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Authors: Camilla Läckberg

Tags: #Policíaco

La sombra de la sirena (17 page)

BOOK: La sombra de la sirena
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Sonó el timbre y Ludvig cerró despacio el libro de mates y salió corriendo del aula. Iba mirando a su alrededor mientras se dirigía a las taquillas, pero no vio a Sussie. Tal vez ellos no hubiesen terminado aún.

Pronto se atrevería a hablar con ella. Lo tenía decidido. Solo que no sabía cómo empezar ni qué decir. Había intentado convencer a Tom de que se hiciese el encontradizo con alguna de sus amigas, por si él podía acercársele así, pero Tom se negó, así que Ludvig tenía que ingeniar otro método.

Cuando llegó a las taquillas no vio a nadie. Abrió la puerta, dejó los libros y volvió a cerrar. Quizá hoy no hubiese ido a la escuela. Tampoco la había visto a lo largo de la mañana, podría estar enferma o no tener clase. La idea lo hundió de tal modo que incluso llegó a pensar en saltarse la última clase. Alguien le dio un golpecito en el hombro y Ludvig dio un respingo.

—Perdona, Ludvig, no era mi intención darte un susto.

Era la directora. Estaba pálida y muy seria y Ludvig comprendió en una fracción de segundo para qué lo buscaba. Sussie y todo lo que hacía un momento le parecía tan importante se esfumó de pronto y en su lugar apareció un dolor tan profundo que pensó que no cesaría jamás.

—Quisiera que me acompañaras a mi despacho. Elin ya está allí.

Ludvig asintió. No tenía sentido preguntar el motivo, él ya lo sabía. El dolor le irradiaba hasta las yemas de los dedos y no sentía los pies, que seguían los pasos de la directora. Los movía hacia delante, porque sabía que era lo que debía hacer, pero no sentía nada.

Algo más al fondo del pasillo, a medio camino hacia el despacho de la directora, se cruzó con Sussie, que lo miró directamente a los ojos. Era como si hubiera pasado un siglo desde que ese gesto le importara. Nada había, salvo el dolor. A su alrededor, todo resonaba vacío.

Elin rompió a llorar en cuanto lo vio. Seguramente habría estado tratando de combatir el llanto y, tan pronto como Ludvig cruzó el umbral, salió corriendo hacia él y se le echó en los brazos. Él la abrazó fuerte y empezó a acariciarle la espalda mientras lloraba.

El policía al que había visto en varias ocasiones aguardaba algo apartado en tanto que ellos se daban consuelo. Hasta ahora no había dicho una palabra.

—¿Dónde lo encontraron? —preguntó Ludvig al fin, sin ser consciente de haber formulado la pregunta. Ni siquiera estaba seguro de querer oír la respuesta.

—En Sälvik —dijo el policía que, según creía recordar, se llamaba Patrik. Su colega se hallaba unos pasos atrás y parecía un tanto indecisa. Ludvig la comprendía. Él tampoco sabía qué decir. Ni qué hacer.

—Habíamos pensado llevaros a casa. —Patrik le hizo un gesto a Paula para que se adelantara. Elin y Ludvig los siguieron. En la puerta, Elin se detuvo y se dirigió a Patrik:

—¿Se ahogó?

Ludvig también se paró, pero se dio cuenta de que el policía no pensaba decir nada más por el momento.

—Vamos a casa, Elin. Ya hablaremos de eso —respondió Ludvig en voz baja, cogiéndola de la mano. En un primer momento, ella se resistió. No quería irse, no quería saber. Luego echó a andar.


P
ues oye… —Mellberg hizo una pausa de efecto. Señaló el corcho en el que Patrik había clavado cuidadosamente con chinchetas todo el material relativo a la desaparición de Magnus Kjellner—. Aquí he colgado lo que tenemos, y no es que sea para tirar cohetes. Después de tres meses, esto es lo que habéis conseguido. Pues os diré solo una cosa, tenéis una suerte loca de estar aquí, en un pueblo, y no en la vorágine de Gotemburgo. ¡Allí habríamos terminado el trabajo en una semana!

