Las ardillas de Central Park están tristes los lunes (97 page)

BOOK: Las ardillas de Central Park están tristes los lunes
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—La escucho, Becca —dijo Philippe sonriendo.

Becca se animó, desarrolló su proyecto como un constructor de catedrales despliega los planos de las ojivas, las cintras, los pilares, las bóvedas y las cúpulas.

—Me gustaría crear un lugar en el que las mujeres de la calle se sintiesen en casa. Un sitio un poco como un hogar. No un asilo frío y anónimo en el que te cambian de habitación cada noche... No quiero tampoco que se queden paradas en una reserva como animales de feria. Me gustaría que tuviesen la ocasión de conocer a mujeres de las llamadas «normales»...

Tropezó con esa palabra y se detuvo.

—Continúe, Becca —la animó Philippe.

—Que haya un intercambio entre esas mujeres. Y que no sea caridad pura... Se les ofrecería cursos de pintura, de dibujo, de baile, de cerámica, de piano, de yoga, de cocina. A mí me sentó muy bien cocinar... Recompensarlas por su trabajo si fabrican objetos. Por ejemplo, podrían pagar las comidas pidiéndoles que, a cambio, dieran un pastel que hayan hecho, una bufanda que hayan tejido, una escultura de arcilla. Seguramente es algo utópico, pero tengo ganas de intentarlo... Y, empezando poco a poco, no me decepcionaré si todo se derrumba...

—¿Y yo? ¿Cuál será mi papel, aparte de darle el dinero para abrir el centro?

—Voy a necesitar de usted para llevar las cuentas y organizarlo todo. Va a ser un trabajo inmenso hacer que toda esa gente conviva...

—Yo sólo trabajo medio día. Pasaré la mañana en el despacho y las tardes con usted...

—Y además, lo que estaría bien también sería encontrarles trabajo... Convertirlas en personas que puedan mantenerse. Que sepan presentarse, hacer un trabajito de nada, pero un trabajito. Así, el refugio no sería más que una etapa en sus vidas... Cuando te has pasado la noche bajo la lluvia, cuando te ha molestado gente que se pelea o se insulta, ya no sabes cómo presentarte, cómo dirigirte al otro, pierdes las formas, el vocabulario... Te sientes sucia... Podríamos hacer todo eso juntos... Voy a necesitar un hombre para hacer cumplir la ley...

—¿Tendré que usar los bíceps?

—No necesariamente... ¿Sabe usted?, la autoridad se adivina, ¡no necesitará dar ningún puñetazo sobre la mesa!

—Me gusta mucho ese proyecto, Becca, muchísimo... ¿Cuándo empezamos?

—Esto..., cuando tengamos el dinero...

—Y tiene usted una idea, supongo...

Becca decía sí, sí, con el pastor Green he hecho un presupuesto y aquí está...

Mostraba cifras para un mes, seis meses, un año...

—Lo que estaría bien sería partir de la hipótesis de un año...

Philippe miró los números. Becca había trabajado bien. Estaba limpio, claro, detallado. Ella le observaba, inquieta.

—No se echará atrás, ¿verdad?

Él sonrió, diciendo ¡no, nada de eso!

—Así, si trabajásemos este verano, estaríamos listos en septiembre...

Philippe hizo venir a representantes de Sotheby’s y Christie’s a su casa.

Les ofreció un
Butterfly painting
de Damian Hirst, valorado en ochocientos mil dólares, un candelabro de David Hammons, valorado en un millón trescientos.

Fue Sotheby’s quien se encargó de la venta.

Después llamó a su amigo Simon Lee, un reputado marchante de arte londinense, para venderle un
Center Fall
de Cindy Sherman.

Y rellenó un cheque para Becca.

Ella tuvo que sentarse para leerlo.

—¡Es demasiado! ¡Demasiado!

—¿Sabe?, si he leído bien su proyecto, va a necesitar mucho dinero... Habrá que instalar habitaciones, servicios, duchas, calefacción, una cocina completa... Eso costará caro.

