—Un juego nueve semanas antes de lo previsto. Un juego diario. Y ahora dos juegos el mismo día. Bean, no sé qué están haciendo los profesores, pero mi escuadra se está cansando, y yo me estoy cansando, y a ellos no les preocupan para nada las reglas del juego. He consultado las estadísticas en el ordenador. Nadie ha destruido jamás tantos enemigos y mantenido a tantos soldados propios en activo e toda la historia del juego.
¿Qué era esto, alardear? Bean respondió como había que contestar a una frase de ese tipo.
—Eres el mejor, Ender,
Wiggin sacudió la cabeza. Si oyó la ironía en la voz de Bean, no respondió a ello.
—Tal vez. Pero no fue por accidente que recibí a los soldados que asignaron. Novatos, rechazados de otras escuadras, pero ponlos a todos juntos y el peor de mis soldados podría ser jefe de batallón en cualquier otra escuadra. Hasta este momento me han favorecido, pero con certeza, Bean, que ahora quieren acabar conmigo.
Así que Wiggin comprendía cómo había sido seleccionada su escuadra, aunque no supiera quién había hecho la selección. O tal vez lo sabía todo, y esto era todo lo que quería mostrarle a Bean por el momento. Era difícil adivinar cuántas cosas hacía Wiggin siguiendo sus cálculos y cuántas eran meramente intuitivas.
—No pueden acabar contigo.
—Te sorprenderías —dijo Wiggin, e inspiró profundamente, de repente, como si fuera una puñalada de dolor, o le costara trabajo respirar. Bean lo miró y advirtió que estaba sucediendo lo imposible. En vez de burlarse de él, Ender Wiggin confiaba en él. No mucho. Un poquito. Ender estaba dejando que Bean viera que era humano. Lo acercaba al círculo interno. Convirtiéndolo en… ¿en qué? ¿Consejero? ¿Confidente?
—Tal vez te sorprenderás tú —dijo Bean.
—Siempre se me ocurren ideas nuevas. Pero, algún día, alguien pensará en algo que yo no haya pensado antes, y no estaré preparado.
—¿Qué es lo peor que podría suceder? — preguntó Bean—. Pierdes un juego.
—Sí. Eso es lo peor que podría suceder. No puedo perder ningún juego. Porque si pierdo alguno…
Dejó la frase a medias. Bean se preguntó qué consecuencias imaginaba que había. ¿Simplemente la leyenda de Ender Wiggin, soldado perfecto, se perdería? ¿O su ejército perdería la confianza en él, o en su propia invencibilidad? ¿O se trataba de la guerra grande, y perder un juego allí en la Escuela de Batalla podría hacer temblar la confianza que los profesores tenían en que Ender era el comandante del futuro, el que lideraría la flota, sí podían prepararlo antes de que llegara la invasión insectora?
Una vez más, Bean no sabía cuánto sabían los profesores sobre lo que él había deducido sobre el avance de la gran guerra. Era mejor el silencio.
—Necesito que seas listo, Bean —dijo Ender—. Necesito que pienses en soluciones a los problemas que todavía no hemos visto. Quiero que pruebes cosas que nadie más haya probado porque son absolutamente estúpidas.
¿De qué va todo esto, Ender? ¿Qué has decidido sobre mí, para traerme a tu habitación esta noche?
—¿Por qué yo?
—Porque aunque hay soldados mejores que tú en la Escuadra Dragón (no muchos, pero sí algunos), no hay nadie que pueda pensar mejor y más rápido que tú.
Entonces se había fijado. Después de un mes de frustración, Bean advirtió que era mejor así. Ender había visto su trabajo en la batalla lo había juzgado por lo que hizo, no por su reputación en las clases o por los rumores de que era el alumno que había sacado las notas más altas en la historia del colegio. Bean se había ganado esta evaluación, y se la había dado la única persona en la escuela cuya opinión anhelaba.
Ender le mostró su consola. Había doce nombres. Dos o tres soldados de cada batallón. Bean supo de inmediato cómo los había elegido Ender. Todos eran buenos soldados, seguros de sí mismos y dignos de confianza. Pero no eran los que alardeaban, los que se pavoneaban, los que presumían. De hecho, eran los que Bean valoraba más entre aquellos que no eran jefes de batallón.
