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Authors: Dan Parkinson

Tags: #Fantástico

Las puertas de Thorbardin (25 page)

BOOK: Las puertas de Thorbardin
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—No sé qué diablos significa todo esto —intervino Ala Torcida—, pero desde luego quisiera hablar muy en serio con alguien.

—Podrás hacerlo —dijo una voz diferente, fría como la escarcha invernal—. Esta vez sabías adonde te dirigías, hombre de los sitios lejanos. No es que tengas más elección que cualquier otro.

Nadie lo había visto llegar. Sin embargo, estaba entre ellos, alto y delgado, apoyándose en su báculo. Por debajo de su capa de bisonte, el borde de su descolorida túnica roja lo delataba.

—Un mago —musitó Ala Torcida.

—Acertaste —indicó el kender con una de sus risitas.

—Sombra de la Cañada —gruñó Chane Canto Rodado.

Un reflejo hizo protegerse al hombre con su escudo, y por encima del mellado borde se encaró con el hechicero:

—¿Qué quieres decir con eso de que no tengo elección? ¡Yo tomo mis propias decisiones, mago!

—Las lunas presagiaron algo —jadeó Sombra de la Cañada—. Uno tiene una misión que cumplir, impuesta por Lunitari. Otros han sido elegidos para acompañarlo, y una magia más allá de toda magia obliga al trato.

El mago recorrió con la vista a quienes lo miraban, y la posó especialmente en el kender, en Jilian y de nuevo en Ala Torcida. Por último alzó los ojos a las remotas alturas. Muy lejos, delante de una escarpada montaña, el aparato volador de Bobbin describía grandes círculos.

—Un grupo original —murmuró el mago—. Realmente original.

* * *

Durante el atardecer hasta bien entrada la oscuridad celebraron consejos. Intercambiaron noticias e historias, y discutieron diversos planes. Camber Meld y Lanudo Cueto de Hierro refirieron de nuevo lo ocurrido en el Valle del Respiro, más allá de los picos del Murallón del Este. Había allí un ejército de goblins, como dijeron, y ogros entre ellos. Los ojos de Camber Meld se humedecieron al describir el súbito y salvaje ataque contra el pueblo de Harvest, habitado por humanos: la matanza, la fuga de los supervivientes no preparados para la lucha, la sangre y los incendios... La voz de Lanudo Cueto de Hierro fue un gélido graznido cuando, por su parte, explicó lo sucedido en la aldea de los Enanos de las Colinas, llamada Herdlinger, si bien éstos estaban en condiciones algo mejores para la batalla. No en vano habían visto el humo que cubría Harvest. Pero, excepto la duración del combate, más largo que el otro, Herdlinger había acabado por caer igualmente.

Chane habló de la persecución de los refugiados por los ogros, y Chestal Arbusto Inquieto contó con regocijo la victoria del enano de las montañas sobre el ogro sepultado bajo la rocalla, sin olvidar tampoco lo visto en el Valle del Respiro desde el aire. Camber Meld y Lanudo Cueto de Hierro intercambiaron miradas de preocupación. Nada quedaba de los lugares que ellos y su gente habían considerado su hogar. Nunca volverían allí.

—¿Cuántos eran los goblins? —quiso saber Ala Torcida—. Habláis de un ejército, pero... ¿era muy numeroso?

Camber Meld se encogió de hombros.

—¿Sumarían doscientos? ¿Quinientos, quizá? No podemos decirlo con exactitud.

—Cerca de ochocientos —intervino una fría voz desde fuera del círculo, y todos se volvieron—. Los vi desde la montaña. Serían unos ochocientos goblins, y entre ellos había, por lo menos, una docena de ogros. Ah, y un jefe humano.

—¿Dónde estabas, para ver todo eso? —inquirió Chane con el entrecejo fruncido.

El mago levantó su báculo.

—Cuando me aparto de ti... y de esa maldita piedra que llevas, dispongo de unos ojos mucho mejores que los míos.

—Chane posee el Sometedor de Hechizos —le explicó Chess a Jilian—. La magia no funciona cuando esa piedra anda cerca.

