Las ardillas de Central Park están tristes los lunes (102 page)

BOOK: Las ardillas de Central Park están tristes los lunes
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—¡Pero bueno! —dijo Sylvana—. ¿De dónde sacas todas esas ideas?

—No lo sé, pero lo que sé es que voy a aumentar mi tarifa... Todo eso que le he dicho esta mañana vale una fortuna.

Un domingo por la mañana, fue a pasear a Central Park.

Hacía bueno. El césped estaba lleno de gente tumbada en mantas. Hablaban por teléfono, comían sandía, jugaban a juegos en sus portátiles. Las parejas se apoyaban espalda contra espalda. Había chicas limándose las uñas mientras hablaban de trabajo, otra algo más lejos se había remangado los vaqueros y se pintaba las uñas de los pies haciendo abdominales.

Niños jugando al balón...

Otros al béisbol...

Uno de ellos llevaba una camiseta que ponía «Vendo padres de segunda mano».

Hortense vio a jugadores de petanca completamente vestidos de blanco. Lanzaban grandes bolas de madera oscura sobre un césped inmaculado y hablaban en voz baja, cubiertos con sus sombreros blancos. Tenían una forma elegante de agacharse para recoger las bolas y lanzarlas con un gesto hastiado, como si no hubiese ni competición ni nada en juego.

So british...
—pensaba admirando su desenvoltura.

Y pensó en Gary. No quería reconocerlo, pero buscaba el puentecito de tablas grises y el sendero de grava blanca.

Cuando el sol empezó a descender sobre el parque, volvió a su casa. Se duchó. Pidió un poco de sushi por teléfono, puso un DVD de
Mad Men
, le quedaba toda la tercera temporada por ver.

Don Drapper le gustaba mucho...

So british
también...

Eran las tres de la mañana cuando apagó la televisión.

Se preguntó dónde estaría ese maldito puente de madera...

Zoé la despertó en plena noche.

—¿Otra vez tú?

—Esto es serio... Mamá me ha llamado. Estaba con Philippe en una iglesia. Cantaba de felicidad. Me ha dicho que era feliz, feliz y quería que fuese la primera en saberlo. Dime, ¿crees que se van a casar?

—¡Zoé! ¿Has visto la hora? ¡Aquí son las seis de la mañana!

—¡Uy! ¡He calculado mal!

—¡ESTABA DURMIENDO!

—Pero dime, Hortense, ¿qué querrá decir el hecho de que llame desde una iglesia?

—¡Me da igual, Zoé! Me da igual... ¡Déjame dormir! ¡Mañana trabajo!

* * *

—He empezado un libro —decía Joséphine en brazos de Philippe.

Estaban sentados bajo un plátano sobre la pequeña pradera delante de la iglesia.

—Lo escribirás aquí...

—Y además está Zoé...

—Irá al liceo francés...

—Tiene novio...

—Le pagaré un abono de Eurostar, podrá ir a verle cuando quiera... y él vendrá también...

—¿Y Du Guesclin?

—Lo pasearemos por el parque... En Londres hay parques muy bonitos...

—¿Y la universidad? No puedo dejarlo todo tirado...

—París está a dos horas de Londres, Joséphine. No pasa nada... Deja de decir no todo el tiempo..., dime que sí...

Ella levantó la cabeza hacia él. Le besó.

Él la estrechó entre sus brazos.

—¿Tienes muchas preguntas como ésas?

—Pero es que...

—¿Piensas acabar tu vida sola?

—No...

—¿Qué harías sola? ¿No eras tú la que decía que la vida era un vals y que había que bailar con ella? —preguntó Philippe, la boca en el pelo de Joséphine—. Hay que ser dos para bailar un vals...

—Sí...

—Entonces baila conmigo, Joséphine, ya hemos esperado demasiado...

* * *

Una noche, debía de ser a principios de agosto, Hortense había vuelto a su casa tras rechazar la invitación a cenar de Julian, que quería leerle su último cuento.

