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Authors: Dan Parkinson

Tags: #Fantástico

Las puertas de Thorbardin (38 page)

BOOK: Las puertas de Thorbardin
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«¿Cómo podemos luchar por separado? —indicó la vieja voz—. Cuando yo descanso, su armadura me esconde y me mantiene apartado de todo lo que no es ella. Cuando funciono, tiene que mantenerme en contacto con ella. No puede hacer nada más.»

—¿Estás de acuerdo? —insistió Kolanda.

«¡Sí! —respondió la diabólica y remota voz—. Por ahora, sí. Pero... ¿qué quieres?»

—¡Esto! —declaró la mujer.

Soltó entonces los cordones que le sujetaban el metálico peto, se quitó esta pieza y la arrojó al suelo para que sus esclavos la recogieran y trasladasen al carro. Luego, Kolanda se rasgó de arriba abajo la blusa que llevaba debajo, de manera que quedó con los pechos al aire. Caliban pendía ahora entre ambos senos, y su voz ya no sonaba tan lejana.

«Puedo sacar energía de su corazón para la lucha, así como de su cabeza», admitió.

Inmediatamente, Kolanda volvió a notar el cosquilleo; esta vez a través del pecho, y el aire que la rodeaba pareció chispear.

—Del modo que yo quiera —le recordó—. Tú puedes quedarte con el mago, siempre que yo no corra el riesgo de perder al hombre y el objeto que lleva.

La distante imagen apareció de nuevo, aunque un poco borrosa por no tener a Caliban cerca de los ojos. Pero aun así bastaba.

El mago iba a caballo, sentado detrás del humano. Kolanda llamó a uno de sus jefecillos.

—¡Noli! —le ordenó—. Vete a paso ligero con el pelotón al puente. Apresa a quienes encuentres y, si se resisten, los matas.

Indicó a los goblins que avanzaran, y éstos echaron a correr en fila, seguidos por el carro tirado por esclavos que, a su vez, eran azotados con látigos por goblins de los pantanos, para obligarlos a ir más aprisa.

Sólo quedaron atrás Kolanda y su guardia personal, compuesta de seis seleccionados guerreros. Con ellos pegados a sus talones, la mujer partió a un trote constante en dirección al borde de la zona agrietada. Esperaría a los dos jinetes procedentes de las colinas allí donde surgía el camino. ¡Que Caliban se vengara a gusto del mago! También le dejaría al hombre, si quería, pero su intuición le decía que lo que el humano llevaba no debía llegar a manos del enano situado en el puente. Desde luego no podía alcanzar Thorbardin, pero lo principal era que fuese para ella.

En cualquier caso se trataba de algo que tenía el poder de castigar a Caliban.

Los dos jinetes estaban todavía a bastante distancia cuando Kolanda y los elementos de su guardia se colocaron a lo largo del sendero, allí donde penetraba en la zona llena de grietas, para preparar la emboscada.

A cosa de un kilómetro y pico hacia el oeste, Noli y su pelotón de goblins se arrastraban por angostos caminos entre montones de pedruscos, aproximándose al contrafuerte del puente del Fin del Cielo. Detrás de ellos iba el carro, siempre tirado por los esclavos. En ese mismo carro, y encima de haces de torneados dardos de bronce, armas robadas y provisiones, aparte del botín conseguido a lo largo del recorrido, descansaba el esmaltado peto metálico de Kolanda Pantano Oscuro, que por cierto cubría casi un lustroso arco creado por elfos, con una sola flecha... La última flecha de Garon Wendesthalas.

Débil y apaleado, herido y mutilado, el elfo se agarró a un lado del carro cuando los goblins de los pantanos acosaban a los esclavos. Se sujetaba con fuerza, procurando que su mano no se apartase nunca del arco y de esa única flecha.

* * *

Hacía rato que habían perdido de vista a Ala Torcida cuando Chane y los demás cruzaron el arqueado puente para situarse a esperar entre un par de pilares que en su día habrían sido torres que protegían el extremo oriental del puente. Torres de vigilancia o quizá, como se dijo Chane, edificios destinados a la inspección de mercancías en tránsito. El enano se encontró pensando, distraído, que aquello podía haber sido una vía comercial. Ala Torcida había hecho alguna referencia a esa clase de caminos. Seguramente había existido uno que conducía desde Thorbardin hasta puntos del norte, pasando por Pax Tharkas. Resultaba obvio que el comercio había sido intenso entre el reino del interior de las montañas y otros países, mucho más importante que los modestos esfuerzos que hoy día realizaban Rogar Hebilla de Oro y otros traficantes.

El propio Thorbardin estaba lleno de cosas no hechas por enanos. Ciertos productos de los elfos eran altamente estimados en el reino subterráneo, así como tapices, adornos a base de plumas y bonitas vajillas de madera tallada —obras de los humanos—, juguetes y biombos plegables, marcos en forma de enredadera y pequeñas piezas de apreciado marfil. Chane había visto siempre objetos semejantes en Thorbardin, pero sin darles demasiada importancia. Ahora comprendía que eran reliquias de tiempos remotos, cuando las puertas estaban abiertas y por las carreteras iban y venían las caravanas. Chane reflexionó sobre ello y tuvo la sensación de que algo muy importante se había perdido. Las guerras y los conflictos entre los pueblos habían destruido los caminos y puesto fin al comercio que éstos permitían.

