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Authors: Fernando Trujillo

Tags: #Suspense

La última jugada (7 page)

BOOK: La última jugada
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—Yo casi lo preferiría —dijo Judith, pensativa—. Es mejor no saber qué será. Bastante malo es saber cuándo.

—No estoy seguro. He pasado muchas noches pensando en ese accidente, intentando averiguar si será doloroso, por ejemplo.

—Al menos ya no tienes que preocuparte por eso.

—¿A qué te refieres?

—Al accidente. No ocurrirá, por eso estamos aquí.

Álvaro torció el cuello y miró a la niña. Seguía jugando felizmente con Zeta.

—Tienes razón. Es un alivio saber que no moriré dentro de dos años.

Capítulo 6

—Esta es la cuenta en la que tienes que ingresar el millón —dijo Héctor con aspereza. Había usado el móvil para llamar a la mujer y pedirle sus datos bancarios.

Dante cogió el papel y asintió.

—Muy bien, ya puedes irte. Puedo hacerlo yo solito.

—Quiero asegurarme de que cumples tu palabra.

Dante se encogió de hombros. Desdobló el papel y repitió los números a su contable por el móvil. Luego le dio instrucciones precisas para realizar las transferencias inmediatamente.

Héctor no le quitó ojo ni un segundo. Permaneció a su lado en todo momento.

—No tengo por qué darte explicaciones —gruñó Dante—. Es mi dinero y lo harás sin rechistar. Mañana hablaremos y si no está hecho ya puedes ir buscando otro empleo. —Colgó el teléfono algo irritado—. Ya está todo arreglado. ¿Contento?

—Mucho —respondió Héctor. Y se dio la vuelta para irse.

—Espera un momento —dijo Dante agarrándole por el brazo—. Tengo algo que proponerte. Podemos ayudarnos mutuamente.

—No me interesa.

—Pero si ni siquiera sabes qué te quiero decir. Mira, acabo de gastar una fortuna en ti, por lo menos escucha mi propuesta. —Héctor se quedó quieto sin decir nada—. Podemos ayudarnos en el juego, vamos a por el médico y la chica, y luego nos repartimos las fichas. A la niña no le importará, ya ves que nos permite hacer todo tipo de tratos.

—No me interesa.

—¿Por qué?

—Porque me da igual. ¿Cuántas veces tengo que repetirlo? Además, eres una de las personas que más asco me dan. Por gente como tú, este mundo es la basura que es. Esto es solo un ejemplo de cómo eres incapaz de cumplir unas simples normas. Siempre conspirando para aprovecharte de los demás. Lo repito: me das asco.

—Eres un pobre idiota, harapiento. ¿Qué importa el mundo ahora? Somos nosotros cuatro los que estamos jugando, nadie más. ¡Nuestra vida está sobre el tapete! No sé para qué me molesto, no entiendes nada.

Dante no lograba comprender a Héctor. ¿Por qué iba alguien a negarse a recibir ayuda en la partida? Carecía de sentido. Ganando, podría resolver sus problemas con el mundo. Le dio un par de vueltas y cuando se sentó de nuevo a la mesa estaba firmemente convencido de que Héctor era un imbécil sin carácter que había sucumbido a una desgracia terrible. No tenía el coraje de enfrentarse a ello y superarlo, era débil. Por eso el mundo lo dirigía gente como él y no como Héctor, un lamentable despojo de lo que un día fue un ser humano.

—¡Zeta, mesa! —gritó la niña—. Quiero ir a la mesa. ¡Corre! ¡Deprisa!

El perro cruzó la estancia a toda velocidad con la niña sobre su lomo. La pequeña se agarraba con fuerza de las orejas y soltaba largas carcajadas, mientras su pequeño cuerpo botaba sobre el lomo de Zeta. La fiel mascota se detuvo junto a la silla y la chiquilla adoptó rápidamente su postura habitual y empezó a jugar, apilando los pequeños cubos unos sobre otros.

—Creo que tenemos que proseguir con la partida —dijo Álvaro. Judith se levantó y regresaron a la mesa.

—Ya estamos todos de nuevo —dijo Dante.

