El nombre de Nikolai aparecía en la lista que Ender le había facilitado pero Bean enseguida se encontró con problemas.
—No quiero —dijo Nikolai.
A Bean no se le había ocurrido que nadie pudiera negarse,
—Ya tengo bastantes problemas para mantener el ritmo tal como estoy ahora.
—Eres un buen soldado.
—Por los pelos. Con un montón de ayuda.
—Así es como lo hacen todos los buenos soldados.
—Bean, si pierdo una práctica al día con mi batallón regular, pronto me quedaré retrasado. ¿Cómo compensarlo? Una hora de práctica al día contigo no será suficiente. Soy un chico listo, Bean, pero no soy Ender. No soy tú. Creo que eso es lo que no comprendes. Cómo es no ser tú. Las cosas no resultan tan fáciles.
—Para mí tampoco es fácil.
—Mira, lo sé, Bean. Y hay cosas que puedo hacer por ti. Pero ésta no es una de ellas. Por favor.
Era la primera experiencia de Bean con el mando, y no funcionaba. Advirtió que estaba enfureciéndose, que quería decir que te jodan y pasar a otro niño. Pero no podía cabrearse con el único amigo de verdad que tenía. Y tampoco podía aceptar tan fácilmente un no por respuesta.
—Nikolai, lo que vamos a hacer no será difícil. Trucos y acrobacias.
Nikolai cerró los ojos.
—Bean, haces que me sienta mal.
—No quiero que te sientas mal, Sinterklaas, pero ésta es la misión que me han encomendado, porque Ender piensa que la Escuadra Dragón lo necesita. Estabas en su punto de mira, la elección no es mía.
—Pero no tienes por qué elegirme a mí.
—Así que se lo pediré al siguiente niño y me dirá «Nikolai está en la cuadrilla, ¿verdad?», y yo diré «No, no quiso». Eso hará que todos piensen que pueden decir que no. Y todos querrán decir que no, porque nadie quiere recibir órdenes mías.
—Hace un mes, seguro, eso habría sido verdad. Pero saben que eres un soldado sólido. He oído a la gente hablar de ti. Te respetan.
Una vez más, habría sido muy fácil hacer lo que Nikolai quería, dejarlo correr. Y, como amigo, eso sería lo más adecuado. Pero Bean no podía pensar como amigo. Tenía que mentalizarse de que le había dado el mando y tenía que hacer que funcionara.
¿Necesitaba realmente a Nikolai?
—Estoy sólo pensando en voz alta, Nikolai, porque tú eres el único al que puedo decírselo, pero verás, estoy asustado. Quería ser jefe de batallón, pero eso es porque no sabía nada de lo que hacen los jefes. He tenido una semana de batallas para ver cómo Crazy Tom nos mantiene unidos, la voz que usa para dar órdenes. Para ver cómo Ender nos entrena y confía en nosotros, y es una danza, de puntillas, salto, giro, y tengo miedo de caerme, y no hay tiempo de caer, tengo que hacer que esto funcione, y cuando estás conmigo, sé que al menos hay una persona que no va por ahí esperando que el niñito listo se caiga.
—No te engañes —dijo Nikolai—. Por lo menos seamos sinceros.
Eso le dolió. Pero un líder tenía que aceptarlo, ¿no?
—No importa lo que sientas, Nikolai, me darás una oportunidad —dijo Bean—. Y como tú lo harás, los otros también. Necesito… lealtad.
—Y yo también, Bean.
—Necesitas mi lealtad como amigo, para ser feliz como persona —dijo Bean—, Yo necesito lealtad como líder, para cumplir la misión que nos ha encomendado nuestro comandante.
—Es duro —dijo Nikolai.
—Eh. También es cierto.
—Tú eres duro, Bean.
—Ayúdame, Nikolai.
—Parece que nuestra amistad es unidireccional.
