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Authors: Patrick Dennis

Tags: #Humor, Relato

La tía Mame (37 page)

BOOK: La tía Mame
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—¿Yo? Pero si estoy ocupada todo el día.

—¿Haciendo qué?

—Bueno, leo mucho. Estudio idiomas, arte, música, nuevas ideas. Tengo una insaciable sed de conocimiento…

—¿Y por eso te suspendieron en Bennington?

—… y disfruto observando la comedia de la vida… ¿Quién te ha dicho eso?

Era la primera vez que veía alterada a Margot, y no fue agradable.

—Pegeen Ryan.

—¿Pegeen Ryan? ¿Vas a decirme que crees a esa ignorante camarera irlandesa? ¡Pero si no es más que una pueblerina!

—Pero una pueblerina que acabó sus estudios en la facultad —respondí.

—¡En la facultad! ¿Llamas universidad a la Universidad de Maine?

—Sí —repuse.

—Se concede demasiada importancia a los títulos universitarios. La vida es una escuela mejor… Menudo descaro el de esa irlandesa. ¡Si su abuelo fue jardinero del mío!

—Eso me contó.

—¿Cómo has podido verte con esa mujerzuela a mis espaldas y…?

—Fui a disculparme por la escena que organizaron tus hermanas anoche. Y también a pagar la cuenta.

—¡Disculparse una Maddox con una Ryan! ¡Ja, ja, ja, ja! ¡Lo nunca visto!

—Desde luego, Margot. Sobre todo teniendo en cuenta que no había disculpa posible por los malos modales de las hermanas Maddox. Pero, tranquila, no aceptaron la disculpa…, ni el dinero.

—¿Qué has dicho de nuestros modales?

—Ya me has oído, Margot. Por una vez, seré yo quien hable y tú escucharás. Te quiero, Margot. Te quiero a pesar de tus pretensiones intelectuales y de que te comportes como una duquesa en público y como una novicia en el seno de tu familia.

De pronto, me enfrenté al triste hecho de que en realidad no la quería…, ni siquiera me gustaba.

—¿Cómo te atreves…?

—Deja que hable…, sólo por esta vez. A pesar de la semana infantil, teatral y decadente que hemos pasado, cuyo colofón fue vuestra sublime actuación de anoche, sigo dispuesto a casarme contigo. Pero quiero casarme contigo, no con Melissa, ni con Miranda, ni con Kafka. De hecho, con nada de lo que he tenido que soportar estos días. Ha de ser nuestro matrimonio; nada de vida comunitaria o trabajo creativo en ninguna isla que no sea Manhattan. Viviremos juntos…, solos…, como cualquier otra pareja. Yo iré a la oficina a las nueve y volveré a casa a las seis. Puedes dedicarte a todas las actividades intelectuales que quieras entre tanto…

—¡Como un insignificante contable aburguesado con manguitos de celuloide! —escupió Margot.

—Exactamente igual que un insignificante contable aburguesado, excepto que no sé llevar la contabilidad. Un contable insignificante, con niños y una vida normal…, la vida que nunca he podido llevar. La tía Mame puede cuidar de sí misma. Siempre lo ha hecho. Igual que Miranda y Melissa.

—¡Cuidar de sí mismas! —explotó—. ¿Cómo crees que voy a poder casarlas con maridos adecuados si tenemos una vida tan mediocre? Tengo que llevarlas a sitios donde puedan conocer a hombres que sean… —Se estaba poniendo bastante histérica, balbucía y le faltaban las palabras— inteligentes, sofisticados, de buena familia…

—¿Quieres decir ricos? —pregunté.

—Pues sí. Una Maddox no puede casarse con cualquiera. Para ti es diferente. Tienes tu propio dinero. Eres el único heredero de una mujer acaudalada. No sabes lo que significa haberlo tenido todo y ver arruinarse a tu padre. No somos como los demás. No podemos amoldarnos a…

—¿Cuándo desapareció esa fortuna, Margot?

