Las ardillas de Central Park están tristes los lunes (90 page)

BOOK: Las ardillas de Central Park están tristes los lunes
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Quiero hacerle daño, pensó mirando el patio pavimentado al otro lado de la calle, ese patio pavimentado que, antaño, eran sus dominios. Cuando ella entraba, todas las espaldas se doblaban, la temían. Le gustaba leer el miedo en las nucas inclinadas. El miedo en los ojos de Marcel que no sabía cómo romper la cadena que yo sostenía con mano firme. ¡Ay! Cree haberme vencido.. ¡Cree que puede instalar a esa zorra en mi lugar! Y ahora se pasea con mujer e hijo del brazo... Esto no quedará así. Quiero recibir cada mes mi parte de sus ganancias. Todo lo que hay en estos despachos me pertenece. Esto era mi caja fuerte, mi plan de pensiones. Él me apartó de su lado de un plumazo tachando mi nombre de su nueva sociedad. Fui expoliada. Lo pagará. Y saber tan cercana la hora de su venganza la hacía estremecerse con un extraño bienestar. La saliva volvía a su boca seca, la sangre latía en sus sienes, un rosa tenue teñía sus mejillas pálidas. ¡Vengada! ¡Vengada! Primero iré poco a poco, retiraré algunos cientos de euros y después iré
in crescendo
y haré que se tambaleen sus cuentas. No las mira nunca, y la Trompeta está ocupada en otra cosa. Con los balances de Pekín, de Sofía, de Bombay, de Milán y demás. Balances que hablan varios idiomas, varios bancos, la Trompeta ya no sabe qué comprobar. Las cuentas particulares no las verifica. Piensa que eso es cosa de él. Y él... No tiene suficiente con las veinticuatro horas del día para hacerlo todo, y deja sueltas las riendas. Ese hombre se hunde, se adormece, le falta nervio. Mientras que yo sigo siendo vigorosa, insaciable, renacida por la necesidad de venganza... Yo aprendo a utilizar un ordenador, busco en Google, pulso las teclas, practico escalas, abro Safari, entro en mi cuenta, verifico mis inversiones. Yo he aprendido, y no dejo de aprender. Monto mi empresa en la sombra. Chaval tendrá que vigilar, interrogar a la Trompeta, avisarme en caso de peligro. Será un desafío nuevo. Es una cuestión de honor. Lo único que hago es reparar una injusticia...

El dinero es cálido, es suave, palpita, es lo que te irriga de deseo cuando la piel se vuelve gris y los labios blancos. Atrapar el dinero al vuelo es como lanzar la caña de pescar en aguas tranquilas. El placer está tanto en la espera como en la presa... Los que malgastan el dinero no saben eso. Creen que la embriaguez consiste en gastarlo. No piensan en ese tiempo de espera, ese estremecimiento delicioso cuando el pez va a picar, cuando da vueltas alrededor del anzuelo... ¡De cuántos placeres se privan! Ese dinero que me espera es mi pretendiente, mi enamorado ardiente, mi salvador. ¡Voy a volver a ser una mujer, y una mujer todopoderosa!

Divagaba mientras consultaba el reloj. Vigilando la luz del día que se retiraba. Apretando sus labios delgados y abrazando su bolso, que contenía las llaves de la empresa y el código secreto.

Se levantó.

Había llegado la hora.

Atravesó la avenida, pasó por la puertecita, a la izquierda del portal. Clac-clac-clac, franqueó el patio pavimentado. Pulsó el código de acceso. Entró en los pasillos. Reinaba un silencio peculiar. Un silencio de ciudad fantasma. Abrió la puerta del despacho de Denise Trompet. Vio la mesa. Cogió la llavecita. Abrió el cajón. Registró las carpetas. Leyó las etiquetas. Ardía, ardía. Se detuvo un instante para no cometer errores, para no dejar desorden ni huellas. Se había puesto guantes. Localizó una carpeta con la etiqueta «Marcel Grobz-Personal» y un sacapuntas puesto encima. La abrió. Allí estaban las claves. Anotadas en grandes letras, con rotulador rojo. «Claves personales», había escrito la Trompeta con su caligrafía de mujer concienzuda. Las cogió y las puso sobre la fotocopiadora. El rayo luminoso las barrió. La máquina escupió una hoja impresa. Devolvió la carpeta a su sitio, colocó el sacapuntas bien recto encima de la etiqueta. Cerró el cajón, la puerta del despacho. Volvió a conectar la alarma. Cerró las puertas con llave. Clac-clac-clac, atravesó el patio pavimentado. Se escondió durante un instante bajo la glicina para verificar que nadie la había visto. Respiró el perfume de las flores, henchida de felicidad.

