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Authors: Patrick Dennis

Tags: #Humor, Relato

La tía Mame (28 page)

BOOK: La tía Mame
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—Espera un momento, preciosa —dije sentándome—. No quiero pedirle un montón de pasta. Ha sido demasiado generosa conmigo toda su vida. Y, además, tengo mi propio dinero y no quiero ir por ahí mendigando favores.

—Pero, amor mío —replicó con un precioso mohín—. ¿Para qué quiere todo ese dinero? Está sola en el mundo, y, al fin y al cabo, tú eres más o menos su heredero.

Cambié de tema apresuradamente.

—Deberíamos empezar a buscar un piso en la ciudad y fijar una fecha. ¿Qué te parece, digamos, a mediados del mes que viene?

—¿Quieres decir que nos casemos el mes que viene?

—Pues claro. ¿Qué iba a ser si no?

—Pero es imposible.

—¿Por qué?

—Pues porque no tengo nada de ropa.

—¿Y cómo llamas a ese vestido que llevas puesto?

—Ya sabes a lo que me refiero, tonto. Yo digo ropa de verdad. Lencería, vestidos, trajes, abrigos, y sombreros…, todas las cosas que tiene que tener una novia.

—Es la primera vez que oigo que necesite algo más que un marido y una prueba de Wassermann negativa.

—¡Ay, para de una vez! No podemos casarnos todavía. Jane está en Maine, Pammy está en Nantucket y B. J. y Frannie están los dos en…

—Pero yo no quiero casarme con Jane, ni con Pammy, ni con B. J. y Frannie. Quiero casarme contigo, y me traería sin cuidado que estuviesen en la sección de negocios del mismísimo infierno. ¿Por qué no nos escapamos a algún sitio y acabamos con esto de una vez?

—¿Y romperle el corazón a mi pobre padre? Papi no me lo perdonaría si hiciese algo parecido. Y mami…, desde que yo no era más que un bebé, ha soñado siempre con una preciosa boda en la iglesia del Descanso Celestial, con damas de honor, padrinos y la niñita de Boyd…, espera a que conozcas a la pequeña Deborah, parece un querubín…, para llevar las flores, y luego ofreceríamos una gran recepción en el club, y luego…

—¿Quieres decir que tengo que perseguir a seis tipos y meterlos en chaqués alquilados que no sean de su talla sólo para…?

—Pero, amor mío, ahí está la gracia de casarse.

—¡Ah! Yo siempre pensé que eso venía después.

—Ya sabes a lo que me refiero. ¿Quién quiere casarse, si no puedes ofrecer una fiesta y un baile, si no tienes regalos y no sale tu foto en los periódicos? Es lo que hace todo el mundo.

—¿Todo el mundo?

—Bueno, todos mis conocidos. Gente agradable. Desde luego, lo que no quiero es ir al Ayuntamiento con un montón de extranjeros y…

—¿Cuánto tiempo crees que te costará organizar esta producción teatral, ahora que Ziegfield ha muerto?

—¡Oh!, había pensado anunciar nuestro compromiso justo después del Día del Trabajo, cuando todo el mundo haya vuelto a la ciudad. En verano siempre se dan las mejores fiestas, así que había pensado que podríamos casarnos justo después de Año Nuevo, y tal vez ir a Palm Beach o algún sitio parecido de luna de miel.

—Comprendo —respondí sin entusiasmo.

—Vamos, no te lo tomes así, amor mío. Tampoco es tanto tiempo. Además, ¡tú vas a estar muy ocupado! Tenemos que encontrar un apartamento, y no me refiero a cualquier cuchitril, sino a un sitio bonito con mucho estilo…, muebles, alfombras, y una especie de doncella o algo así. Estas cosas se tienen que hacer con calma. O se hacen bien o no se hacen.

—Sí —respondí, y encendí un cigarrillo.

—No te enfurruñes, cariño. Ya verás como tengo razón. ¡Vaya, son casi las cuatro y prometí a Mary Elizabeth que iríamos a jugar al tenis! Apresúrate. Todavía tienes que cambiarte.

