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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia, Ensayo

Las amenazas de nuestro mundo (53 page)

BOOK: Las amenazas de nuestro mundo
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Éste es un grave problema. El petróleo es el combustible más adecuado entre todos los descubiertos por la Humanidad, disponible en grandes cantidades. Es fácil de extraer, fácil de transportar, fácil de refinar y fácil de usar, no sólo para la energía, sino como origen de una gran variedad de materiales orgánicos sintéticos como tintes, drogas, fibras y plásticos. Gracias al petróleo, el progreso de la industrialización en el mundo ha alcanzado un alto nivel.

Pasar forzosamente del petróleo a cualquier otra fuente de energía, tendrá grandes inconvenientes y un desembolso importante de capital; sin embargo, finalmente tendrá que hacerse. El consumo en alza continua, y la perspectiva de una inevitable baja en la producción, ha provocado un aumento considerable en el precio del petróleo a partir de 1970, y ha estado alterando la economía de forma alarmante. Es probable que, en 1990, la producción de petróleo esté muy por debajo de la demanda y si otras fuentes de energía no cubren esa carencia, el mundo se enfrentará a una escasez de energía. En esas circunstancias se agudizarán todos los peligros del agotamiento de los recursos y de la contaminación del aire y del agua, del mismo modo que la escasez de energía en los hogares, en las fábricas o en las granjas, crea el problema de falta de calor, de artículos de uso común, e incluso de alimentos.

En vista de ello, parece inapropiado temer catástrofes del universo, del Sol, o de la Tierra; no tenemos por qué asustarnos de los agujeros negros y de las invasiones extraterrestres. En cambio, debemos preguntarnos si durante el transcurso de esta generación, el abastecimiento de energía disponible que ha estado incrementándose sin cesar a lo largo de toda la historia humana llegará a su punto culminante y comenzará a disminuir, y si ese descenso arrastrará en su caída a la civilización humana provocando una guerra nuclear en un último intento por apoderarse de los pocos residuos, destruyendo toda esperanza de recuperación de la Humanidad.

Ésta es la catástrofe más inminente con la que deberemos enfrentarnos entre todas las que he presentado.

Energía: nueva

Aunque la perspectiva de carestía de energía puede considerarse al mismo tiempo como inminente y horrible, no es inevitable. Se trata de una catástrofe que la Humanidad está provocando y, por tanto, está en manos de ella posponerla o evitarla.

Como sucede en el caso del agotamiento de otros recursos, tiene sus posibles contraataques.

En primer lugar, la conservación. Durante doscientos años, la Humanidad ha tenido la suerte de disponer de energía barata, aunque los efectos marginales no han sido tan afortunados. No existían motivos para preocuparse por la conservación, sí, en cambio, una fuerte tentación para una consunción manifiesta.

Pero la era de la energía barata se ha terminado (por lo menos durante algún tiempo). Por ejemplo, los Estados Unidos ya no son autosuficientes en petróleo. Han producido mucho más petróleo que cualquier otra nación, y por esa misma razón sus reservas están agotándose rápidamente, mientras que el promedio nacional de consumo sigue incrementándose.

Como consecuencia, los Estados Unidos han de importar cada vez más petróleo del extranjero, motivando que la balanza comercial se incline cada vez más en una dirección desfavorable, presionando insoportablemente el dólar, causando inflación y, en general, perjudicando sin cesar la posición económica del dólar.

Por tanto, la conservación no es tan sólo deseable para nosotros, sino absolutamente necesaria.

Hay mucho campo que recorrer en el terreno de conservación de la energía, comenzando con la eliminación del mayor derrochador de energía existente, los diversos sistemas militares mundiales. Puesto que una guerra es imposible sin el suicidio colectivo, el consumo astronómico de la energía necesaria para el mantenimiento de esos sistemas militares en competición, teniendo en cuenta que la principal fuente de energía mundial está disminuyendo con suma rapidez, es claramente una locura.

Además de la conservación directa del petróleo, existen posibilidades evidentes para incrementar la eficacia en la extracción del petróleo de los yacimientos ya existentes, de modo que los pozos que ya están secos produzcan de nuevo en alguna medida.

Puede aumentarse igualmente la eficacia en obtener energía del petróleo en combustión (o del combustible en general). El calor del combustible encendido produce explosiones que hacen funcionar las piezas de un motor de combustión interna, o convierte el agua en vapor, cuya presión hace girar una turbina para producir electricidad. Tales mecanismos aprovechan únicamente del 25 al 40 % de la energía del combustible encendido; el resto es calor desperdiciado. No es probable que esa eficacia pueda ser incrementada de manera notable.