Bean nunca se había sentido así antes: con un cuchillo en el corazón, sólo por las palabras que escuchaba, sólo porque otra persona estaba enfadada con él. No era que quisiera que Nikolai pensara bien de él. Era porque sabía que Nikolai en parte tenía razón. Bean estaba utilizando su amistad contra él.
Sin embargo, no fue a causa de ese dolor por lo que Bean decidió retirarse. Un soldado que estaba con él contra su voluntad no le serviría bien. Aunque fuese un amigo.
—Mira, si no quieres, no quieres. Lamento haberte hecho enfadar. Me las apañaré sin ti. Y tienes razón, lo haré bien. ¿Amigos, Nikolai?
Nikolai aceptó la mano que le ofrecía, y la estrechó.
—Gracias —susurró.
Bean se dirigió de inmediato a Shovel, la Pala, el único miembro de lista de Ender que pertenecía también al batallón C. Shovel no era la mera elección de Bean: tendía a quedarse rezagado a veces, a hacer cosas a medias. Pero como pertenecía al batallón C, Shovel estaba presente cuando Bean aconsejaba a Crazy Tom. Había observado a Bean en acción.
Shovel dejó su consola a un lado cuando Bean le preguntó si podían hablar un momento. Al igual que con Nikolai, Bean se encaramó a su camastro para sentarse junto al otro niño, más grande. Shovel procedía de Cagnes-sur-Mer, un pueblecito de la Riviera francesa, y aún tenía aquél carácter abierto tan sano de Provenza. A Bean le caía bien. A todo el mundo le caía bien.
Rápidamente, Bean le explicó lo que Ender le había pedido que hiciera, aunque no mencionó que era sólo una distracción. Nadie renunciaría a una práctica diaria por algo que no sería crucial para la victoria.
—Estabas en la lista que me dio Ender, y me gustaría que…
—Bean, ¿qué estás haciendo?
Crazy Tom estaba de pie junto al camastro de Shovel.
De inmediato, Bean advirtió su error.
—Señor, tendría que haber hablado primero con usted. Soy nuevo en esto y no se me ocurrió.
—¿Nuevo en qué?
Una vez más, Bean explicó lo que Ender le había pedido que hiciera.
—¿Y Shovel está en la lista? — Así es.
¿Entonces voy a perderos a Shovel y a ti de mis prácticas?
—Sólo una práctica al día.
—Soy el único jefe de batallón que pierde dos miembros.
Ender dijo uno de cada batallón. Cinco y yo. No fue elección mía.
—Mierda —protestó Crazy Tom—. Ni Ender ni tú pensasteis que esto va a afectarme más que a los otros jefes de batallón. Lo que vayáis a hacer, ¿por qué no podéis hacerlo con cinco en vez de con seis? Tú y otro más… uno de cada uno de los otros batallones.
Bean quiso discutir, pero advirtió que enfrentarse a Crazy Tom no iba llevarlo a ninguna parte.
—Tienes razón, no lo pensé, y tal vez Ender cambie de opinión cuando se dé cuenta de cómo afectará a tus prácticas. Así que cuando venga por la mañana, ¿por qué no hablas con él y me haces saber qué decidís entre los dos? Shovel también podría decirme que no y entonces la cuestión ya no tendría importancia, ¿no?
Crazy Tom pensó en ello. Bean pudo ver que la furia se apoderaba de él. Pero el liderazgo lo había cambiado. Ya no estalló como hacía antes. Se contuvo. Aguantó. Esperó a que se le pasara.
—Muy bien, hablaré con Ender. Si Shovel quiere hacerlo.
Los dos miraron a Shovel, la Pala.
—Creo que estaría bien —dijo Shovel—. Hacer algo tan raro como esto.
—No seré más condescendiente con ninguno de los dos —dijo Crazy Tom—. Y no habléis sobre vuestro batallón de locos durante mis prácticas. Eso, dejadlo fuera.
