Read La tierra olvidada por el tiempo Online
Authors: Edgar Rice Burroughs
Tags: #Aventuras, Fantástico
—Sólo hay un lugar al que pueden ir -me hizo saber von Schoenvorts-, y es Kiel. No podrá desembarcar en ningún lugar en estas aguas. Si lo desea, los llevaré allí, y puedo prometer que serán tratados bien.
—Hay otro lugar al que podemos ir -repliqué-, y allí iremos antes que a Alemania. Ese lugar es el infierno.
A
quellos fueron días ansiosos, donde apenas tuve oportunidad de relacionarme con Lys. Le había asignado el camarote del capitán, Bradley y yo nos quedamos con el del oficial de cubierta, mientras que Olson y dos de nuestros mejores hombres ocuparon el cuarto que normalmente se dedicaba a los suboficiales. Hice que Nobs se alojara en la habitación de Lys, pues sabía que así ella se sentiría menos sola.
No sucedió nada de importancia durante algún tiempo, mientras dejábamos atrás las aguas británicas. Navegamos por la superficie, a buen ritmo. Los dos primeros barcos que avistamos escaparon tan rápido como pudieron, y el tercero, un carguero, nos disparó, obligándonos a sumergirnos. Después de esto comenzaron nuestros problemas. Uno de los motores de gasoil se estropeó por la mañana, y mientras intentábamos repararlo el tanque de inmersión de la banda de babor a proa empezó a llenarse.
Yo estaba en cubierta en ese momento y advertí la inclinación gradual. Comprendí de inmediato lo que estaba ocurriendo, y salté a la escotilla y la cerré de golpe sobre mi cabeza y corrí a la sala central. A estas alturas el navío se hundía por la proa con una desagradable inclinación a babor, y no esperé a transmitirle las órdenes a nadie más, sino que corrí hasta la válvula que dejaba entrar el agua en el tanque. Estaba abierta de par en par. Cerrarla y conectar la bomba de succión que lo vaciaría fue cosa de un minuto, pero estuvimos cerca.
Sabía que esa válvula nunca se habría abierto sola. Alguien lo había hecho… alguien que estaba dispuesto a morir si con eso conseguía la muerte de todos nosotros. Después de eso, mantuve a un guardia alerta por todo el estrecho navío. Trabajamos en el motor todo ese día y esa noche y la mitad del día siguiente.
La mayor parte del tiempo flotamos a la deriva en la superficie, pero hacia mediodía divisamos humo al oeste, y tras haber descubierto que sólo teníamos enemigos en el mundo, ordené que pusieran en marcha el otro motor para poder apartarnos del rumbo del vapor que se acercaba. Sin embargo, en el momento en que el motor empezó a funcionar, hubo un rechinante sonido de acero torturado, y cuando cesó, descubrimos que alguien había colocado un cortafrío en una de las marchas.
Pasaron otros dos días antes de que pudiéramos continuar renqueando, a medio reparar. La noche antes de que las reparaciones estuvieran completas, el centinela vino a despertarme. Era un tipo inteligente de clase media, en el que tenía mucha confianza.
—Bien, Wilson -pregunté-. ¿Qué pasa ahora? Él se llevó un dedo a los labios y se acercó a mí. -Creo que he descubierto quién está haciendo los sabotajes -susurró, y señaló con la cabeza en dirección al camarote de la muchacha-. La he visto salir de la sala de la tripulación ahora mismo -continuó-. Ha estado dentro charlando con el capitán boche. Benson la vio allí anoche también, pero no dijo nada hasta que me tocó la guardia a mí esta noche. Benson es un poco corto de entendederas, y nunca suma dos y dos hasta que alguien le ha dicho que son cuatro.
Si el hombre hubiera venido y me hubiera abofeteado en la cara, no me habría sentido más sorprendido.
—No le digas nada de esto a nadie -ordené-. Mantén los ojos y los oídos abiertos e infórmame de toda cosa sospechosa que veas u oigas.
El hombre saludó y se marchó; pero durante una hora o más me agité, inquieto, en mi duro jergón, lleno de celos y temor. Finalmente, me hundí en un sueño preocupado. Era de día cuando desperté. Navegábamos lentamente sobre la superficie, pues mis órdenes eran avanzar a velocidad media hasta que pudiéramos hacer una medición y determinar nuestra posición. El cielo había estado nublado todo el día y la noche anterior; pero cuando salí a la torreta esa mañana, me complació ver que el sol brillaba de nuevo. Los ánimos de los hombres parecían haber mejorado; todo parecía propicio. Olvidé de inmediato los crueles recelos de la noche pasada y me puse a trabajar para hacer mis mediciones.
¡Qué golpe me esperaba! El sextante y el cronómetro estaban destruidos sin posibilidad de ser reparados, y los habían roto esta misma noche. Los habían roto la noche que habían visto a Lys hablar con von Schoenvorts. Creo que fue este último pensamiento lo que me hirió más. Podía mirar el otro desastre a la cara con ecuanimidad: pero el hecho desnudo de que Lys pudiera ser una traidora me escandalizaba. Llamé a Bradley y a Olson a cubierta y les conté lo que había sucedido, pero por mi vida que no pude repetir lo que Wilson me había informado la noche anterior. De hecho, como había reflexionado sobre el tema, me parecía increíble que la muchacha pudiera haber pasado a través de mi habitación, donde dormíamos Bradley y yo, y luego hubiera entablado conversación en la sala de la tripulación, donde estaba retenido von Schoenvorts, sin que la hubiera visto más que un solo hombre.