Era la historia de una chica que había sufrido mucho en su infancia y que apuñalaba a sus amantes con un cuchillo de mantequilla. Hortense no estaba segura de querer oírla. Había rechazado educadamente la invitación.

Hacía mucho calor, el termómetro marcaba 88ºF y 99 por ciento de humedad. Había decidido caminar desde su despacho hasta su apartamento y le había hecho una seña a un taxi amarillo al cabo de tres manzanas.

Se había duchado, se había tumbado sobre el sofá beige con un limón exprimido, miel y una jarra de cubitos de hielo. Había abierto un libro sobre Matisse para estudiar los colores e imaginar una línea «ensalada de frutas» para el verano próximo.

Pasaba páginas escuchando a Miles Davis en la radio, sorbiendo el limón, degustando los colores de Matisse. Esto es lo que yo llamo una velada formidable, pensó levantando el vaso a la salud de los Pilgrim Fathers que la miraban desde la pared con expresión severa. Me he ganado el derecho a un poco de descanso, les dijo ¡no paro de trabajar! Voy a pasarme la noche sin hacer nada...

Sin hacer nada...

Se hundió en el sofá beige, levantó una pierna para desperezarse, levantó la otra...

Y se quedó con la pierna en el aire...

Un sentimiento de malestar se había deslizado en su interior sin que se diese cuenta. Tenía un nudo en el corazón, se ahogaba. Creyó que estaba mal sentada, empezó a dar vueltas y vueltas en el sofá, y después oyó los latidos de su corazón que aumentaban, su corazón se puso a palpitar y la canción de la limusina, la canción que mezclaba a Nueva York y a Gary, volvió a empezar... New York, New York, Gary, Gary... Las palabras golpeaban como sobre una gran caja.

Se incorporó y dijo en voz alta tengo que verle...

¡Tengo que verle sin falta!

¡Zoé tiene razón! Sabe que estoy en Nueva York, sabe que sé su dirección, ¡va a pensar que no quiero verle!

¡QUIERO VERLE!

No tuve ganas de besar la nariz puntiaguda el otro día. Y sin embargo no estaba nada mal, pero cuanto más me acercaba a él, más pensaba pero no es Gary, ¡no es Gary! Y tenía unas ganas locas de besar a Gary.

¡Besar a Gary!

Bebió un trago de limón, le echó la culpa al calor, he pasado demasiado calor con el paseo. Ya no soy yo. Pero la canción volvió a sonar, y esta vez, Nueva York había desaparecido, sólo sonaba Gary, Gary y hacía un ruido, un ruido terrible..., le golpea la cabeza, el pecho, las piernas.

Se ahogaba.

Se echó hacia atrás y respiró profundamente.

Se dijo en voz alta de acuerdo, lo reconozco, tengo miedo de verle, tengo miedo de enamorarme y me parece que ya está, ¡que estoy enamorada!

Estoy enamorada de Gary.

Se sentó con las piernas cruzadas, jugó con los dedos de los pies. El malestar se convirtió en angustia. Se volvió urgente.

De acuerdo, se dijo en voz alta, iré a verle... Mañana es lunes, me lo tomaré con calma, encontraré una excusa para no ir al despacho, diré que necesito trabajar y estar sola en mi casa e iré a verle a su cabaña de Central Park.

Haré como que me paseo y me encuentro con él...

Iré a verle como por casualidad a su cabaña...

Como por casualidad...

Seguiré el sendero de grava blanca, atravesaré el puente de tablas grises y entraré en la cabaña.

Tuvo ganas de llamar a Junior para preguntarle dónde estaba ese maldito puente de tablas grises. ¡Junior! ¡Junior! ¡Concéntrate y dime dónde está ese puente!

No llamó.

Iría sola. No molestaría a Junior.

Oyó que su corazón se frenaba y empezaba a latir con normalidad.

