Erica se llevó la mano a la espalda y se paró a recobrar el aliento. Miró hacia las oficinas de Havsbygg, que aún se hallaban demasiado lejos. Pero igual de lejos estaba su casa, así que o bien se tumbaba allí mismo sobre un montón de nieve, o bien seguía arrastrándose hacia la meta.
Diez minutos después entraba exhausta por la puerta de la oficina. No había llamado de antemano, pensó que llegar por sorpresa le daría ventaja. Se había cerciorado de que el coche de Erik no estuviese en la entrada. Con quien quería hablar era con Kenneth. Y sin que nadie los molestase.
—¿Hola? —Nadie pareció oírla cuando cerró la puerta al entrar, de modo que continuó hacia el interior. Se notaba que era una casa normal y corriente, remodelada como oficina. La mayor parte de la planta baja era diáfana y las paredes estaban cubiertas de estanterías con archivadores y grandes fotografías de los edificios que construían, y en cada extremo de aquel amplio espacio había un escritorio. Ante uno de ellos se hallaba Kenneth. Se lo veía totalmente ajeno a la presencia de Erica, porque miraba al vacío y estaba completamente inmóvil.
—¿Hola? —repitió Erica.
Kenneth se sobresaltó.
—¡Hola! Lo siento, no te he oído entrar. —Se levantó y se encaminó hacia ella—. Eres Erica Falck, si no me equivoco.
—Exacto —dijo al tiempo que, sonriente, le daba un apretón de manos. Kenneth se dio cuenta de que miraba de reojo una silla y la invitó a sentarse.
—Pero siéntate, debe de ser muy pesado llevar esa carga todo el día. Ya no te quedará mucho, ¿no?
Erica apoyó la espalda agradecida y notó que se le aligeraba la presión en los riñones.
—Bueno, todavía me queda un poco, pero es que son gemelos —contestó casi sorprendida al oírse.
—Vaya, pues vais a estar ocupados —contestó Kenneth amablemente al tiempo que se sentaba a su lado—. ¿En busca de casa nueva?
Erica se sorprendió al verlo de cerca, a la luz de la lámpara que tenían al lado. Parecía cansado y demacrado. O desesperado, más bien. De pronto recordó haber oído contar que su mujer estaba gravemente enferma. Erica contuvo el impulso de poner la mano encima de la suya, pues sospechaba que él no lo interpretaría correctamente, pero no pudo por menos de decirle algo. Eran tan evidentes el dolor, el agotamiento; tan profundamente grabados en aquel rostro.
—¿Cómo está tu mujer? —preguntó con la esperanza de que no se lo tomase a mal.
—Mal. Se encuentra muy mal.
Guardaron silencio unos instantes. Luego, Kenneth se irguió e intentó esbozar una sonrisa, con la que no pudo disimular el dolor latente.
—En fin, pues dime, ¿estáis buscando casa? La que tenéis es muy bonita, desde luego. En cualquier caso, con quien tenéis que hablar es con Erik. Yo me encargo de las cuentas y los archivos, pero el discurso de venta no es lo mío. Creo que Erik vendrá después del almuerzo, así que si vuelves luego…
—No, no he venido a comprar casa.
—Ajá. ¿Entonces?
Erica vaciló un instante. Mierda, ¿por qué tenía que ser tan curiosa y meter las narices en todas partes? ¿Cómo iba a explicárselo?
—Habrás oído lo de Magnus Kjellner, ¿verdad? Que lo han encontrado y eso… —preguntó indecisa.
La cara de Kenneth cobró un tono más grisáceo si cabe. El hombre asintió en silencio.
—Por lo que tengo entendido, os veíais bastante, ¿no?
—¿Por qué lo preguntas? —dijo Kenneth mirándola con recelo.
—Es que… —Erica rebuscaba en su cabeza una buena explicación, pero no se le ocurría ninguna. Tendría que recurrir a una mentira—. ¿Has leído en la prensa lo de las amenazas que ha recibido Christian Thydell?
