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Authors: Dan Parkinson

Tags: #Fantástico

Las puertas de Thorbardin (27 page)

BOOK: Las puertas de Thorbardin
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—¡Maldita sea! —murmuró Jilian— Eso aún lo ha estropeado todo más. Empuñó la espada y se dispuso a atacar al diabólico ser.

»
No quería tener que hacer esto —agregó, pero... Cuando el monstruo fue a atacarla, Jilian apoyó con firmeza los pies y blandió el arma con todas sus fuerzas.

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21

Arriba, en el puerto de montaña, los demás se dispersaron. Ala Torcida encargó a Bobbin que volara hacia el oeste para echar una ojeada al camino que retrocedía. Seguidamente, montó en
Geekay
y lo hizo descender por el serpenteante y peligroso sendero que conducía al Valle del Respiro. Chane Canto Rodado partió detrás de él y, al mirar a un lado, descubrió la cueva escondida por los montones de rocalla.

—Un túnel —musitó y, sin detenerse a advertir a los compañeros, se introdujo en la oquedad a toda prisa, martillo en alto.

A los pocos metros ya notó el terroso olor del ogro y apretó los dientes.

—Jilian... —susurró. ¡Por Reorx, Jilian!

* * *

Chestal Arbusto Inquieto iba detrás del enano, seguido por aquella lastimera voz carente de sonido que parecía protestar de que la arrastrasen a lugares subterráneos.

Sombra de la Cañada los vio marchar y, luego, eligió una cumbre a la que trepar. De manera casi inmediata se dio cuenta de que el cristal del extremo de su bastón se había aclarado al penetrar Chane en el interior de la tierra. Era algo importante de recordar con respecto al Sometedor de Hechizos. El mago continuó la subida en busca de un charco helado que le proporcionara aquellos ojos especiales.

* * *

Mientras tanto, el enano y el kender bajaban por un interminable túnel en espiral que penetraba en el corazón de la montaña. El hombre a caballo, por su parte, seguía por la inclinada senda con la máxima atención, procurando que no se le escapase ningún detalle.

Llegados a la caverna que en otros tiempos había servido de almacén, Chane descubrió huellas en el polvo que cubría el suelo y, después de una pausa instantánea, echó a correr aún más deprisa. Jilian tenía que estar por allí, y un ogro iba detrás de ella.

Como una sola persona, los dos compañeros se lanzaron túnel abajo con tanta velocidad como les permitía la oscuridad. Sólo su equilibrio natural y su eterna suerte permitían al kender mantener el paso del experto enano.

Cuando la pendiente no fue tan acusada y el túnel empezó a ser más plano, Chane corrió todavía más. Poco faltaba para llegar al aire libre. Y, si Jilian había logrado escapar del ogro en el interior, cosa que no acertaba a entender, su suerte estaría sellada cuando el monstruo dispusiera de más espacio para moverse. Una vez fuera, la pobrecilla no tendría ninguna posibilidad.

El túnel torció ligeramente hacia la izquierda, y delante vieron la luz... Pero a la vez llegó hasta ellos un grito horrible, escalofriante, que pareció perforar el aire.

Chane bajó la cabeza, llenó de aire sus doloridos pulmones y se precipitó hacia la fuente de luz crepuscular. A cierta distancia, por un lado, oyó cabalgar al hombre camino abajo, con intenso chacoloteo de cascos contra la roca.

El enano levantó el martillo y, al detenerse un instante, el kender chocó contra él por detrás, aunque en el acto se apartó para manejar la jupak.

Mas no había nadie a quien atacar. Chane y Chess quedaron boquiabiertos y maravillados.

Jilian, dando vueltas como un trompo que empezara a pararse, era una brillante mancha que vomitaba sangre por la punta de su extendida espada. Un montón de repelente carne caía en ese momento junto a sus rodantes pies. La cabeza y los hombros de un ogro quedaron encima de una maraña de sangrientos trozos cuando la espada de la muchacha pasó de nuevo como una centella y cortó la parte superior del cráneo del monstruo, justamente por encima de sus ojos.

—¡Por el martillo de Kharas! —exclamó Chane.

—¡Yuk! —dijo Chess.

—¡En nombre de todos los dioses! —resonó la voz de Ala Torcida desde la ladera—. Jilian! ¿Estás bien, Jilian?

La joven dio un par de vueltas más, antes de recobrar el equilibrio. Luego, sin pronunciar ni una sola palabra, bajó la punta de la espada y se apoyó en la empuñadura mientras trataba de recobrar el aliento. Contempló brevemente el cúmulo de ogro despedazado y después se alejó con la nariz encogida. Al ver a Chane, corrió hacia él.

—Sabía que vendrías —jadeó, pero ése... no me dio tiempo de esperarte.

El enano no acertaba a apartar la vista del descuartizado ogro, incapaz de hablar.

—Era un salvaje —explicó Jilian—. No sabía comportarse.

Chane meneó despacio la cabeza.

—Eso es lo que queda de Cleft —añadió la muchacha, señalando la asquerosa pila.

