Read La tierra olvidada por el tiempo Online
Authors: Edgar Rice Burroughs
Tags: #Aventuras, Fantástico
Un examen reveló que cinco de nuestros oponentes estaban muertos y el sexto, el hombre de Neanderthal, no estaba más que levemente herido, pues la bala había rozado su grueso cráneo, aturdiéndolo. Decidimos llevarlo con nosotros al campamento, y con los cinturones conseguimos asegurar sus manos tras su espalda y colocarle una correa al cuello antes de que recuperara la consciencia. Rehicimos entonces nuestros pasos para recoger la caza, convencidos por propia experiencia que los que estaban a bordo del U-33 habían podido asustar a esta partida con un solo disparo. Pero cuando llegamos al lugar donde habíamos dejado el ciervo, éste había desaparecido.
En el camino de vuelta Whitely y yo nos adelantamos un centenar de metros a los demás con la esperanza de poder cazar algo comestible, pues todos estábamos enormemente disgustados y decepcionados por la pérdida de nuestro venado. Whitely y yo avanzamos con mucha cautela, y pese a que no nos acompañaba toda la partida, tuvimos mejor suerte que en el viaje de ida, y abatimos a dos grandes antílopes a poco más de medio kilómetro de la bahía; así, con nuestra caza y nuestro prisionero regresamos alegremente al barco, donde encontramos que todos estaban a salvo. En la orilla, un poco al norte de donde nos encontrábamos, yacían los cadáveres de veinte de las criaturas salvajes que habían atacado a Bradley y a su grupo en nuestra ausencia; nosotros habíamos dispersado al resto unos pocos minutos más tarde.
Consideramos que les habíamos enseñado una lección a aquellos salvajes hombres-mono y que por eso estaríamos más seguros en el futuro… al menos por parte de ellos; pero decidimos no correr riesgos, pues consideramos que este nuevo mundo estaba lleno de terrores que todavía nos eran desconocidos. No nos equivocábamos.
A la mañana siguiente comenzamos a trabajar en nuestro campamento, después de que Bradley, Olson, von Schoenvorts, la señorita La Rué y yo nos pasáramos media noche despiertos discutiendo sobre el asunto y trazando planes. Pusimos a los hombres a talar árboles, eligiendo para el propósito jarrah, una madera dura y resistente al clima que crecía en profusión en las inmediaciones. La mitad de los hombres trabajaban mientras la otra mitad montaba guardia, alternándose cada hora con una hora de descanso a mediodía. Olson dirigía esta tarea. Bradley, von Schoenvorts y yo, con ayuda de la señorita La Rué, fuimos marcando con estacas los diversos edificios y la muralla exterior.
Cuando terminó el día, teníamos un puñado de troncos bien cortados y preparados para iniciar la construcción al día siguiente, y todos estábamos cansados, pues después de trazar el contorno de los edificios todos echamos una mano y ayudamos a talar… todos menos von Schoenvorts. Se pasó la tarde dándole forma a una maza con una rama de jarrah y hablando con la señorita La Rué, que se había dignado a advertir su existencia.
No vimos a los hombres salvajes del día anterior, y sólo una vez fuimos amenazados por los extraños habitantes de Caprona, cuando una terrible pesadilla del cielo cayó sobre nosotros, sólo para ser expulsada por una andanada de balas. La criatura parecía ser una variedad de pterodáctilo, y su enorme tamaño y su feroz aspecto eran aterradores. Hubo otro incidente, también, que para mí al menos fue más desagradable que el súbito ataque del reptil prehistórico. Dos de los hombres, ambos alemanes, estaban despojando a un árbol caído de sus ramas. Von Schoenvorts había terminado su maza, y él y yo nos acercábamos al lugar donde los dos hombres trabajaban.
Uno de ellos lanzó hacia atrás una pequeña rama que acababa de cortar, y por desgracia le dio a von Schoenvorts en la cara. No pudo hacerle daño, pues no dejó marca, pero von Schoenvorts montó en cólera, y gritó:
—¡Atención!
El marinero se puso firmes inmediatamente, se volvió hacia su oficial, chasqueó los talones y saludó.
—¡Cerdo! -rugió el barón, y golpeó al hombre en la cara, rompiéndole la nariz.
Agarré a von Schoenvorts por el brazo y lo aparté antes de que pudiera volver a golpear, si esa era su intención, y entonces él alzó su palo para atacarme. Pero antes de que descendiera el cañón de mi pistola se apretó contra su vientre y debió ver en mis ojos que nada me complacería más que tener una excusa para apretar el gatillo. Como toda su ralea y todos los demás matones, von Schoenvorts era un cobarde de corazón, y por eso bajó la mano y empezó a darse la vuelta. Pero yo tiré de él, y allí ante sus hombres le dije que una cosa así no debía volver a suceder jamás, que ningún hombre iba a ser golpeado ni castigado fuera del proceso de leyes que habíamos creado y del tribunal que habíamos establecido. Todo el tiempo el marinero permaneció firme, pero no pude saber por su expresión si lamentaba el golpe de su oficial o mi interferencia en el evangelio del Kaiser. Tampoco se movió hasta que le dije:
—Plesser, puede regresar a su camarote y vendar su herida.