Bradley sacudió la cabeza.
—No lo comprendo -dijo-. Uno de los boches debe ser muy listo para jugárnosla de esta manera; pero no nos han hecho tanto daño como creen: todavía tenemos los instrumentos de repuesto.
Ahora me tocó el turno a mí de sacudir tristemente la cabeza.
—No hay ningún instrumento de repuesto -les dije-. También desaparecieron, con el telégrafo.
Ambos hombres me miraron sorprendidos.
—Todavía tenemos la brújula y el sol -dijo Olson-. Puede que intenten cargarse la brújula alguna noche, pero somos demasiados durante el día para que puedan eliminar el sol.
Fue entonces cuando uno de los hombres asomó la cabeza por la escotilla, me vio y pidió permiso para subir a cubierta y aspirar una bocanada de aire fresco. Reconocí que era Benson, el hombre quien, según había dicho Wilson, informó de haber visto a Lys con von Schoenvorts dos noches antes. Le indiqué que subiera y luego lo llevé a un lado, y le pregunté si había visto algo extraño o fuera de lo común durante su guardia la noche anterior. El hombre se rascó la cabeza.
—No -dijo, y entonces, como si se lo pensara mejor, me dijo que había visto a la muchacha en la sala de la tripulación a eso de media noche hablando con el comandante alemán, pero que no le había parecido que hubiera nada malo en ello, y por eso no dijo nada al respecto. Tras decirle que no dejara de informarme si veía que pasaba cualquier cosa que se desviara lo más mínimo de la rutina del barco, lo despedí.
Varios hombres más pidieron permiso para subir a cubierta, y pronto todos menos los que tenían trabajo que hacer estaban arriba fumando y charlando, de buen humor. Me aproveché de la ausencia de los hombres y bajé a tomar el desayuno, que el cocinero estaba preparando ya en el horno eléctrico. Lys, seguida de Nobs, apareció cuando yo llegaba al puente.
—¡Buenos días! -dijo alegremente, y se reunió conmigo, pero me temo que yo le respondí de manera bastante constreñida y hosca.
—¿Quiere desayunar conmigo? -le pregunté de sopetón, decidido a comenzar una investigación propia siguiendo las líneas que exigía el deber.
Ella asintió, aceptando dulcemente mi invitación, y juntos nos sentamos ante la mesita del comedor de oficiales. -¿Durmió bien anoche? -le pregunté.
—Toda la noche -respondió ella-. Tengo el sueño profundo. Sus modales eran tan directos y sinceros que no pude creer en su duplicidad. Sin embargo, creyendo que iba a sorprenderla para que traicionara su culpa, revelé:
—El cronómetro y el sextante fueron destruidos anoche. Hay un traidor entre nosotros.
Pero ella no movió ni un pelo que evidenciara un conocimiento culpable de la catástrofe.
—¿Quién puede haber sido? -exclamó-. Los alemanes estarían locos si lo hicieran, pues sus vidas correrían tanto peligro como las nuestras.
—Los hombres a menudo se alegran de morir por un ideal… un ideal patriótico, tal vez -respondí-. Y están dispuestos a convertirse en mártires, lo que incluye la disposición a sacrificar a otros, incluso a aquellos que los aman. Las mujeres son igual, pero son capaces de ir más allá que los hombres… lo sacrifican todo por amor, incluso el honor.
La observé con atención mientras hablaba, y me pareció detectar un leve sonrojo en su mejilla. Viendo una oportunidad y una ventaja, decidí continuar.
—Pongamos el caso de von Schoenvorts, por ejemplo -dije-. Sin duda se alegraría de morir y llevarnos a todos por delante si pudiera impedir que su barco cayera en manos enemigas. Sacrificaría a cualquiera, incluso a usted. Y si usted lo ama todavía, bien podría ser su herramienta. ¿Me comprende?
Ella me miró con los ojos espantados y llenos de consternación durante un momento, y luego se puso muy blanca y se levantó de su asiento.
—Le comprendo -replicó, y tras darme la espalda salió rápidamente de la sala. Me dispuse a seguirla, pues incluso creyendo lo que creía, lamentaba haberla herido. Llegué a la puerta de la sala de la tripulación justo a tiempo de ver a von Schoenvorts inclinarse hacia adelante y susurrarle algo mientras pasaba. Pero ella debió suponer que la estaban vigilando, porque siguió de largo.