Patrik y Annika intercambiaron una mirada elocuente. El período que Mellberg estuvo prestando servicio en Gotemburgo se había convertido en un tema recurrente desde que llegó a Tanumshede como jefe de Policía. Ahora al menos parecía haber perdido la esperanza de que volvieran a darle el traslado, una esperanza que solo él creía que pudiera cumplirse un día.

—Hemos hecho cuanto hemos podido —replicó Patrik con tono cansino. Era consciente de lo vano que resultaría el intento de rebatir las acusaciones de Mellberg—. Además, hasta hoy no era una investigación de asesinato. Lo hemos llevado como una desaparición.

—Bueno, bueno. ¿Podrías exponer brevemente lo ocurrido, dónde apareció el cadáver y cómo, y la información que haya proporcionado Pedersen hasta ahora? Naturalmente, lo llamaré luego, hasta ahora no he tenido tiempo. Entretanto, nos apañaremos con lo que tengas tú.

Patrik refirió los sucesos del día.

—¿De verdad que estaba atrapado en el hielo? —Martin Molin miró a Patrik con un escalofrío.

—Luego podremos ver fotografías del lugar, pero sí, se había congelado en el agua. Si el perro no se hubiese adentrado por la capa helada, habríamos tardado bastante en encontrar a Magnus Kjellner. Si es que lo encontrábamos. En cuanto el hielo hubiera empezado a derretirse, se habría soltado y se lo habría llevado la corriente. Podría haber aparecido en cualquier parte. —Patrik meneó la cabeza.

—Lo que significa que no podemos establecer dónde y cuándo lo arrojaron al agua, ¿no? —preguntó Gösta sombrío, acariciando distraído a
Ernst
, que se le había pegado a la pierna.

—El hielo no cuajó hasta diciembre. Tendremos que esperar el dictamen de Pedersen para saber cuánto tiempo calcula que lleva muerto Magnus Kjellner, pero yo diría que murió poco después de que denunciaran su desaparición. —Patrik hizo un gesto de advertencia con el dedo—. Pero, como decía, no disponemos de datos que apoyen esa hipótesis, de modo que no podemos trabajar basándonos en ella.

—Ya, pero parece lógico —observó Gösta.

—Has mencionado que presentaba varias heridas, ¿qué sabemos al respecto? —Paula entornó los ojos castaños mientras tamborileaba impaciente con el bolígrafo en un bloc que tenía en la mesa.

—Pues tampoco me dio mucha información sobre ese particular, ya sabéis cómo es Pedersen. No le gusta nada revelar ningún detalle antes de haber efectuado un examen exhaustivo. Solo me dijo que lo habían agredido y que presentaba cortes profundos.

—Lo que probablemente signifique que lo hirieron con una navaja —completó Gösta.

—Sí, probablemente.

—¿Cuándo tendremos la información de Pedersen? —Mellberg se había sentado a un extremo de la mesa y llamó al perro chasqueando los dedos.
Ernst
se alejó enseguida de Gösta y apoyó la cabeza en la rodilla de su dueño.

—Le hará la autopsia a finales de esta semana —dijo—. Así que para el fin de semana, con un poco de suerte, o a principios de la semana que viene. —Patrik dejó escapar un suspiro. Había ocasiones en que aquella profesión no casaba bien con su carácter impaciente. Quería las respuestas ya, no dentro de una semana.

—¿Y qué sabemos de la desaparición? —Mellberg sostenía la taza de café vacía delante de Annika, que fingió no darse cuenta. El jefe hizo otro intento con Martin Molin, y esta vez sí funcionó. Martin no había adquirido aún el carisma necesario para resistir. Mellberg se retrepó en la silla satisfecho, mientras el más joven de sus colegas se encaminaba a la cocina.

