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Authors: Camilla Läckberg

Tags: #Policíaco

La sombra de la sirena (3 page)

BOOK: La sombra de la sirena
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Christian se zafó con cuidado de las manos de Gaby y dio un paso atrás.

—Pues mira, un poco en una nube, si he de ser sincero. He pensado tanto en lo de la novela y… bueno, aquí estoy. —Miró de reojo la pila de libros que había en la mesa, junto a la salida. Podía leer desde allí su propio nombre, y el título:
La sombra de la sirena
. Se le encogió el estómago: aquello era real.

—Habíamos pensado lo siguiente —dijo Gaby tirándole de la manga de la camisa, y él la siguió abúlico—. Empezamos con una reunión con los periodistas que acudan, así podrán hablar contigo tranquilamente. Estamos muy satisfechos con la respuesta de los medios. Vendrían el
GP
, el
GT
, el
Bohusläningen
y
Strömstads Tidning
. Ninguno de los periódicos nacionales, pero la reseña tan estupenda que ha sacado hoy el
Svenskan
lo compensa con creces.

—¿Qué reseña? —preguntó Christian mientras lo arrastraban a una pequeña tarima junto al estrado donde, al parecer, recibirían a la prensa.

—Ya te enterarás luego —dijo Gaby sentándolo en la silla más próxima a la pared.

Christian intentó recuperar el control sobre la situación, pero era como si lo hubiera absorbido una secadora y no tuviese la menor oportunidad de salir, y ver que Gaby se alejaba reforzó aquella sensación. Dentro de la sala el personal corría de un lado para otro poniendo las mesas. Nadie se fijaba en él. Se permitió cerrar los ojos un instante. Pensó en el libro, en
La sombra de la sirena
, en tantas horas como había pasado delante del ordenador. Cientos, miles de horas. Pensó en ella, en la sirena.

—¿Christian Thydell?

Aquella voz lo arrancó de su cavilar y Christian alzó la vista. El hombre que tenía delante aguardaba tendiéndole la mano, como esperando que él la cogiera. Así que Christian se levantó y se la estrechó.

—Birger Jansson, del
StrömstadsTidning
. —El hombre colocó en el suelo una gran cámara.

—Claro, bienvenido. Siéntate —dijo Christian, inseguro de cómo debía comportarse. Echó un vistazo a su alrededor en busca de Gaby, pero no vio más que un destello rosa chillón que aleteaba de acá para allá cerca de la entrada.

—Vaya, vaya, sí que apuestan fuerte —dijo Birger Jansson mirando a su alrededor.

—Sí, eso parece —contestó Christian. Luego se hizo el silencio y ambos se retorcieron en la silla.

—¿Empezamos? ¿O prefieres que esperemos a los demás?

Christian miró abstraído al reportero. ¿Cómo iba a saberlo él? Era la primera vez que hacía aquello. Jansson pareció interpretarlo como un sí, colocó una grabadora encima de la mesa y la puso en marcha.

—Bien… —dijo mirando alentador a Christian—. Esta es tu primera novela.

Christian se preguntaba si el reportero esperaba de él más que una afirmación.

—Sí, es la primera —contestó carraspeando un poco.

—Me ha gustado mucho —aseguró Birger Jansson con un tono agrio que casaba mal con el elogio.

—Gracias —respondió Christian.

—¿Qué has querido decir con ella? —Jansson comprobó la grabadora para cerciorarse de que la cinta iba pasando.

—¿Qué he querido decir? No lo sé exactamente. Es una historia, un relato que tenía en la cabeza y que tenía que salir.

—Es muy serio. Incluso diría que es lúgubre —aseguró Birger observando a Christian como si quisiera ver hasta lo más recóndito de su ser—. ¿Es esa tu visión de la sociedad?

—No sé si es mi visión de la sociedad lo que he intentado reflejar en el libro —confesó Christian, buscando como un loco algo inteligente que decir. Jamás había pensado en su obra de aquel modo. El relato llevaba allí mucho tiempo, existía en su interior y, finalmente, se vio obligado a plasmarlo en el papel. Pero si quería decir algo sobre la sociedad… ni se le había pasado por la cabeza.

Finalmente, Gaby acudió en su auxilio. Llegó con una tropa de periodistas y Birger Jansson apagó la grabadora mientras todos se saludaban y se sentaban a la mesa. Transcurrieron unos minutos y Christian aprovechó la ocasión para serenarse.

Gaby intentaba captar la atención de todos.

—Bienvenidos a este encuentro con la nueva estrella del firmamento literario, Christian Thydell. En la editorial nos sentimos terriblemente orgullosos de haber podido publicar su novela
La sombra de la sirena
y creemos que será el principio de una larga y fructífera carrera literaria. Christian no ha tenido tiempo de leer las reseñas, de modo que es para mí un placer inmenso comunicarte que has recibido críticas maravillosas en el
Svenskan, DN
y
Arbetarbladet
, por mencionar algunos diarios. Permitid que lea una selección de fragmentos muy significativos.

