europea, a cuarenta y cinco mil kilómetros de distancia de la OSS, la estación geoestacionaria que estaba destinada a destruir. Entretanto, existe el temor de que esta serie de ataques terroristas con armas nucleares puedan continuar. Julian Orley, que en breve se dispone a abandonar Quito, se ha negado hasta el momento...

Jericho se quedó perplejo y subió aún más el volumen; sin embargo, parecía haberse perdido lo más importante. Una banda informativa en el borde inferior de la pantalla le hacía llegar la noticia de un intento de ataque nuclear a la OSS, y añadía que el número de víctimas era aún desconocido. El detective empezó a zapear por diversos canales. Por lo visto, en el transbordador que había llevado a los supervivientes desde el cráter Peary hasta la estación espacial, habían ocultado una segunda bomba, la cual había sido descubierta a tiempo y había sido detonada a una distancia considerable de la OSS. El propio Orley dijo que no tenían intención de hacer declaraciones. A Jericho le pareció que había envejecido varios años.

—¿Te has enterado? —le dijo Yoyo por teléfono—. ¿Lo de la segunda bomba?

Jericho cambió de la CNN a un canal de noticias chino, que, sin embargo, hablaba sobre el tema de la reforma universitaria. Otro intentaba minimizar unas nuevas revueltas de los uigures en Xinjiang.

—Incomprensible —dijo el detective—. En su dossier, Vogelaar no decía nada de una segunda bomba.

—Tal vez sólo conocía la existencia de una.

—Probablemente. —La BBC le dedicaba al incidente una emisión especial—. Gracias a Dios, ya no es asunto nuestro.

—Sí, tienes razón. ¡Tío, yo me alegro mucho de estar por fin fuera de todo esto! Que nos dejen en paz. Por otro lado, creo que es el colmo. ¡Es el colmo!

Jericho miró la banda roja con las noticias.

—Mmm —dijo—. Bueno, ¿qué tal te va todo?

—Muy bien —repuso ella, pero vaciló—. Por cierto, siento no haberte llamado antes, pero están pasando tantas cosas en este momento... Yo... estoy intentando volver a recuperar mi ritmo. Pero no es fácil. Tengo por delante el entierro de algunos amigos, Daxiong se hace el héroe, y mi padre... En fin, tuvimos una larga conversación, creo que ya sabes de qué se trata...

Esas expresiones siempre tenían cierto tufillo a huevo podrido.

—¿Y? —preguntó él con cautela.

—Está bien, Owen, podemos hablar con franqueza sobre el tema. Ya no podrás revelarme nada que yo misma no sepa. ¿Qué puedo decirte? Me alegro de que me lo haya contado.

Tal y como lo decía, aquello tenía algo de lapidario. Durante toda una vida había sufrido a causa del silencio de Hongbing, y ahora no se le ocurría decir nada más aparte de que estaba contenta sobre su repentino deseo de comunicarse.

—¡Oye! —exclamó ella de repente—. Imagino que tendrás claro que fuimos nosotros los que evitamos esos ataques, ¿no? Sin nosotros ya no existiría ni la base lunar ni la OSS.

Un canal alemán. Las mismas imágenes movidas de Orley y su grupo de viajeros pasaron como fantasmas por la pared holográfica. Un periodista, con un micrófono en la mano y el océano Pacífico de fondo, decía haber oído que la bomba había explotado a bordo de una nave espacial, un transbordador lunar, y que posiblemente, en contra de las primeras noticias, sí que había víctimas mortales, por lo menos una.

—Piénsalo. Eso habría provocado un retroceso de décadas en la navegación espacial estadounidense —constató ella—. ¿O no? ¿Qué opinas tú? Ya no habría ascensor espacial, ni helio 3. Orley debería haber protegido sus reactores para que no se apolillasen.

—Casi da la impresión de que seamos héroes —dijo él con tono de enfado.

—Bueno. Por lo menos podríamos empezar a sentirnos un poco orgullosos de nosotros mismos, aunque con moderación, ¿no te parece? ¿Qué planes tienes para esta noche?

—Mover muebles. Dormir —dijo Jericho echando una ojeada al reloj. Eran las diez y media—. Eso espero, al menos. Llevo tres días muerto de cansancio, pero sin poder pegar ojo. Sólo hacia el amanecer, durante dos o tres horas.

—A mí me sucede exactamente lo mismo. Tómate alguna pastilla.

—No me apetece.

—Pues tú mismo. Hasta luego.

