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Authors: Patrick Dennis

Tags: #Humor, Relato

La tía Mame (35 page)

BOOK: La tía Mame
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Una noche lo conseguí. La tía Mame estaba en la cocina expresando su opinión sobre una salsa. Melissa y Miranda todavía se estaban vistiendo. Casi babeando, seguí a Margot hasta el emparrado.

—¡Oh! —dijo con su maravillosa voz—. ¡Me has asustado!

No parecía nada asustada, así que me envalentoné.

—¿Estás escribiendo? —pregunté como un idiota.

—Oh, en realidad no —respondió Margot echándome una mirada que estuvo a punto de noquearme—. Es sólo un pequeño estudio sobre Kafka, pero encierra cierta dificultad porque lo estoy escribiendo en francés y en verso. —«Madre mía», pensé yo—. Aunque nunca encontraré editor —añadió tristemente.

—Vaya —dije—, da la casualidad de que un compañero mío de la universidad trabaja en la editorial Harbinger Press, una editorial muy exigente —seguí alardeando—. Deja que le eche un vistazo. Mi francés no es muy bueno, pero tal vez tú y yo…, y mi amigo, claro, podríamos comer un día juntos.

Me acerqué a su lado y le pasé un brazo por encima del hombro. Estaba tan desesperado después de una semana a distancia de aquellas hermosas seductoras que había decidido atacarla tan descaradamente como a Sal, que había llegado a nuestra agencia de publicidad de Raymond College y ahora se acostaba con el jefe de redacción, dos clientes, un escultor de Jane Street, su prometido, conmigo y con el ejército regular.

Haciendo un esfuerzo, me contuve.

—Oye, Margot… ¡Ay! —Aplasté un mosquito de un manotazo.

—¡Ya estamos aquí! ¡Justo a tiempo!

La tía Mame llegó al emparrado, armada con un bote de insecticida y flanqueada por Miranda y Melissa. Me roció tanto de insecticida que casi me mata. Luego se sentó y me pidió que leyera en voz alta el manuscrito de Margot en mi francés de la San Bonifacio hasta que echó a perder la tarde.

Por frustrantes que parecieran aquellas ocasiones con las hermosas hermanas Maddox, la verdad es que nunca pude pasar mucho tiempo en la casa que les había alquilado la tía Mame. Había muchos mediodías, muchas tardes y muchas noches en las que la tía Mame me informaba de que a las hermanas las habían invitado hombres mucho más ilustres que yo, por lo que podía pasar el tiempo como quisiera. Eso me enfurecía, porque significaba que tenía que quedarme en mi habitación del hotel restaurante Mickey el Irlandés y comer la espléndida comida que preparaba y servía Pegeen.

A las horas de las comidas trataba de discutir con ella, pero siempre respondía con alguna palabra desconcertante y se marchaba dejándome boquiabierto en busca de algo que decir. Por la noche, cuando recobraba el dominio de mí mismo, bajaba al bar e intentaba entablar conversación con Pegeen o su padre. Imposible. El señor y la señorita Ryan eran muy reservados. Todavía más tarde, consumiéndome de pasión por alguna de las tres hermanas Maddox, bajaba a la playa y trataba de calmarme en las aguas de Maine, que estaban bajo cero. Lo único que conseguí fue que me salieran sabañones y una seria advertencia del policía del pueblo por exhibicionismo.

Al décimo día estaba fuera de mí. Me levanté a las seis de la mañana y estuve mordiéndome las uñas hasta que calculé que la tía Mame estaría despierta. A las once entré en su habitación, le quité el antifaz y la zarandeé hasta hacerle recobrar la conciencia.

—Patrick, cariño —dijo guiñando los ojos—, no deberías estar aquí. Las chicas…

—Las chicas han salido en su puñetero barco de vela —respondí—. ¿Crees que habría venido a tu habitación, si alguna de ellas estuviera en la casa?

—¡Adulador!