—De modo que tienen un jefe humano? —preguntó Ala Torcida, inclinándose hacia Sombra de la Cañada—. ¿Qué puedes explicarme de él?

—Pantano Oscuro —contestó el hechicero casi en un susurro—. Comandante de los goblins.

—¿Qué puedes contarnos de él? —insistió Ala Torcida.

—No es
él,
sino
ella.
Kolanda Pantano Oscuro. Es todo cuanto el espejo de hielo supo decirme. Ah, y otra cosa: lo que significa el presagio de las lunas. Alguien, no sé quién, se propone ocupar y conservar el solitario mundo existente entre Thorbardin y Pax Tharkas.

—¿Entonces vendrán aquí los goblins? —exclamó Lanudo Cueto de Hierro, de cara a Camber Meld y mirando luego a los demás— ¡Mi pueblo, nuestro pueblo, no querrá huir más! Pero... ¿cómo lucharemos cuando lleguen? ¡Disponemos de tan pocas armas!

Chane Canto Rodado se levantó. Tenía el aspecto de haber llegado a una difícil decisión.

—Aquí hay armas —dijo—. Yo os enseñaré dónde están. O, si no, él puede hacerlo —añadió a la vez que señalaba con la cabeza a Chestal Arbusto Inquieto—. Tendréis que arrancarlas del hielo, pero servirán. Ésta es una de ellas —indicó, mostrando a los allí reunidos la espada que pendía de su hombro—. Hay muchas más. Pero os pido una cosa, por vuestro honor...

—¿Y qué es? —inquirió Camber Meld.

—Que deberéis tratar con delicadeza y respeto a quienes encontréis con las armas. ¡Ya han luchado bastante!

TERCERA PARTE:

«UN EJÉRCITO DE GOBLINS»

19

En un retorcido sendero de la alta montaña, el grupo interrumpió la subida donde la rocalla cubría un centenar de metros de camino e incluso los picos cercanos.

—Se ha ido —dijo Chane—. Aquí lo dejé, pero ya no está.

—Tendrías que haberlo matado —opinó Ala Torcida—. Sepultar a un ogro no significa que vaya a morir. La tierra es su elemento natural. Probablemente pasó otro ogro que lo sacó. En adelante deberás proceder con gran cuidado, porque los ogros no olvidan una ofensa o una derrota. Y ése no te olvidará, Chane.

—Loam —murmuró el enano—. Su nombre es Loam.

—Y el de su compañero, Cleft —anunció Chess—. Aquel mismo día lo vi más arriba. Pero ignoraba que los ogros se ayudaran entre sí.

—Si se trata de ir contra cualesquiera otros, lo hacen —le aclaró el hombre—. Resultan malos enemigos.

Jilian se agarraba a Chane, muy abiertos los ojos, que no apartaba de la serrada montaña. Nunca había visto un ogro, pero sabía, de oídas, que eran unas criaturas horribles. Si a Chane lo perseguían los ogros, necesitaría toda la ayuda posible.

Ala Torcida escudriñó el cielo. De repente ansió que aparecieran Bobbin y su armatoste.

—Cuando te hace falta un gnomo, nunca lo encuentras —murmuró.

—¿Y para qué los quieres ahora? —preguntó Chane.

—Sería interesante tener una idea de lo que nos aguarda detrás de la próxima curva —dijo el humano—. Sigo opinando que podría servirnos de explorador, si estuviera más a nuestro alcance.

—Bobbin no controla bien su aparato —señaló el enano—. Generalmente, ese trasto va a donde le da la gana.

Ala Torcida dedicó un rato a tranquilizar a
Geekay
. Sujetó sus riendas con firmeza, lo rascó detrás de las orejas y le acarició la nariz. El caballo se había mostrado inquieto durante la última hora, y su amo no sabía si eso era debido a la reciente presencia de un ogro en aquel lugar, o a que desde lejos percibía el olor de los goblins. Aquel caballo compartía una característica con el elfo Garon Wendesthalas: ni uno ni otro soportaban a los goblins.