Kenneth asintió de nuevo con expresión grave. Un destello afloró a sus ojos, pero fue tan breve que Erica no estaba segura de haberlo visto realmente.
—Christian es mi amigo y quiero ayudarle. Creo que existe una conexión entre las amenazas que él recibe y lo que le ocurrió a Magnus Kjellner —continuó.
—¿Qué tipo de conexión? —preguntó Kenneth inclinándose hacia ella.
—No puedo entrar en detalles —respondió evasiva—. Pero sería de gran ayuda que me hablaras un poco de Magnus. ¿Tenía enemigos? ¿Alguien que pudiera desearle algún mal?
—No, eso no me cabe en la cabeza. —Kenneth se retrepó en una actitud que dejaba traslucir cuánto lo incomodaba el tema.
—¿Desde cuándo sois amigos? —Erica orientó la conversación por derroteros menos delicados. A veces el mejor camino era un rodeo.
Y funcionó. Kenneth pareció relajarse.
—En principio, toda la vida. Teníamos la misma edad, así que estábamos en la misma clase en la escuela primaria y luego en el instituto. Siempre estábamos juntos los tres.
—¿Los tres? ¿Tú, Magnus y Erik Lind?
—Exacto. Si nos hubiéramos conocido de adultos, seguramente no habríamos encajado, claro, pero Fjällbacka es tan pequeño que siempre terminábamos por coincidir y, bueno, seguimos viéndonos. Cuando Erik vivía en Gotemburgo no lo veíamos mucho, pero desde que volvió nos hemos visto con bastante frecuencia, nosotros y nuestras familias. Por costumbre, me imagino.
—¿Dirías que sois amigos íntimos?
Kenneth reflexionó un instante. Miró por la ventana y, contemplando el hielo, respondió:
—No, no diría tanto. Erik y yo trabajamos juntos, así que tenemos mucho contacto, pero no somos amigos íntimos. No creo que Erik tenga amigos íntimos. Y Magnus y yo también éramos muy distintos. No tengo nada malo que decir de Magnus, ni creo que lo tenga nadie. Siempre lo pasábamos bien juntos, pero no nos hacíamos demasiadas confidencias. Más bien eran Magnus y el nuevo del grupo, Christian, quienes tenían más en común.
—¿Cómo apareció Christian?
—Pues no lo sé, la verdad. Fue Magnus quien los invitó a él y a Sanna, poco después de que Christian se mudara a Fjällbacka. A partir de ahí, se convirtió en habitual.
—¿Sabes algo de su pasado?
—No —dijo, y guardó silencio un instante—. Ahora que lo dices… No sé prácticamente nada de lo que hacía antes de venir aquí. Nunca hablábamos de eso. —Kenneth parecía extrañado de su propia respuesta.
—¿Y qué tal os lleváis Erik y tú con Christian?
—Pues es bastante reservado y, a veces, muy sombrío. Pero es un buen tipo y, con un par de copas de vino en el cuerpo, se relaja y lo pasamos muy bien juntos.
—¿Has tenido la impresión de que estuviera presionado por algo? ¿O preocupado?
—¿Te refieres a Christian? —De nuevo aquel destello en los ojos de Kenneth, tan fugaz como el de hacía unos minutos.
—Bueno, lleva aproximadamente un año y medio recibiendo esas amenazas.
—¿Tanto? No lo sabía.
—¿No habíais notado nada?
Kenneth meneó la cabeza.
—Como te decía, Christian es un poco… complicado, podríamos decir. No es fácil saber qué tiene en la cabeza. Por ejemplo, yo no me enteré de que estaba escribiendo un libro hasta que no lo tuvo listo para publicar.
—¿Lo has leído? Es espantoso lo que cuenta —dijo Erica.
Kenneth volvió a negar con un gesto.
—No soy muy dado a leer libros pero, al parecer, ha tenido buenas críticas.