—Escucha, tía Mame. Me estoy volviendo loco. ¿Es que tenéis que ir siempre juntas como los defensas de un equipo de fútbol? ¿Es que ninguna puede apartarse lo bastante del grupo para que uno…?

—Cariño, ¿de qué estás hablando?

—Sabes perfectamente de qué estoy hablando. Has estado ocultando entre tus faldas a Margot, Miranda y Melissa como una gallina clueca desde que te fuiste a México. Fuiste tú quien me metió en la cabeza lo del matrimonio, y ahora cada vez que estoy a solas con una de ellas más de cinco segundos apareces como los Cuatro Jinetes y…

—¿Matrimonio? —dijo muy alborotada la tía Mame mientras fingía abrir los ojos con espanto—. No sé quién te habrá metido esa idea en…

—¡No me vengas ahora con ésas, lianta! Vamos, ¿cuándo me vas a dar la oportunidad de ver a una de esas chicas a solas?

—Vaya, qué lástima, cariño. De haber sabido que estabas tan interesado, habríamos pedido que te invitasen a comer a ti también. Por desgracia las tres van al picnic playero de los Sears. ¡Es una pena! Pensé que conocías a los Sears. Ellos…

—¡Sabes de sobra que no conozco a nadie en esta condenada isla!

—Caramba, tesoro, todo esto me coge muy de sorpresa. No tenía ni idea de que pudieras albergar sentimientos…, no digamos emociones, tan profundos como para…

—¡Oh, calla de una vez!

Entonces me echó una mirada encendida.

—¿Quién es la afortunada?

Me quedé tan pasmado, que por un momento no pude distinguir a una Maddox de la otra.

—Margot —balbucí.

—De acuerdo, cariño —dijo en tono decidido—. Organizaré una pequeña reunión privada entre tú y Margot esta misma tarde. ¿A qué hora?

—Justo después del picnic de los Lodge.

—De los Cabot, cariño. ¿Te va bien a las dos y media?

Me quedé tan desconcertado que no pude sino asentir con la cabeza.

* * *

Llegué a la mansión Maddox a las dos en punto. Sin dejar de hablar de langosteras y tesoros enterrados, la tía Mame, Melissa y Miranda se pusieron sus grandes sombreros de paja mexicanos y salieron de excursión. Cuando se fueron reinó un silencio imponente. Lancé unas piedrecitas a la ventana de Margot, en uno de los torreones de la casa, y no tardó en asomarse muy sonriente.

—¿Eres tú, Patrick? Estaba leyendo un artículo muy interesante sobre Sartre. Parece que…

—¿Por qué no dejas a Sartre ahí arriba y bajas conmigo?

—De acuerdo —respondió, y desapareció. Al cabo de un par de minutos estaba abajo, con los labios recién pintados y un vestido blanco que realzaba aún más su belleza—. ¿Dónde están Mame y las chicas?

—¡Oh, han salido! —respondí.

—¿Sin avisarnos? —comentó Margot—. ¡Menuda cara tienen!

—Podríamos hacer una excursión por nuestra cuenta —sugerí—. ¿Te apetece dar un paseo en velero?

—Pues sí, pero no entiendo por qué se han ido sin decirme nada. Siempre vamos juntas a todas partes…

—Por el amor de Dios, acabáis de volver de ese dichoso picnic playero. ¿Es que no podéis…?

—Hace años que no voy a ningún picnic playero —respondió—. Esperábamos que vinieras y…

No necesité más. La abracé y la besé con tanta fuerza que tuvo que dejar de hablar. Luego, le dije:

—¿Te das cuenta de que es la primera vez que estamos a solas desde que llegué?

—Sí, supongo que sí… —empezó. Luego oí a Ito, que se reía en la despensa. Cogí a Margot del brazo y la arrastré hacia la playa. Una vez lejos de todos, el resto fue pan comido. Media hora después, todo estaba acordado.