—Sabemos que salió de casa poco después de las ocho de la mañana. Cia trabaja en Grebbestad y se fue hacia las siete y media. Trabaja media jornada en una inmobiliaria. Los niños tienen que marcharse a eso de las siete para poder coger el autobús. —Patrik hizo una pausa para tomar un sorbo del café que Martin les iba sirviendo a todos, y Paula aprovechó el inciso para hacer una pregunta.

—¿Y cómo sabes que se fue de su casa poco después de las ocho?

—Porque un vecino lo vio salir a esa hora.

—¿En coche?

—No, Cia había cogido el único coche que tienen y, según cuenta, Magnus iba siempre a pie.

—Ya, pero a Tanum no, ¿verdad? —intervino Martin.

—No, iba en el coche de un colega, Ulf Rosander, que vive cerca del campo de minigolf. Y hasta allí sí iba caminando. Pero la mañana en cuestión, llamó a Rosander para decirle que llevaba un poco de retraso y que se fuera sin él, así que no se presentó en su casa.

—¿Y estamos seguros de eso? —intervino Mellberg—. ¿Hemos investigado a fondo a ese Rosander? En realidad, solo tenemos su palabra.

—Gösta estuvo hablando con Rosander y nada, ni lo que dijo ni su conducta, indica que esté mintiendo —aseguró Patrik.

—O quizá no lo hayáis presionado lo suficiente —insistió Mellberg anotando algo en el bloc. Alzó la vista y la clavó en Patrik—. Tráelo y apriétale las tuercas un poco más.

—¿No te parece una medida un tanto drástica? La gente podría empezar a mostrarse reacia a hablar con nosotros si nos dedicamos a traer a los testigos a comisaría —objetó Paula—. ¿No podríais ir Patrik y tú a verlo a Fjällbacka? Aunque sé que ahora tienes mucho que hacer, de modo que, si quieres, puedo ir yo en tu lugar —dijo guiñándole un ojo a Patrik discretamente.

—Ummm… pues tienes razón. Tengo la mesa atestada. Muy bien pensado, Paula. Patrik y tú iréis a visitar de nuevo al tal… Rosell.

—Rosander —lo corrigió Patrik.

—Pues eso he dicho —replicó Mellberg mirando a Patrik con encono—. De todos modos, Paula y tú hablaréis con él. Creo que podemos sacar algo más. —Hizo un gesto de impaciencia con la mano—. Bueno, ¿y además? ¿Qué más habéis hecho?

—Hemos hablado con todos los vecinos de la calle que Magnus debería haber recorrido si hubiera ido a casa de Rosander como de costumbre. Pero nadie lo vio. Claro que de ahí no podemos sacar conclusiones, la gente tiene más que de sobra con el trajín propio de las mañanas —observó Patrik.

—Es como si se hubiera esfumado en el preciso instante en que salió por la puerta de su casa… hasta que lo encontramos en el hielo. —Martin miraba con resignación a Patrik, que se esforzó por sonar más optimista de lo que realmente se sentía.

—Nadie se esfuma sin más. Habrá huellas en algún lugar. Y lo único que debemos hacer es encontrarlas. —Patrik comprendió que empezaba a soltar futilidades, pero, por el momento, no tenía nada más que ofrecer.

—¿Y su vida privada? ¿Hemos indagado lo suficiente? ¿Hemos sacado del armario todos los cadáveres? —Mellberg se echó a reír con su propia broma, pero nadie lo secundó.

—Los mejores amigos de Magnus y Cia eran Erik Lind, Kenneth Bengtsson y Christian Thydell. Y sus mujeres. Hemos hablado con ellos y con la familia de Magnus, y lo único que hemos sacado en claro es que Magnus Kjellner era un padre abnegado y un buen amigo. Nada de chismorreos, nada de secretos, nada de rumores.

—¡Tonterías! —resopló Mellberg—. Todo el mundo tiene algo que ocultar, se trata de desenterrarlo. Es obvio que no os habéis esforzado lo suficiente.