—Fenomenales —confirmó Erica—. Pero, entonces, a vosotros no os había hablado de las cartas, ¿no?
—No, Christian jamás mencionó nada al respecto. Aunque, ya te digo, siempre nos hemos visto en reuniones más o menos numerosas, cenas con las parejas respectivas, en Año Nuevo y en el solsticio de verano y cosas así. Magnus era el único con el que habría hablado, creo yo.
—¿Y Magnus tampoco os dijo nada sobre ese tema?
—No, en ningún momento. —Kenneth se puso de pie—. Si me perdonas, creo que debería trabajar un poco. ¿Seguro que no vais a lanzaros a comprar una casa nueva? —Sonrió y, con un movimiento del brazo, abarcó todos los anuncios que había en la pared.
—Nos encanta la casa en la que vivimos, gracias, pero esas son muy bonitas. —Erica hizo un intento de levantarse, pero sin mucho éxito, como de costumbre. Kenneth le tendió una mano y le ayudó a ponerse de pie.
—Gracias. —Erica se enrolló en el cuello la amplia bufanda—. Lo siento muchísimo, de verdad —dijo—. Lo de tu mujer. Espero… —No encontró más palabras que decir y Kenneth asintió en silencio.
Erica empezó a tiritar en cuanto salió de nuevo al frío de la calle.
A
Christian le costaba concentrarse. Por lo general, disfrutaba del trabajo en la biblioteca, pero hoy le resultaba imposible centrarse, imposible obligar al pensamiento a seguir una dirección.
Todos los que acudían a la biblioteca tenían algún comentario que hacerle sobre
La sombra de la sirena
. Que lo habían leído, que tenían pensado leerlo, que lo habían visto en el programa Nyhetsmorgon. Y él respondía educadamente. Les daba las gracias si lo elogiaban y, a quienes preguntaban por el argumento, les refería brevemente de qué trataba. Pero en realidad solo tenía ganas de gritar.
No podía dejar de pensar en lo terrible que era lo que le había sucedido a Magnus. Había empezado el hormigueo en las manos otra vez y amenazaba con extenderse. De los brazos al abdomen y de ahí a las piernas. De vez en cuando, notaba como si le ardiese de escozor todo el cuerpo y le costaba quedarse quieto en la silla. Por eso andaba entre las estanterías, devolviendo a su sitio los libros que habían ido a parar al lugar equivocado, colocando los lomos de los libros para que formasen hileras perfectas.
Se detuvo un momento. Estaba con la mano en alto sobre los libros y no se sentía en condiciones de moverla ni de bajarla. Y acudieron los recuerdos, aquellos que cada vez lo sorprendían con más frecuencia. ¿Qué hacía él allí? ¿Por qué se encontraba precisamente allí, en aquel lugar? Meneó la cabeza para ahuyentar aquellas preguntas, pero cada vez las sentía más dentro.
Alguien pasó ante la puerta de la biblioteca. Solo tuvo tiempo de atisbar a la persona en cuestión, el movimiento, más que otra cosa. Pero experimentó la misma sensación que cuando conducía hacia casa la noche anterior. La sensación de algo amenazador y, al mismo tiempo, familiar.
Se dirigió a la entrada apremiando el paso y miró por el pasillo, en la dirección por la que se había alejado aquella persona. Estaba vacío. No se oían pasos ni ningún otro ruido, no se veía a nadie. ¿Se lo habría imaginado todo? Christian se presionó la sien con los dedos. Cerró los ojos y recreó la imagen de Sanna. Su expresión cuando le contó aquella media verdad, aquella media mentira. La boca entreabierta, la compasión mezclada con el horror.
Ya no le haría más preguntas. Y el vestido azul había vuelto al desván, donde debía estar. Con una pequeña porción de verdad había comprado un poco de tranquilidad. Pero ella no tardaría en empezar a cuestionarlo todo de nuevo, a buscar respuestas y esa otra parte de la historia que él no le había contado. Esa parte debía permanecer enterrada. No existía alternativa.