Me sorprendió tanto que Margot aceptara mi propuesta de matrimonio que me costaba caminar erguido. Que una chica tan guapa, tan inteligente y tan solicitada bebiera los vientos por mí igual que yo por ella parecía totalmente increíble. Aunque también lo habían sido aquellas vacaciones.

—¿Vas a decírselo ahora? —pregunté mientras cruzábamos el césped cogidos de la mano.

Margot respondió con su preciosa voz.

—Estoy segura de que Miranda y Melissa ya se habrán dado cuenta, pero se lo comunicaré oficialmente a la hora de cenar. Seguro que se alegrarán mucho, y tu tía también.

No me gustó el tono de sus palabras.

Y, sin embargo, así fue. Miranda me besó, Melissa me besó, la tía Mame me besó. Y luego todo el mundo besó a todo el mundo. La tía Mame pidió a Ito que descorchara media docena de botellas de champán y brindamos motivos imaginables.

Acabé borracho como una cuba y me fui con el corazón desbordado de sentimientos familiares.

—Mañana por la noche —dije—, seré yo quien dé una fiesta. Una cena. En el restaurante de Mickey el Irlandés hay una especie de terraza, o porche trasero, y Pegeen es una cocinera maravillosa.

—¡Qué idea tan divina! —dijo la tía Mame.

Las chicas parecieron un poco sorprendidas.

—¿De verdad quieres que nos relacionemos con los lugareños, cariño? —preguntó Margot.

—¡Oh, será como estar en el cielo! —insistió la tía Mame.

—E invitaré también a vuestros amigos —dije locuaz—. Podéis traer a los Sears o a los Lodge o a quien queráis hasta un total de ocho.

Las hermanas me miraron atónitas.

—¡Oh!, creo que sería mucho más divertido —intervino enseguida la tía Mame— si fuese una fiesta familiar. Sólo nosotros cinco.

No iba a ponerme a discutir.

—¿Me acompañas a la puerta? —pregunté a Margot, apretándole la mano.

—Claro, cariño.

Le pasé el brazo por encima mientras íbamos por el camino, pero reparé en que no estábamos solos. Miranda, Melissa y la tía Mame nos acompañaron.

* * *

A la mañana siguiente, era tal mi impaciencia que no veía el momento de levantarme y bajar al bar a encargarle a Pegeen una suntuosa cena. La encontré sola, delante de los barriles de cerveza, lavando los vasos.

—Ya puedes felicitarme, Pegeen —dije—. Voy a casarme.

—¡No me digas! —respondió de forma exasperante—. ¿Cuál de las tres te ha pescado? ¿Miranda?

—No —respondí molesto—. Margot.

—Qué raro. Normalmente, la reservan para caballeros de más edad.

—¿Qué estás diciendo?

—Veamos —respondió pasando por alto mi pregunta—. Querrás una cena agradable, en el porche de atrás, claro, esta noche. Y habrás pensado en filet mignon con brécol y salsa holandesa y…

Me quedé boquiabierto.

—¿Cómo lo sabes?

—Es lo que pide siempre el afortunado, excepto cuando había racionamiento, que no teníamos más que pollo. Veamos, seréis las hermanas Maddox, tu tía y tú. Cinco en total. Al menos es un cambio. Normalmente es el novio y las tres hermanas Maddox.

—Había pensado en invitar a más gente, los Sears, los Cabot y…

—Pues más vale que te des prisa en desenterrarlos. En esta isla no vive nadie con ese nombre desde que yo era pequeña. Bueno, la costumbre es empezar con una
vichyssoise
fría, luego el
filet
, y después…

—¡Esta noche no cenaremos nada de eso! —exclamé airado—. Tomaremos una cena típica de Maine: almejas al vapor, langosta y…

—Como quieras —respondió Pegeen—. Tal vez así cambie la suerte de Margot.

Y con esas palabras desapareció en la cocina.