—En el 29. Teníamos tres institutrices, lacayos y…

—Tenías ocho años. Tus hermanas eran aún más jóvenes. Creo que ya deberíais haberos acostumbrado a la vida real después de quince años. De hecho, cuanto antes superéis vuestros delirios de grandeza y la idea de que habéis nacido para estar al frente de las artes y la sociedad, y aprendáis a cocinar y a tratar a los demás como si fueran personas y no siervos del desaparecido imperio Maddox, tanto mejor…

—¡Cierra esa boca! —chilló—. ¡Durante diez generaciones la familia Maddox ha sido una referencia social, artística e intelectual para todo el mundo en Salem y a veces también en Boston! Todo el mundo en nuestro círculo dice que…

—¿Y quién pertenece a ese famoso círculo, Margot?

—¡Nadie a quien tú conozcas!

—¡No me cabe la menor duda! Pero, si vuestro círculo consiste en tres hombres ricos, más vale que te des prisa. He pasado toda mi vida entre gente de talento y buena familia, y no sé por qué, pero ni tú ni tus hermanas estáis a la altura de ninguna de las dos cosas. Y si crees que voy a casarme contigo y pasar el resto de mi vida haciendo de casamentero para las maleducadas de tus hermanas, estás muy…

—¡Casarte conmigo! ¡Un palurdo de Madison Avenue con una tía rica cabeza hueca que cree que basta con tener dinero para emparentar con una familia verdaderamente aristocrática y de talento!

—¡Eh!, espera un momento…

—¡No me casaría contigo por nada del mundo! ¡Mis hermanas y yo llegaremos a la cumbre intelectual aunque sea lo último que haga en mi vida!

—Desde luego que lo será.

—¡Vete de aquí, maldita sea! ¡Sal ahora mismo de mi casa!

—De acuerdo, Margot, me voy. Pero permite que te haga una puntualización: ésta casa no es tuya, sino de mi tía Mame, hasta el Día del Trabajo.

—¡La casa es mía, igual que lo es la isla entera! Soy una Maddox y una Maddox es…

—Adiós, Margot. Recuerdos a tus amigos de Ischia.

Atravesé a toda prisa el césped para alejarme de la mansión Maddox. Pero al pasar delante de la casa, la ventana de la tía Mame se abrió de par en par.

—¡Patrick! ¡Espera! —gritó con voz ronca.

Al cabo de un momento, llegó corriendo al césped, envuelta en chales y mantas.

—¿Lady Macbeth? —pregunté.

—¡Ay, cariño, tu tía Mame es tan desdichada…! Después de la terrible escena de anoche, tengo los nervios destrozados. Y encima me he resfriado y…, a propósito, ¿dónde has estado? ¿Adónde vas con esa…?

—Como siempre me ocurre contigo, he estado en el País de las Maravillas. Ahora me vuelvo a Nueva York en el próximo barco.

—Pero ¿y Margot, cariño? ¿Y vuestros planes de boda? Pero si se ha pasado la tarde hablando de la preciosa villa que pensaba daros como regalo de boda…, lo bastante grande para dos tortolitos, sus dos hermanas pequeñas y una tía que chochea. Nos pareció tan buena idea que habló también de un
pied à terre
en París y un…

Había en ella una especie de sorpresa fingida que no me gustó nada.

—Lo de Margot y yo se ha ido al garete.

—¿Adónde?

—Es una palabra marinera que equivale a decir que todo se ha ido a pique. Significa que hemos roto.

—¿Que habéis roto? Pero, Patrick, ¿qué hay de los planes que tenía para ti? ¿De mi verano dorado? ¿De mis nietos? He pasado medio año acorralando a estas chicas guapas, inteligentes y de buena familia. Te las ofrezco en bandeja. Te doy la ocasión de volver a representar el juicio de Paris y…

—Paris habría tenido mucho mejor juicio.

