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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia, Ensayo

Las amenazas de nuestro mundo (40 page)

BOOK: Las amenazas de nuestro mundo
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Los organismos pequeños suelen vivir menos tiempo que los mayores, pero una vida rápida significa llegar antes a la madurez sexual y a la procreación. Teniendo en cuenta, además, que se requiere mucho menos energía para producir un mamífero pequeño que uno grande, el tiempo de gestación es más corto y, en cambio, el número de crías que nacen cada vez es mucho mayor que el de los mamíferos grandes.

Un ser humano no es maduro sexualmente hasta los trece años aproximadamente; el tiempo de gestación es de nueve meses, y si una mujer tuviera diez hijos durante su vida, este promedio ya sería alto. Si una pareja humana tuviera diez hijos que se casaran y a su vez tuvieran diez hijos, y todos ellos se casaran y tuvieran diez hijos más, en tres generaciones la cifra total de descendientes de la pareja original sería de 1.110.

Por otra parte, una rata común es sexualmente madura de las ocho a las doce semanas de edad. Puede reproducirse de tres a cinco veces por año, con camadas de cuatro a doce crías. La rata común vive únicamente unos tres años, pero en ese período de vida puede producir fácilmente sesenta crías. Si cada una de ellas produce a su vez sesenta ratas más, y cada una de éstas sesenta también, en tres generaciones se producirán un total de 219.660 ratas en nueve años.

Si esas ratas continúan multiplicándose por un período normal de una vida humana de setenta años, el número total de ratas de la última generación solamente sería de 5.000.000.000.000.000.000.000.000. 000.000.000.000.000.000 que pesarían aproximadamente un millón de billones de veces el peso de la Tierra.

Naturalmente, todas no sobreviven, y el hecho de que muy pocas ratas viven lo suficiente para reproducirse en su potencial total no es precisamente un despilfarro en el gran esquema de las cosas, pues las ratas forman parte esencial de la alimentación de criaturas mayores.

Sin embargo, esta «fecundidad», esta capacidad para producir muchas crías con gran rapidez significa que la rata individual no es más que una cifra y que la matanza de ratas no tiene virtualmente efecto alguno. Aunque casi todas las ratas mueren a causa de campañas organizadas contra el animal, las que quedan compensan los déficit numéricos con una rapidez descorazonadora. De hecho, cuanto más pequeño es el organismo, tanto menos importante y efectivo es el individuo y tanto más casi inmortal y potencialmente peligrosa la especie.

Además, la presencia de la fecundidad acelera el proceso de la evolución. Si en una generación la mayor parte de las ratas quedan afectadas adversamente por un veneno determinado, o se hacen vulnerables por cierto curso automático de comportamiento, siempre quedan algunas anormalmente resistentes al veneno como resultado de una mutación casual y afortunada, o que por accidente, actúen de modo que resulten menos vulnerables. Si estas ratas resistentes, menos vulnerables, sobreviven y tienen descendencia, es posible que dicha descendencia herede la resistencia y la invulnerabilidad comparativa. Por tanto, al cabo de poco tiempo, resultará ineficaz cualquier estrategia que se utilice para reducir la población ratonil.

Esto parece dar motivo para creer que las ratas poseen una inteligencia maligna, pero, a pesar de que son realmente inteligentes teniendo en cuenta su pequeñez, no son
tan
inteligentes. No es con el individuo con el que estamos luchando, sino con la especie, fecunda y en evolución.

De hecho, es razonable suponer que si existe una característica en las cosas vivientes que más contribuye a la supervivencia de las especies, y, por tanto, a su desarrollo y prosperidad, esa característica es la fecundidad.

Estamos acostumbrados a creer que la inteligencia es el fin perseguido por la evolución, juzgando desde nuestro punto de vista, pero es dudoso si colocada la inteligencia a expensas de la fecundidad no sea ésta la que a la larga salga victoriosa. Los seres humanos han destruido virtualmente a muchas de las especies mayores que no son especialmente fecundas, pero no han conseguido mermar la población de las ratas.

Otra característica de gran valor para la supervivencia es la habilidad de desarrollarse a base de una gran variedad de alimentos. Un animal que sólo se alimente de un determinado producto poseerá un metabolismo y un sistema digestivo sumamente ajustados. No sufrirá problemas de nutrición mientras disponga en abundancia de su tipo de alimento determinado. Así, por ejemplo, el koala australiano, que sólo se alimenta de hojas de eucalipto, está a sus anchas mientras permanece en uno de esos árboles. Sin embargo, una dieta limitada le coloca a merced de las circunstancias. Allí donde no existen eucaliptos, tampoco existen los koalas (excepto en los zoológicos, artificialmente). Si todos los eucaliptos desaparecieran, sucedería lo mismo con los koalas, incluso los de los Zoológicos.