Esa noche, los Upson invitaron al baile del club a un alegre grupo de jóvenes, personas de mediana edad, ancianos y a los más viejos de todos: un par de recién casados. Mucho antes de que cayera el sol, coches llenos de gente de clase media vestida de fiesta recorrieron el camino de grava y el señor Upson volvió a estar en su elemento explicando cómo preparar un auténtico daiquiri sin azúcar. Pareció un poco dolido cuando la tía Mame pidió un
whisky
solo. Al parecer, incluso en los sectores más exclusivos de Mountebank había corrido la voz sobre lo encantadora que era, y tuve la sensación de que todos estaban pendientes de lo que decía. Estaba inspirada y habló con ternura del enorme orinal pintado a mano que había comprado en la subasta esa tarde.

—Doris me va a enseñar cómo transformarlo en una lámpara —anunció a su fascinado público.

La tía Mame estaba especialmente arrebatadora esa noche con un vestido blanco con una cola de varios metros y un montón de zafiros. Tuve la sensación de que muchos de los hombres que llevaban años sin bailar iban a recobrar de pronto la agilidad esa noche. La tía Mame se encontraba en plena forma y pasaba con elegancia de un tema al otro, desde el escarabajo japonés, hasta un golpe difícil con el hierro cinco, la enfermedad de los olmos, las escuelas avanzadas, el problema del servicio doméstico y —hasta que crucé una mirada con ella— la necesidad de legalizar la prostitución.

Había unas dos docenas de personas saboreando los daiquiris del señor Upson, y yo iba incómodo de un lado al otro captando fragmentos de conversación.

—Ciertamente arrebatadora y no creo que tantos años…

—Y Huan me dijo: «Mire, señor», así es como hablaba, «no use usted azúcar, sino miel». Y os aseguro que son los daiquiris más suaves y…


Mousseline de soie
, eso es, ¿sabes cuánto piden por un metro en McCutcheon's?

—Aunque siempre supe que Gloria…

—Y entonces ese cadi negro me dijo: «Caramba, señor, nunca había visto una bola de golf de ese color…».

—¡Gloria, es un anillo precioso! Es lo que le he dicho antes a tu madre: «¡Doris, recuerda que no estás perdiendo una hija, sino ganando un hijo!». Y parece un joven muy apuesto…

—La mujer más guapa que hemos tenido en Mountebank desde que la reina María dio una conferencia en…

—Siempre me pongo morado en los bufes…

—Ése es el secreto, agitarlo con ganas. Nada de esas…

—Medio pomelo y pan de centeno. Y para cenar…

—Pues claro que son auténticos. He leído lo de sus joyas en
Town and Country
. Además conoce a todo el mundo…

—Se apellidaban Harris, y eso puede significar tanto un sí como un no. Bueno, él parecía muy normal, pero en cuanto Alice la vio a ella, dijo «¡Oh, oh!», y nos vendió la parcela a nosotros por la mitad de lo que iban a pagarle esos judíos…

—Luego F. D. R. dice: «Pero, Eleanor, ¿cómo voy a saber si tú…?».

—Él no habla mucho, pero su tía es ciertamente…

Justo cuando la fiesta estaba más animada, la tía Mame se subió con gracia a una silla y gritó:

—¡Silencio! ¡Silencio todos! ¡Silencio, por favor! —Todo el mundo calló y yo noté que me acaloraba y luego sentía un escalofrío—. Por supuesto, todos sabéis lo de estos dos jóvenes, así que no tiene sentido que os dé una noticia tan antigua. Pero he estado estrujándome el cerebro pensando en un pequeño regalo de compromiso que pudiera ser apropiado para una chica tan guapa como Gloria, y ahora ya sé cuál es. —Se desabrochó el barroco collar de zafiros del cuello, bajó de la silla y lo abrochó en torno al cuello de Gloria—. Toma, cariño. Quiero que lo tengas tú. Sólo los jóvenes pueden llevarlos.

Se produjo un cuchicheo volcánico. Gloria estaba muda de contento.