—Escoge a cinco de ellos —exigió Ender—. Uno de cada batallón. Son una escuadrilla especial, y tú los entrenarás. Sólo durante las sesiones de prácticas extra. Cuéntame lo que les haces. No pases demasiado tiempo con otras actividades. La mayor parte del tiempo tú y tu escuadrilla seréis integrantes de la escuadra, parte de vuestros batallones regulares. Pero cuando os necesite será porque hay algo que sólo vosotros podáis hacer.
Había algo más en aquellos doce nombres.
—Todos son nuevos. No hay ningún veterano.
—Después de la semana pasada, Bean, todos nuestros soldados son veteranos. ¿No te das cuenta que en los baremos individuales, nuestros cuarenta soldados están entre los cincuenta superiores? ¿Que hay que bajar diecisiete puestos para encontrar un soldado que no sea un Dragón.
—¿Y si no se me ocurre nada? — preguntó Bean.
—Entonces me habré equivocado contigo.
Bean sonrió.
—No te has equivocado.
Las luces se apagaron.
—¿Puedes encontrar el camino de vuelta, Bean?
—Probablemente no.
—Entonces quédate aquí. Si escuchas con atención, puedes oír al duendecillo que nos visita por la noche y nos encomienda nuestra misión para mañana.
—No nos asignarán otra batalla mañana, ¿no? — lo dijo como broma pero Ender no respondió.
Bean lo oyó meterse en la cama.
Ender era todavía pequeño para ser comandante. Sus pies no llegaban al final del camastro. Había espacio de sobra para que Bean se acurrucara al pie de la cama. Así que se subió y se quedó quieto, para no molestar el sueño de Ender. Si estaba durmiendo. Si no yacía despierto en mitad del silencio, tratando de dar sentido a… ¿qué?
Para Bean, la misión era simplemente pensar lo impensable: podían usar contra ellos planes estúpidos, y formas de contrarrestarlos; podían introducir innovaciones igualmente estúpidas para sembrar confusión entre las otras escuadras y, según sospechaba, para forzarlos a imitar estrategias completamente prescindibles. Como pocos de los otros comandantes entendían por qué la Escuadra Dragón estaba ganando, seguían imitando las tácticas empleadas en una batalla concreta en vez de prestar atención al método subyacente que Ender utilizaba para entrenar y organizar a su escuadra. Como afirmó Napoleón, lo único que un comandante controla de verdad es su propio ejército: entrenamiento, moral, confianza, iniciativa, mando y, en menor grado, suministros, situación, movimiento, lealtad y valor en la batalla. Qué hará el enemigo y qué sucederá entonces es algo que desafía toda planificación. El comandante debe ser capaz de cambiar de planes bruscamente cuando aparezcan obstáculos u oportunidades. Si su ejército no está preparado y dispuesto a responder a su voluntad, su astucia se reduce a nada.
Los comandantes menos eficaces no comprendían esto. Como no llegaban a reconocer que Ender vencía porque su ejército y él respondían ágil e instantáneamente al cambio, sólo se les ocurría imitar las tácticas específicas que le habían visto emplear. Aunque los gambitos significativos de Bean fueran irrelevantes para el resultado de la batalla, harían que otros comandantes perdieran el tiempo imitando irrelevancias. De vez en cuando encontraría algo que pudiera ser útil. Pero no era más que una distracción.
A Bean no le importaba. Si Ender quería una distracción, lo que importaba era que había elegido a Bean para crear ese espectáculo, y Bean lo haría lo mejor que pudiera hacerse.
Pero si Ender estaba despierto esta noche, no era porque le preocuparan las batallas que la Escuadra Dragón libraría al día siguiente, al otro y también al de después. Ender estaba pensando en los insectores y en como combatirlos cuando terminara su entrenamiento y lo lanzaran a la guerra, con las vidas de hombres de verdad dependiendo de sus decisiones, con la supervivencia de la humanidad pendiente del resultado.
En ese esquema, ¿cuál es mi lugar?, pensó Bean. Me alegro de que la carga recaiga sobre Ender, no porque yo no pudiera soportarla (tal vez podría) sino porque tengo plena confianza en que Ender puede hacerlo. Sea lo que sea lo que hace que los hombres amen a los comandantes que deciden cuándo morirán, Ender lo tiene, y si yo lo tengo nadie ha visto aún ninguna prueba de ello. Además, incluso sin haber sido alterado genéticamente, Ender posee unas habilidades que las pruebas no miden, más profundas que el simple intelecto.
