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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia, Ensayo

Las amenazas de nuestro mundo (58 page)

BOOK: Las amenazas de nuestro mundo
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El sistema para el funcionamiento de esa biblioteca no es ningún misterio: la técnica ya está en marcha. Disponemos ya de satélites de comunicación que conectan dos puntos del Globo en cuestión de fracciones de segundo.

Los satélites de comunicación actuales dependen de ondas de radio para su interconexión, y, por tanto, el número de canales de que pueden disponer es muy limitado. Los satélites del futuro utilizarán rayos láser para su interconexión, aprovechando la luz visible y la radiación ultravioleta. (El primer láser fue ideado recientemente, el año 1960, por el físico alemán Theodoro Harold Maiman (1927-).) Las longitudes de onda de la luz visible y la radiación ultravioleta son millones de veces más cortas que las ondas de radio, de modo que la conductividad de los rayos láser es varios millones de veces superior a las de las ondas de radio.

Por tanto, podrá llegar un momento en que cada ser humano dispusiera de su propio canal de televisión, que podría conectar a un emisor de ordenador que sería su enlace con el conocimiento mundial acumulado. El equivalente a un aparato de televisión traería la información solicitada a una pantalla, o la reproduciría en película o sobre papel, cotizaciones de Bolsa, noticias del día, oportunidades de compra, partes o la totalidad de un periódico, revista o libro.

La Biblioteca Global Memorizada sería esencial para los escolares y para la investigación, pero esto representaría una fracción mínima de su uso. Representaría una auténtica revolución en la enseñanza, y, por vez primera, nos ofrecería un plan de enseñanza abierto realmente a todas las personas de cualquier edad.

A fin de cuentas, la gente
necesita
aprender. En cada cráneo hay un cerebro de 1.480 gramos de peso que exige constante ocupación para evitar la penosa enfermedad del aburrimiento. A falta de algo mejor, o más estimulante, se puede llenar con las visiones sin objeto de los programas de televisión de baja calidad, o los sonidos sin objeto de discos de baja calidad.

Incluso este material pobre es preferible a las escuelas tal como ahora están constituidas, en donde cada estudiante individual recibe la enseñanza masiva de determinados temas estereotipados, dentro de ciertos períodos de tiempo determinados, sin ninguna consideración por lo que el individuo está interesado en aprender ni por la rapidez o la lentitud con que puede absorber la información.

Sin embargo, ¿qué sucedería si en el hogar de una persona hubiese un mecanismo que le proporcionara información sobre lo que esa persona quisiera saber exactamente: cómo coleccionar sellos, cómo reparar vallas, cómo cocer pan, cómo hacer el amor, detalles sobre las vidas privadas de los reyes de Inglaterra, las reglas del fútbol, la historia de la diligencia? ¿Qué sucedería si toda esta información se proporcionara con suma paciencia, repitiéndolo infinitamente si era necesario, y en el momento y el lugar que el estudiante deseara?

¿Y si habiendo absorbido un poco de un tema, el estudiante quisiera saber
algo
más avanzado, o un poco al margen? ¿Y si algún aspecto de la información descubriera un súbito interés por otra cuestión llevando el estudiante a una dirección totalmente nueva?

¿Por qué no? Seguramente muchas personas, y cada vez más, adoptarían este camino natural de satisfacer su curiosidad y su deseo de saber. Y cada persona, a medida que recibía instrucción de sus propios intereses, empezaría a contribuir y colaborar. La persona que tuviera un pensamiento nuevo o una observación cualquiera en cualquier campo, informaría de ello, y si no duplicaba otro pensamiento ya existente en la biblioteca, quedaría retenido para su confirmación, y posiblemente, se añadiría, al final, a la reserva común. Cada persona sería al mismo tiempo maestro y alumno.

Disponiendo de la última biblioteca y de la última máquina educadora, ¿perdería el maestro-estudiante del todo su deseo de relación humana? ¿Se convertiría la civilización en una gran comunidad de seres aislados, destruyéndose de esa manera?

¿Por qué habría de suceder? No existe máquina educadora que pueda remplazar el contacto humano en todos los aspectos. En el deporte, en la oratoria pública, en las artes dramáticas, en la exploración, en el baile, en el amor, ninguna aplicación a los libros, por grande que fuese, podría mejorarla. La gente continuaría relacionándose, mucho más profunda y placenteramente por su conocimiento de lo que estaban haciendo.

En realidad, podemos estar seguros de que cada ser humano posee un instinto misionero en relación con el tema, cualquiera que sea, por el que siente auténtico interés. El entusiasta del ajedrez intenta que los demás se interesen también en ese juego, y lo mismo puede decirse, igualmente, de los aficionados a la pesca, a la danza, a la química, a la historia, a las antigüedades o a cualquier otra cosa. La persona que experimenta con la máquina educadora y encuentra fascinante tejer, o la historia de las costumbres, o las monedas romanas, probablemente efectuará un esfuerzo decidido para encontrar otras personas que compartan su mismo interés.

