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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia, Ensayo

Las amenazas de nuestro mundo (55 page)

BOOK: Las amenazas de nuestro mundo
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Existe también la posibilidad de que un reactor de fisión nuclear se estropee. El diseño del reactor está calculado de modo que es imposible una explosión, pero se utilizan grandes cantidades de material fisionable, y si una reacción de fisión accidentalmente se acelera, excediendo el punto de fisión de seguridad, el núcleo se calentará, se derretirá a través de sus cubiertas protectoras, y la mortífera radiación puede explotar afectando una gran zona.

Los reactores nodriza son especialmente mortíferos porque el combustible que suelen utilizar es el plutonio más radiactivo que el uranio y que conserva su radiactividad durante centenares de miles de años. Se cree que es la sustancia más mortífera de la Tierra, y existe el temor de que si se populariza el empleo del plutonio, puede haber escapes en el medio ambiente y la Tierra podría quedar literalmente envenenada, haciéndose, por consiguiente, inhabitable.

Existe también el temor de que el plutonio pueda llevar el terrorismo a nuevos niveles de efectividad. Si los terroristas consiguieran obtener una provisión de plutonio, lo utilizarían con la amenaza de una explosión o envenenamiento para hacer un chantaje al mundo. Sería el arma más terrible de que han podido disponer hasta este momento.

No hay medio de tranquilizar a la gente, asegurando que esas cosas nunca sucederán, y como resultado, cada vez surgen más objeciones y protestas contra el establecimiento de reactores de fisión nuclear. El poder de la fisión nuclear progresa mucho más lentamente de lo que se preveía en la década de los cincuenta, cuando empezó a utilizarse, contra todas las optimistas predicciones de una nueva era con energía en abundancia.

Sin embargo, la fisión nuclear no es la única que conduce a la energía nuclear. En el Universo en general, la fuente principal de energía la produce la fusión de los núcleos de hidrógeno (los más elementales que existen) que se transforman en núcleos de helio (los siguientes en sencillez). Esta «fusión de hidrógeno» es la que proporciona energía a las estrellas, según señaló el físico germano-americano Hans Albrecht Bethe (1906-), en 1938.

Después de la Segunda Guerra Mundial, los físicos intentaron provocar la fusión del hidrógeno en el laboratorio. Esta fusión requería temperaturas extremas de millones de grados, y tenía que mantenerse el hidrógeno gaseoso en su lugar mientras se elevaba a una temperatura tan enormemente alta. El Sol y las otras estrellas mantenían sus núcleos en el mismo lugar con sus enormes campos gravitacionales, pero en la Tierra no era posible duplicar ese efecto.

Un medio para conseguirlo consistía en elevar la temperatura del hidrógeno con tanta rapidez que no tuviera tiempo de dilatarse y escapar antes de llegar al calor requerido para su fusión. Una bomba de fisión nuclear podía conseguirlo. En 1952, en Estados Unidos se hizo explotar una bomba en la que la fisión del uranio provocó la fusión del hidrógeno. Inmediatamente, en la Unión Soviética se hizo estallar una bomba semejante de fabricación propia.

Esta «bomba de fusión nuclear» o «bomba de hidrógeno» era muchísimo más poderosa que las bombas de fisión y nunca ha sido utilizada en una guerra. Estas bombas de fusión son llamadas también «bombas termonucleares», porque requieren temperaturas más elevadas para su funcionamiento. Es precisamente su utilización en una «guerra termonuclear» lo que he considerado que posiblemente provocaría una catástrofe de cuarta clase.

Pero, ¿sería posible controlar la fusión del hidrógeno para la producción de energía como sucede con la fisión del uranio? El físico inglés John David Lawson (1923-) calculó las características requeridas en 1957. El hidrógeno debería tener cierta densidad específica, alcanzar determinada temperatura y mantener esa temperatura sin escapes durante cierto período de tiempo. Cualquier fallo de estas características, requiere un aumento en una o en las dos restantes. A partir de entonces, los científicos de Estados Unidos, Gran Bretaña y la Unión Soviética han estado intentando lograr estas condiciones.

Existen tres tipos de átomos de hidrógeno, hidrógeno-1, hidrógeno-2 e hidrógeno-3. El hidrógeno-2 se llama «deuterio» y el hidrógeno-3, «tritio». El hidrógeno-2 se funde a menor temperatura que el hidrógeno-1 y el hidrógeno-3 lo hace todavía a menor temperatura (aunque la temperatura más baja para la fusión ha de ser de decenas de millones de grados, en las condiciones terrestres).

El hidrógeno-3 es un átomo radiactivo que casi no existe en la Naturaleza. Puede hacerse en el laboratorio, pero sólo es posible utilizarlo en pequeña escala. Por tanto, el hidrógeno-2 es el combustible original para la fusión, y se le añade un poco de hidrógeno-3 para reducir la temperatura de fusión.