Se puso las gafas y extendió el brazo en busca de un montón de papeles que había en la mesa. Sobre el fondo blanco destacaban, aquí y allá, los subrayados en rosa.

—«Un virtuoso de la lengua que narra la indefensión del ser humano sin perder la profundidad de la perspectiva», dice el
Svenskan
—explicó Gaby con un gesto de asentimiento hacia Christian, antes de pasar al siguiente documento—. «Leer a Christian Thydell resulta a un tiempo placentero y doloroso pues, con su prosa desnuda, desvela la vacuidad de las esperanzas que sobre la seguridad y la democracia abriga la sociedad. Sus palabras cortan como un cuchillo la carne, los músculos y la conciencia y me impulsan a seguir leyendo con ansiedad febril para, como un faquir, experimentar más en profundidad ese dolor tormentoso pero, al mismo tiempo, catártico.» Esto era del
DN
—continuó Gaby quitándose las gafas al mismo tiempo que le entregaba a Christian el montón de recensiones.

Christian las cogió incrédulo. Oía las palabras y resultaba agradable dejarse envolver por los elogios pero, sinceramente, no entendía de qué hablaban. Lo único que él había hecho era escribir sobre ella, contar su historia. Sacó a la luz las palabras y lo que ella era en una operación de descarga que, en ocasiones, lo dejaba totalmente vacío. Él no quería decir nada de la sociedad. Quería hablar de ella.

Pero las protestas no pasaron de la garganta. Nadie más lo comprendería y tal vez debiera ser así. Él no podría explicarlo jamás.

—Estupendo —dijo al fin, consciente de lo vacías que habían sonado sus palabras.

Siguieron más preguntas, más elogios e ideas sobre su libro. Y él tenía la sensación de que no podía responder con sensatez a una sola pregunta. ¿Cómo describir aquello que lo ha colmado a uno hasta el más mínimo resquicio? ¿Que no solo era un relato, sino que era una cuestión de supervivencia? De dolor. Hacía lo que podía. Intentó responder con claridad y sesudamente. Y era obvio que lo consiguió, porque Gaby asentía de vez en cuando con una expresión aprobatoria.

Una vez concluida la entrevista, Christian solo pensaba en volver a casa. Se sentía totalmente vacío. Sin embargo, tuvo que quedarse en el hermoso comedor del Hotel Stora, y respiró hondo y se preparó para recibir a los invitados que ya empezaban a llegar. Sonreía, pero con una sonrisa que le costaba mucho más de lo que nadie podía sospechar.

—¿
P
odrás mantenerte sobria esta noche? —le espetó Erik Lind a su esposa, tan alto que todos los que hacían cola para entrar en la fiesta pudieran oírlo.

—¿Podrás tú controlar las manos esta noche? —replicó Louise sin molestarse en bajar la voz.

—No sé de qué hablas —dijo Erik—. Y haz el favor de bajar el volumen, anda.

Louise observó a su marido con frialdad. Era atractivo, eso era innegable. Y hubo un tiempo en que a ella le gustaba. Se habían conocido en la universidad y muchas chicas la miraban con envidia porque había cazado a Erik Lind. Desde entonces, se dedicó a destruir su amor, su respeto y su confianza, lento pero seguro, a base de follar. No con ella, no, por Dios. Sin embargo, no parecía tener absolutamente ningún problema en hacerlo fuera del lecho matrimonial.

—¡Hola! ¡Habéis venido! ¡Qué bien! —Cecilia Jansdotter se abrió paso hasta ellos y los besó en la mejilla. Era la peluquera de Louise y también la amante de Erik del último año. Claro que ellos creían que Louise no lo sabía.

—Hola, Cecilia —la saludó Louise con una sonrisa. Era una chica encantadora; si hubiese estado resentida contra todas las mujeres con las que se había acostado su marido, no habría podido seguir viviendo en Fjällbacka. Por lo demás, hacía muchos años que aquello había dejado de importarle. Tenía a las niñas. Y aquel invento maravilloso del vino en cartones de varios litros con espita. ¿Para qué necesitaba a Erik?

—¿No es emocionante que tengamos a otro escritor en Fjällbacka? Primero Erica Falck y ahora Christian. —Cecilia hablaba casi dando saltos—. ¿Habéis leído el libro?

—Yo solo leo periódicos de economía —respondió Erik.

Louise puso los ojos en blanco. Muy propio de Erik hacerse el interesante diciendo que él nunca leía libros.

—Confío en que podamos hacernos con un ejemplar —continuó Cecilia, cerrándose bien el abrigo. A ver si la cola empezaba a moverse un poco más y entraban pronto en calor.

—Sí, Louise es la lectora de la familia. Por otro lado, no hay mucho más que hacer cuando uno no trabaja. ¿A que no, querida?

Louise se encogió de hombros y dejó que tan vitriólico comentario le resbalara. De nada servía señalar que fue Erik quien insistió en que ella se quedara en casa mientras las niñas eran pequeñas. O que era ella quien trabajaba desde la mañana hasta la noche para que funcionase la maquinaria de aquella existencia tan ordenada que él daba por hecha.