—No quiero que el cheque vaya a mi nombre, sino al de nuestra fundación... Tendremos que ponerle un nombre, abrir una cuenta en el banco.

Hizo una pausa y exclamó:

—¡Pero bueno, Philippe! ¿Se da usted cuenta del regalo que va a hacer a toda esa gente...?

—¡Si supiese lo bien que me siento! Antes tenía un peso a la altura del pecho, no conseguía respirar... Y ha desaparecido. ¿Se da usted cuenta? Ahora respiro, ¡respiro!

Se golpeó los pulmones y sonrió.

—Este año mi vida ha cambiado, y apenas me he dado cuenta... Me creía parado, pero sólo estaba mudando lentamente... ¡He debido de ser horriblemente aburrido!

—Pasa a menudo. Cambiamos sin notarlo...

—¿Sabe usted que, haciéndome vender en este momento, me obliga a hacer un buen negocio? —dijo con aire malicioso.

—¿Ah, sí?

—Es el momento de vender, el mercado ha vuelto al alza, pero no va a durar... El mercado del arte sólo es un mercado, sin más. La palabra «arte» ha desaparecido... Después de un año difícil, ha vuelto la especulación. Las subastas baten todos los récords. El arte se ha convertido en el valor refugio de un medio totalmente desconectado del mundo real.

—Pero los artistas ¿no pueden actuar? ¿Protestar?

—Artistas reconocidos se han puesto a producir en grandes cantidades para satisfacer la demanda. Richard Prince, por ejemplo. ¿Le conoce?

Becca negó con la cabeza.

—No sé nada de arte moderno.

—Un
Nurse Painting
de Richard Prince que se vendió por sesenta mil dólares en 2004 ha alcanzado los nueve millones de dólares en mayo de 2008 en el Sotheby’s de Nueva York. Ante esta situación, Richard Prince se ha puesto a producir en cadena. Su trabajo se ha empobrecido, estandarizado. Muchos artistas conocidos han hecho como él en detrimento de la creatividad y la calidad... Y mientras tanto, las galerías que hacen un trabajo monstruoso para lanzar artistas jóvenes sufren. Ya no tienen dinero...

—Su sueño ha volado... Con todos esos dólares...

—Sí. Un sueño que sólo está hecho de dólares es un mal sueño... Mi sueño de niño era entrar en un cuadro, mi sueño de adulto es salir de él...

Le contó su primera emoción ante una tela de Caravaggio, en Roma.

Becca le escuchó y recogió los pedazos de su sueño roto.

Llevó a Philippe a ver la iglesia y el pequeño edificio anexo a la misma en Murray Grove. Un conjunto de ladrillo rojo, rodeado por un jardín y dos grandes plátanos. Las salas eran vastas, los techos en ojiva, el suelo de grandes piedras blancas.

En el gran espacio vacío, se imaginaba la cocina, las habitaciones, las duchas, el comedor, la sala de televisión, las estanterías para los libros, el sitio para el piano, las cortinas... Ella abría las puertas y amueblaba cada habitación con sus proyectos.

El pastor Green se unió a ellos. Era un hombre robusto de mirada viva y nariz puntiaguda. Con el pelo blanco y la tez rojo ladrillo. Se parecía a su iglesia. Dio las gracias a Philippe por ser tan generoso. Philippe le dijo que no quería volver a oír esa palabra.

Localizó una habitación más pequeña en el primer piso y decidió que allí estaría su despacho. En la pared había una frase escrita a mano, en letras mayúsculas: «Cuando el hombre haya cortado el último árbol, contaminado la última gota de agua, matado al último animal y pescado al último pez, se dará cuenta de que el dinero no es comestible».

Decidió dejar esa frase en la pared de su despacho.

Al volver a casa, Becca le cogió del brazo y declaró que era feliz.

—He encontrado mi sitio... Tengo la impresión de haber buscado toda mi vida. Es extraño. Es como si hubiese vivido estos años sólo para llegar a esta pequeña iglesia... ¿Qué cree que significa eso?