Sin embargo, quedan otros sistemas. El combustible encendido puede calentar gases hasta que los átomos y las moléculas se conviertan en fragmentos cargados de electricidad, los cuales, conducidos a través de un campo magnético, produzcan una corriente eléctrica. Estos procesos «magnetohidrodinámicos» tendrían unos resultados mucho más eficaces que los conseguidos por las técnicas convencionales.

Incluso es posible, en teoría, obtener electricidad directamente combinando combustible y oxígeno en una célula eléctrica sin la producción intermedia de calor. Se podría alcanzar fácilmente una eficacia del 75 %, pudiendo llegarse hasta el ciento por ciento. Hasta este momento no se han proyectado «células de combustible» prácticas, pero las dificultades que presenta su producción son superables.

Además, sería posible localizar nuevos yacimientos de petróleo. La historia del último medio siglo abunda en predicciones sucesivas de un agotamiento de petróleo que no se han hecho realidad. Antes de la Segunda Guerra Mundial se creía que la producción llegaría a su más alto grado en la década de los años cuarenta, iniciando un descenso permanente; después de la guerra, la fecha se pospuso a la década de los sesenta; ahora la fecha ha quedado retrasada a 1990. ¿Seguirá siendo pospuesta simplemente?

Es lógico que no podemos contar con esa circunstancia. El hallazgo ocasional de nuevos yacimientos de petróleo ha sido la causa de que se prolongue la fecha calculada. El hallazgo más importante después de la Segunda Guerra Mundial fue el sorprendente e inesperado descubrimiento de la enormidad de las reservas de petróleo en el Oriente Medio.

Actualmente, el 60 % de las reservas conocidas de petróleo están cerca del golfo Pérsico (por una curiosa coincidencia, en el mismo lugar en donde se asentó la primera civilización del hombre).

No es probable que se produzca otro descubrimiento tan rico. A medida que ha transcurrido el tiempo, se ha intensificado la búsqueda por toda la Tierra mediante técnicas cada vez más complicadas. Se ha encontrado un poco en Alaska del Norte, algo en el mar del Norte, se está experimentando con creciente minuciosidad en las plataformas continentales, pero llegará el día, probablemente cercano, en que no quedarán más yacimientos de petróleo por descubrir.

Con los medios de que ahora disponemos para su conservación, aumento de eficacia y hallazgo de nuevos yacimientos, parece inevitable que el siglo XXI no estará muy avanzado cuando todos los yacimientos de petróleo estén a punto de agotarse. ¿Qué haremos entonces?

Además de los yacimientos, el petróleo puede obtenerse de otras fuentes, en las que se localizan porciones de petróleo que se filtran por los intersticios de material subterráneo, relativamente fáciles de extraer. Existe un tipo de roca llamada «esquistos, pizarra» asociada con un material orgánico alquitranado llamado «queroseno». Si se calienta el esquisto, las moléculas de queroseno se rompen y se obtiene una sustancia muy parecida al petróleo crudo. La cantidad del aceite de esquistos presente en la corteza terrestre podría ser tres mil veces la cantidad del petróleo. Un campo de aceite de esquistos, en el oeste de los Estados Unidos, puede contener un total de petróleo igual a siete veces todo el petróleo del Oriente Medio.

El problema está en que el esquisto ha de extraerse de las minas, ha de calentarse; y el aceite que se obtenga (y aún el mineral más rico sólo produciría un par de barriles por tonelada de piedra) tendría que ser refinado por procedimientos muy distintos de los que ahora se utilizan. Después de la extracción del aceite, la roca desechada quedaría y habría que depositarla en algún lugar. Las dificultades y los gastos son muy importantes, y queda todavía suficiente petróleo en los yacimientos para que nadie se interese en ese desembolso de capital. Sin embargo, en el futuro, a medida que el petróleo disminuya, el aceite de esquistos puede servir para cubrir la necesidad (naturalmente, a un precio muy superior).

Queda también el carbón. Él carbón fue la fuente primaria de energía antes de que el petróleo se impusiera, y continúa todavía a disposición de la Humanidad. Suele decirse que hay suficiente carbón en el suelo para que la Humanidad prosiga su marcha al promedio actual de consumo de energía durante millares de años. Sin embargo, no todo el carbón puede obtenerse en la actualidad con las técnicas prácticas de minería. A pesar de ello, basándonos en la evaluación más prudente, podemos contar con que el carbón durará centenares de años, y por aquel entonces las técnicas de minería pueden haber mejorado.