Por otro lado, un animal con una dieta variada está en condiciones de afrontar la adversidad. La pérdida de un artículo delicioso sólo significa que habrá de conformarse sin él, pero puede sobrevivir al hecho. Una de las razones de la prosperidad de la especie humana, superior a la de otras especies de primates, es que el
Homo sapiens
es omnívoro y lo come casi todo mientras que los restantes primates en su mayor parte son herbívoros (el gorila, por ejemplo, lo es completamente).

Por desgracia para nosotros, la rata asimismo es omnívora, y cualquiera que sea la variedad de alimento que los seres humanos introduzcan en su dieta, también para la rata será satisfactoria. Por tanto, allí donde va el ser humano, la rata le acompaña. Si tuviéramos que preguntarnos cuál es el mamífero que hoy día representa una amenaza para nosotros, no podríamos responder que es el león o el elefante, los cuales podríamos eliminar a nuestro antojo hasta el último ejemplar. Nuestra respuesta sería la rata común.

No obstante, aunque las ratas sean más peligrosas que los leones, y, si, en esa línea, los estorninos son más peligrosos que las águilas, lo peor que puede representar para la Humanidad es que la lucha contra los mamíferos pequeños y los pájaros está en empate actualmente. Ellos, y otros organismos como ellos, son molestos e irritantes, y es difícil mantenerlos a raya sin grandes molestias. Sin embargo, no existe el peligro real de que puedan destruir la Humanidad a menos que, de alguna manera, surja un impedimento inesperado.

Pero existen organismos más peligrosos que las ratas o cualquier otro vertebrado. Si las ratas son difíciles de vencer, a causa de su pequeño tamaño y por su fecundidad, ¿qué sucederá con otros organismos de menor tamaño todavía y más fecundos aún? Nos referimos a los insectos.

De todos los organismos multicelulares, los insectos son los seres que alcanzan un lugar más elevado desde el punto de vista del número de especies. Los insectos tienen una vida tan corta y su fecundidad es tan alta, que su promedio de evolución es sencillamente explosivo y en la actualidad existen unas 700.000 especies de insectos conocidos en comparación con las 200.000 especies de animales de todo tipo reunidas.

Teniendo en cuenta, además, que la lista de las especies de insectos no está completa ni mucho menos. Cada año son descubiertas de 6.000 a 7.000 nuevas especies de insectos, y es muy posible que, en conjunto, existan hasta tres millones de especies diferentes.

En cuanto a la cifra de insectos individuales, resulta increíble. Tan sólo en unas 40 áreas de tierra húmeda puede haber hasta cuatro millones de insectos de centenares de especies distintas. Pueden existir en este momento en el mundo miles de billones de insectos vivos. Unos doscientos cincuenta millones de insectos para cada hombre, mujer y niño que habitan la Tierra.

El peso total de la vida de los insectos en el planeta es mayor que el peso total de toda la restante vida animal reunida en una sola cantidad.

Casi todas las especies diferentes de insectos son inofensivas para el hombre. Cuanto más, unas 3.000 especies, de los tres millones posibles, representan una molestia. Entre éstas, se hallan los insectos que viven de nosotros, de nuestra comida o de otras cosas que nosotros valoramos: moscas, pulgas, piojos, avispas, avispones, gorgojos, cucarachas, termitas, etc.

Algunos de ellos son algo más que una molestia. En la India, por ejemplo, hay un insecto llamado mariquita roja del algodón, que vive de la planta de algodón. Cada año, este insecto destruye la mitad de toda la cosecha de algodón. En los Estados Unidos es el gorgojo el que se alimenta de la planta de algodón. Nuestra lucha contra el gorgojo es más eficaz que la de los hindúes contra su mariquita del algodón. A pesar de ello, como resultado de los daños causados por el gorgojo, cada libra de algodón producida en los Estados Unidos cuesta diez centavos más de lo que costaría si no existiera el gorgojo. Los resultados de la pérdidas a causa de los perjuicios causados por los insectos en las cosechas de los cultivos del hombre y en las propiedades, únicamente en los Estados Unidos, alcanza la cifra anual de unos ocho mil millones de dólares.

Las armas tradicionales que los seres humanos primitivos desarrollaron, tenían como objetivo los grandes animales a quienes más temía el hombre. A medida que el objetivo disminuye, esas armas crecen en ineficacia. Las lanzas y las flechas, excelentes para cazar el venado, alcanzan un valor marginal contra los conejos o las ratas. Y emplear una lanza o una flecha contra una langosta o un mosquito resulta tan ridículo que probablemente ningún hombre en su sano juicio lo haya hecho nunca.

La invención de cañones y pistolas no mejoró esa situación. Ni las armas nucleares consiguen matar animales pequeños con tanta facilidad y tan decisivamente como mata a la propia Humanidad.