Se escapó por la puertecita contigua al portal.

Un juego de niños...

Se sentía casi decepcionada.

Pensó nos acostumbramos al peligro, a la audacia.

Esta misma noche retiraría una primera cantidad de dinero. Obtendría un primer rescate...

—Me parece que hemos olvidado un detalle, señora Grobz —dijo Chaval, arrodillado al lado de Henriette.

Se habían citado en la iglesia de Saint-Étienne, en la capillita de la Virgen María. Estaban solos. La iglesia estaba vacía. Los cirios ardían cargados de votos silenciosos que ascendían hasta el cielo y ramas de gladiolos marchitos rozaban los pies desnudos de la Virgen Santa. Habría que cambiar esas flores, pensó Chaval, que de pronto se sentía generoso, ahora que iba a ser rico.

—Todo ha funcionado sobre ruedas..., ¿qué más quiere? —preguntó Henriette Grobz, la cabeza inclinada, los dedos cruzados como si rezara.

—Simplemente hemos olvidado precisar mi porcentaje...

—¿Un porcentaje? —exclamó Henriette, sorprendida, estremeciéndose bajo su gran sombrero.

—Sí, señora, un porcentaje. Me parece que yo tengo algo que ver con lo que recupera...

—¡Pero si no ha hecho usted casi nada!

—¿Cómo que no he hecho casi nada? ¿Quién le ha conseguido la llave del cajón? ¿Quién ha desviado a la Trompeta de su sagrado deber? ¿Quién vela con el fin de que todo salga bien? Yo, yo y otra vez yo.

—¿Y quién entró ilegalmente en los despachos? ¿Quién enciende el ordenador y traslada los euros de una cuenta a otra? ¿Quién se arriesga a que la cojan? ¡Yo, yo y otra vez yo!

—Es precisamente lo que digo, estamos los dos metidos en esto... Dos cómplices. Si uno rompe el acuerdo, al otro le pillan como a una rata.

—¡Cuide su lenguaje, Chaval! No me gusta su metáfora...

—Lo repito. Estamos unidos el uno al otro, usted no puede hacer nada sin mí, como yo no puedo hacer nada sin usted. Caminemos pues al mismo paso, igual y fraternal, y compartamos el dinero..., 50-50. Es mi última palabra, no negociable...

Henriette estuvo a punto de ahogarse y volvió su rostro crispado de cólera hacia Chaval.

—¿No le da a usted vergüenza? ¿Extorsionar a una pobre mujer?

—¿Y mi conciencia? ¿Ha pensado en ella? ¿Cuánto vale mi conciencia? Al menos un 50%, creo...

—¡Su conciencia! —balbuceó Henriette, fuera de sí—. No vale nada... Es perezosa como una culebra y sólo se despierta cuando le pisan la cola... ¡Y aún me contengo!

—Conténgase, querida, conténgase si eso la divierte, pero no soltaré mi presa.

—Me niego a darle la mitad de mis ganancias...

—De nuestras ganancias —precisó Chaval, contento de haberla hecho rabiar.