—¿Impaciente por terminar? —preguntó Álvaro.

—¿Tú no? —repuso Dante—. Ya es hora de ver quién es el mejor.

Judith acomodó su tripa y empezó a repartir evitando cruzar la mirada con Dante. Héctor retomó su embelesamiento exclusivo por la niña y Álvaro se preparó para realizar la trampa perfecta cuando llegara su turno.

—Voy a empezar con tres —dijo Dante apostando las fichas.

Siguiendo la tónica habitual, Héctor anunció que no iba, y Álvaro y Judith lo vieron. A estas alturas, estaban acostumbrados a jugar ellos tres, sin contar con Héctor.

Dante subió la apuesta y todos la vieron.

—¿Cuántas fichas hay? —preguntó Dante antes de levantar sus cartas.

—Treinta —dijo Álvaro.

—Curioso. Un mes exacto —reflexionó Dante—. Me vendrá muy bien para arruinar un par de empresas en ese tiempo.

Enseñó una escalera y ganó la mano.

—Ya perderás de nuevo —aventuró Judith.

—Seguro, pero de momento es mío y os he ganado diez días a ti y al doctor. ¿No te molesta?

—Más de lo que imaginas. No puede haber un destino peor para mi tiempo que alargar tu vida.

—No dejes que te provoque —dijo Álvaro—. Sólo quiere alterarte para que juegues peor.

—Ya habló el experto —declaró Dante—. La encarnación del bien en un médico ludópata que sabe tanto de póquer por las miles de partidas en las que habrá tomado parte. ¿Cuál es tu tragedia, doctor? ¿Te arruinaste en una timba? Apuesto a que sí. Y seguro que pediste dinero a tu hermano. ¡Claro, eso es! —Dante chasqueó los dedos y sus ojos brillaron con la expresión de alguien que está muy contento porque acaba de resolver un complicado acertijo—. Ahora lo veo claro. No solo perdiste tu dinero sino también el de tu familia. Por eso dijiste que no nos explicarías las dificultades económicas de tu hermano. Tú eres esas dificultades. ¿Me equivoco?

Álvaro no contestó. Tensó involuntariamente las mandíbulas y se esforzó al máximo en ocultar sus emociones. Héctor no parecía escuchar la conversación, pero Judith sí. Y su expresión delataba su anhelo de conocer la respuesta. Álvaro no podía consentirlo y no le daría a Dante la satisfacción de saber que había acertado en todo. Odió a Dante con mucha fuerza. En aquel instante era incapaz de pensar en alguien a quien profesase mayor odio que a ese viejo corrupto. Y en parte era por haber demostrado inteligencia. Internamente, Álvaro tenía que concederle una gran intuición, y supuso que nadie podía forjar un imperio económico como el de Dante sólo mediante actos delictivos. Hacía falta cerebro.

—No aciertas —mintió Álvaro—. Se nota que estás acostumbrado a pensar sólo en el lado malo de las personas.

—Ya. Seguro que sí —repuso Dante poco convencido—. Y tú eres justo al revés. Yo soy el malo y tú el bueno. ¿A qué eso es lo que crees? Por eso te portas así con los demás. Es como lo de tu hermano. Te sientes culpable. Menuda pieza debes de ser bajo esa máscara de bonachón. Y por eso defiendes a la princesa. ¿Qué más te da si la pongo nerviosa? Que ella juegue mal nos viene bien a todos.

—Que juegue como quiera —repuso Álvaro—. Pero no tienes por qué meterte con ella.

—Lo que te molesta es que os estoy ganando gracias a ti. Si no me hubieses dado tus fichas, estaría perdido, pero como me devolviste mi tiempo voy a ganaros a todos. Estos diez días que la princesa ha perdido para que yo los gane han sido por tu culpa. ¿Qué se siente?

—Estás muy seguro de tu victoria —repuso Álvaro—. Ya te vencí una vez y lo volveré a hacer. Disfrutaré pensando qué haré en los dos años que voy a arrebatarte. Además, aún no has recuperado todas tus fichas. ¿Cuánto tienes ahí? —Álvaro echó una ojeada rápida al montón de Dante y frunció los labios con desgana—. Calculo que no más de un año y dos o tres meses. Eso significa que has perdido unos diez meses de tu precioso tiempo. No es para estar contento, la verdad.