Este método de educación no respetaría la edad. Cualquiera podría utilizarlo, a cualquier edad, empezando nuevos intereses a los sesenta, quizás, olvidando los viejos intereses. El ejercicio constante de la curiosidad y el pensamiento mantendría el cerebro tan flexible como un ejercicio mantendría en forma el cuerpo. Por consiguiente, la estupidez no tendría por qué acompañar necesariamente a la edad avanzada. Por lo menos, no tan pronto ni con tantas probabilidades.

El resultado podría ser que a pesar de la vejez sin precedentes de la población humana en general y la insólita escasa representación de la juventud, el mundo de la población estable llegase a un rápido avance tecnológico y a una intensidad inigualable de intercambio intelectual.

No obstante, ese tipo de nueva educación libre, ¿no acarrearía algunos peligros? Si todas las personas podían escoger libremente lo que deseaban aprender, ¿no seguirían todos el camino de la facilidad? ¿Quién aprendería las cosas pesadas y monótonas necesarias para gobernar el mundo?

En el mundo de los ordenadores del futuro, son precisamente las cosas monótonas las que no entrarían en el campo de los seres humanos. Las máquinas automáticas se harían cargo de ellos. Para los seres humanos quedarían los aspectos creativos de la mente que resultarían agradables para aquéllos que tuvieran que tratarlos.

Siempre habrá personas que encontrarán diversión en las matemáticas y la ciencia, en la política y los negocios, en la investigación y el desarrollo. Ellos ayudarían a «hacer marchar» el mundo, porque ése sería igualmente su deseo y su gusto, como lo sería para otros el trazar jardines con rocalla o escribir recetas de cocina para sibaritas.

¿Se enriquecerían los gobernantes y oprimirían a los gobernados? Esa posibilidad siempre existe, pero se puede confiar en que, en un mundo adecuadamente ordenado, la posibilidad de corrupción, por lo menos, sería mucho menor, y un mundo gobernado con sensatez aportaría a toda la población en general más beneficios que los que la corrupción más el desorden pudiera aportar a unos cuantos.

Surge el cuadro de una utopía. Sería un mundo en que las rivalidades nacionales desaparecerían, y el peligro de la guerra quedaría desterrado. Sería un mundo en que el racismo, el sexismo y la vejez perderían su importancia en una sociedad cooperativista, de comunicaciones, automatización y computerización avanzadas. Sería un mundo de abundante energía y tecnología floreciente.

No obstante, incluso la utopía puede ofrecer sus peligros. En un mundo de comodidades y diversiones, ¿no podría la fibra íntima de la Humanidad relajarse, reblandecerse y degenerar? El
Homo sapiens
se ha desarrollado y se ha hecho fuerte en un ambiente de riesgos y peligros continuos. Cuando la Tierra se convierta en una tarde de domingo en los suburbios, ¿no podría la civilización, habiendo evitado el desastre de la explosión demográfica, y la muerte plañidera de una humanidad vieja, caer presa de una muerte silenciosa por puro aburrimiento?

Quizá sería así si únicamente existiese la Tierra, pero es casi seguro que cuando se llegara a ese grado de suburbanismo, la Tierra no sería el único lugar del hábitat humano. Ayudados por las ventajas de los rápidos avances tecnológicos hechos realidad gracias a los conocimientos memorizados en los ordenadores, el espacio podría ser explorado, explotado y colonizado a una velocidad mucho mayor de lo que ahora parece posible, y serán las colonias espaciales las que fijarán los nuevos límites de la Humanidad.

Allá arriba, en las nuevas fronteras, el infinito mayor y más próximo que jamás hayamos podido ver, abundarán el riesgo y el peligro. Por mucho que la Tierra se convierta en un remanso de paz, de limitado estímulo, siempre existirán los enormes retos para poner a prueba a la Humanidad y mantenerla fuerte, si no en la propia Tierra, en la perpetua frontera del espacio.

Tecnología

He estado refiriéndome a la tecnología como el arquitecto principal de un mundo, incluso utópico, digno de vida y con un promedio bajo de nacimientos. De hecho, a lo largo de todo este libro me he referido a la tecnología como el agente principal para evitar la catástrofe. Sin embargo, no puede negarse el hecho de que la tecnología puede también ser, precisamente, la causa de la catástrofe. Una guerra termonuclear es el producto directo de una tecnología avanzada, y es también la tecnología avanzada la que ahora está consumiendo nuestros recursos y nos está ahogando en la contaminación.

Aunque consigamos resolver todos los problemas con los que hoy nos enfrentamos, en parte usando de sensatez humana y en parte por medio de la propia tecnología, no existe ninguna garantía de que en el futuro no nos veamos amenazados por el continuo éxito de la tecnología.