Esa tarde el tiempo cambió: el viento se convirtió en una galerna, y el mar se alzó hasta que el navío empezó a agitarse y mecerse de manera aterradora. Casi todo el mundo a bordo se mareó; el aire estaba cargado y opresivo. Durante veinticuatro horas no dejé mi puesto junto a la torreta, ya que tanto Olson como Bradley estaban enfermos. Finalmente descubrí que debía descansar un poco, y busqué a alguien que me relevara. Benson se ofreció voluntario. No se había mareado, y me aseguró que había servido en tiempos con la Royal Navy, y que había servido en un submarino durante más de dos años. Me alegré de que fuera él, pues confiaba bastante en su lealtad, y por eso bajé y me acosté, sintiéndome seguro.
Dormí doce horas seguidas, y cuando desperté y descubrí lo que había hecho, no perdí tiempo y regresé a la torre. Allí estaba Benson, sentado y despierto, y la brújula mostraba que nos habíamos dirigido al oeste. La tormenta seguía su curso: no aplacó su furia hasta el cuarto día. Todos estábamos exhaustos y anhelábamos poder subir a cubierta y llenar nuestros pulmones de aire fresco.
Durante cuatro días no vi a la muchacha, ya que ella permaneció en su habitación, y durante este tiempo no hubo ningún incidente extraño, un hecho que parecía reforzar la telaraña de pruebas circunstanciales en torno a ella.
Durante seis días después de que la tormenta remitiera tuvimos un tiempo bastante desapacible: el sol no asomó ni una sola vez. Para tratarse de mediados de junio, la tormenta no era normal, pero como soy del sur de California, estoy acostumbrado a los vaivenes del tiempo. De hecho, he descubierto que, en todo el mundo, el clima inestable prevalece en todas las épocas del año.
Mantuvimos nuestro firme rumbo oeste, y puesto que el U-33 era uno de los sumergibles más rápidos que habíamos fabricado jamás, supe que debíamos estar bastante cerca de la costa norteamericana. Lo que más me sorprendía fue el hecho de que durante seis días no hubiéramos avistado a un solo barco. Parecía curioso que pudiéramos cruzar el Atlántico casi de costa a costa sin avistar humo o una vela, y por fin llegué a la conclusión de que nos habíamos desviado del rumbo, pero no pude determinar si hacia el norte o hacia el sur.
Al séptimo día el mar amaneció comparativamente calmo. Había una leve neblina en el océano que nos había impedido divisar las estrellas, pero todas las condiciones apuntaban a una mañana despejada, y yo estaba en cubierta esperando ansiosamente a que saliera el sol. Tenía la mirada clavada en la impenetrable niebla a proa, pues al este debería ver el primer atisbo del sol al amanecer que pudiera indicarme que todavía seguíamos el rumbo adecuado. Gradualmente los cielos se aclararon; pero a proa no pude ver ningún brillo más intenso que indicara la salida del sol detrás de la niebla.
Bradley estaba a mi lado. Me tocó el brazo.
—Mire, capitán -dijo, y señaló al sur.
Miré y me quedé boquiabierto, pues directamente a babor vi el contorno rojizo del sol. Corrí a la torre, miré la brújula. Mostraba que nos dirigíamos firmemente hacia el oeste. O bien el sol salía por el sur, o habían manipulado la brújula. La conclusión era obvia.
Volví junto a Bradley y le dije lo que había descubierto.
—Y no podremos hacer otros quinientos nudos sin combustible -concluí-. Nuestras provisiones empiezan a escasear, igual que el agua. Sólo Dios sabe hasta dónde hemos llegado.
—No hay nada que hacer -replicó él-, sino alterar nuestro curso una vez más hacia el oeste. Debemos encontrar tierra pronto o estaremos perdidos.
Le dije que así lo hiciera, y luego me puse a trabajar improvisando un burdo sextante que al final nos indicó nuestro paradero de manera burda e insatisfactoria, pues cuando terminé el trabajo, no supimos cuan lejos de la verdad estaba el resultado. Nos mostró que estábamos 20’ norte y 30’ oeste… casi dos mil quinientas millas desviados de nuestro rumbo. En resumen, si nuestros cálculos eran remotamente correctos, debíamos de haber estado viajando hacia el sur durante seis días. Bradley no relevó a Benson, pues habían dividido nuestros turnos de modo que éste último y Olson ahora se encargaban de las noches, mientras que Bradley y yo alternábamos los días.
Interrogué a Olson y Benson sobre el asunto de la brújula. Pero cada uno de ellos mantuvo firmemente que nadie la había tocado durante su turno de guardia. Benson me dirigió una mirada de inteligencia, como diciendo:
—Bueno, usted y yo sabemos quién lo hizo.
Pero yo no podía creer que hubiera sido la muchacha.
Mantuvimos el rumbo durante varias horas, y entonces el grito del vigía anunció una vela. Ordené alterar el curso del U-33 y nos acercamos al barco desconocido, pues yo había tomado una decisión fruto de la necesidad. No podíamos quedarnos aquí en medio del Atlántico y morir de hambre si había un medio de evitarlo. El velero nos vio cuando aún estábamos lejos, como quedó claro por sus intentos de escapar. Sin embargo, apenas había viento, y su caso estaba perdido; así que cuando nos acercamos y le indicamos que parase, quedó al pairo con las velas muertas. Nos acercamos. Era el Balmen de Halsmstad, Suecia, con un cargamento general de Brasil para España.