Pierde pie, la vieja, se ahoga, no había previsto que él se mostrara insaciable. Se inclinó hacia ella y con una voz lenta, falsamente dulce, murmuró:

—No tiene elección... Y ¿sabe qué? No intente engañarme. Iré a verificarlo. Yo también tengo la llave. Mandé hacer dos copias. No soy tonto... Y quien tiene la llave tiene las claves... ¿Creía que la iba a dejar actuar a su antojo? ¿Desplumar al viejo Marcel y desplumarme a mí de paso? ¿Darme algunos cientos de euros para que le compre un perfume a Hortense y la lleve a cenar a un buen restaurante? ¿Darme una limosna de vez en cuando para tenerme contento?

Sí, pensó Henriette apretando los dientes. Era eso exactamente lo que había pensado hacer. Lanzarle una moneda de vez en cuando para tenerle contento.

—Es usted muy ingenua... Así pues, vigilaré cada movimiento de dinero en cada cuenta. La dejo, mi querida señora, voy a comprarme una chaqueta que he visto en Armani y después, pasaré por mi concesionario Mercedes para pedir un descapotable SLK... ¿Conoce usted el descapotable SLK 350 sport? ¿No? Debería echarle un vistazo en Internet, ahora que sabe utilizarlo... Es asombroso. ¡Unas prestaciones y una pureza de líneas! No sé si elegir el gris oscuro o el negro. Aún no lo he decidido Soñaba con él desde hace mucho tiempo... Me gustaría llevar a mi anciana madre a Deauville a dar una vuelta por el muelle, comer ostras, caminar sobre la arena... Tiene su misma edad, no le queda mucho tiempo de vida y me gustaría cuidarla. Quiero mucho a mi vieja mamá...

—¡Nunca! ¡Nunca! ¡Nunca! —martilleó Henriette llena de rabia—. No tendrá porcentaje, Chaval. Estoy dispuesta a recompensarle sus esfuerzos. Acordar una comisión por todo este asunto, pero nada más... Se acabaron los tiempos en los que dependía de un hombre. Y en ningún caso quiero depender de usted.

—Eso ya lo veremos, señora, ya lo veremos... Pero piense bien lo que le digo. Si no cede, se lo confesaré a la Trompeta y diré que todo es culpa suya. Le contaré que lo hice todo por ella, para ser digno de su amor, la convertiré a usted en la única culpable. Y se lo tragará todo... Se las arreglará para que Marcel Grobz cambie los códigos y todo vuelva a la normalidad. Ella me quiere, ¡pobre chica, está loca por mí! Haría cualquier cosa por mí... Piénselo, señora Grobz... La espero aquí mismo mañana por la mañana, a la misma hora...

Con estas palabras, se levantó. Saludó a Henriette Grobz e hizo una genuflexión ante la Virgen María.

El aire fresco y suave depositó una caricia sobre su rostro cuando salió de la iglesia.

Tras su cita con Josiane, pensó que su esperanza de que Marcel Grobz le contratara era vana. Josiane nunca firmaría la paz. Sólo le quedaba el asunto con Henriette para vivir. Recuperaría fuerzas, se compraría un guardarropa, haría una cura de salud, iría a respirar el aire del mar, se apuntaría a un gimnasio, levantaría pesas y, una vez recuperado, pensaría. ¿Para qué buscar trabajo? Pronto tendría a dos mujeres que trabajarían para él. Ya no necesitaría sudar. Invertiría el dinero robado. O montaría su propia empresa. Tenía todo el tiempo del mundo para pensarlo.

No había prisa.

El día antes había consultado las cuentas de Marcel. ¡Había estado a punto de caerse de espaldas! Había tenido que abrir y cerrar los ojos para contar las unidades. Coger papel y lápiz. Copiar. Contar. Pellizcarse, decirse que no estaba soñando. ¡Aquello sumaba cientos de miles de euros! Inmediatamente había olvidado la idea de trabajar. Iba a dejarse mantener tranquilamente por la vieja. Ella pasaría lentamente el dinero de una cuenta a otra y le entregaría la mitad.

Así iban a ser las cosas.

Se detuvo en Hédiard. Compró foie gras y una botella de un buen vino blanco. Pan Poilâne para tostarlo y poner encima una buena loncha de foie gras. Pato u oca. ¿Cuál elegir? De nuevo tenía dónde escoger... Y compraría un bonito ramo de gladiolos para la Virgen María.

