Las ardillas de Central Park están tristes los lunes (88 page)

BOOK: Las ardillas de Central Park están tristes los lunes
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—...

—Cuando murió, se llevó el pasado con ella. En cierta forma, yo me sentí aliviado. Me dije que por fin iba a poder pasar página... ¡La desaparición del último testigo molesto! Pero Cary Grant seguía vivo, sabía de él por la prensa, se había retirado del cine, trabajaba para Fabergé, se había convertido en el representante ideal de una firma de cosméticos... Se había vuelto a casar. ¡Por quinta vez!

—¿Y nunca más volvió a amar a nadie?

—Nunca más. Me centré en mi vida profesional. Conocí a un hombre que me ayudó mucho en mi carrera, que me aconsejó que volviera a casarme. Pensaba que los hombres solitarios no inspiran confianza. Me casé con Alice, mi actual esposa. No sé cómo conseguí tener dos hijos. Para ser como todo el mundo, seguramente. Eso es todo lo que me quedaba en la vida, ser como todo el mundo... Tengo dos hijos, planos y apagados como yo. Dicen que se parecen a mí. Eso me da escalofríos... No quería que encontraran la libreta negra. ¡Su padre enamorado de un hombre! ¡Qué escándalo! Mi mujer me daba igual, a decir verdad. Puede pensar lo que le dé la gana, me importa poco... ¿Está usted casada?

—Soy viuda...

—¡Oh! Le ruego que me perdone...

—No se disculpe... Soy divorciada y viuda del mismo hombre. Yo tampoco sé por qué me casé... Era una jovencita tímida que creía que no tenía derecho ni a respirar. Me parezco mucho a usted. Por eso quiero escribir su historia y me gustaría que me ayudara contándome lo que no escribió en la libreta negra...

Él miró a Joséphine y le tendió la mano. Ella la cogió; era fría, delgada, fina. La apretó para transmitirle calor.

—Es demasiado tarde —dijo el señor Boisson—, es demasiado tarde...

* * *

Josiane y Junior se dirigían hacia la plaza Pereire. Chaval les había citado a las cuatro de la tarde en el Royal Pereire.

Josiane le había avisado, iré con mi hijo, tiene tres años... ¿Es imprescindible?, había preguntado Chaval. Es innegociable, había respondido Josiane.

Bajaban los dos por la calle de Courcelles. Junior, en su sillita MacLaren azul marino, Josiane, envuelta con una gran pashmina rosa, detrás de él. Ella estaba exultante y conducía la sillita con mano experta.

—¡Qué bonita pareja hacemos! —exclamó, al ver su reflejo en una vitrina.

—Esto es excepcional, recuérdalo —dijo Junior, enfundado en una chaqueta azul cielo. Se miraba fijamente los pies, calzados con unos botines adornados con una cabeza de león en el pie izquierdo y un pulpo raquítico en el derecho—. Pero ¿cómo se puede obligar a llevar cosas tan horrendas a los niños, madre? Es un ultraje a su sensibilidad...

—Al contrario, eso les despierta, les enseña lo que es la vida. El león y el pulpo... El león devora al pulpo, pero el pulpo, retorcido y diestro, intenta huir... Uno tiene la fuerza, el otro la habilidad. ¿Quién ganará?

Junior prefirió no responder y prosiguió:

—Recuerda lo que hemos hablado... Dejas que se acerque, contestas a sus preguntas de forma evasiva, le mareas mientras yo me engancho a su cerebro y le leo el pensamiento... Al principio no desconfiará, tendrá la mente abierta y entraré con facilidad. Pero cuando empiece a exponer su plan sus neuronas se calentarán y formarán una barrera. Entonces me costará penetrar en sus circuitos... No tenemos más que decidir una frase, que yo te diré en lenguaje bebé para indicarte que ya está, que estoy conectado... ¿Qué te parece Tatamayabobo?

—¿Tatamayabobo? ¡Muy bien, jefe!

—Después... Una vez conectado, cada vez que él diga una mentira, yo dibujaré una larga línea roja en el margen de mi libro... No tendrás más que echarle un vistazo distraído mientras hablas, ¿de acuerdo?