Dante iba a replicar algo, pero Héctor empezó a repartir y cuando terminó hizo algo que sorprendió a todos por igual. Miró sus cartas. Era la primera vez que las recogía del tapete para estudiar su jugada.

—Voy —dijo Héctor, y dejó dos fichas sobre la mesa.

Los demás intercambiaron miradas de interrogación. Se descartaron y apostaron rápidamente para comprobar qué hacía Héctor.

—Subo —anunció. Contó las fichas y las dejó en el centro—. Ahí van dos meses, si no he interpretado mal la correspondencia de las fichas.

No lo había hecho, el cálculo era correcto. Álvaro tenía un trío de ases, una mano muy buena. Así que decidió mantener viva la apuesta. Era la primera ocasión que se le presentaba de analizar el juego de Héctor.

—Lo veo y subo otros tres meses.

—Esto se anima —dijo Dante—. Muy bien, perdedores, yo también lo veo. Cinco mesecitos… Uhmmm, qué ricos.

Igualó la apuesta. Judith abandonó en ese momento. Álvaro observó que seguía sin arriesgar, nunca se mezclaba en las apuestas fuertes.

Héctor repasó sus fichas con atención.

—Bien, esto cubre tus tres meses… Y ahora pongo… seis meses más.

Álvaro se quedó asombrado. No tenía ni idea de qué pensar de Héctor. Su voz no temblaba, su respiración era normal y su aspecto general era reposado, como si estuviese a punto de irse a dormir. Sus tres ases eran muy tentadores, pero la apuesta era muy alta, demasiado para medirse con un jugador del que no sabía nada. Esa era la primera vez que Héctor intervenía, y sus expresiones revelaban que estaba prácticamente en coma. Un buen jugador reconoce el riesgo. Saber cuándo retirarse es tan importante como saber cuándo apostar.

—Demasiado para mí —dijo Álvaro—. No voy.

—Ni yo —dijo Dante—. Vaya con el roñoso. La primera vez que juega y nos despluma a todos.

—¡Maldita sea! —gritó Héctor. Tiró las cartas sobre la mesa y dejó a la vista una pareja de cuatros—. Menudos jugadores estáis hechos. ¡No tenéis ni puta idea!… No me lo puedo creer.

El estallido de Héctor cogió a Álvaro totalmente desprevenido. Acababa de ganar una mano excelente. Y con una pareja de cuatros, nada menos. Era motivo para estar orgulloso de haberles derrotado con una jugada tan floja. Muy al contrario, Héctor estaba completamente enfurecido. Gesticulaba deprisa y su cara estaba deformada por una mueca de sufrimiento bastante desagradable.

—Has ganado —dijo Álvaro—. ¿Cuál es el problema?

—¡Tú! ¡Vosotros sois el problema!

—Sin gritos —dijo la niña dando palmadas—. Jugar. Zeta quiere jugar.

—Yo me relajaría o ya sabes qué pasará —le advirtió Álvaro. Héctor le atravesó con una mirada de rabia.

—¿Qué? ¡Eh! ¿Qué me va a pasar?

—Dejadle en paz —dijo Dante, divertido—. Veamos cómo la niña pone al andrajoso en su sitio. Será divertido.

—No lo hagas —suplicó Judith—. La niña te matará.

Héctor dio una patada a su silla y se levantó. Zeta se plantó entre él y la niña, y su gruñido hizo vibrar toda la estancia. Héctor no le hizo el menor caso y no dio muestras de asustarse. Apoyó los brazos en la mesa y mirando a Judith fijamente dijo:

—Para eso he venido, ignorantes… Mi único propósito es irme con ella —añadió señalando a la niña.

Capítulo 7

Esa era la respuesta al gran misterio. Álvaro se maldijo a sí mismo por no haberlo deducido cuando relató su historia. Héctor era un suicida, todo encajaba con desconcertante facilidad. De ahí la armadura imperturbable que le recubría. Ya había decidido su destino y el mundo carecía de importancia para él.