—Te expresas de manera fina —dijo el kender—. En realidad lo partiste en rebanadas. ¡Qué barbaridad! ¡Fíjate en eso, Chane! Pies..., tibias..., rodillas..., manos..., muslos... Ni una sola parte pega con otra. ¡Hasta la cabeza está partida en dos!

Ala Torcida había desmontado para acercarse y ser testigo de aquello.

—Nunca había oído decir que los ogros tuviesen dos estómagos —indicó Chess, tocando los restos del monstruo con un palo.

Chane se puso a limpiar la hoja de Jilian sin dejar de sacudir la cabeza.

—¿Dónde aprendiste a manejar la espada de tal forma? —inquirió, todavía aturdido.

—En la sala de Silicia Orebrand —contestó ella—. No practiqué mucho, pero se ve que es una habilidad innata. ¿Qué? ¿No te alegras ahora de que viniese en tu busca?

A continuación fue a donde estaba el caballo de Ala Torcida, lo hizo avanzar unos metros y, después de situarlo lado de una roca, dijo:

—Disculpadme un minuto, por favor.

Soltó las riendas, trepó al peñasco y se puso a desatar uno de los bultos.

Ala Torcida seguía pasmado ante el destrozado ogro, pero, cuando vio lo que hacía Jilian, corrió hacia ella.

—Eh, tú! ¿Qué haces? ¡Esas cosas son mías!

—Entonces procura ser útil y convence a Geekay para que esté quieto. ¡Se aparta!

El humano calmó al animal, cogió las riendas y miró ceñudo a la joven enana.

—¡Todo eso me pertenece! ¿Por qué lo tocas?

Jilian removió tranquilamente el contenido de la bolsa hasta sacar de ella una larga prenda de hilo blanco. Le sobraba, dada su poca estatura, pero la sostuvo en alto y calculó que la podría aprovechar.

—Supongo que me servirá —decidió—. ¿Qué es, propiamente?

Ala Torcida trató de arrebatarle la pieza, pero no lo consiguió.

—¡Devuélvemela! —exigió.

—El ogro me rasgó la ropa —replicó Jilian—. ¿Qué es esta prenda, en realidad?

—La túnica de un clérigo —dijo Ala Torcida, cortante—. La cambié por varias pieles de venado.

—¿Y por qué? ¿Para qué querías esta prenda?

—¡Para dormir! Puede servirme de camisón. Espero encontrar algún día una habitación tranquila en un lugar civilizado. Pero no hablemos más del asunto. Si te sirve, quédatela. ¿Quieres que...?

—Yo misma sabré arreglármela —respondió Jilian con una sonrisa, a la vez que doblaba la túnica y volvía a dedicar su interés a la abierta bolsa, para ver si había en ella algo más que pudiera convenirle.

Ahora tenía ayuda, además, porque el kender había perdido el interés por los órganos internos del ogro y estaba ya encima de la roca, ayudando a curiosear a la joven.

—Oye, ¿sabes que llevas cosas bonitas? —le dijo a Ala Torcida.

Chane, preocupado por los peligros con que podían tropezar, señaló de cara al valle:

—Lo recorren todo en escuadrones. No podremos dar un rodeo.

—¿Piensas pasar entre medio de ellos, pues? —inquirió Chess, que había estado repasando una de las alforjas.

—Quisiera que Bobbin nos indicara un camino —declaró el hombre—. Pero partió en la dirección contraria y no hay manera de saber cuándo aparecerá de nuevo. Por cierto: ¿dónde está el mago? No lo he visto desde que dejamos el paso.

—Subió a un picacho —le informó Chane.

—En tal caso, nos tocará encontrar solos nuestro camino —dijo Ala Torcida con un suspiro, mientras miraba al cielo—. Dentro de una hora estará oscuro. Creo que podremos intentar cruzar el valle de noche. En línea recta son sólo unos kilómetros... Eso, si no cambiamos de opinión y preferimos regresar a Thorbardin...

Todos fijaron la vista en él, y sus caras le hicieron sonreír.

—Sólo era una prueba —se disculpó—. Simplemente, no quería atravesar un valle atestado de goblins sin tener la certeza de que todos estáis tan decididos como yo.

El ceño de Chane no se alisó. El enano se aproximó al humano, lo miró a los ojos y dijo:

—Yo nunca deseé verme envuelto en nada semejante, ni creí acabar en este lugar salvaje, luchando contra ogros y goblins, así como tampoco me imaginé elegido para llevar a cabo una tarea comenzada antes de mi nacimiento. Pero ahora no volvería atrás. No lo haría aunque pudiera. ¿Y sabes por qué? ¡Porque algo muy malo sucede o está a punto de suceder! Yo estoy aquí, y precisamente puedo hacer algo para evitar males mayores. Si no lo hago yo, ¿quién lo hará?

—Yo no me lo perdería por nada del mundo —intervino Chestal Arbusto Inquieto—, y creo que lo mismo le ocurre a Zas. ¿No es así, Zas? —preguntó hacia donde no había nadie.

Pero algo silencioso pareció susurrar:

«¡Desastre y confusión!»

El kender esbozó una risita.

—Esto significa que apenas puede aguardar el momento de que ocurra algo nuevo.