—Pero mi profesor de psicología dijo que…

—Tu profesor de psicología no contaba con que fueses a meterte en un nido de víboras. Aunque yo podría haberle dicho que, de todas las locas, chifladas y estúpidas del mundo, tú serías la única en dejarse engañar por esas falsas patricias, codiciosas e insoportables, que carecen de modales y de decencia para…

—Bueno, admito que la discusión de anoche con aquella preciosa pelirroja fue horrible, pero la gente de rancio abolengo…

—Tienes toda la razón al decir que fue horrible. Fue la trifulca más vulgar y ruidosa de la historia. Y más propia de un puñado de prostitutas en un burdel de Barcelona que…

—No podría estar más de acuerdo, cariño —afirmó con una calma exasperante.

—Podrías admitir también que las hermanas Maddox te han estado sangrando desde que las conociste.

—La verdad es que no son de las que en los restaurantes discuten a la hora de pagar la cuenta.

—Y te habrás dado cuenta, o al menos deberías haberlo hecho, de que no tienen más talento del que pueda tener yo. Margot no distinguiría a Kafka de Elinor Glyn, y en cuanto a las imitaciones de Miranda…

—¿También tú te has dado cuenta de que la
Fuga en re
de Melissa es en realidad Ramona tocada al revés y además está en clave de do, que es la única que conoce?

Tanto comedimiento empezaba a sacarme de quicio.

—Y todos esos supuestos pretendientes en realidad no existen. De hecho te inventaste toda…

—No todos los hombres son tan chiflados, locos y estúpidos como pareces ser tú. Cualidades que, supongo, debes de haber heredado de nuestra familia, igual que la vanidad, la codicia, el esnobismo y las pretensiones son características de las Maddox.

—¿Y querías que me casara con una de esas vampiresas? —aullé.

—No te pedí que te casases con Margot. Ni con ninguna de ellas. Me parecen un hatajo de cazadotes aburridísimas, y además sin la menor generosidad para ofrecer las recompensas físicas que se esperan de…

—Dios mío —balbucí—, ¿sabías todo eso y te sentaste a esperar que esas arpías me atraparan? ¿Te habrías puesto una boa de plumas y habrías llorado en la boda? ¿Habrías…?

—Cariño, mi profesor de psicología dijo que…

—Puedes decirle de mi parte que la próxima vez que me enamore pienso fiarme de la biología y no de la psicología…, y desde luego no de ti.

—¡Estupendo! —dijo secamente la tía Mame—. Eso mismo quería oír.

—¿Se puede saber de qué estás hablando? —suspiré—. Pero si eres tú quien…

—Quien siempre tiene que sacarte de los líos en que te metes, como aquella horrible Upson o la famosa Bubbles, aunque admitiré que una o dos veces me has ayudado a salir de, ejem, pequeñas dificultades en las que me ha metido el destino. Pero ahora eres un hombre adulto. Estás a punto de cumplir los treinta. Ha llegado el momento de que abandones esa letargía de crustáceo y te internes en el mar abierto de la virilidad, por citar a un brillante editor de edad mediana al que conozco.

—Tía Mame, ¿de verdad planeaste todo esto? Tú…

—¡Vuela libre, pajarillo! ¡Ojalá los años que has pasado en mi jaula dorada te hayan vuelto más sabio! —dijo con un elegante y leve movimiento de las alas.

—No sabes cuánta razón tienes. Me voy. Me voy ahora mismo.

—Excelente, cariño, deja que meta un par de cosas en la maleta. No tardo ni un segundo en estar contigo. Este depósito de cadáveres me da escalofríos. Sólo serán diez o quince…

Oí la sirena de la lancha, que sonaba al otro extremo de la isla de Maddox.

—Perdona, tía Mame —dije—. El barco no esperará diez o quince minutos. Adiós. No pierdas de vista la cartera mientras sigas por aquí. Y gracias.

Me incliné y le di un abrazo y un beso.