—¡Tatamayabobo, Junior! ¡Guzi-guzi, bum-bum, estoy exultante, entusiasmada, saco pecho, jugueteo, retozo, exploto! Soy la gran duquesa de Hohenzollern y paseo a mi principito...

Josiane saboreaba esa nueva complicidad con su hijo. Marchaban los dos al frente para salvar a su querido osito en peligro.

—¡Perfecto, madre! ¡Pero ten cuidado o vas a ser tú la que vuelva a la infancia!

Chaval les esperaba. Gafas de sol, camisa entreabierta, vaqueros negros estrechos, camperas negras, bigotito fino bien dibujado, afeitado apurado. El hombre parecía sereno, próspero. Se acariciaba el escote con una mano de manicura perfecta. Josiane se preguntó qué escondía esa insolente desenvoltura.

Plegó la sillita, cogió a Junior en brazos y le sentó a la mesa.

—¿Y a esta edad habla... éste? —preguntó Chaval señalando a Junior con el dedo.

—No dice frases enteras, pero habla... Y tiene un nombre, ¡se llama Junior!

—¡Hola, tío! —no pudo evitar decir Junior mirando a Chaval fijamente a los ojos. A él tampoco le había gustado ser reducido a un «éste».

—¿Has oído? —se sobresaltó Chaval—. ¡Cómo habla el crío!

—Está en la edad en la que repiten todo lo que oyen... —afirmó Josiane mientras pellizcaba el muslo de su hijo por debajo de la mesa.

Junior cogió el libro que le ofrecía su madre y reclamó lápices de colores. Koroles, koroles... Josiane los buscó en su gran bolso. Junior empezó a gritar que los quería ya. Le habían pedido que se comportara como un bebé, y lo hacía. Los niños están tan mal educados hoy en día... Una mujer de una mesa vecina lanzó a Josiane una mirada de reproche que censuraba claramente su forma de educar al niño. Josiane le dio a su hijo los lápices de colores y él se calmó.

Se produjo un silencio incómodo. Chaval miraba a Junior con repugnancia. Josiane contaba los segundos que pasaban y se impacientaba.

—¿A qué esperas para pedirme algo? ¿A que los elefantes vuelen?

—¿Qué te apetece beber? —preguntó Chaval, incómodo con Junior.

Ese niño tenía una manera extraña de mirarle. Sus ojos se clavaban en él como dos destornilladores.

—Yo tomaré un té y para Junior zumo de naranja...

—¡Lo va a poner todo perdido!

—No. Bebe con mucha educación...

—Oye, ¿es normal que esté tan colorado?

—Está dibujando, se concentra...

Junior estaba penetrando en el cerebro de Chaval. Había franqueado el fórnix y tropezó con el
septum lucidum
, una membrana doble y fina que separa la parte anterior de los dos hemisferios cerebrales. El esfuerzo le congestionaba, empujaba y empujaba, como si estuviese sentado en su orinal.

—¿Y el pelo rojo también es normal?

—Sí, porque, de hecho, es un payaso... ¿No te has dado cuenta? —respondió Josiane, indignada—. Un payaso rojo con las mejillas rojas, el pelo rojo y la nariz roja... y si lo enchufas, parpadea. Es ideal para Navidad, así te ahorras las guirnaldas... A veces lo alquilo para los cumpleaños, ¿te interesa? Te haré descuento...

—Perdóname —dijo Chaval, retractándose—, no estoy acostumbrado a los niños.

—¿Acaso te pregunto yo si es normal tener un hilito de excrementos debajo de la nariz?

—No es una línea de mierda, ¡es un bigotito fino!

—Pues Junior es lo mismo... No es un payaso, es mi hijo adorado, ¡así que te callas! Si continúas comportándote así con la gente, mirándoles por encima del hombro con tu estatura de enano, ¡te aseguro que no irás al cielo!

—No importa, tengo reserva en otro lado...

Junior, contento del tiempo ganado con el lance dialéctico entre Chaval y su madre, progresaba, franqueó el
septum lucidum
, el cuerpo calloso, y estableció por fin un enlace directo con el cerebro de Chaval.