Por tanto, para comenzar contra los animales pequeños se utilizaron sus enemigos biológicos. Los perros, los gatos y las comadrejas i fueron utilizadas para capturar y destruir ratas y ratones. Los pequeños carnívoros son más eficientes para seguir a los roedores hasta sus escondrijos, y puesto que a esos pequeños carnívoros les impulsa mucho más el estímulo de su comida que la simple destrucción de un animal dañino, su persecución es más sincera y ansiosa que lo sería la de un ser humano.

Los gatos en especial seguramente fueron domesticados en el antiguo Egipto teniendo en cuenta mucho más su habilidad para cazar pequeños roedores que sus cualidades como compañeros (que son las que cuentan en la actualidad). Al domesticarlos, los egipcios eligieron entre ellos y la destrucción de su suministro de granos. Se trataba o de gatos o de morir de hambre, y no es de extrañar que los elevaran a categoría divina y consideraran una ofensa capital el matar uno de esos felinos.

También los insectos tienen sus enemigos biológicos. Los pájaros, los mamíferos pequeños y los reptiles se alimentan de insectos. Incluso algunos insectos se comen a otros. Escogiendo adecuadamente, al depredador, el tiempo y las condiciones, se puede recorrer un largo camino en el control de una determinada plaga de insectos.

No obstante, el uso de semejantes armas biológicas no estaba al alcance de las antiguas civilizaciones y no era posible encontrar el equivalente del gato respecto a los insectos. De hecho, no existió en absoluto ningún método útil para el control de los insectos hasta hace un siglo, cuando empezaron a utilizarse los pulverizadores de productos tóxicos.

En 1877, se utilizaron compuestos de cobre, plomo y arsénico para luchar contra el insecto enemigo. Un insecticida muy corriente era el «verde París», el cardenillo, razonablemente eficaz. El «verde París» no afectaba las plantas pulverizadas con el producto. Las plantas se alimentaban de materias inorgánicas del aire y la tierra, recibiendo su energía de la luz del sol. Los pequeños cristales minerales en sus hojas no estorbaban el proceso. Sin embargo, cualquier insecto que intentaba comer la hoja, moría sin remedio.

Semejantes «insecticidas» minerales presentan sus inconvenientes
[56]
. Por un lado, son tóxicos también para otros tipos de vida animal, incluyendo la vida humana. Además, estos tóxicos minerales son persistentes. La lluvia arrastra algo del mineral y el suelo queda impregnado. Poco a poco se acumulan cobre, arsénico y otros elementos en el suelo, que finalmente llegan hasta las raíces de las plantas. De esa manera perjudican a la planta y el suelo se envenena gradualmente.

Además, esos minerales no pueden utilizarse en los seres humanos y, por tanto, son ineficaces contra los insectos que hacen su presa del ser humano.

Naturalmente, hubo intentos para descubrir productos químicos que sólo perjudicaran a los insectos y no se acumularan en el suelo. En 1935, un químico suizo, Paul Müller (1891-1965), comenzó sus investigaciones al efecto. Buscaba un producto químico de bajo coste, sin olor e inofensivo para la vida ajena a los insectos. Investigó entre los compuestos orgánicos, compuestos de carbono relacionados con los hallados en el tejido vivo, esperando hallar uno que no fuese tan persistente en el suelo como los compuestos minerales. En setiembre de 1939, Müller encontró el «diclorodifeniltricloretano», cuya abreviatura común es DDT. Este compuesto fue preparado y descrito en principio, en 1874, pero durante sesenta y cinco años sus propiedades insecticidas habían permanecido desconocidas.

Se descubrieron muchos otros pesticidas orgánicos y la guerra humana contra los insectos emprendió un giro sumamente favorable.

Aunque, no por completo. Había que contar con las facultades de los insectos para cambiar y evolucionar. Si los insecticidas sólo mataban a todos los insectos menos un grupo reducido que resultaba relativamente inmune al DDT o a otros productos químicos semejantes, estos supervivientes se multiplicaban rápidamente creando una descendencia inmune. Si los mismos insecticidas habían matado también, e incluso con más eficiencia a otros insectos rivales o depredadores, la nueva descendencia resistente de los insectos atacados originariamente, durante algún tiempo se desarrollaría en mayor número y grado que antes de que se utilizara el insecticida. Para poder controlarlos, había que aumentar la concentración de insecticida y usar nuevas fórmulas.

Cuando el uso de los insecticidas se amplió y aumentó, cada vez de manera más indiscriminada, y en concentraciones cada vez más elevadas, surgieron otros inconvenientes. Los insecticidas podían ser relativamente inofensivos para otras formas de vida, pero no por completo. No se destruían con facilidad dentro del cuerpo animal, y los animales que se alimentaban de plantas tratadas con los insecticidas almacenaban los productos químicos en sus reservas de grasa y los transmitían a los otros animales de los que servían de alimento. Los insecticidas acumulados podían perjudicar. Como ejemplo, interfirieron en el mecanismo productor de la cáscara de huevo de algunos pájaros, reduciendo drásticamente la cifra de nacimientos.

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