Los dos estuvieron de acuerdo en eso. Bean pudo ver que Crazy Tom había hecho bien en insistir en ese tema. Esta misión especial los apartaría de los otros miembros del batallón C. Si se ufanaban de ello, los demás podrían considerarlos una élite. Ese problema no se daría tanto en los otros batallones, porque sólo habría un miembro de cada uno en la escuadrilla de Bean. No habría charlas. Nadie se ufanaría.
—Mira, no tengo que hablar con Ender sobre esto —dijo Crazy Tom—. A menos que se convierta en un problema. ¿Vale?
—Gracias.
Crazy Tom regresó a su propio camastro.
Lo he hecho bien, pensó Bean. No he metido la pata.
—¿Bean? — dijo Shovel.
—¿Eh?
—Una cosa.
—Eh.
—No me llames Shovel.
Bean pensó. El verdadero apellido de Shovel era Ducheval.
—¿Prefieres «Dos Caballos»? Suena a guerrero sioux.
Shovel sonrió.
—Es mejor que parecer la herramienta con la que limpias el establo.
—Ducheval —declaró Bean—. A partir de ahora.
—Gracias. ¿Cuándo empezamos?
—En la práctica de tiempo libre de hoy.
—Magnífico.
Bean casi se bajó bailando del camastro de Ducheval. Lo había conseguido. Lo había sabido hacer. Una vez, al menos.
Para cuando terminó el desayuno, tenía a los cinco miembros de su, batallón. Con los otros cuatro, lo consultó primero con sus jefes. Nadie lo rechazó. E hizo prometer a su escuadrilla que llamarían a Ducheval por su verdadero nombre a partir de ese momento.
Cuando Bean entró, Graff esperaba con Dimak y Dap en el despacho improvisado del puente de la sala de batalla. Dimak y Dap hablaban de lo mismo de siempre, es decir, de nada, de alguna cuestión trivial, como por ejemplo que alguien había violado un protocolo menor o algo así, y al final acababan subiendo de tono y la charla se convertía en un puñado de quejas formales. Sólo otra escaramuza en su rivalidad, ya que Dap y Dimak trataban de conseguir algo más de ventaja para sus protegidos, Ender y Bean, mientras al mismo tiempo intentaban impedir que Graff les hiciera correr el peligro físico que ambos presentían. Cuando llamaron a la puerta, llevaban un rato discutiendo en voz alta, y como el golpe no fue fuerte, a Graff se le ocurrió preguntarse qué podían haber oído.
¿Habían mencionado nombres? Sí. Bean y Ender. Y también Bonzo. ¿Había aparecido el nombre de Aquiles? No. Se habían referido a él como «otra decisión irresponsable que pone en peligro el futuro de la especie humana, todo porque una cosa es la teoría absurda de los juegos y otra la verdadera pugna a vida o muerte, ¡algo que no está demostrado y no podrá serlo excepto con la sangre de algún niño!». Eso lo dijo Dap, que tendía a mostrarse elocuente.
Graff, por supuesto, estaba más que harto, porque estaba de acuerdo con ambos profesores, no sólo en sus argumentos enfrentados, sino también en sus argumentos contra su propia política. Bean era, indiscutiblemente, el mejor candidato en todas las pruebas; y, de igual modo, Ender el mejor candidato según su actuación en las situaciones de liderazgo real. Y Graff estaba actuando de manera irresponsable al exponer a ambos niños al peligro físico.
Pero en ambos casos, los niños abrigaban serias dudas sobre su propio valor. Ender se había sentido coaccionado durante mucho tiempo por su hermano mayor, Peter, y el juego mental había demostrado que, en el subconsciente de Ender, Peter estaba relacionado con los insectores. Graff sabía que Ender tenía valor para golpear, sin contención, cuando llegara el momento. Que podía enfrentarse solo a un enemigo, sin ayuda de nadie, y destruir al que quisiera destruirlo. Pero Ender no lo sabía, y tenía que saberlo.