Pero no debería soportar esa situación a solas. Yo puedo ayudarlo. Puedo olvidar la geometría, la astronomía y todas las otras tonterías y concentrarme en los problemas a los que se enfrenta más directamente. Investigaré cómo libran la guerra otros animales, sobre todo los insectos colmenares, ya que los fórmicos se parecen a las hormigas igual que nosotros nos parecemos a los primates.
Y también puedo protegerlo.
Bean pensó de nuevo en Bonzo Madrid. En la furia letal de los matones de Rotterdam.
¿Por qué han puesto los profesores a Ender en esta situación? Es un blanco obvio para el odio de los otros niños. Los chicos de la Escuela de Batalla llevaban la guerra en el corazón. Ansiaban el triunfo. Odiaban la derrota. Si carecían de esos atributos, nunca habrían sido traídos a este lugar. Sin embargo, desde el principio, Ender había sido apartado de los demás: más joven pero más listo, el soldado destacado y ahora el comandante que lograba que todos los demás comandantes parecieran bebés. Algunos comandantes respondían a la derrota volviéndose sumisos: Cara Carby, por ejemplo, ahora alababa a Ender a sus espaldas y estudiaba sus batallas para tratar de aprender a ganar, sin advertir que había que estudiar el entrenamiento de Ender, no sus batallas, para comprender sus victorias. Pero la mayoría de los otros comandante estaban resentidos, asustados, avergonzados, furiosos, celosos, y estaba en su carácter traducir esos sentimientos en acciones violentas… estaban seguros de la victoria.
Como las calles de Rotterdam. Como los matones, que luchaban por la supremacía, por rango, por respeto, Ender había desnudado a Bonzo. No podía soportarlo. Se vengaría, igual que Aquiles vengó su humillación.
Los profesores lo comprendían. Lo pretendían. Ender había superado sin la menor dificultad todas las pruebas que le habían puesto: fuera lo que fuese que enseñaba la Escuela de Batalla, él ya lo había asimilado. Entonces, ¿por qué no lo trasladaban al siguiente nivel? Porque había una lección que intentaban enseñarle, o una prueba que intentaban que pasara, que no estaba incluida en el currículum habitual. Sólo que esta prueba concreta podría tener el más trágico desenlace: la muerte. Bean había sentido los dedos de Bonzo en su garganta. Era un niño que, cuando se dejase ir, buscaría el poder absoluto que consigue el asesino en el momento de la muerte de su víctima.
Están colocando a Ender en una situación callejera. Lo están poniendo a prueba para ver sí puede sobrevivir.
No saben lo que están haciendo, los idiotas. La calle no es un examen. La calle es una lotería.
Yo salí ganador… y estoy vivo. Pero la supervivencia de Ender no dependerá de su habilidad. La suerte desempeña un papel demasiado grande. Además de la habilidad y la resolución y el poder del oponente.
Bonzo tal vez sea incapaz de controlar las emociones que lo debilitan, pero su presencia en la Escuela de Batalla significa que no carece de habilidades. Lo nombraron comandante porque cierto tipo de soldado lo seguirá hasta la muerte y el horror. Ender corre un peligro mortal. Y los profesores, que piensan que somos unos niños, no tienen ni la más mínima idea de lo rápidamente que llega la muerte. Desviaran la mirada unos minutos, se apartarán lo suficiente para no poder regresar a tiempo, y el gran Ender Wiggin, de quien dependen todas sus esperanzas, habrá muerto, punto final. Lo vi en las calles de Rotterdam. Es igual de fácil que suceda aquí, en esas habitaciones limpias, en el espacio, igual que en la calle.
Así que Bean olvidó el trabajo de clase esa noche, tendido a los pies de Ender. A partir de ese momento, tendría dos nuevos cursos que estudiar. Ayudaría a Ender a prepararse para la guerra contra los insectores. Pero también lo ayudaría en la lucha callejera que le estaban preparando.
No es que Ender no se diera cuenta. Después de algún tipo de altercado en la sala de batalla durante una de las primeras prácticas en tiempo libre, Ender había seguido un curso de defensa personal, y sabía algo de luchas hombre a hombre. Pero Bonzo no lo atacaría de hombre a hombre. Era demasiado consciente de que había sido derrotado. El propósito de Bonzo no sería una revancha, no sería un desquite. Sería un castigo. Sería una eliminación. Traería a una banda.
Y los profesores no se darían cuenta del peligro hasta que fuera demasiado tarde. Seguían sin considerar que nada de lo que hacían los niños fuera «real».