—¡Tatamayabobo! —gritó al alcanzar el objetivo.

Josiane se pasó la mano por la permanente, se humedeció los labios, se envolvió con su pashmina rosa y preguntó:

—¿Así que querías verme para conocer a mi hijo?

—No exactamente —dijo Chaval esbozando una media sonrisa que le deformó la mejilla izquierda—. Me acordé de tu capacidad para encontrar productos para Casamia... Voy a ser honesto contigo, Josy...

Josy... Una luz de alerta se encendió en el cerebro de Josiane. Ese tipo intentaba ablandarla utilizando el tierno nombrecito que antaño murmuraba cerca de la máquina de café para seducirla. Junior trazó una gran raya roja en su libro.

—... me gustaría mucho volver a trabajar en Casamia. Creo que Marcel necesita a alguien. Ya no puede con todo. Tu hombre está agotado.

Josiane permaneció muda y, siguiendo los consejos de Junior, le dejó hablar.

—Necesita un comercial atractivo, disponible, agudo, y ese hombre poco común ¡soy yo!

—¿Y me necesitas para presentarte ante él?

—Querría saber si te mostrarías favorable a esa idea...

—Tengo que pensarlo —dijo Josiane sirviéndose su té Lipton etiqueta amarilla—. La verdad es que no te tengo demasiado cariño...

—Sé muy bien que si tú te opones, Marcel no me contratará...

—¿Y quién me dice que has cambiado, Chaval? ¿Que has dejado de ser esa basura que intentó destruirnos en cuanto le contrató la competencia?

—He cambiado. Me he convertido en un hombre honesto. Ahora me preocupa la gente...

Junior dibujó tres largos trazos rojos en el margen del libro, apretando con todas sus fuerzas.

—La tomo en consideración, la respeto.

Rojo, rojo, rojo.

—Aprecio mucho a tu marido...

—Nadie te pide que le quieras...

—No me gustaría que le pasara nada malo...

Rojo, rojo, rojo.

—Incluso por un descuido, ya ves. No me gustaría, por ejemplo, que sufriera un infarto por estar sobrecargado... y corre ese riesgo si continúa trabajando como un condenado. Sería una pena...

Rojo, rojo. Los dedos de Junior palidecían a fuerza de apretar el lápiz.

—Así que tú me ayudas para que me contrate y yo te prometo velar por él, aligerar su carga, te lo conservo en buen estado. Me parece un acuerdo justo, ¿no?

Josiane jugaba con la bolsita de té. La presionaba contra la pared de la taza con el dorso de la cuchara, la aplastaba, la doblaba, la desdoblaba...

—Me lo pensaré...

—Y además podrías ayudarme buscándome algún proyecto... Tenías olfato, acuérdate.

—Recuerdo sobre todo que siempre te atribuías el descubrimiento y a mí me dejabas sin nada. ¡Yo me dejaba engañar como una colegiala!

—Te necesito por última vez... Si me ayudas ¡te lo devolveré multiplicado por cien!

Rojo, rojo, rojo. El librito de Junior estaba cubierto de líneas rojas.

—Pero es que no te necesito, Chaval. Las cosas han cambiado... Ahora soy la mujer de Marcel.

—¿Estáis casados?

—No, pero como si lo estuviéramos...

—Podría conocer a una jovencita y ponerte en la calle...

Josiane soltó una risa sarcástica.

—¡Ni lo sueñes!

—Yo de ti no estaría tan segura...

—Estoy convencida de que eso no pasará nunca. ¡Yo no soy Henriette!

—¿Henriette? —tartamudeó Chaval—. ¿Por qué me hablas de Henriette?

Rojo, rojo, rojo. Junior trazaba líneas con rabia, mientras babeaba sin cesar. El libro estaba lleno. Líneas rojas, largas y gruesas, como marcas de lápiz de labios. La señora de aspecto reprobador sentada en la mesa de al lado le miraba sin disimulo. Es realmente curioso ese niño, le susurró a su amigo. ¿Has visto cómo babea y dibuja a la vez? Sólo hace rayas, ¡rayas rojas!