Bean, por su parte, había mostrado síntomas físicos de pánico antes de su primera batalla, y aunque acabó haciéndolo bien, Graff necesitaba ningún test psicológico para saber que la duda era una realidad. La única diferencia era que, en el caso de Bean, Graff compartía sus dudas. No había ninguna prueba de que Bean fuera a golpear.
Dudar de uno mismo era lo único que no podía permitirse a ninguno de los dos candidatos. Contra un enemigo que no vacilaba (que no
podía
vacilar), no podía haber ninguna pausa para la reflexión. Los niños tenían que enfrentarse a sus peores temores, sabiendo que nadie intervendría para ayudarles. Tenían que saber que aunque el fracaso sería fatal, ellos no fracasarían. Tenían que pasar la prueba y saber que la habían pasado. Y ambos niños eran tan perceptivos que no se podía falsear el peligro. Tenía que ser real.
Exponerlos a ese riesgo era una absoluta irresponsabilidad por parte de Graff. Sin embargo, sabía que igualmente irresponsable sería no exponerlos. Si Graff actuaba sobre seguro, nadie le reprocharía si, en la guerra de verdad, Ender o Bean fracasaban. Pero el consuelo sería muy pobre, dadas las consecuencias del fracaso. Tomara la decisión que tomase, si se equivocaba, todo el mundo en la Tierra pagaría el precio. Lo único que lo hacía posible era que, si uno de ellos moría o resultaba dañado física o mentalmente, el otro seguiría allí para continuar, convertido en el único candidato restante.
Y si ambos fracasaban, ¿entonces qué? Había muchos niños inteligentes, pero ninguno que fuera mucho mejor que los comandantes que ya estaban en su puesto, que se habían graduado de la Escuela de Batalla hacía muchos años.
Alguien tenía que tirar los dados. Y era él quien los tenía en sus manos. No era un burócrata que situaba su carrera por encima del propósito mayor al que servía. No entregaría los dados a nadie más, ni simularía que no tenía esa opción.
Por ahora, todo lo que Graff podía hacer era escuchar a Dap y Dimak, no hacer caso a sus ataques y maniobras burocráticas contra él, y tratar que no se lanzaran mutuamente al cuello en su rivalidad.
Aquel golpecito en la puerta… Graff supo quién era antes de abrirla.
Si había oído la discusión, Bean no dio ninguna muestra de ello, pero claro, ésa era la especialidad de Bean, no dar muestra de nada. Sólo Ender conseguía ser más reclusivo… y él, al menos, había jugado al juego lo suficiente para proporcionar a los profesores un mapa de su psique.
—Señor — dijo Bean.
—Pasa, Bean.
Pasa Julian Delphiki, el hijo anhelado de unos padres buenos y amorosos. Pasa, niño secuestrado, rehén del destino. Pasa y habla con los Hados, que juegan de manera tan astuta con tu vida.
—Puedo esperar —dijo Bean.
—El capitán Dap y el capitán Dimak pueden oír lo que tengas que decir, ¿no? — preguntó Graff.
—Si usted lo dice, señor. No es ningún secreto. Me gustaría tener acceso a los recursos de la estación.
—Petición denegada.
—Eso no es aceptable, señor.
Graff vio que tanto Dap como Dimak lo miraban. ¿Quizás los divertía la audacia del niño?
—¿Por qué piensas eso?
—Avisos inmediatos, juegos cada día, soldados agotados y sin embargo bajo presión para rendir en clase… Bien, Ender está tratando con ello y nosotros también. Pero el único motivo posible por el que hacen esto es para comprobar si disponemos de suficientes recursos. Por eso deseo que me proporcione algunos.
—No recuerdo que seas comandante de la Escuadra Dragón —dijo Graff—. Atenderé al requisito de equipo especial por parte de tu comandante.
—No es posible. No tiene tiempo que perder en absurdos procedimientos burocráticos.