Por ejemplo, supongamos que se desarrolle una energía abundante, sin contaminación química o de radiación, por la fusión nuclear o por medio directamente de la energía solar. Esta abundante energía, ¿no podría producir intrínsecamente otros tipos de contaminación?

Según la primera ley de la termodinámica, la energía no desaparece, simplemente se transforma. Dos de estas formas son la luz y el sonido. Por ejemplo, desde la década de 1870, cuando Edison inventó la luz eléctrica, la parte oscura de la Tierra se ha hecho más brillante cada década.

Semejante «contaminación ligera» es un problema relativamente menor (excepto para los astrónomos, quienes, en cualquier caso, antes de que hayan transcurrido muchos años habrán pasado el escenario de sus actividades al espacio, pero, ¿y en cuanto al sonido? La vibración de las partes movibles, asociada con la producción o utilización de energía, es «ruido», y, ciertamente, el mundo industrial es un lugar ruidoso. El ruido del tráfico de automóviles, de los aviones que despegan, de los trenes, de las sirenas, de los vehículos para la nieve en los lugares invernales, de las canoas de motor en los lagos en otros tiempos plácidos, de los tocadiscos, la radio y la televisión, nos somete a un tormento sonoro continuo. ¿Empeorará esta situación haciendo insoportable el mundo?

No es probable. Muchos de los orígenes del ruido y la luz molestos, están estrictamente bajo el control humano, y si la tecnología los produce, también puede mejorar sus efectos. Como un ejemplo, los automóviles eléctricos serían mucho más silenciosos que los vehículos con motor de gasolina.

Siempre hemos estado acompañados por la luz y el ruido, incluso en tiempos preindustriales. ¿Qué diríamos de las formas de energía características de nuestro tiempo? ¿Y de la contaminación de las microondas?

Las microondas, que son ondas de radio con una longitud de onda comparativamente corta, se utilizaron bastante al principio, en la Segunda Guerra Mundial, y con relación al radar. A partir de aquel momento, no tan sólo se han estado utilizando cada vez más al multiplicarse las instalaciones de radar, sino, además, en los hornos de cocción rápida con microondas, en los que las microondas penetran en el alimento y lo convierten totalmente en calor, en vez de los sistemas ordinarios de cocción en los que el alimento se calienta desde el exterior con una penetración lenta.

Pero las microondas también penetran en nosotros y son absorbidas en nuestro interior. La creciente incidencia de microondas desviadas en la proximidad de mecanismos que las utilizan, ¿podría, con el tiempo, tener algún efecto nocivo sobre la constitución molecular del organismo?

El peligro de las microondas ha sido exagerado por algunos alarmistas, pero esto no significa que no exista ningún peligro. En el futuro, si el suministro de energía de la Tierra procede de las centrales eléctricas solares instaladas en el espacio, esa energía será enviada desde las instalaciones eléctricas espaciales a la superficie de la Tierra, en forma de microondas. Será necesario actuar con precaución para asegurar que no se produzca un desastre. Probablemente no ocurriría, pero no hay que darlo por seguro.

Por último, toda la energía, de la clase que sea, se convierte en calor. Éste es el punto final de la energía. En ausencia de tecnología humana, la Tierra recibe el calor del Sol. El Sol es, en mucho, la fuente principal de calor de la Tierra, pero se reciben también cantidades menores del planetario interior y de la radiactividad natural de la corteza.

Mientras la Humanidad se limite a utilizar la energía del Sol, del planetario interior, y la radiactividad natural en una proporción no superior a la cantidad disponible de modo natural, no se producirá el efecto total de la formación de calor del punto final. En otras palabras, podemos utilizar el calor del Sol, la fuerza hidroeléctrica, las mareas, las diferencias de temperatura del océano, las fuerzas termales, los vientos, etc., sin producir ningún calor adicional, más allá y por encima del que se hubiera producido sin nuestra interferencia.

Sin embargo, si quemamos leña, producimos calor en una proporción más rápida de la que se hubiera desarrollado por su lenta putrefacción. Si quemamos carbón y petróleo, producimos calor que normalmente no hubiera existido. Si horadamos profundamente el suelo para hacer brotar el agua caliente, provocaríamos una filtración de calor interno a la superficie en una proporción superior a la normal.

En todos estos casos, el calor quedaría añadido al medio ambiente en una proporción superior a la que tendría en ausencia de la tecnología humana, y este calor adicional tendría que ser irradiado desde la superficie terrestre durante la noche. Para incrementar la proporción de radiación calorífica, se elevaría inmediatamente la temperatura media de la Tierra, por encima del punto que alcanzaría en ausencia de la tecnología humana, produciendo de esta manera una «contaminación térmica».

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