Después de aquella conversación, Jericho se vio incapaz de seguir pensando en categorías confucianistas. Todo a su alrededor parecía haber perdido el sentido, era capaz de imaginar cualquier constelación en la disposición de su mobiliario, y al mismo tiempo no podía concebir ninguna. Una pared de cristal se había interpuesto entre él y los objetos, la armonía y la normalidad se habían desplazado a un plano académico, como si un ciego impartiera una conferencia sobre colores. Apagó el televisor y vio cómo sus mandíbulas se abrían en un bostezo leonino que se negaba a acabar, y entonces recordó aquella máxima de Schopenhauer, héroe de su juventud: «Bostezar forma parte de los gestos reflejos. Supongo que su origen más lejano está relacionado con una despotencialización del cerebro, a causa del tedio, de una apatía de la mente, de una somnolencia.»

¿Estaba aburrido? ¿Padecía esa apatía de la mente? Estaba «despotencializado»? Nada de eso. Estaba inquietantemente despierto. El detective se tumbó vestido en el sofá, apagó la luz y cerró los ojos a modo de prueba. Tal vez si renunciaba a ciertos actos oficiales como desvestirse e irse a la cama, el cuerpo y la mente se dejarían engañar, ya que, por lo visto, cuanto más se esforzaba él por dormir, tanto más se resistían ambos a hacerlo.

Media hora más tarde ya sabía lo que le pasaba.

Nada había terminado. Hydra lo mantenía invariablemente maniatado, su veneno ejercería su devastador efecto en él hasta que tuviera por fin una idea clara acerca de su naturaleza. No podía fingir que aquello ya no le importaba, sólo porque nadie intentara matarlo. A la normalidad no podía llegarse por acuerdo, jamás acababa lo que uno sepultaba en el pasado. La pesadilla persistía.

¿Quién era Hydra?

Encendió de nuevo la luz. Yoyo tenía razón. Habían averiguado una enorme cantidad de cosas, habían hecho fracasar los planes de los conjurados, una razón para estar orgullosos. Paralelamente, sin embargo, le parecía que habían estado mirando todo el tiempo a través de un telescopio colocado al revés. Lo obvio se había alejado hacia el plano más distante, hacia una supuesta insignificancia, pero si se daba la vuelta al aparato, la verdad quedaría en un primer plano. Jericho abrió una botella de syrah, se sirvió y fue borrando, sistemáticamente, a todos los sospechosos de la lista confeccionada hasta ese momento: Pekín, Zheng Pang-Wang, la CIA. Todas esas pistas habían conducido hacia sí mismas cuando se las había mirado con más detenimiento, pero posiblemente habría alguna línea recta de la que no se habían ocupado hasta entonces.

La masacre de Greenwatch.

Toda la cúpula directriz de la emisora ecológica había sido exterminada. ¿Por qué? Nadie estaba en condiciones de decir en qué había estado trabajando últimamente la gente de Greenwatch, aunque se había hablado en varias ocasiones de un reportaje sobre los destrozos al medio ambiente causados por las multinacionales del petróleo. La ambición de Keowa de esclarecer el atentado de Calgary había desplazado el foco de la atención hacia aquella película de vídeo que mostraba al presunto agresor de Gerald Palstein. Pero, por la rapidez con la que se habían emitido las imágenes, el objetivo de la masacre no podía ser evitar una mayor divulgación de la película.

Jericho hizo que
Diana
pasara de nuevo la secuencia del vídeo. Hacia el final, cuando la cámara se volvía hacia la tribuna, se vio que el lugar estaba lleno de personas con teléfonos móviles, rodeado de equipos de televisión. Era un milagro, en realidad, que Xin, con su disfraz de talla extragrande, no apareciera con más frecuencia en las imágenes; en cualquier caso, Hydra había tenido que contar con ello y aceptarlo de buena gana, como un mal menor, pero tal vez en ello radicara también su primer fallo a la hora de concebir el todo.

Quizá hasta hubieran apostado por ello.

Cuanto más reflexionaba Jericho sobre aquella secuencia fílmica, tanto más le parecía que el estrafalario disfraz de Xin y su sosegado andar formaban parte de una puesta en escena que tenía como objetivo presentar a los investigadores a un terrorista asiático, para el caso de que fuera fotografiado; del mismo modo que la llamativa presencia de Zheng en Guinea Ecuatorial había dejado un rastro de elefante que conducía hacia el Imperio del Medio. Se vio a Lars Gudmundsson en su doble juego, a Palstein sobreviviendo gracias a una feliz coincidencia, todo lo cual allanaba el camino a Carl Hanna; Loreena Keowa lo descubrió todo, y eso costó la vida a diez personas, mientras que Greenwatch perdía toda su memoria.

¿Tenía eso sentido? En realidad, no.

A menos que en Greenwatch hubiesen descubierto cosas que acorralaran realmente a Hydra...