—¡Oh…, oh…! —era todo lo que acertaba a decir.

—¡Mame! —gritó la señora Upson—. ¡No puedes! ¡No deberías! ¡Oh, Mame, es precioso! Ven, Gloria, deja que mami lo refuerce con seda dental hasta que papá suscriba una póliza nueva. Sería terrible que lo perdieses.

Me quedé atónito de gratitud y sorpresa. Sin embargo, con la luz anaranjada del crepúsculo iluminando el vestido y los ojos verdes de Gloria, los zafiros no parecían, no sé, del todo apropiados.

* * *

Fue una velada normal, con una cena normal y una orquesta normal en un club de campo normal. Bailé toda la noche con Gloria, tras declinar hacerlo con las demás damas de la mesa, y ella se aferró a mí como no lo había hecho nunca.

—Es la noche más feliz de mi vida —susurraba.

La tía Mame fue la sensación de la noche. De hecho, no paró de bailar desde las nueve y media hasta que la salvé de otra atlética polca con mi futuro suegro.

—¿Me permites? —dije.

—Estos jovenzuelos siempre se llevan lo mejor de todo, ¿eh, Arrumacos? —rió antes de darle un pellizco de despedida en la espalda desnuda.

—¡Ay, Buster! ¡Me matas!

—¿Te molesta que te haya interrumpido de este modo, tía Mame? —pregunté.

—¿Molestarme? Si no lo hubieras hecho, habría acabado inválida. Nunca había estado en un sitio donde jugasen al
rugby
al son de la música. ¿Quieres que te explique cómo preparar un daiquiri al estilo de Juan? Se coge miel y…

—No, por favor, ya lo sé —reí—. En serio, lo estás pasando bien, ¿no?

—¡En grande! ¿No te he contado lo de cuando el señor Abbot hizo el hoyo catorce de un solo golpe? Ya sabrás que el par de ese hoyo son tres golpes. Pues bien, estaba con aquel cadi negro…

—Escucha, tía Mame, hablo en serio. Tanto si te estás divirtiendo como si no, estás siendo la persona más maravillosa de todo el estado de Connecticut.

—Si no sabes decir algo agradable, mejor no digas nada.

—Lo digo de verdad. Estás genial y te quiero. No me he sentido tan orgulloso de nadie en toda mi vida.

—Pero si no es nada, cariño. Se añade miel y se agita con ganas. Oh, Dios, aquí llega el Ángel Sueco para el cuarto asalto.

—¿Puedo? —preguntó el señor Abbot–Habit–Cabot–Rabbit–Mabbit.

—Espero que no os aburráis —dijo la señora Upson a la mañana siguiente, alcanzándole a la tía Mame la sección de jardinería del
Herald Tribune
—, pero para nosotros el domingo es un día familiar. Claude se mete en el cuerpo sus dieciocho hoyos por la mañana…, siempre le insisto en que vaya a la iglesia los domingos, pero ¡él dice que bastante se acuerda de Dios en el campo! ¿No te parece terrible?

—¿Terrible? —respondió la tía Mame—, querida, es…

—Pero, como te estaba diciendo, Mame, el domingo es siempre un día tranquilo y hogareño en Upson Downs. Nos quedamos en casa y, por lo general, Boyd, nuestro hijo, viene con Emily y charlamos tranquilamente. A ti no te gustará el gin, ¿verdad?

—¿Gustarme? ¡Me encanta!

—¡Estupendo! En ese caso, sacaré la baraja y el cuaderno para apuntar y jugaremos una partidita de
gin rummy
mientras…

—¡Ah! —dijo, alicaída, la tía Mame.

—Por supuesto, hay a quien no le gusta que se juegue a las cartas en domingo. Les parece sacrílego, ya me entiendes.

—Tal vez sea mejor que me contente con las páginas de jardinería. No quiero estar demasiado estimulada cuando llegue Floyd.

—Boyd.

—Lo siento. Sí, Boyd y Emily.