Aquel mismo puente, el imponente arco sobre un nebuloso abismo, podía haber formado parte de la antigua ruta procedente de Thorbardin y que, a través de Pax Tharkas, llevaba a las tierras de Abanasinia, una ruta destruida en la Guerra de Dwarfgate. El puente habría constituido, probablemente, un puesto de registro para la mercancía saliente de Thorbardin, así como un lugar de inspección para los tesoros que llegaban de otras partes al reino de los enanos. La zona de quebradas situada al otro lado debía de haber constituido, sin duda, un terreno ideal para el comercio. En menos de un kilómetro cabría un centenar de tiendas, cada cual en su rincón, todas ellas conectadas entre sí por el laberinto de caminos de pétreas paredes. Chane se imaginó un bazar como nunca se había visto en Thorbardin, ni siquiera en los grandes centros de la ciudad de Daewar.

Era una pena que ya no existieran semejantes cosas.

—Si algún día hay paz —murmuró el enano—, verdadera paz y cooperación, serán los propios guerreros y luchadores quienes las traigan, porque nadie ha vivido tanto caos como ellos.

Chess se volvió para decirle:

—Hablas como un elfo.

—O como un humano —observó Jilian—. Tus palabras suenan terriblemente humanas, Chane.

—Me pregunto —contestó él— si hay tanta diferencia entre unos y otros.

—Yo me voy a dar un paseo —anunció el kender—. Esto se pone aburrido.

Cuando se disponía a marcharse, Chess alzó la vista y sonrió.

—¡Ah, caramba! Parece que la cosa se anima un poco. ¡Regresa Bobbin!

Semejante a una creciente mancha en el aire, el artefacto descendía dando tumbos en dirección a Chane, Jilian y el kender. La vara de repuesto de éste pendía horizontal, sujeta al gancho de la cuerda de salvamento de Bobbin. Los tres dieron unos pasos por el puente para presenciar su llegada. De pronto, el pie del enano chocó con algo que sobresalía del pretil. Chane se inclinó para verlo mejor. Se trataba de un aro metálico del tamaño de la palma de su mano, que sólo asomaba del suelo unos centímetros. El enano recorrió el pretil con la mirada. A pocos metros había otro aro, y más allá se veía un tercero. Los mismos aros aparecían junto a la baranda de enfrente, a lo largo de todo el puente.

Chane supo enseguida lo que significaban. Cada túnel de transporte de Thorbardin tenía esos aros en los diversos cambios de nivel, y servían para subir y bajar por las pendientes las cargadas vagonetas mediante el uso de poleas.

Pero... ¿para qué equipar un puente descubierto con tales aros? Salvo que... Chane se puso de pie y miró a través del abismo en dirección a la escarpada cara de Fin del Cielo. Habían bajado ellos de un elevado saliente por un angosto sendero en zigzag que se acercaba al puente en un ángulo muy agudo. No era posible un acercamiento directo por el oeste, ya que las bases del puente llegaban casi hasta la empinada ladera de la cortada montaña. Ahora que Chane pensaba en ello, resultaba extraño que un puente terminase en ángulo recto con el pie de una escarpa, pero al verlo por primera vez había tenido otras preocupaciones en su mente. El enano respiró profundamente. La intuición era tan fuerte, que no le cupo la menor duda.

—Sé dónde está —murmuró.

Pasado el extremo occidental del puente, debajo del impresionante picacho que era el Fin del Cielo, había un montón de rocalla. Y detrás de eso tenía que haber... un antiguo camino, debajo de la montaña. Una ruta comercial que conduciría a los laberintos.

La olvidada puerta de Thorbardin. Olvidada porque una guerra había puesto fin al comercio.

—¡Hola!

Chane dio media vuelta. A escasos metros de distancia, al mismo nivel del puente, se hallaba suspendido en el aire el armatoste del gnomo. Justamente encima del desfiladero. Bobbin saludó con la mano.

—¿Os devuelvo esta vara? —gritó—. Ya no me sirve, y resulta incómoda de llevar.

—¿Por qué no la dejas caer, y ya está? —preguntó el kender.

—Es una vara bonita, y alguna otra vez podrías utilizarla para enviarme más pasas. ¿No quieres conservarla?

Chess lanzó una de sus risitas.

—¡Conforme! Bájala, y la guardaré.

—Pero no aquí —objetó Bobbin—. Me da miedo acercarme demasiado a ese puente. Lo soltaré al otro lado de aquellas torres.

El aparato se elevó, descendió de nuevo y describió un amplio círculo por encima del abismo para, finalmente, cernerse un poco más allá de la base del puente.

—Voy a coger el palo —dijo el kender.