Continuaron con la charla mientras seguían avanzando. Finalmente, llegaron a la recepción y pudieron quitarse los abrigos para luego subir los escasos peldaños que conducían al salón del restaurante.

Con la mirada de Erik ardiéndole en la espalda, Louise puso rumbo al bar.


P
rocura no hacer esfuerzos —dijo Patrik besando a Erica en la boca antes de que ella cruzara el umbral para salir precedida por aquella barriga enorme.

Maja protestó al ver que su madre se marchaba, pero se calmó en cuanto su padre la sentó delante del televisor a ver
Bolibompa
, que precisamente empezaba con la aparición del dragón verde que tanto le gustaba. Los últimos meses se había vuelto más quejica y los arrebatos temperamentales que ahora solían suceder a cualquier negativa harían morirse de envidia a cualquier diva. Patrik la comprendía, en cierta medida. Maja también debía de notar la expectación y la tensión que, mezcladas con algo de angustia, provocaba la llegada de los hermanitos. Madre mía, ¡gemelos! Pese a que se lo dijeron desde la primera ecografía, cuando estaba de dieciocho semanas, aún no había logrado digerirlo. A veces se preguntaba cómo iban a resistir. Ya había resultado bastante difícil con un solo bebé, ¿cómo iban a hacerlo con dos? ¿Cómo arreglárselas con las tomas y el sueño y todo eso? Y además, tendrían que comprarse un coche nuevo donde cupieran los tres niños y otros tantos carritos. Solo eso…

Patrik se sentó en el sofá al lado de Maja y se quedó mirando al vacío. Se encontraba tan cansado últimamente. Era como si estuviese siempre a punto de agotársele la energía y había mañanas en que apenas era capaz de levantarse de la cama. Claro que quizá no fuese tan raro. Aparte de todo lo que tenía en casa, con Erica siempre cansada y con Maja convertida en un monstruo rebelde, estaba abrumado con el trabajo. Desde que conoció a Erica, se habían enfrentado a varios casos de asesinato y, la lucha permanente con su jefe, Bertil Mellberg, también lo tenía muy cansado.

Y ahora, la desaparición de Magnus Kjellner. Patrik no sabía si era experiencia o instinto, pero estaba convencido de que le había pasado algo. Un accidente o un crimen, imposible saberlo, pero apostaba la placa de policía a que Magnus Kjellner no seguía con vida. Ver todos los miércoles a su mujer, que parecía más menuda y más consumida cada semana que pasaba, lo tenía absolutamente agobiado. Habían hecho todo lo que estaba en su mano, aun así, no podía quitarse de la cabeza la expresión de Cia Kjellner.

—¡Papá! —Maja lo sacó de sus cavilaciones con unos recursos vocales insospechados. Dirigía el índice diminuto hacia la pantalla del televisor y Patrik comprendió enseguida cuál era el origen de la crisis. Seguramente había pasado más tiempo del que creía sumido en sus pensamientos porque
Bolibompa
se había terminado y lo que ahora daban era un programa para adultos en el que Maja no tenía el menor interés.

—Papá lo arregla, ya verás —dijo con las manos en alto—. ¿Qué te parece Pippi?

Puesto que Pippi era, por el momento, el personaje favorito, Patrik sabía perfectamente cuál sería la respuesta. Cuando la película
Pippi por los siete mares
comenzó a verse en la pantalla, se sentó al lado de su hija y le pasó el brazo por los hombros. Maja se acomodó feliz en el hueco como un animalito cálido de peluche. Cinco minutos después, Patrik se había dormido.

C
hristian había empezado a sudar. Gaby acababa de comunicarle que pronto sería su turno de subir al estrado. La sala no estaba abarrotada, pero sí había allí unas sesenta personas expectantes, con su plato de comida y su copa de vino o de cerveza. Christian, por su parte, no había sido capaz de tragar nada, salvo algo de vino tinto. En aquellos momentos, precisamente, estaba dando cuenta de la tercera copa, pese a que sabía que no debería beber tanto. No sería del todo adecuado que se pusiera a tartamudear al micrófono mientras lo entrevistaban. Pero, sin el vino, no lo conseguiría.

Estaba inspeccionando la sala con la mirada cuando notó una mano en el brazo.

—¡Hola! ¿Qué tal estás? Pareces un poco tenso. —Erica lo miraba un tanto preocupada.

—Estoy un poco nervioso —admitió él sintiéndose aliviado de ver a alguien a quien poder confesárselo.

—Te entiendo perfectamente —aseguró Erica—. Mi primera presentación fue en Estocolmo y créeme que, después, tuvieron que despegarme del suelo con rascador. Y no recuerdo absolutamente nada de lo que dije en la tarima.

—Tengo la sensación de que en mi caso también van a necesitar un rascador —dijo Christian pasándose la mano por el cuello. Por un instante, pensó en las cartas y sintió el azote poderoso del más puro pánico. Se tambaleó y no se desplomó en el suelo gracias a Erica, que logró sujetarlo a tiempo.

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