Por otra parte, la explotación minera es peligrosa. Se producen explosiones, asfixia y derrumbamientos. Es un trabajo duro físicamente y los mineros mueren de enfermedades pulmonares. El proceso de la minería tiende a destruir y contaminar la tierra alrededor de la mina, creando un escenario de escoria y desolación. Después de ser extraído de la mina, el carbón ha de ser transportado; tarea mucho más ardua que la de bombear petróleo a través de una tubería. El carbón es mucho más difícil de manejar y encender que el petróleo, y deja un residuo de ceniza pesada, así como (a menos que se lleve a cabo una limpieza especial del carbón antes de su uso), un humo contaminador del aire.

A pesar de todo ello, podemos confiar en que el carbón será extraído mediante nuevas técnicas más sofisticadas, y la Tierra, después de ser trabajada, podrá restaurarse todo lo posible a su condición original. (Evidentemente, esta tarea requiere tiempo, trabajo y dinero.) Cabe también que gran parte del trabajo pueda realizarse en el propio emplazamiento de la mina, evitando de esta manera costes onerosos y las molestias de un transporte pesado.

Por ejemplo, el carbón podría quemarse en el emplazamiento de la mina para producir electricidad por las técnicas magnetohidrodinámicas. En ese caso debería transportarse la electricidad y no el carbón.

El carbón también puede calentarse en la mina de carbón para la producción de gases, incluyendo monóxido de carbono, metano e hidrógeno. Estas materias pueden tratarse para que produzcan el equivalente del gas natural, la gasolina y los restantes productos del petróleo. En ese caso deberán transportarse los productos oleosos y el gas, y no el carbón, y las minas de carbón se convertirán en nuestros nuevos yacimientos de petróleo.

También el carbón que ha de utilizarse forzosamente como tal (por ejemplo, en la fabricación de hierro y de acero) puede utilizarse de modo más rentable. Puede ser reducido a un polvo fino, quizá, y ser transportado, quemado y controlado tan sólo con algo más de dificultad que el petróleo.

Entre el aceite de esquistos y las minas de carbón, podríamos disponer de nuevo petróleo aun después de que los yacimientos de petróleo se hayan agotado, continuando nuestra tecnología durante algunos siglos venideros, esencialmente tal como ahora.

Sin embargo, existe una grave dificultad al depender del petróleo y el carbón, dejando a un lado el avance que hayan podido conseguir nuestras técnicas. Estos «combustibles fósiles» han permanecido en el subsuelo durante centenares de millones de años, y representan muchos billones de toneladas de carbono que durante todo ese tiempo no han estado en la atmósfera de la Tierra en ninguna forma.

En la actualidad estamos quemando estos combustibles fósiles en una proporción constantemente mayor, convirtiendo el carbono en dióxido de carbono y descargándolo en la atmósfera. Parte de él queda disuelto en el océano. Otra parte puede quedar absorbida por el exuberante crecimiento vegetal que su presencia puede estimular. Pero una parte continuará en el aire, y elevará el contenido atmosférico de dióxido de carbono.

Por ejemplo, desde el año 1900, el contenido de dióxido de carbono de la atmósfera se ha elevado del 0,029 °/o al 0,032 %. Se estima que hacia el año 2000 la concentración puede llegar al 0,038 %, que representa un aumento del 30 °/o durante el siglo. Esto debe ser como resultado, por lo menos, en parte de quemar combustibles fósiles, aunque también se debe, en parte, a la desaparición de los bosques que absorben más fácilmente el dióxido de carbono que otras formas de vegetación.

Es evidente que el aumento de dióxido de carbono en el contenido de la atmósfera, no es excesivo. Aunque el proceso de quemar combustibles fósiles continúe y se acelere, se estima que la mayor concentración que probablemente alcancemos sería del 0,115 °/o. Aun en esta cifra no interferiría con nuestra respiración.

Sin embargo, no es la respiración lo que debe preocuparnos. No es necesario aumentar mucho la concentración de dióxido de carbono para intensificar de manera notable el efecto de invernadero. La temperatura media de la Tierra podría ser 1°C más elevada en el año 2000 que en 1900 a causa del aumento en la proporción de dióxido de carbono
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. Se necesitaría mucho más que eso para llegar al punto en que el clima de la Tierra estuviera gravemente afectado y los casquetes de hielo empezaran a fundirse con efectos desastrosos sobre las tierras bajas continentales.

Algunos autores señalan que si el contenido de dióxido de carbono excede de cierto punto, el ligero aumento de la temperatura media del océano desprenderá dióxido de carbono de la solución presente en el agua marina, que influirá sobre el efecto de invernadero, elevando todavía más la temperatura del agua del océano, que desprenderá mayor cantidad de dióxido de carbono, y así sucesivamente. Semejante «efecto desbocado de invernadero» podría finalmente elevar la temperatura de la Tierra más allá del punto de ebullición del agua, haciéndola inhabitable; con toda seguridad, ésa sería una consecuencia catastrófica de la quema de combustibles fósiles.

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