Seguía con los ojos cerrados cuando oyó un carraspeo.
—Perdona, me llamo Lars Olsson. Soy periodista. Me preguntaba si no podríamos hablar un rato. He intentado localizarte por teléfono, pero no lo cogías.
—Tenía el móvil apagado. —Se quitó las manos de las sienes—. ¿Qué quieres?
—Como ayer encontraron a un hombre en el hielo… Magnus Kjellner, que llevaba desaparecido desde noviembre. Tengo entendido que erais buenos amigos.
—¿Por qué lo preguntas? —Christian retrocedió y se refugió detrás del mostrador.
—Es una casualidad un tanto extraña, ¿no te parece? Que tú lleves tiempo recibiendo amenazas y que hayan encontrado muerto a uno de tus amigos. Además, tenemos entendido que probablemente murió asesinado.
—¿Asesinado? —preguntó Christian, escondiendo las manos debajo del mostrador: le temblaban muchísimo.
—Sí, el cadáver presenta lesiones que indican muerte violenta. ¿Sabes si Magnus Kjellner recibió también amenazas? ¿O quién te habrá enviado las cartas a ti? —El tono del periodista era acuciante y no le dio oportunidad a Christian de negarse a responder.
—No sé nada de ese asunto. No sé nada.
—Pero parece que alguien se ha obsesionado contigo, y no sería muy rebuscado pensar que pueda haber gente de tu entorno que también sufra las consecuencias. Por ejemplo, ¿han amenazado de alguna manera a tu familia también?
Christian no fue capaz sino de negar con la cabeza. Acudían a su mente imágenes que se apresuró a apartar. No podía permitir que se impusieran.
El periodista no se dio cuenta de que no deseaba responder a aquellas preguntas. O quizá sí, pero no lo tuvo en cuenta.
—Tengo entendido que empezaste a recibir las amenazas antes de que los medios de comunicación se fijaran en ti a raíz de la publicación del libro. Lo que indica que se trata de algo personal. ¿Algún comentario al respecto?
Una vez más, negó vehemente con la cabeza. Christian apretaba tanto los dientes que la cara parecía una máscara rígida. Sentía deseos de huir, de no tener que afrontar aquellas preguntas, de no tener que pensar en ella y en cómo, después de tantos años, le había dado alcance. No podía dejarla entrar de nuevo. Al mismo tiempo, sabía que ya era demasiado tarde. Ella ya estaba allí, y él no podía huir. Quizá no le hubiese sido posible nunca.
—Así que no tienes idea de quién está detrás de esas amenazas, ¿no es eso? ¿Ni de si existirá algún vínculo con el asesinato de Magnus Kjellner?
—Si no me equivoco, has dicho que teníais indicios de que lo habían asesinado, no la certeza de que fuera así.
—Ya, pero es una suposición razonable —respondió el periodista—. Y convendrás conmigo en que aquí, en Fjällbacka, es una coincidencia muy extraña que un hombre reciba amenazas y que un amigo suyo aparezca muerto. Es algo que induce a hacerse preguntas…
Christian sentía crecer la indignación. ¿Qué derecho tenían a meterse en su vida, a exigir respuestas y a que les diese algo que él no tenía?
—No tengo nada más que decir sobre este asunto —repitió Christian, pero el periodista no parecía dispuesto a irse.
Entonces, Christian se puso de pie. Salió de la biblioteca, se dirigió a los aseos y se encerró. Se espantó al verse en el espejo. Era como si fuese otra persona quien lo estuviese mirando desde el cristal. No se reconocía.
Cerró los ojos y apoyó las manos en el lavabo. Oía su respiración breve y superficial. Con un esfuerzo, intentó reducir el ritmo del pulso, recobrar el control. Pero le estaban arrebatando la vida. Lo sabía. Ella se lo arrebató todo una vez y había vuelto para hacerlo de nuevo.