—Hemos… —comenzó Patrik. Pero guardó silencio al comprender que probablemente Mellberg tuviera razón, para variar, tal vez no hubiesen indagado lo bastante a fondo, quizá no hubiesen formulado las preguntas adecuadas—. Por supuesto, ahora emprenderemos otra ronda con la familia y los amigos —prosiguió. Enseguida le vino a la cabeza la imagen de Christian Thydell y la carta que tenía en el primer cajón del escritorio. Pero no quiso mencionarlo por el momento, hasta no tener algo más concreto que lo que le decía su sexto sentido.

—Bueno, pues entonces repetimos y, esta vez, lo hacemos bien. —Mellberg se levantó tan rápido que
Ernst
, cuya cabeza seguía apoyada en la rodilla de su dueño, estuvo a punto de caer al suelo. El jefe de la comisaría casi había llegado a la puerta cuando se volvió y, mirando con severidad a los subalternos allí reunidos, añadió—: Y a ver si aceleramos un poco el ritmo, ¿vale?

Y
a estaba oscuro al otro lado de la ventanilla del tren. Se había levantado tan temprano que tenía la sensación de que fuera de noche, pese a que el reloj indicaba que era la primera hora de la tarde. El móvil le sonaba en el bolsillo una y otra vez, pero él no se había inmutado. Llamara quien llamase, seguro que quería pedirle algo, perseguirlo y exigirle lo que fuera.

Christian miraba el paisaje. Acababan de dejar atrás Herrljunga. Había dejado el coche en Uddevalla. Y le quedaban unos cuarenta y cinco minutos en coche hasta Fjällbacka. Apoyó la frente en la ventanilla y cerró los ojos. Notaba la frialdad del cristal en la piel. La negrura del exterior lo presionaba, se le pegaba. Tomó aire ansiosamente y retiró la cara del cristal, donde había dejado una impresión inequívoca de la frente y la nariz. Levantó la mano y la borró con la palma. No quería dejarla allí, no quería dejar rastro de su persona.

Llegó a Uddevalla tan cansado que apenas veía con claridad. Había tratado de dormir la última hora de viaje, pero las imágenes le desfilaban por la cabeza como destellos veloces, impidiéndole el descanso. Se detuvo en el McDonald’s de Torp y pidió un café grande, que apuró de un trago para que la cafeína surtiese efecto enseguida.

Volvió a sonar el móvil, pero no era capaz ni de sacarlo del bolsillo, mucho menos de hablar con quien tan insistentemente lo llamaba. Sanna, seguramente. La encontraría enojada cuando llegase a casa, pero qué le iba a hacer.

Empezaba a sentir un hormigueo por todo el cuerpo y se retorció en el asiento. Los faros del coche que circulaba detrás de él se reflejaban en el retrovisor y quedó cegado momentáneamente. Pero había algo en los faros, en la distancia siempre idéntica y en el resplandor que lo movió a mirar de nuevo por el retrovisor. El mismo coche lo seguía desde que salió de Torp. ¿O no lo era? Se frotó los ojos con la mano. Ya no estaba seguro de nada.

La luz lo siguió cuando giró para salir de la autovía a la altura del indicador de Fjällbacka. Christian entornó los ojos en un intento por distinguir qué coche era. Pero estaba demasiado oscuro y las luces lo cegaban. Empezaron a sudarle las manos al volante. Lo apretaba tanto que le dolían las manos, así que estiró los dedos un poco.

Recreó su imagen. La vio con el vestido azul y el niño en el regazo. El olor a fresas, el sabor de sus labios. La sensación de la tela del vestido en la piel. Su cabello largo y castaño.

Algo cruzó delante del coche. Christian frenó de golpe y, durante unos segundos, perdió el contacto con la calzada. El coche se deslizó hacia la cuneta y él se abandonó y no hizo nada por evitarlo. Sin embargo, el automóvil se detuvo a unos centímetros del borde. Al resplandor de los faros distinguió el trasero blanco de un corzo y Christian lo vio huir asustado, trotando por el campo.

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