Estaba deseando que fuera mañana...

A las doce y media, sonó el teléfono.

Se levantó y descolgó.

Era Junior...

—¿Me has llamado, Hortense?

—No...

—Sí, me has llamado. He activado el transistor contigo y te he escuchado...

—¿Activas el transistor?

—Sí. ¡Se me da cada vez mejor! Veo tu despacho, veo a tus compañeros, me gusta Julian...

—No se trata de Julian, Junior...

—Lo sé... Se trata de Gary, ¿verdad?

—Sí —soltó Hortense como con desgana—. He tenido una crisis de angustia esta noche. Pensé que tenía que verle sin falta y pensé en ti, es cierto...

—¡Tenías que haberme llamado!

—No me he atrevido...

—¡Ve a verle, Hortense! ¡Vamos! Si no te pondrás enferma... ¡Veo una gran enfermedad amarilla con mucho pus! Vas a somatizar...

—¿Estás seguro?

—Lo he pensado mucho, Hortense. Ese chico está muy bien, y serás feliz con él. De hecho le amas desde hace mucho tiempo... No me ha gustado el de la nariz puntiaguda.

—¿También le has visto?

—Sí...

—¡Junior! ¡Deja de leer mi cabeza! ¡Es muy molesto!

—¡Oh! No funciona todo el rato... Es sólo cuando piensas en mí, me das una frecuencia, eso es todo. Pero cuando no piensas en absoluto en mí, no lo consigo...

—Lo prefiero...

—Entonces ¿irás a verle?

—Sí. Mañana, es lunes...

—Está bien...

Se quedaron en silencio un momento. Ella le oía respirar. Él quería decir otra cosa.

—¿Marcel ha hablado con Chaval y Henriette? —preguntó Hortense para romper el silencio.

—Sí ¡y ha sido grandioso! Los acontecimientos se han precipitado. El mundo va a toda velocidad ahora. Habrá que agarrarse. Los cambios anunciados se concretan. Por eso no hay que perder tiempo...

—¿Y qué? Cuéntame...

—¡Henriette ha sido despojada! Mi padre ha estado intratable. La ha echado incluso de su casa. Se ha dado cuenta de que el contrato vencía y no lo ha renovado. Sólo le ha dejado la pensión alimenticia. ¿Y sabes qué ha hecho ella? ¡Se ha quedado con la portería!

—¡Con la portería!

—Cuando te decía que seguía con fuerzas y llena de vida... Los porteros presentaron su dimisión para irse con su hijo que va a estudiar en un barrio alejado de las afueras, y ella ha pensado que la portería era un modo seguro de ahorrar. Alojamiento, calefacción, teléfono pagado, ¡y un montón de propietarios a los que extorsionar! Te advierto de antemano que va a sembrar el terror. Qué quieres que te diga, no me queda más remedio que admirar a esa mujer.

—¿Y Chaval?

—Chaval ha mordido el polvo. ¡Ha perdido a su anciana madre y su cabeza con ella!

—¿Se ha muerto de repente?

—¡Atropellada por un coche en la avenida de la Grande-Armée! El hijo de un diplomático que se saltó un semáforo. Chaval todavía está llorando... Así que cuando padre le convocó para informarle de que estaba acabado, no dijo nada. Parece ser que se echó a llorar en la silla pidiendo perdón. ¡Una piltrafa! ¡Una auténtica piltrafa!

—¿Y la Trompeta?

—Le ha acogido en su casa y ahora vive allí... Ella está rebosante de felicidad y se ha vuelto casi atractiva... Le ha enseñado una foto a papá: ¡Chaval en chilaba en la calle Pali-Kao, abrazándola!

—¡Así que la chilaba era eso!

—¡El lamentable final de un lamentable sujeto!

—¡Esta historia se desarrolla a una velocidad increíble!