Así que después de pensar en astucias y estupideces que hacer con su nueva escuadrilla, Bean trató también de pensar en formas de acechar a Bonzo para que, entre la multitud, tuviera que enfrentarse a Ender Wiggin a solas o no hacerlo. Despojar a Bonzo de su apoyo. Destruir la moral, la reputación de todo matón que pudiera acompañarlo.
Ender no podía realizar ese trabajo sin la ayuda de Bean.
—Ni siquiera sé como interpretarlo. El juego mental se enfrenta una sola vez a Bean, y le muestra la cara de ese niño, y en las gráficas aparece que ha sentido… ¿qué? ¿Miedo? ¿Furia? ¿No hay nadie que sepa cómo funciona ese supuesto programa? Se las hizo pasar moradas a Ender, le mostró imágenes de su hermano que no podía tener, pero las tenía. Y ahora… ¿se trata de algún gambito profundamente reflexivo que lleva a nuevas conclusiones sobre la psique de Bean? ¿O era simplemente la única persona que Bean conocía cuya foto estaba ya en los archivos de la Escuela de Batalla?
—¿Eso ha sido una pataleta, o había alguna pregunta en concreto que desearía que le respondiera?
—Lo que quiero que me responda es a esto: ¿Cómo demonios puede decirme que algo fue «muy significativo» si no tiene ni idea de lo que significa?
—Si alguien corre detrás de su coche, gritando y agitando los brazos, uno sabe que quiere comunicarle algo significativo, aunque no se pueda oír ni una palabra de lo que el otro dice.
—¿Entonces eso es lo que ha sido? ¿Gritos?
—Era una analogía. La imagen de Aquiles tuvo una importancia extraordinaria para Bean.
—¿Importancia positiva o importancia negativa?
—Eso es simplificar demasiado. Si fue negativa, ¿son negativos sus sentimientos porque Aquiles provocó algún trauma terrible en Bean? ¿O negativa porque ser separado de Aquiles resultó traumático, y Bean anhela volver con él?
—De modo que si tenemos una fuente de información independiente que nos dice que los mantengamos separados…
—Entonces esa fuente independiente tiene razón…
—O está equivocada.
—Sería más específico si pudiera. Sólo tuvimos un minuto con él.
—Eso es una tontería— Tienen el juego mental conectado a todo trabajo con su identidad de profesor.
—Y ya le hemos informado al respecto. En parte, es su ansia por tener el control… así es como empezó, pero desde entonces se ha convertido en una forma de aceptar responsabilidades. En cierto modo, se ha convertido en profesor. También ha utilizado información interna para producirse la ilusión de que pertenece a la comunidad.
—Pero si ya pertenece.
—Solo tiene un amigo íntimo, y es más bien una reacción de hermano mayor y hermano menor.
—Tengo que decidir si ingresar a Aquiles en la Escuela de Batalla mientras Bean está todavía aquí, o renunciar a uno de ellos para quedarme con el otro. Por la respuesta de Bean a la cara de Aquiles, ¿qué concejo puede darme?
—No le gustará.
—Inténtelo.
—A partir de ese incidente, podemos decirle que ponerlos juntos será fatal o…
—Voy a tener que examinar a conciencia su presupuesto.
—Señor, todo el propósito del programa, la manera en que funciona, es que e ordenador hace conexiones que a nosotros nunca se nos ocurrirían, y consigue respuestas que no estábamos buscando. No está bajo nuestro control.
—El hecho de que un programa no esté bajo control no significa que haya inteligencia por medio, ni en el programa ni en el programador.
—No utilizamos la palabra «inteligencia» con el software. Lo consideramos una ingenuidad. Decimos que es «complejo», lo cual significa que no siempre comprendemos lo que está haciendo. No siempre conseguimos información concluyente.
—¿Alguna vez consiguen información concluyente sobre algo?
—Ahora he sido yo quien ha elegido a palabra equivocada. «Concluyente» no es nunca el objetivo cuando se trata de la mente humana.
—Pruebe con «útil». ¿Algo útil?
—Señor, le he comunicado todo lo que sabemos. La decisión fue suya antes de que informáramos, y sigue siéndolo ahora. Use nuestra información o no la use, pero ¿es sensato matar al mensajero?
—Cuando el mensajero no quiere decir qué demonios es el mensaje el dedo del gatillo se me vuelve picajoso. Puede retirarse.