—Es una reflexión muy íntima... —remarcó Philippe estrechándole el brazo—. Sólo usted sabe qué lleva en su interior... Dicen que lo realmente emocionante es el camino por recorrer...

—Desbordo alegría y necesito contarlo...

Él la miró. Una intensa luz abrazaba su cara.

—¿Y usted? —preguntó ella—. ¿Es feliz?

—Es curioso —dijo—, ni siquiera me planteo la pregunta...

* * *

Hortense llegó voluntariamente con veinte minutos de retraso a la cita que había concertado con Chaval.

—A las cuatro de la tarde en Mariage, al lado de la sala Pleyel... —le había dicho por teléfono—. Me reconocerás, ¡seré la chica más guapa del mundo!

Él habrá llegado un cuarto de hora antes, se habrá alisado diez veces el forro de la chaqueta y el bigote, observando su reflejo en una cucharita como una mujer coqueta... Media hora de espera le habrá puesto nervioso y así me lo enrollaré más fácilmente al dedito, como un muelle roto.

Chaval no sólo se enrolló: hizo rizos, nudos, arabescos, sus ojos giraban como hélices, su sonrisa en espiral, una sonrisa torcida de doloroso deseo. El infortunio del hombre aflora siempre en su apariencia física y Chaval ya no se tenía en su sitio. Se había convertido en un ser blando, reptil, con las facciones hundidas.

La visión de Hortense azotó sus entrañas. Todo su cuerpo se estremeció con un temblor nervioso que no sabía controlar.

Ella estaba aún más hermosa que en sus recuerdos. Se levantó de la silla. Sus piernas temblaban y desfallecían. La miraba y recibía metrallas de obús en plena cara. La respiración entrecortada. Los ojos fuera de sus órbitas. Y pensaba esa chica fue mía, la he tenido bajo mis caderas, en la punta de mi sexo, la he estrujado, masajeado, he lamido sus senos, la carne tierna de su vientre. Se sintió como decapitado. Arrancado por un proyectil. Ya no era capaz de razonar. Sintió unas violentas ganas de estrecharla contra sí y se agarró al mantel blanco que cubría la mesa.

—Me alegro de verte —dijo dejándose caer sobre el sillón de mimbre.

—Y yo también —consiguió articular ella.

Tenía la boca seca, pastosa, como si mascara yeso.

—Creí que estaba soñando cuando me llamaste...

—¡Has hecho bien en no cambiar de número de teléfono!

—Y cuando te he visto entrar... Yo... Yo...

Balbuceó. A Hortense le pareció lamentable y pensó que el asunto iba a zanjarse deprisa. El hombre apenas podía controlarse. Casi se sintió decepcionada, no tendría nada emocionante que contarle a Junior. Decepcionada y aliviada. No estaba convencida de que la estrategia de Junior fuera la buena. No se sentía cómoda ante la idea de comportarse como un policía, predicar una falsedad para llegar a la verdad. Prefería confiar en su instinto que le susurraba que Chaval se dejaría atrapar como un conejo ante una promesa de voluptuosidad. Conocía al hombre porque lo había probado.

Declaró, estirando sus largos brazos desnudos y apuntando sus senos pequeños hacia él:

—Quería saber qué había sido de ti... Pensaba en ti y me decía ¿qué estará haciendo? Hace tanto tiempo...

Chaval se atragantó de alegría. ¡Pensaba en él! ¡No le había olvidado del todo! Se preguntó si no estaría soñando y repitió las mismas palabras estúpidas, las palabras del enamorado que balbucea su felicidad.

—¡Pensabas en mí! ¡Pensabas en mí! ¡Dios mío! Pensabas en mí...

—¿Qué tiene eso de raro? Tú fuiste mi primer amante. El primer amor no se olvida nunca...

—Fui tu primer amor, tu primer amor... ¡y no me lo decías! Tu primer amor...