* * *

El sábado por la noche, Mickey el Irlandés siempre estaba muy concurrido. Mi pequeña celebración hizo que todavía lo estuviese más. El bar se encontraba abarrotado de lugareños, veraneantes y unos cuantos grandullones de un guardacostas cuando llegó el grupo de la mansión Maddox. Como de costumbre, las hermanas lucían vestidos de fiesta de color blanco y la tía Mame vestía muy apropiadamente de negro. Se oyeron muchos silbidos de admiración cuando pasaron por delante de la barra, pero las cuatro se comportaron como señoras en todo momento…, aunque habría estado dispuesto a jurar que la tía Mame miraba con buenos ojos a un guardacostas rubio y fuerte.

Cuando bajaba la marea, el porche trasero de Mickey el Irlandés apestaba a cangrejo rancio. La marea estaba baja. Las hermanas Maddox olisquearon el aire con desagrado, pero no hicieron el menor comentario. La tía Mame, muy en su papel de matrona de Beacon Hill, agitó inútilmente ante su nariz un pañuelo de encaje perfumado.

—¡Será posible! —dijo Melissa—. ¡Todos esos pueblerinos silbándonos!


Noblesse oblige
, querida —respondió Miranda.

Se oyó una risita y Pegeen apareció en el umbral dispuesta a tomar nota de las bebidas.

—Buenas noches, Pegeen —dijo Margot con mucho encanto.

—Buenas noches, señorita Maddox —repondió Pegeen moviendo de forma casi imperceptible la cabeza. Se produjo un desagradable silencio.

—Bueno, ¿qué vais a tomar? —exclamé en tono jovial.

Se hizo un notable revuelo con el pedido. Miranda se mostró particularmente indecisa, y finalmente pidió lo que quería en francés. Pegeen respondió también en francés.

—¿Es francocanadiense? —pregunté cuando salió Pegeen.

—Dios mío, no —repuso Margot—. No es más que una lugareña.

—Igual que los demás —añadió Melissa.

—Sin embargo, posee cierta belleza prerrafaelita muy seductora… —objetó Miranda.

—Si te gusta algo tan obvio… —la interrumpió Melissa.

—Hace años que le pido que pose para mí, pero…

—Es natural que no quiera —dijo Margot—. Los lugareños tienen mucha conciencia de clase y…

—Y, claro, el hecho de que seamos Maddox —continuó Melissa— hace que Pegeen se sienta muy…

—Silencio, por favor —las reconvino la tía Mame—. Os va a oír.

Pegeen volvió con las bebidas, y me aseguré de que todo el mundo tomara dos rondas antes de empezar a cenar.

Nunca había visto a las tres bellezas Maddox fuera de su terreno, y tuve la sutilísima impresión de haber escogido la noche, el lugar, la comida y la bebida equivocadas. Esperé que la noche se animara con el vino, pero no fue así. Mientras tomábamos la deliciosa sopa de cangrejo de Pegeen, Melissa se cubrió la cara con las manos y dijo:

—¡Oh, oh, oh! Ya estamos con ese vulgar aparato, ¿cómo lo llamáis vosotros?

—Máquina de discos —respondió Pegeen mientras entraba con los panecillos recién hechos.

—Eso es. Llevo todo el día tratando de pensar en una música atonal e inquietante adecuada para un ballet basado en
El proceso
de Kafka, pero con esos dichosos maullidos…, ¿quién es el cantante, Pegeen?

—Jo Stafford.

—Pobre hombre, qué voz tan chillona —se quejó Melissa.

—Será por las hormonas —dijo Pegeen. La tía Mame soltó una risita y luego volvió a asumir su papel de señorona de Back Bay.

—¿No podrías pedirles que lo pararan, Pegeen? Está echando a perder mi idea de la composición y…

—Me temo que no hay ningún botón con la etiqueta «silencio», señorita Maddox —respondió Pegeen, y se marchó muy atareada.

—En fin, querida… —empezó Margot.

—¿Alguien quiere más vino? —pregunté.

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