—¡Eh!, no tan deprisa, jovencito —dijo indignada—. Después de todo lo que he hecho por ti no irás a dejarme con esas tres arpías.

—Para citar a tu brillante editor de edad mediana, abandono mi letargía de crustáceo para internarme en el mar abierto de la virilidad. Y voy a hacerlo ahora mismo, antes de tener que pasar otra noche en el muelle.

—¡Patrick! ¡No me dejes sola en esta horrible casa! —gritó.

—Tú te metiste en esto —respondí—, así que tendrás que arreglártelas para salir…, con ayuda de la psicología, claro. Adiós, y gracias de nuevo.

Con esas palabras me marché.

Justo al llegar a la puerta, Melissa salió de entre las sombras. Estaba pálida y parecía muy decidida. Llevaba un vestido largo de color rojo. Era digna de ver.

—Espera, Patrick —dijo con voz siniestra—. He oído lo que le has dicho a Margot. Y tenías razón, Margot es horrible. Es muy interesada. No tiene ni idea de Kafka. Pero yo no soy como Miranda y ella. Llévame contigo y te prometo que no volveremos a verlas. Podríamos ir juntos a Roma y yo seguiría contigo y con mi música. —Volví a oír el melancólico silbido de la sirena de la lancha—. Yo podría hacerte muy feliz. Me encantan la publicidad y la gente normal y…

Me perdí el resto de su proposición. Arranqué a correr y recorrí a toda prisa el polvoriento camino que dividía en dos la isla de Maddox.

Llegué al muelle justo cuando zarpaba la lancha. Tuve que dar un buen salto, pero lo hice. Me abrí paso acarreando mi maleta entre los domingueros hasta que tropecé con una chica muy guapa que vestía un sencillo traje de chaqueta. Tenía una preciosa melena pelirroja que ondeaba al viento. Era Pegeen Ryan.

—Sorpresa —dije.

—¡Ah!, eres tú —respondió.

—Sí, yo urbanita. Tú lugareña.

—Es para partirse de risa. Apuesto a que te contratarían en la televisión.

—Vamos, para de una vez, irlandesa.

—¿Vas a Bangor a comprarle un anillo de boda a Margot?

—No, voy a Bangor a comprar un billete de regreso…, para volver a mi casa.

—¿Ah? —dijo arqueando las cejas.

—¡Ah! —respondí.

Guardamos silencio un rato.

—¿Te importa si me siento a tu lado, Pegeen?

—Es una lancha pública —respondió.

—¿Te importa si me siento a tu lado en el minibús, cuando lleguemos a la otra isla? —pregunté.

—Es un autobús público.

—¿Y en el
ferry
a Eastport?

—Es un
ferry
público.

—Y luego hay otro autobús público a Bangor, Pegeen, y luego un avión público a Nueva York, y una jardinera pública que lleva a la terminal y…

—Todo muy público, ¿verdad? —dijo con una sonrisa.

—Tal vez podríamos cenar juntos…, ¿qué tal esta noche? Pero, claro, en un restaurante público.

—Es posible —respondió.

Le pasé el brazo por encima del hombro y contemplé cómo la isla de Maddox desaparecía en el crepúsculo.

XI.
LA TÍA MAME VUELVE A LAS ANDADAS

La lectura sobre el personaje inolvidable era una experiencia tan fascinante que me quedé adormilado. A las cuatro en punto, me despertó el timbre del teléfono. Me levanté para responder, pero Pegeen se me había adelantado.

—Para ti —dijo tapando el auricular—. Es la chiflada de tu tía.

—Imposible —susurré—. Está en la India.

—Pues la conexión es muy buena, porque se oye como si estuviese aquí mismo. Toma.

—¿Diga? —dije en tono cauto.

—¡Cariño, ya estoy aquí! —canturreó la tía Mame.

—Pero ¿dónde?

—En el St. Regis. He llegado esta mañana y voy a quedarme sólo un día o dos. ¿No te escribí para advertirte de que venía?

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