—¿Acaso necesitaba decírtelo? —maullaba Hortense jugando con el pelo.

—¡Y yo no lo sabía! ¡Dios mío! ¡Qué tonto fui!

—¿Así que no sabes nada del lenguaje de las mujeres enamoradas?

Él la miró fijamente, desamparado. Sus manos temblaban.

—Eres como todos los hombres, te quedas en lo que oyes, en lo que ves, ¡no buscas lo que hay detrás! A veces escondemos la verdad bajo la falsedad, el diamante bajo el fango...

Adoptó un aire ofendido por haber sido incomprendida. Volvió la cabeza hacia el fondo de la sala, sabía que ése era su mejor perfil.

—Te pido perdón, Hortense, te pido perdón.

¡Dios mío! ¡Qué fatigoso es verle desvariar así! ¡Voy a acabar con esto, si no se me va a morir en los brazos!

Sonrió, moviendo de nuevo su densa cabellera.

—Te perdono... Es una vieja historia...

Chaval se estremeció y le lanzó una mirada de perro apaleado. ¡Oh, no! La historia no había terminado, quería volverla a tener entre sus brazos, estrecharla contra sí, hacerse perdonar haber sido ciego, sordo, pánfilo. Estaba dispuesto a todo para obtener de nuevo su gracia. Extendió el brazo, le atrapó la mano. Ella le dejó hacer con la magnanimidad de la mujer que perdona. Él la apretó y le prometió que nunca más volvería a dudar de ella.

—He perdido la cabeza por ti, Hortense...

Ella le acarició la mano y dijo no importa, no te preocupes.

—Me resulta extraño, ¿sabes? —prosiguió Chaval mirándola con los ojos húmedos.

¡Qué horror! ¡No irá a echarse a llorar, además!, pensó Hortense. Este hombre es verdaderamente repugnante.

—Me había acostumbrado a pensar en ti en pretérito imperfecto... Pensaba que no te volvería a ver...

—¿Y por qué?

—Desapareciste de forma tan precipitada...

—Yo lo hago todo de forma precipitada —reconoció—, estoy en la edad...

¡Paf!, pensó, así le recuerdo que es más viejo que yo, que está en plena cuarentena. Le dejo tocado, y a mis pies.

—Y además trabajo mucho... He conseguido un contrato con Banana Republic en Nueva York, me voy dentro de una semana.

—¿Te vas a Nueva York?

—De hecho, mi llamada telefónica era interesada...

—Si puedo ayudarte...

—Quería saber si conocías esa empresa... Cuál es su punto fuerte, su clientela. ¿Mujeres jóvenes o maduras? ¿Diseño cosas desenfadadas o vestidos de noche? Si pudieses ayudarme...

Halagar al interlocutor para que sus defensas caigan y su espalda ceda... Hortense sabía que esa receta era infalible. Sobre todo con un hombre como Chaval. Él aspiró el cumplido como quien fuma un cigarrillo prohibido y se creció, sintiéndose importante.

—No conozco muy bien esa marca, pero puedo informarme...

—¿Harías eso por mí?

—Lo haría todo por ti, Hortense...

—Gracias, tomo nota... Eres un amor...

Había dicho eso con un punto de ternura y Chaval sintió que recuperaba sus armas de caballero andante. ¡Dios mío! ¡Dios mío! ¿Cuánto tiempo he permanecido dormido? Sin elucubrar proyectos brillantes. El hambre me había abandonado. Ha bastado con que Hortense entrase en este salón de té, dejara su bolso sobre la mesa y me sonriera para que mi cabeza y el gaznate ardieran. Había olvidado lo que era una mujer de verdad, una mujer peligrosa, una mujer desdeñosa que te lanza desafíos y abre un precipicio a tus pies. Tenía ganas de saltar a ese precipicio. Olvidó todas sus normas de prudencia y no tuvo más que un deseo: contarle a Hortense sus proyectos y la enorme fortuna que le esperaba.

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