Pensando en el elfo, Ala Torcida se preguntó por dónde andaría. Lo más probable era que regresara a Qualinost.

Algo calmado
Geekay
, el hombre sacó uno de sus mapas y, después de consultarlo, lo guardó.

—Creo que debemos seguir adelante —dijo—. Tiene que haber un camino de cabras, algo más arriba, que conduce hacia el sur. Lo utilizaremos hasta encontrar algo mejor. Calculo que aún nos faltan tres días para llegar a lugar seguro.

Chane lo miró extrañado.

—¿A lugar seguro?

—Sí; a Thorbardin —contestó Ala Torcida—. Si aceleramos el paso y permanecemos en las alturas, no tardaremos más de tres días en encontrar una patrulla de las que vigilan las fronteras. Desde allí, vosotros poco tendréis que andar para volver a casa, y yo podré dirigirme a Barter y empezar a gastar el dinero de Rogar Hebilla de Oro.

—Es que yo no voy a Thorbardin —replicó Chane sin inmutarse— Ya te dije que, antes, tenía otra cosa que hacer.

—En tal caso, acompañaré yo a Jilian —se avino Ala Torcida—. Yo ya habré cumplido con mi compromiso.

—¡Tú no harás nada de eso! —protestó Jilian—. Yo iré a donde vaya Chane, y tú tienes el deber de seguirnos.

—¡Escucha, Renacuajo! Yo me comprometí a escoltarte en tu busca de Chane Canto Rodado por estos andurriales y a devolverte sana y salva a casa. ¡Muy bien! Estuvimos en plenas tierras salvajes y, en efecto, encontramos a Chane. Pero ahora ha llegado el momento de regresar, ¡y basta!

Sombra de la Cañada escuchaba sentado en una roca cercana. Ante las declaraciones de Ala Torcida meneó despacio la cabeza, pero no dijo nada.

Jilian clavó unos ojos llameantes en el hombre.

—¡Contrajiste una deuda de servicio! ¿Intentas romper ahora tu promesa?

—¡Procuro cumplirla! Sólo te dije lo que debíamos hacer —respondió él, irritado.

—En tal caso tendrás que esperar un poco más, porque Chane tiene que hallar el yelmo de Grallen. ¡Es su destino!

Ala Torcida miró a la joven enana, y luego al barbudo Chane, situado detrás de ella. «¡Son bien iguales los dos! —pensó— Cada cual más terco que el otro.» Y de cara a Sombra de la Cañada, que seguía acomodado en su roca, le pidió:

—¡Habla tú con ellos!

—¿De qué? —preguntó el mago en voz tan baja que era poco más que un susurro—. La chica tiene razón. A Chane le aguarda su destino. Y, como ya te dije anteriormente, no te queda otra opción.

—¡Y yo te respondí que yo tomaba mis propias decisiones! —gruñó Ala Torcida— Al este de esta cordillera hay un valle rebosante de enemigos. ¡Tiene uno que estar loco para meterse allí!

Jilian retrocedió un paso y tomó una mano de Chane entre las suyas.

—¡Bien! —declaró— Te descargo de tu obligación. Continuaremos sin ti, y tú ya no nos debes nada. ¡Adiós!

El caballo sacudió la cabeza, se soltó de Ala Torcida y dio unos trancos camino arriba hasta dejar atrás a los indignados enanos. Allí se detuvo para mirar hacia lo alto y a los lejos, a la vez que soltaba un resoplido y piafaba con fuerza.

—¿También tú? —exclamó el hombre, señalando con un acusador dedo a Chane—. ¡Sólo conseguirás que os maten a todos! ¿Y total por qué? ¡Por un sueño!

—El sueño era real —replicó el enano, sereno—. Grallen me encargó que fuese en busca de su yelmo. Thorbardin está en peligro, y ese yelmo posee la virtud de proteger el reino. Pero ya oíste a Jilian: eres libre de ir a donde te plazca. No te necesitamos.

—¿Y adonde pensáis ir desde aquí?

—A donde fue Grallen. Yo poseo el Sometedor de Hechizos, que me indica el camino.