El hidrógeno-2 es mucho menos corriente que el hidrógeno-1. En cada cien mil átomos de hidrógeno sólo hay quince de hidrógeno-2. A pesar de ello, en cada 4,5 litros de agua del mar hay hidrógeno-2 suficiente para representar la energía obtenida por la combustión de 1.500 litros de gasolina. Y el océano (en el que de cada tres átomos dos son de hidrógeno) es tan vasto, que contiene suficiente hidrógeno-2 para satisfacer durante miles de millones de años el presente nivel de consumo de energía.

Ciertos aspectos parecen indicar que la fusión nuclear es preferible a la fisión nuclear. Por una parte, peso por peso, se puede obtener una energía diez veces superior de la materia por fusión que por fisión, y el hidrógeno-2, el combustible por fusión, es más fácil de obtener que el uranio o el torio, y de manejo mucho más fácil. Una vez iniciada la fusión del hidrógeno-2, únicamente se utilizan cada vez cantidades microscópicas, de manera que, aunque la fusión se descontrole y todo el material fusionable estalle de una vez, los resultados serían una explosión menor, demasiado pequeña para ser apreciada. Además la fusión del hidrógeno no produce cenizas radiactivas. Su producto principal, el helio, es la sustancia conocida menos peligrosa. En el curso de la fusión se producen hidrógeno-3 y neutrones, ambos elementos peligrosos. Sin embargo, son generados en cantidades pequeñas y pueden ser reciclados y utilizados en fusiones posteriores.

Así pues, la fusión nuclear parece ser la fuente de energía ideal desde todos los aspectos. Sin embargo, el problema radica en que todavía no disponemos de ello. A pesar de todos los intentos realizados durante años, los científicos no han podido todavía conservar en un lugar el hidrógeno suficiente, a una temperatura suficientemente alta durante un período de tiempo adecuado para que se fundiera en condiciones controladas.

Los científicos están acercándose al problema desde diferentes direcciones. Fuertes campos magnéticos, cuidadosamente proyectados, mantienen los fragmentos cargados en su lugar, mientras se eleva poco a poco la temperatura. O se eleva la temperatura con suma rapidez, no con bombas de fisión, sino con rayos láser o electrones. Es razonable suponer que durante la década de 1980 se logrará que alguno de estos métodos dé resultados, o posiblemente los tres, y se convertirá en un hecho la fusión controlada en el laboratorio. Quizá se tarde entonces algunas décadas en construir las grandes centrales eléctricas de fusión que contribuyan esencialmente a cubrir las necesidades de energía de la Humanidad.

Sin embargo, dejando a un lado la fusión del hidrógeno, existe otra fuente de abundante energía, segura y eterna. Se trata de la radiación solar. El 2 °/o de la energía de la luz solar mantiene la fotosíntesis de toda la vida vegetal de la Tierra, y, a través de ella, de toda la vida animal. El resto de la energía de la luz solar es por lo menos diez mil veces superior a todas las necesidades humanas de energía. Esta porción mayor de la radiación solar no es inútil. Evapora el agua del océano y produce, por tanto, la lluvia, el agua corriente y, en general, el suministro de agua pura de toda la Tierra. Impulsa las corrientes del océano y del viento. Calienta a la Tierra en general y la hace habitable.

Sin embargo, no hay razón alguna que impida a los seres humanos utilizar, en primer lugar, la radiación solar. Si así se hiciera, el resultado final sería que la radiación se convertiría en calor y no se perdería nada. Sería como meterse debajo de una cascada de agua: el agua llegaría también al suelo, y seguiría la corriente del río, pero nosotros habríamos interrumpido en parte su caída, al menos de manera temporal, para lavarnos y refrescarnos.

Evidentemente, la energía solar presenta una dificultad importante, pues aunque abunda, está diluida. Queda finamente esparcida sobre una zona muy amplia y su concentración y uso no serían fáciles.

La energía solar se ha venido utilizando durante largo tiempo a pequeña escala. Las ventanas encaradas al sur, durante el invierno, permiten la entrada de la luz solar y son relativamente opacas a la reirradiación de la luz infrarroja, de modo que una casa se calienta por el efecto de invernadero y necesita menos combustible.

En ese aspecto se puede conseguir mucho más. Depósitos de agua instalados en los tejados inclinados al sur (en el hemisferio sur inclinado al norte) podrían absorber el calor del Sol, ofreciendo un suministro constante de agua caliente al hogar. También podría utilizarse este sistema para calentar la casa en general, o para acondicionarla por aire durante el verano. O bien la radiación solar puede ser convertida directamente en electricidad exponiendo células solares a la luz del Sol.