El domingo transcurrió lentamente. Gloria durmió hasta la hora del almuerzo y pasó la tarde en su habitación escribiendo a unos amigos para contarles lo de su reciente felicidad. La señora Upson llevó a la tía Mame a visitar a una mujer que tenía la mayor colección de vidrio opalino de todo Mountebank, y yo me quedé en la terraza, acalorado y muy aburrido.

A las cinco en punto, todos nos reunimos en la terraza, donde el señor Upson, fortalecido y rubicundo tras su partida de golf, preparó una ronda de daiquiris y volvió a explicarnos cómo se hacía. Esta vez la tía Mame insistió en tomar whisky y yo pedí una cerveza. Nada más ponernos cómodos, nos incomodó la llegada de un Ford descapotable en el que viajaban Boyd Upson, su mujer Emily y su hija Deborah.

—¡Yuujuu! —gritó la señora Upson—. ¡Yuujuu! ¡Boydie y Emily!

Se oyó un trepidar de piececitos y Deborah, una preciosa niña de unos tres años de edad, llegó corriendo a la terraza.

—¡Oh, cariño! Ven con la abuela, Debbie. ¡Dale un beso muy grande a tu abuela! ¿No te parece absurdo —dijo sonriendo con coquetería a la tía Mame— ser abuela a mis años?

—¿Absurdo? —respondió la tía Mame—, me parece…

Por fortuna, la llegada de Boyd Upson y su mujer acalló sus palabras. Boyd era un arquetípico joven republicano de Connecticut: alto, rubio y apuesto, y con todos sus músculos transformándose rápidamente en grasa. Su mujer, Emily, era el epítome de cualquier chica de cualquier veranda de cualquier club de campo entre Bar Harbor y Santa Barbara: una joven alta y de aspecto desagradable, a quien le habían enderezado los dientes, que había tomado clases de baile y recibido una mediocre educación en el circuito Spence–Chapin–Nightingale–Bamford–Hewitt. Era el modelo de lujo, pero con un neumático de más, pues volvía a estar embarazada.

—Bueno, hijo, ¿qué tal te va? —preguntó, afectuoso, el patriarca de los Upson—. Emily, cariño, ¿cómo está la mamá?

—Córcholis, papá, muy bien —gritó Boyd. Por la tarde, descubrí que su educación acerca del habla coloquial americana parecía haber empezado y concluido en los años veinte. Iniciaba todas sus frases con un
córcholis, caracoles, estupendo, repanocha, chico o chica
.

—Debbie, ¡deja en paz el collar de la abuela! ¿No es un angelito?

—Celestial —respondió la tía Mame, tirándose de la falda.

—¿Cómo está usted? —preguntó Emily, cogiéndome de la mano—. Deborah, si vas a actuar como una india salvaje, nos volvemos a casa. Boyd —gimoteó—, ocúpate de ella. No ha dormido su s–i–e–s–t–a esta tarde y está un poco C–A–N–S–A–D–A.

—Caracoles, cariño —gritó Boyd—, ¿qué quieres que haga con ella?

—Pues yo no puedo estar detrás de ella todo el día.

—No habrás vuelto a vomitar, ¿verdad, Emily, querida?

—No, pero esa c–o–n–d–e–n–a–d–a doncella ha vuelto a darme un disgusto. La verdad, hoy en día, parece que estés trabajando para ellas, en lugar de ellas para ti. ¿Sabías —dijo mirando fijamente a la tía Mame— que esos negros no sólo piden el oro y el moro, sino que insisten en tener una jornada de diez horas al día y librar los domingos, y D–I–O–S sabe qué más…?

Su concurso de deletreo se vio interrumpido.

—¡Shhhh! —le advirtió en voz baja la señora Upson—, a ver si te oyen. ¿Quieres cogerla tú, Mame, querida?

—No especialm… —gimió la tía Mame, mientras le ponían a Deborah en el regazo—. ¡Ay! —gritó cuando Deborah le agarró uno de los pendientes—. Suelta, maldita… ¡Oh! Eso no se toca —añadió mirando sombría a la niña.

—Vamos, Deborah —gimió Emily—, si te portas tan mal, podemos… Boyd, ¡haz algo!

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