Entonces él saludó y se marchó rápidamente al U-33.
Justo antes del anochecer nos apartamos un centenar de metros de la costa y anclamos, pues consideré que estaríamos más a salvo allí que en otro lugar. También destaqué a un grupo de hombres para que montaran guardia durante la noche y nombré a Olson oficial de guardia, diciéndole que llevara sus mantas a cubierta y descansara en lo posible. En la cena probamos nuestro primer asado de antílope de Caprona, y una ensalada de verduras que el cocinero había encontrado cerca del arroyo. Durante toda la cena von Schoenvorts permaneció hosco y silencioso.
Tras la cena todos subimos a cubierta y contemplamos los desconocidos escenarios de la noche caproniana; todos menos von Schoenvorts. Había menos que ver que oír. Desde el gran lago interior situado detrás de nosotros llegaban los siseos y gritos de incontables saurios. En el cielo oíamos el sacudir de alas gigantescas, mientras desde la jungla se alzaban las voces multitudinarias de una jungla tropical, de la atmósfera cálida y húmeda que debía haber cubierto toda la tierra durante las eras Paleozoica y Mesozoica. Pero aquí se entremezclaban también las voces de eras posteriores: el grito de la pantera, el rugido del león, el aullido de los lobos y un gruñido estrepitoso que no pudimos atribuir a nada terrenal pero que un día conectaríamos con la más temible de las antiguas criaturas.
Uno a uno los otros volvieron a sus camarotes, hasta que la muchacha y yo nos quedamos a solas, pues había permitido que la guardia permaneciera abajo unos minutos más, sabiendo que yo estaría en cubierta. La señorita La Rué permanecía en silencio, aunque respondía graciosamente a todo lo que yo tuviera que decir y demandara una respuesta. Le pregunté si no se sentía bien.
—Sí -dijo ella-, pero todo este horror me deprime. Me siento tan poco importante… tan pequeña e indefensa ante todas estas manifestaciones de vida reducidas al salvajismo y la brutalidad. Me doy cuenta como nunca antes de lo insignificante que es la vida. Parece una broma, una broma cruel y sombría. Eres algo risible o temible según seas más o menos poderoso que cualquier otra forma de vida que se cruce en tu camino: pero como regla general no vales nada más que ante ti mismo. Eres una figura cómica que salta de la cuna a la tumba. Sí, ese es nuestro problema: nos tomamos a nosotros mismos demasiado en serio. Pero sin duda Caprona nos curará de eso.
Hizo una pausa y se echó a reír.
—Ha desarrollado una hermosa filosofía -dije yo-. Llena el ansia el pecho humano. Es plena, satisface, ennoblece. Qué maravillosos pasos hacia la perfección podría haber hecho la raza humana si el primer hombre hubiera evolucionado y hubiera insistido hasta ahora como el credo de la humanidad.
—No me gusta la ironía -dijo ella-. Indica un alma pobre.
—¿Qué otro tipo de alma puede esperar de una «figura cómica que salta de la cuna a la tumba»? -inquirí-. ¿Y qué diferencia hay, por cierto, entre lo que a uno le gusta y no le gusta? Estás aquí sólo un momento, y no puedes tomarte a ti mismo demasiado en serio.
Ella me miró con una sonrisa.
—Imagino que estoy asustada y deprimida -dijo-, y sé que me siento muy sola y añoro mi hogar.
Había casi un sollozo en su voz. Era la primera vez que me hablaba así. Involuntariamente, deposité mi mano sobre la suya, que descansaba en la barandilla.
—Sé lo difícil que es su posición -dije-, pero no piense que está sola. Hay… hay quien haría cualquier cosa por usted -terminé tímidamente.
Ella no apartó la mano. Me miró a la cara con lágrimas en las mejillas y leí en sus ojos el agradecimiento que sus labios no pudieron expresar. Entonces se volvió hacia el extraño paisaje iluminado por la luna y suspiró. Evidentemente su recién descubierta filosofía le estaba jugando a la contra, pues parecía tomarse a sí misma demasiado en serio. Quise cogerla entre mis brazos y decirle cuánto la amaba, y había retirado la mano de la barandilla y empezaba a atraerla hacia mí cuando Olson llegó a cubierta con su petate.
La mañana siguiente empezamos en serio con nuestro proyecto de construcción, y las cosas avanzaron a buen ritmo. El hombre de Neanderthal nos dio algunos problemas, y tuvimos que mantenerlo encadenado todo el tiempo, y se comportaba de manera salvaje cada vez que nos acercábamos. Pero al cabo del tiempo se volvió más dócil, y entonces intentamos descubrir si tenía algún lenguaje. Lys se pasó mucho tiempo hablando con él y tratando de sonsacarle alguna palabra, pero no tuvo éxito. Tardamos tres semanas en construir todas las casas, que edificamos junto a un frío manantial a unos tres kilómetros de la bahía.