Claro está que el Sol no siempre está disponible. Durante la noche no calienta, y durante el día las nubes pueden reducir la luz hasta un nivel inútil. Además, una casa puede permanecer a la sombra de otras casas, o de objetos naturales como colinas o árboles durante varias horas al día. No existe ningún medio totalmente eficaz para almacenar energía solar durante los períodos de luz para utilizarla en los períodos de oscuridad.

Si tuviéramos que depender de la energía solar, antes de tener que ocuparnos de casas individuales esparcidas, sería necesario cubrir decenas de millares de millas cuadradas de desierto con células solares. Este sistema sería muy costoso de instalar y de mantener.

No obstante, queda la posibilidad de recoger energía solar, no en la superficie de la Tierra, sino en el espacio cercano. Un amplio banco de células solares, colocado en órbita en el plano ecuatorial a unos 33.000 kilómetros (21.000 millas) por encima de la superficie de la Tierra, giraría alrededor del Globo en veinticuatro horas. Ésta es una «órbita sincrónica» y la estación espacial parecerá inmóvil con respecto a la superficie terrestre.

Un banco de células solares como el mencionado estaría totalmente expuesto a la radiación del Sol, sin ninguna interferencia atmosférica. En el transcurso de un año solamente permanecería a la sombra de la Tierra en un 2 °/o del tiempo, reduciendo de este modo en sumo grado la necesidad de almacenar energía. Algunas evaluaciones suponen que un área determinada de células solares en órbita sincrónica, produciría sesenta veces más electricidad que un área igual en la superficie terrestre.

La electricidad formada en la estación espacial se convertiría en radiación por microondas dirigidas a una estación receptora en la Tierra, en donde se reconvertirían en electricidad. Un centenar de estas estaciones, repartidas alrededor del plano ecuatorial, representaría una abundante fuente de energía cuya duración sería igual a la duración del Sol.

Si contemplamos el futuro suponiendo que la Humanidad colaborará para su supervivencia, resulta plausible creer que, en el año 2020, no sólo funcionarán centrales eléctricas por fusión nuclear, sino que además trabajarán también las primeras instalaciones espaciales. No existe duda alguna de que podemos llegar al 2020 utilizando combustibles fósiles y otras fuentes de energía. Por consiguiente, mediante la paz y la buena voluntad, la crisis de energía que ahora nos aflige puede, a la larga, no llegar a ser una verdadera crisis. Además, la explotación del espacio, en relación con las estaciones de energía solar, nos conduciría mucho más lejos. Se construirían también laboratorios y observatorios en el espacio, así como instalaciones espaciales para albergar a todos aquellos ocupados en la construcción. Habrá estaciones mineras en la Luna para obtener la mayor parte de los materiales necesarios para las estructuras espaciales (aunque el carbono, el nitrógeno y el hidrógeno tendrán que continuar siendo suministrados durante algún tiempo desde la Tierra).

Probablemente, muchas de las plantas industriales de la Tierra serán trasladadas al espacio; se explotarán las minas de los asteroides; la Humanidad empezará a diseminarse por el Sistema Solar, e incluso, con el tiempo, hacia las estrellas. Con semejante escenario, podríamos suponer que todos los problemas se resolverán, excepto que la misma victoria aportará sus propios problemas. En el último capítulo me ocuparé de las catástrofes que puedan derivarse posiblemente de la victoria.

XV. LOS PELIGROS DE LA VICTORIA
Población

Si imaginamos una sociedad en paz, con energía sobrante y, por consiguiente, con capacidad plena para reciclar recursos y progresar en la tecnología, hemos de imaginar también que esa sociedad sacará provecho de las compensaciones de su victoria sobre el medio ambiente. La compensación más obvia será precisamente la experimentada como resultado de victorias similares durante el pasado, el aumento de la población.

La especie humana, como todas las especies vivientes que han existido en la Tierra, tiene la capacidad de incrementar rápidamente su número. No es imposible que una mujer tenga, por ejemplo, dieciséis hijos durante los años en que está capacitada para procrear. (Existen casos registrados de más de treinta hijos para una sola madre.) Esto significa que si empezamos con dos personas, un hombre y su esposa, tendremos un total de dieciocho personas al cabo de treinta años. Por entonces, los hijos mayores podrían haberse casado entre ellos (imaginando una sociedad que permita el incesto), habiendo engendrado diez hijos más. Por tanto, partiendo de dos, hemos llegado a veintiocho, un aumento duplicado catorce veces en treinta años. En esa proporción, la pareja original de seres humanos hubiera aumentado a cien millones en dos siglos.

Sin embargo, la población humana nunca ha aumentado en esa proporción por dos razones. En primer lugar, la cifra de nacimientos no es universalmente de dieciséis para cada mujer, siendo el promedio muy inferior por diversas razones. En otras palabras, el promedio de nacimientos generalmente queda muy por debajo de su potencial máximo.

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