—Entonces —dijo Álvaro pensando en voz alta—. Antes no estabas tirándote un farol, querías perder.

—Qué gran deducción —contestó Héctor con desprecio. Se volvió a sentar y el perro volvió junto a la niña—. Tenía que habéroslo dicho explícitamente. No sabía que eráis tan malos a esto del póquer. Yo habré jugado tres partidas en toda mi vida.

—Si quieres deshacerte de tus fichas —dijo Dante—, yo las aceptaré con mucho gusto.

—A ti no te regalaría ni un solo día de los que me quedan. Podías haberlo ganado jugando, ahora me ponéis en una posición incómoda.

—¿Qué posición es esa? —preguntó Judith—. Si buscas suicidarte no veo cuál es el problema, ni tampoco por qué no lo has hecho ya.

Álvaro también quería conocer la respuesta al comentario de Judith.

—Antes quería conocerla a ella —explicó Héctor refiriéndose a la niña—. Verla en este mundo antes de ir al suyo. También pensé que de este modo entregaría mi tiempo a alguien que lo mereciese. Estuve a punto de suicidarme sin más, pero esta partida me brindaba la ocasión de hacerlo regalándole mi tiempo a otra persona. No imaginé que la muerte sería una niña. Supongo que esperaba ver algo en ella que hiciese flaquear mi determinación, que me devolviese las ganas de vivir, pero no ha sido así.

—¿Y esa posición incómoda a la que te has referido antes? —preguntó Álvaro.

—Las fichas —dijo Héctor—. Intentaba decidir a quién dárselas, a quién me gustaría regalarle mis dos años de tiempo. Desde luego al delincuente no, eso está claro.

—No me ofendes, indigente —replicó Dante—. Aplaudo tu decisión de acabar con tu apestosa vida. Aunque con lo guarro que eres, no sé si la niña querrá llevarte con ella. Yo no lo haría.

—Luego estabas tú, Judith —continuó Héctor sin inmutarse—. Pero la verdad es que me horroriza que una madre se preste a este juego. Si pierdes morirás, y tu hijo no llegará a nacer. Veo por dónde vas. Pretendes hacerte con nuestros dos años, para disponer de un total de ocho que pasar junto a tu hijo. Un deseo muy noble, probablemente el mejor para sentarse a esta mesa, si no fuese porque arriesgas también la vida de tu hijo.

—Tú no sabes nada de mí, ni de mi hijo —repuso Judith entre sollozos.

Álvaro era el único que sabía a qué se refería ella, pero no podía decirlo delante de todos.

—Y por último está el doctor —dijo Héctor—. En apariencia una gran persona que se preocupa por los demás. No me lo trago. De ser así, no estaría sentado junto a la muerte, peleando por robarle el poco tiempo que le queda de vida a una mujer embarazada, de la que está enamorado, para más cachondeo. No, trama algo y no sé qué es ni me importa, pero no me gusta. Tal vez la deducción de Dante era cierta.

Álvaro iba a replicar, pero Dante se le adelantó.

—Una disertación bastante aburrida. ¿Por qué no repartimos tus fichas y te tiras por la ventana? Seguro que a la nena no le importa.

—Me lo jugaré como yo decida —declaró Héctor—. Tú sigue despertando simpatías.

—Como si eso importase —dijo Dante—. Os ponéis místicos porque se acerca el final. Todos somos basura. Os resulta más fácil proyectar vuestro odio en mí por cuatro titulares que habéis leído. Os sentís mejor pensando que yo soy el diablo y que los demás sois todos ángeles, pero no es cierto. Yo he creado miles de puestos de trabajo que han dado de comer a otras tantas familias. Más de lo que podríais imaginar. Y luego miraos a vosotros mismos. Dais pena. Un suicida, una asesina de bebés y un perdedor que ha fracasado en la vida, arrastrando a su familia en su caída, cuando seguro que lo tenía todo, empezando por un buen trabajo. A mí me iba a devorar el cáncer en dos años, así que espero ganar y vivir seis años más. Os los quitaré a vosotros para que no los desperdiciéis en vuestras penosas vidas.

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