El gnomo empezó a hacer descender la vara horizontal con ayuda de la cabria, pero entonces se interrumpió para mirar hacia la zona de las quebradas. Puso las manos en forma de bocina y voceó:

—¿Ya sabíais que por ahí hay goblins?

En el momento en que Bobbin apartó la mano de la cabria, el palo se soltó y, en el mismo instante, una compañía de goblins armados abandonó el escondrijo elegido detrás de los contrafuertes del puente y cargó contra el grupo.

La vara y el jefecillo goblin llegaron al mismo tiempo al barranco existente entre los pilares. La cintura del individuo chocó contra el palo, que quedó encajado en la piedra. El goblin salió disparado por encima y cayó. Varios otros goblins tropezaron con su jefe, y los que iban detrás se precipitaron igualmente de narices. La vara saltó en astillas, y la cuerda de Bobbin quedó libre. El artilugio se elevó de repente mientras Chestal Arbusto Inquieto echaba a correr puente arriba.

—¡Goblins! —chilló el kender sin necesidad, porque era imposible pasar por alto la vociferante masa de criaturas que lo seguían.

Chane se colocó de un salto junto a Jilian, la agarró por el brazo y tiró de ella hacia el pilar más próximo del pretil del puente. Sin perder palabra, la hizo acurrucar detrás.

El kender preparó en tanto la honda de su jupak y, cuando el jefecillo goblin consiguió levantarse, derribando para ello a los compañeros que tenía alrededor, Chess le arrojó una piedra que le desplazó el casco sobre los ojos.

Cegado de momento, el jefe goblin blandió la espada y chilló:

—¡Contra ellos! ¡A cortarles el camino!

Un goblin que había podido desenredarse del resto quiso atacar, pero un guijarro le dio en el ojo, y lo hizo retroceder entre gritos de dolor.

Jilian Atizafuegos no tenía intención de permanecer escondida detrás de uno de los pilares verticales de la baranda del puente, si había cosas más importantes que hacer. Con su espada en posición de ataque, adelantó a Chane y se precipitó hacia el enemigo.

Éste ya la iba a reñir cuando descubrió a un goblin que, más allá de ella, le apuntaba con su ballesta. En el acto sacó la espada y la arrojó con toda su fuerza. Centelleante a la luz del sol, el arma dio varias vueltas en el aire, por encima de la cabeza de Jilian, para golpear de punta el peto del goblin y, dado su peso, atravesarlo. El goblin se desplomó ensartado, y su dardo voló al otro lado del abismo.

Jilian se lanzó contra el siguiente goblin, erró el golpe y comenzó a girar sujeta a su arma. La risa de la criatura quedó cortada en seco cuando la espada pasó de nuevo, esta vez a la altura de su cínico rostro.

Chane empuñó su martillo y arremetió detrás de Jilian.

—¡Retroceded! —bramó el jefecillo goblin—. ¡Retroceded a la vez que usáis los dardos!

El goblin corrió en busca de cobijo cuando Jilian se acercó a él como un torbellino. Primero, la hoja de la enana le cortó la punta del yelmo; luego, el asta de la ballesta y, por último, le arrancó el faldellín antes de que el goblin lograra ponerse fuera de su alcance.

Durante unos segundos, todo fueron goblins escapando despavoridos. Después, el puente quedó libre. Chane tuvo que agacharse para no ser decapitado por la refulgente espada de Jilian.

—¡Basta ya de dar vueltas como una peonza! —chilló y, con un hábil movimiento, le rodeó la cintura con el brazo.

Los dos tropezaron con un goblin muerto y rodaron contra la baranda del puente.

—¡Dije que parases! —jadeó él.

Jilian se incorporó y se alisó los cabellos.

—Ya lo intentaba —dijo—. No hacía falta que te pusieras tan brusco.

Un dardo de bronce rebotó en la piedra, al lado de la muchacha enana. Chane agarró a Jilian por una mano y corrió con ella puente arriba, en busca de un resguardo. Los dardos silbaban a su alrededor, contestados por guijarros.

El kender entraba y salía constantemente del cobijo situado en lo alto. Se asomaba para disparar su arma y volvía a entrar para cargarla de nuevo. Pero, cuando los enanos llegaron a su lado y él metió la mano en la bolsa una vez más, la sacó vacía. Se le habían agotado los guijarros. Ya no tenía nada que arrojar.

Sin embargo, Chess rebuscó nuevamente en el fondo.

—Quizás encuentre algo que me sirva —murmuró.

Así fue, en efecto, y el kender lo colocó en la honda de su jupak en el preciso momento en que un goblin asomaba por detrás de una de las agujas del puente. Chess lo lanzó, y su proyectil se aplastó contra la cara de la odiosa criatura.

—¿Qué tiraste? —quiso saber Chane.

—Un huevo de paloma —le informó el kender—. No es lo más adecuado, pero...

Los dardos continuaban volando alrededor de los defensores.

—Será mejor que nos retiremos —dijo Chane con voz ronca—. Venid. Seguidme a través del puente.

Chestal Arbusto Inquieto puso súbita cara de sorpresa.

—No creo que eso nos convenga. ¡Mira!

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