Cambiamos un poco nuestros planes cuando se trató de construir la empalizada, pues encontramos un acantilado desmoronado cerca y podíamos conseguir allí todas las piedras planas necesarias, así que construimos una muralla de piedra que rodeaba los edificios. Tenía forma de cuadrado, con bastiones y torres en cada esquina que permitían disparar desde cualquier lado del fuerte, y tenía cien metros cuadrados por fuera, con murallas de diez centímetros de grosor en la base y de un palmo en la parte superior, y cuatro metros y medio de altura. Tardamos mucho tiempo en construir esa muralla, y todos echamos una mano y ayudamos excepto von Schoenvorts, quien, por cierto, no me hablaba excepto para asuntos oficiales desde nuestro encontronazo… una especie de neutralidad armada que me venía al pelo. Acabamos de terminar la muralla, y hoy mismo estamos dándole los últimos retoques. Yo dejé el trabajo hace una semana y comencé a trabajar en esta crónica de nuestras extrañas aventuras, lo cual explicará cualquier equivocación en la cronología que pueda haberse colado: había tanto material que puede que haya cometido algún error, pero creo que son pocos y sin importancia.
Veo al repasar las últimas páginas que no he llegado a contar que Lys finalmente descubrió que el hombre de Neanderthal poseía un lenguaje. Ella aprendió a hablarlo, y yo también, hasta cierto grado. Fue él (dice que su nombre es Am, o Ahm), quien nos contó que este país se llama Caspak. Cuando le preguntamos hasta dónde se extendía, alzó ambos brazos sobre su cabeza en un gesto absorbedor que incluía, al parecer, todo el universo. Ahora es más tratable, y vamos a liberarlo, pues nos ha asegurado que no permitirá que sus amigos nos hagan daño. Nos llama galus y dice que dentro de poco él será un galu. No está claro lo que quiere decir con eso. Dice que hay muchos galus al norte de nosotros, y que en cuanto se convierta en uno irá a vivir con ellos.
Ahm salió a cazar con nosotros ayer y se quedó impresionado por la facilidad con que nuestros rifles abatían antílopes y ciervos. Hemos estado viviendo de los productos de la tierra; Ahm nos enseñó cuáles eran las frutas, tubérculos y hierbas comestibles, y dos veces a la semana salimos a conseguir carne fresca. Secamos y almacenamos una parte, pues no sabemos qué puede acontecer. Nuestro proceso de secado es en realidad ahumado. También secamos una gran cantidad de dos variedades de cereales que crecen salvajes a unos pocos kilómetros al sur. Uno es un maíz indio gigante, una planta perenne que suele tener hasta quince o veinte metros de altura, con hojas del tamaño del cuerpo de un hombre, y granos grandes como un puño. Hemos tenido que construir un segundo almacén para la gran cantidad de grano que hemos almacenado.
* * *
3 de septiembre de 1916: Hoy hace tres meses que el torpedo del U-33 me arrancó de la pacífica cubierta del trasatlántico americano para lanzarme al extraño viaje que ha terminado aquí en Caspak. Hemos acabado por aceptar nuestro destino, pues todos estamos convencidos de que ninguno volverá a ver el mundo exterior. Las repetidas afirmaciones de Ahm de que hay seres humanos como nosotros en Caspak han despertado en los hombres un agudo deseo de exploración. Envié una partida la semana pasada a las órdenes de Bradley. Ahm, que ahora es libre de ir y venir a su antojo, los acompañó. Se dirigieron al oeste, y encontraron muchas terribles bestias y reptiles y unas cuantas criaturas parecidas a hombres a quienes Ahm espantó. Aquí incluyo el informe de Bradley sobre la expedición:
«Marchamos unos veinte kilómetros el primer día, acampando en la orilla de un gran arroyo que corre hacia el sur. Había caza de sobra y vimos varias especies que no habíamos encontrado antes en Caspak. Justo antes de acampar nos atacó un enorme rinoceronte lanudo, que Plesser abatió con un disparo perfecto. Cenamos filetes de rinoceronte. Ahm llamó al bicho «atis». Fue una batalla casi continua desde que dejamos el fuerte hasta que llegamos al campamento. La mente del hombre apenas puede concebir la plétora de vida carnívora que hay en este mundo perdido; y sus presas, naturalmente, son aún más abundantes.
«El segundo día marchamos unos quince kilómetros hasta el pie de los acantilados. Atravesamos densos bosques cercanos a la base de los acantilados. Vimos criaturas parecidas a hombres y un orden bajo de simio en un lado, y algunos de los hombres juraron que había un hombre blanco entre ellos. Intentaron atacarnos al principio; pero una descarga de nuestros rifles les hizo cambiar de opinión. Escalamos los acantilados hasta donde pudimos, pero cerca de la cima son absolutamente perpendiculares sin ningún hueco o protuberancia que pueda servir de asidero. Todos nos sentimos decepcionados, pues anhelábamos ver el océano y el mundo exterior. Incluso esperamos poder ver y atraer la atención de algún barco de paso. Nuestra exploración ha determinado una cosa que posiblemente nos resultará de poco valor y nunca será oída más allá de las murallas de Caprona: este cráter estuvo una vez completamente lleno de agua. Hay pruebas irrefutables en la cara de los acantilados.