No es que de pronto se hubiese vuelto creyente.

Simplemente quería tener toda la suerte de su lado.

* * *

Hortense reflexionaba, tumbada en la cama y haciendo girar los tobillos. Rotación a la derecha, rotación a la izquierda. Eso relajaba los músculos y reforzaba las articulaciones. Había caminado todo el día buscando piso. Todo era demasiado feo o demasiado caro. Empezaba a desesperarse.

Tenía en sus manos sus notas de su segundo curso en Saint-Martins. Una media de 87%. Era más que Muy Bien. El Muy Bien empezaba en un 80%. En el margen, su tutor había escrito una sola palabra, «excelente», y un signo de exclamación. Su proyecto de fin de curso —realice un modelo para una cadena de tiendas populares— había sido elegido mejor proyecto del año. Se le había ocurrido la idea fijándose, en el metro, en que la cremallera se había vuelto a poner de moda. Estaba en todas partes, en los bolsos, los zapatos, las chaquetas, los guantes, las bufandas, los gorros. Era el detalle de moda de la temporada. Pensó ¿por qué no un vestidito muy elegante diseñado en torno a una cremallera larga?
The zip dress
! Una cremallera larga delante y una cremallera larga en la espalda. La cremallera daría un aire canalla al vestidito. Dos trozos de tela completamente rectos. Puedo jugar con el material, con la longitud. Podría llevarse abierta por delante, escotada por detrás o completamente cerrada. Versión severa o seductora. La tela debería ser flexible para moldear el cuerpo o más suave si se deseaba un modelo para mujer rellenita. Un vestidito negro fabricado a precio de ganga, vendido por treinta y nueve libras. Ideal para una cadena tipo H&M. Había ido corriendo a ver a Adèle, que tenía una tienda de ropa antigua al lado de su casa, en Angel. Le había dibujado el modelo y Adèle lo había confeccionado en un abrir y cerrar de ojos. ¡Llegarás lejos, pequeña!, había dicho Adèle. ¡Eso espero!, había respondido Hortense.

Apenas había parpadeado al leer sus notas y los aduladores comentarios de sus profesores, que le auguraban un magnífico futuro si continuaba por ese camino. Perfecto, pensó observando sus pies, pero sigo sin tener un periodo de prácticas para este verano... Y no voy a encontrarlo quedándome tumbada en la cama haciendo girar los pies. Tendría que vestirme, salir y enseñar el palmito... Las prácticas no se consiguen en el tablón de anuncios de la escuela o leyendo el periódico, hay que buscarlas a base de sonrisas, yendo a fiestas, bares y discotecas y aquí estoy yo, ¡tumbada mirándome los pies! Me faltan ganas...

Nicholas le había propuesto un trabajo en Liberty, pero lo había rechazado. Me apetece algo más importante, más exótico. Un saltito fuera de Inglaterra, atravesar fronteras, Milán, París, Nueva York... Y además no me gusta la idea de tener que agradecértelo todo... Él había contestado ¡como quieras! Pero si no tienes otra cosa... Parecía seguro de sí mismo. Convencido de conservarla a su lado todo el verano. No le habían gustado sus aires de propietario tranquilo.

No le gustaba su vida últimamente. No habría sabido explicar por qué. Le faltaba chispa. O quizás estaba cansada... O quizás... No lo sabía, y no tenía ganas de buscar lo que fallaba.

Allí estaba, en la cama, haciendo girar los tobillos, imaginando cómo ocupar las largas vacaciones que se acercaban cuando sonó el teléfono. Era Anastasia, una chica de la escuela. La invitaba a ir con ella al Sketch, la nueva disco de moda. Estaba tomando una copa con un amigo.

—¿Has recibido tus notas?

—Sí —dijo Hortense mirándose los dedos de los pies que empezaban a perder el barniz.

—¿Estás contenta?

—87%... Y mi vestidito elegido mejor proyecto del año...

—¡Entonces vente con nosotros! ¡Vamos a celebrarlo!

—De acuerdo...

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