Jilian Atizafuegos sacó la cabeza por encima de unos arbustos, ocupada en alguna cosa.

—¡Yo estoy de acuerdo con lo que diga Chane! —anunció.

—¿Alguna otra duda? —preguntó Chane a Ala Torcida.

Este hizo un gesto negativo.

—No, ninguna.

—Entonces, basta de hablar y emprendamos la marcha.

—Alguien se acerca —señaló Chess.

Momentos más tarde, la maleza se entreabrió en la pendiente para dar paso a Sombra de la Cañada. Se lo veía ojeroso y serio, pero sus pasos eran firmes.

—El valle está lleno de goblins —le dijo Chane—. Procuraremos cruzarlo de noche.

—Ya los vi —contestó el mago—. Son muchísimos y van de un lado a otro. ¿Dónde está tu cristal? ¿Dónde está el Sometedor de Hechizos?

—Aquí.

El enano introdujo la mano en la bolsa que llevaba colgada del cinturón. Cuando sus dedos tocaron el artefacto, éste latió de manera cálida, y de nuevo surgió ante él el luminoso sendero verde que conducía a través del Valle del Respiro, hacia las cuestas del otro lado. Chane sacó la piedra preciosa, que emitía un resplandor rosado a la media luz.

—Ponla en un agujero —dijo el mago.

—¿Por qué?

—Porque tengo curiosidad de comprobar una cosa. No temas, que no pienso engañarte. ¡Mira, métela en ese agujero de la roca!

Receloso, Chane se agachó junto al hueco indicado. Su profundidad sería de unos treinta centímetros, y era el resultado de la erosión, que había ensanchado una grieta. Los demás lo rodearon interesados.

—Hazlo ya —insistió el mago—. Podrás volver a sacarla dentro de un momento.

El enano introdujo el cristal en el hueco, lo deposito en su fondo y luego se apartó. También Sombra de la Cañada retrocedió, los ojos casi cerrados. El cristal de su propio bastón emitió un débil fulgor.

—Existe un efecto —murmuró el hechicero—. Y una diferencia.

Chestal Arbusto Inquieto parpadeó y alzó la vista. Una gota de lluvia le había caído en la cabeza.

—¿Has terminado? —le preguntó Chane a Sombra de la Cañada—. Es hora de que nos vayamos.

—Sí —admitió éste pensativo—. Ya es hora.

—No entiendo nada de nada —gruñó Ala Torcida.

Pero el mago ya había dado media vuelta. Chane retiró la piedra preciosa y la guardó. Jilian abandonó su refugio de los matorrales y apareció vestida con la túnica de viejo hilo blanco, que ella había adaptado a su cuerpo con una serie de hábiles pliegues y nudos. Aun así, devolvió al humano la mayor parte de la prenda. El hombre la contempló admirado.

—No sé cómo llegué a pensar que esa pieza podía ser para mí —confesó.

Chane se puso a la cabeza del grupo, que comenzó el descenso por la ya oscurecida ladera en dirección al Valle del Respiro, donde los goblins ocupaban ahora un lugar que hasta poco antes había sido de absoluta paz.

* * *

Hacía poco que los dos enanos, el kender, el mago y el humano se habían ido del saliente de roca, cuando procedente de las alturas llegó allí un ser enorme, que se detuvo a mirar el espeluznante montón que había sido un ogro.

Tocó aquella inmundicia con los dedos de los pies, pasó por encima de ella y encontró el estrecho camino descendente. El gruñido que soltó resonó como un trueno lejano.

—Cleft era un descuidado —musitó—. Ahora está muerto. Debería haberme esperado a mí, a Loam... Pero aún veo a aquellos pequeñajos. ¡Loam se va a divertir esta noche!

Y, sin mirar hacia atrás, el ogro siguió la senda tomada por los buscadores del yelmo.

22

La noche cubría por completo el valle; una noche de pálidas lunas crecientes sobre la capa de sucio humo que envolvía las copas de los árboles. Docenas de hogueras ardían a desiguales intervalos a lo largo del sinuoso río que alimentaba el valle desde el sur. En los prados, cerca de las líneas de árboles que marcaban los campos de pastoreo y los quemados rastrojos, otros fuegos indicaban un perímetro. Y, en medio del acre sudario de humo, predominaba el hedor de los goblins.

Montado en su caballo, Ala Torcida se colocó a un lado del reducido grupo como primera advertencia y primera defensa, en el caso de que fuesen descubiertos. Avanzaba sin hacer ruido, manteniéndose a la sombra siempre que era posible.

Chane Canto Rodado iba con su martillo a punto, sin perder de vista la débil neblina verde que señalaba el viejo sendero de Grallen.

Chestal Arbusto Inquieto era una menuda y rápida sombra, que a veces estaba entre los demás y a veces no, aunque nunca se alejaba demasiado. La extraordinaria excitación y curiosidad del kender constituían una constante preocupación para el resto, pero nadie podía hacer nada para contenerlo. Un kender sería siempre un kender.

De tener la estatura de un goblin, Ala Torcida podría haberle cortado la cabeza de un tajo al aparecer Chess de repente a su lado, entre las sombras, y decir:

—Yo...

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