Ala Torcida aspiró profundamente y soltó el aire en un suspiro.

—¡Allá vosotros, pues!

Recobró las riendas de
Geekay
y echó a andar sin mirar atrás, aunque oyó que lo seguían.

Un trecho más allá, el sendero torcía hacia la derecha para rodear una de las estribaciones de la cordillera, y después se desviaba, ascendiendo de nuevo. En la curva, un atajo partía desde allí en dirección sur. ¡El camino de cabras! Ala Torcida lo enfiló pese a la reluctancia de su montura y avanzó unos cien metros antes de volverse a mirar cómo los demás tomaban por la empinada senda. A aquella distancia se los veía muy pequeños. Dos enanos, un mago y un kender. Fue éste el único que se molestó en volver la cabeza para ver alejarse a Ala Torcida y agitó débilmente la mano.

—¡Locos! —murmuró el hombre—. ¡Están todos locos!

Apoyó el pie en el estribo y montó. Lo esperaban tres días de tierras salvajes, hasta alcanzar la relativa seguridad del reino de los enanos y, por fin, la carretera que debía conducirlo de regreso a Barter, donde descansaría un poco, correría alguna juerguecilla y gastaría el dinero ganado a Rogar Hebilla de Oro con su apuesta...

Ala Torcida se volvió en la silla para mirar otra vez atrás. En la lejanía, Chane Canto Rodado y Jilian Atizafuegos desaparecían detrás de un montículo de rocalla. El mago los seguía con paso pesado. Delante de todos correteaba el kender, evidentemente en busca de todo aquello que los kenders buscaban siempre.

—¡Por todas las lunas! —murmuró Ala Torcida— Debo de estar tan loco como ellos.

Pero lo cierto es que dio media vuelta, espoleó a su caballo y corrió a reunirse con los demás.

Desmontó cuando estuvo nuevamente junto a ellos, cerca de la cresta de la cordillera, y señaló con un exigente dedo a Sombra de la Cañada.

—Hay algo que quiero saber —dijo—. ¿Qué interés tienes tú en todo esto? ¿Por qué vas con ellos?

—Tengo mis propias razones —contestó el mago.

—Esa explicación no me basta —replicó el hombre—. Si he de enfrentarme a un peligro con alguien, necesito conocer sus motivos para arrostrar tal situación.

Chane se atusó los bigotes.

—Me parece una pregunta justa —intervino, estudiando con interés a Sombra de la Cañada—. ¿Qué te hace unirte a nosotros?

El hechicero suspiró y se apoyó pesadamente en su bastón.

—Mucho tiempo atrás —comenzó despacio— hubo un mago renegado. Un hechicero de los Túnicas Negras que había renegado de su Orden. Tres de nosotros fuimos en su busca. Uno de cada Orden. Queríamos... hablar con él.

—¿Hablar con él? —Jilian levantó una ceja, escéptica— ¿Qué significa eso?

—Un mago renegado no puede ser tolerado —declaró Sombra de la Cañada—. Tiene que ser persuadido para que reingrese en una de las Órdenes... o debe ser eliminado. Nosotros tratamos de convencerlo. Lo intentamos, sí. Y, de los tres que fuimos, sólo yo volví. Los poderes de Caliban era superiores a lo que habíamos creído. —Sombra de la Cañada hizo una pausa y prosiguió:— El propio Caliban murió en el encuentro. Sin embargo, vive de alguna manera. Y yo me he impuesto el deber de completar lo que en su momento consideré acabado. Caliban vive y está de parte de quienes se oponen a la búsqueda que realiza Chane Canto Rodado. ¡Quiero dar con Caliban!

Ala Torcida miró al mago con ojos entrecerrados.

—¿Para matarlo?

—Si puedo, sí.

* * *

El sol aún acariciaba los picachos cuando el grupo descendió por un serpenteante paso y pudo contemplar el Valle del Respiro. A lo lejos, el humo flotaba todavía sobre dos aldeas incendiadas. Ya no era el humo de la destrucción, sino el de los fuegos delatores de que allí descansaba un ejército después de ocupar lo que antes había sido un pacífico valle.

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