Keowa había llegado desde Calgary. Posiblemente estuviera en posesión de una información candente. Se había dirigido de inmediato hacia aquella conferencia en la redacción, una reunión que Hydra había conseguido evitar en el último momento, con lo cual los confabulados no sabían todavía qué cantidad de información comprometedora estaba ya almacenada en los discos duros del canal, ya que Keowa podía haber mandado correos electrónicos por anticipado.

Eso era.

Jericho se sumió en el trabajo. Mientras que en Shanghai estaba a punto de ser medianoche, al otro lado del Pacífico el Sol de la mañana ya estaba en el cielo. El detective hizo que
Diana
confeccionara una lista de todos los posibles proveedores de Internet y empezara a llamarlos por orden, siempre con el mismo pretexto: que llamaba por encargo de Loreena Keowa, ya que con su dirección ya no podían enviarse ni recibirse correos electrónicos, y se les rogaba que fuesen tan amables de verificar por qué ésta no estaba funcionando. En ocasiones le respondieron que no tenían a ninguna Loreena Keowa registrada como cliente, tres de los interlocutores conocían a Keowa de la red, estaban informados acerca de su muerte y expresaron su desconcierto, tras lo cual Jericho dio las gracias con voz sepulcral. Sólo tuvo suerte con el duodécimo proveedor. Le pidieron autorización a través de una clave, lo que significaba que la periodista estaba registrada allí. El detective prometió volver a llamar. Luego se coló en el sistema del proveedor de red e hizo que
Diana
descodificara la contraseña de Keowa. El flujo de datos de cualquier conexión era grabado, de modo que, en un plazo de pocos minutos, obtuvo información sobre el proveedor de correo de la periodista. Jericho llamó por teléfono, se identificó y preguntó si los correos enviados en los últimos quince días estaban almacenados en el sistema. Se guardaban por espacio de hasta seis semanas, le dijeron, y le preguntaron cuál quería ver.

Todos, dijo el detective.

Media hora después, ya había visto varios documentos sobre escándalos medioambientales que, bajo el título de «La herencia del monstruo», debían formar el núcleo de una serie en tres partes realizada por el canal y sobre la cual se había hablado mucho en los últimos días. Se mencionaban allí un montón de nombres, pero Jericho no creyó ni por un segundo que estuvieran relacionados. La masacre había tenido lugar como reacción al último correo electrónico enviado. Ella ocultaba la respuesta a todas las preguntas.

La identidad de Hydra.

Gerald Palstein

Director Estratégico de EMCO (Estados Unidos). Víctima de un atentado ocurrido en Calgary el 21 de abril de 2025. Probable objetivo: impedirle participar en el vuelo a la Luna (se añaden varios datos sobre Palstein).

El agresor es de origen asiático, posiblemente chino.

(¿Intereses chinos en EMCO? ¿Negocio con las arenas bituminosas?)

Alejandro Ruiz

Director estratégico (desde julio de 2022) de Repsol YPF (empresa hispanoargentina), apodado
Ruiz el Verde,
casado, dos hijos, vida ordenada, sin deudas.

Desaparecido en el año 2022 en Lima, durante un viaje de inspección (¿algún crimen?). Antes de ello, varios días en Pekín participando en una conferencia, entre otras cosas: empresa mixta con Sinopec. Última reunión fuera de Pekín el 1 de septiembre de 2022: se desconocen el tema y los participantes (Repsol pretende echar una ojeada a los documentos, espero su llamada). El 2 de septiembre continúa vuelo hacia Lima, telefonea a su esposa. Ruiz parece agobiado y temeroso. Posible desencadenante: la reunión del día anterior.

Puntos en común entre Palstein y Ruiz

Ambos han intentado ampliar los campos de negocios de sus consorcios con nuevos horizontes, como, por ejemplo, la energía solar, Orley Enterprises. Puntos de vista éticos. Contra la explotación de las arenas bituminosas. Enemigos en su propio bando.

Ambos nombrados directores estratégicos en el momento en que la amenaza de bancarrota para sus empresas apenas les dejaba radio de acción.

Por otra parte, apenas hay puntos de contacto entre EMCO y Repsol. Según Palstein, no hubo contacto entre él y Ruiz.

Lars Gudmundsson

Guardaespaldas de Palstein. Trabaja como autónomo para la empresa de seguridad de Texas Eagle Eye.

Trayectoria profesional: grupo de operaciones especiales de la marina estadounidense, formación como francotirador, traslado a África al ejército privado Mamba, y de allí a la APS (African Protection Services). Posiblemente haya participado en golpes de Estado en África occidental. Desde el año 2000, de nuevo en Estados Unidos.

Juega sucio: con su gente, se ocupó de que la persona que disparó contra Palstein pudiera entrar sin problemas en el edificio situado frente a Imperial Oil. (Informé a Palstein sobre la traición de Gudmundsson y me informé en Eagle Eye sobre él. Desde entonces, G. ha desaparecido.)

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