—Simplemente te digo que yo no soy Henriette.

—¿Y qué tiene que ver ella conmigo? —preguntó Chaval, incómodo, rascándose el bigotito.

Rojo, rojo, rojo.

—A ella la echó a la calle... Pero tenía un motivo excelente. Era malvada, una víbora, reseca y reconcentrada. Una bruja con escoba y todo... Yo soy redondita, dulce, amorosa, voluptuosa, generosa... Un buñuelo de crema. Así que no me echará nunca. Elemental, mi querido Chaval.

—Vale, vale —suspiró Chaval, más tranquilo—. Pero... Volvamos a nuestro asunto. Piénsatelo. Piensa en la salud de Marcel, olvida tu resentimiento hacia mí... Hay que hacer tabla rasa con el pasado. Proyectarnos hacia el futuro...

Se pasó la mano por el pelo, y después se acarició el torso en el escote de la camisa. Josiane le observaba, divertida. Ahora él dependía de ella. Estaba a su merced, de rodillas. ¡Bonita revancha de su pasado! De la pobre chica que había sido...

—Debemos formar equipo... Para salvar a Marcel —repitió él dedicándole una mirada de inquietud, una mirada de gran preocupación al hablar de Marcel—. He aprendido a apreciar a tu hombre, ¿sabes?...

Junior redobló los largos trazos rojos. Es curioso, se dijo Chaval, ese chiquillo debe de ser retrasado mental. Es normal, es el hijo de un viejo. Una mancha de bidet. No es como mi musa, mi diosa esbelta de ojos dorados, de rizos suaves, de talle firme y flexible como la hiedra, con un sexo en abanico que se pliega y se despliega...

Junior levantó entonces la cabeza y, mirando fijamente a los ojos de Chaval, pronunció esta simple palabra:

—¿Hortense?

Y el cerebro de Chaval se descompuso. Una ola de calor invadió pliegues y repliegues. La sustancia gris de la médula espinal se inflamó. La córnea anterior y la córnea superior se estremecieron, irrigando con flujo sanguíneo la piamadre y las meninges. Todo el cerebro de Chaval ardió y Junior pensó que el lápiz iba a fundirse entre sus dedos. Lo soltó sobre la mesa. Había captado dos intensas fuentes de calor: Henriette y Hortense. Pero si Henriette había movilizado la zona reservada al miedo, al escalofrío, al vello que se eriza, el nombre de Hortense había tocado las zonas del placer, del goce físico, de la voluptuosidad incandescente. Chaval temía a Henriette y ardía por Hortense.

Junior decidió seguir su investigación, se concentró con todas sus fuerzas, pasó por el tercer pliegue de la zona de placer y encontró una imagen de Hortense extrañamente deformada. Pintada por Francis Bacon. Dos senos pequeños y firmes, un vientre duro, piernas largas y finas y un sexo inmenso, un largo tubo rojo que serpenteaba, se deformaba, se torcía y en el que flotaban pequeñas esponjas púrpura en forma de muelle. El interior del sexo de Hortense. Así que Chaval había conocido ese largo pasadizo y lo había grabado a fuego en un pliegue de su cerebro. Un espasmo de repulsa invadió a Junior. ¡No es posible! ¡Mi Hortense no ha podido copular con ese desecho de hombre, ese aborto lúbrico y sediento de vicio!

Lanzó un grito prolongado y se dejó caer sobre la mesa gimiendo, golpeándose la frente, desgarrándose las mejillas. Su madre, inquieta, le cogió en brazos, le acunó, repitiendo ¿qué te pasa, mi bebé? Dime, dime... Junior no podía hablar, tenía un ataque de llanto, lanzaba grititos, se debatía y protestaba, ¡ay, no, ay, no! Josiane se levantó, le dio golpecitos en la espalda, le sopló el pelo, le apretó las sienes. No había nada que hacer, él tenía convulsiones, se ahogaba, gruesos lagrimones rodaban por sus mejillas. Ella se despidió de Chaval, instaló a su hijo en la sillita y se alejó lo más rápidamente posible.

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