—El tiempo va cada vez más acelerado, Hortense. Estamos cambiando de mundo. Ya verás... Todavía no hemos visto nada. Todo va a evolucionar muy rápidamente... Por eso es necesario que tú también cambies y que reconozcas que estás enamorada de Gary...

—Tengo miedo, Junior, estoy muerta de miedo...

—Tienes que sobreponerte a tu miedo. Si no vas a seguir siendo la misma y te repetirás... Y eso será tu final. No querrás repetirte, querida Hortense... Tú que no temes a nada, no tengas miedo de dejarte llevar. Aprende a amar, ya verás, es formidable...

Entonces le tocó a Hortense quedarse callada. Alisó su cabello despeinado, jugó con la página de un libro que arrugaba con el dedo, y preguntó:

—¿Y cómo se hace, Junior? ¿Cómo se hace?

—Primero encontrarás el puente de tablas grises e irás a la cabaña... Y después ya verás, todo irá bien...

—Pero ¿dónde está esa maldita cabaña? Estuve paseando el otro día por el parque y no la he encontrado.

—Es muy sencillo. Entré en Google Earth y he visto el camino. Tienes que entrar por la puerta del parque que está frente a tu edificio... Después sigue por la gran avenida, y al cabo de quinientos metros, verás un quiosco que vende donuts y bebidas. Ahí girarás a la izquierda y subirás de frente... Hasta un gran cartel verde que dice «
Chess and checkers»...
Giras a la derecha y verás el puentecito de tablas. Después es todo recto...

—Pero no activarás el transistor, ¿me lo prometes? Eso me quitaría seguridad. Ya va a ser bastante difícil...

—Te lo prometo. Simplemente, deja de pensar en mí... ¡El transistor se activa cuando piensas mucho!

El lunes por la mañana, se preparó.

Se duchó, se lavó el pelo, se lo secó a mano y se puso una loción en spray que le dio brillo. Sacudió la cabeza y se formó como un polvo de luz. Se hizo una raya de lápiz marrón a ras de las pestañas; se puso un poco de rímel marrón oscuro, un poco de base, un toque de colorete rosa y un ligero rojo grosella en los labios. Se enfundó su vestidito negro. Le había traído suerte una vez, cuando conoció a Frank Cook, volvería a traerle suerte. Cruzó los dedos. Levantó la mirada al Cielo suplicando que velase por ella. No creía demasiado en todo eso, pero valía la pena intentarlo.

Se calzó una sandalia de lagarto verde manzana que había comprado el día antes. Se preguntó dónde se había metido la otra y la buscó a cuatro patas. Se puso de rodillas, tanteó bajo la cama, removió la pelusa, estornudó, volvió a tantear hasta que acabó encontrándola.

La sopló.

Se levantó, fue a plantarse delante del espejo. ¡Dios mío! ¡Dios mío! Si mi corazón late tan fuerte, no va a durar mucho tiempo nuestro romance, voy a acabar en el hospital, sobre una camilla.

¿Me querrá lo bastante como para rodearme entre sus brazos sobre la camilla?

Gary...

Y dejó caer los brazos a lo largo del cuerpo.

La sonrisa de Gary...

Una sonrisa inusual, como su espalda entre el gentío...

La sonrisa de un hombre seguro de sí mismo, pero no demasiado... Seguro de sí mismo con confianza, sin arrogancia...

La sonrisa de un hombre generoso que abraza el mundo y luego te mira y te ofrece ese mundo... Sólo para ti. Como si no hubiera nadie más que tú digno de recibir ese mundo a tus pies.

Como si, por encima del mundo, estuvieses tú, tú y tú...

Uno se cruza con una sonrisa como ésa dos o tres veces en la vida. Nos volvemos y sabemos que nunca olvidaremos a ese hombre...

Ella había estado a punto de olvidar a ese hombre y también su sonrisa.

Se golpeó la cabeza con el bolso y se insultó llamándose maldita zoquete.

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