La Semilla del Diablo (27 page)

BOOK: La Semilla del Diablo
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Soportó eso mientras pudo, y luego se levantó y se dirigió a la cuna.

—Apártese de aquí —le dijo Laura-Louise—. No se acerque a Él. ¡Roman!

—Lo está balanceando demasiado aprisa —le dijo.

—¡Siéntese! —le dijo Laura-Louise, y, dirigiéndose a Roman—. Sáquela de aquí. Llévesela a donde tiene que estar.

Rosemary insistió:

—Lo está balanceando demasiado aprisa; por eso lloriquea.

—¡No se meta en lo que no le importa! —replicó Laura-Louise.

—Deje a Rosemary que lo balancee —ordenó Roman.

Laura-Louise lo miró, estupefacta.

—Váyase —le dijo Roman, que se había situado detrás de la capucha de la cuna—. Siéntese con los otros. Deje que Rosemary lo balancee.

—Es capaz de...

—Siéntese con los otros, Laura-Louise.

Bufó y se marchó.

—Balancéelo —dijo Roman a Rosemary, sonriendo, y empujando la cuna hacia ella, sujetándola por la capucha.

Ella se estuvo quieta y lo miró.

—Está tratando de que yo sea... su madre.

—¿Es que no es usted Su madre? —preguntó Roman—. ¡Vamos! Balancéelo hasta que deje de lloriquear.

Ella dejó que la manecilla cubierta de negro se acercara a su mano, y cerró los dedos en torno a ella. Por unos instantes entre ambos balancearon la cuna situada entre los dos, y luego Roman se fue y ella la balanceó sola, suave y lentamente. Miró al bebé, vio sus ojos amarillos y miró hacia la ventana.

—Deberían engrasar sus ruedas —comentó—. Eso puede que también le moleste.

—Lo haré —respondió Roman—. ¿Ve? Ya ha cesado de llorar. Sabe quién es usted.

—No diga tonterías —contestó Rosemary, y miró al bebé de nuevo. Él la estaba contemplando. Sus ojos no eran realmente tan feos, ahora que ella ya estaba preparada para verlos. Fue la sorpresa lo que la alteró. En cierto modo eran bonitos—. ¿Cómo son sus manos? —preguntó, balanceándolo.

—Son muy bonitas —explicó Roman—. Tiene garras, pero son diminutas y perladas. Los guantes son sólo para que no se arañe a Sí mismo, no porque Sus manos no sean bonitas.

—Parece preocupado —comentó ella.

El doctor Sapirstein se acercó entonces.

—Una noche de sorpresas —declaró.

—Váyase —dijo ella—, o le escupiré en la cara.

—Váyase, Abe —dijo Roman, y el doctor Sapirstein asintió y se fue.

—No es culpa tuya —dijo Rosemary al bebé—. No estoy enfadada contigo. Estoy enfadada con ellos, porque me engañaron y mintieron. No pongas esa cara de preocupación; no voy a hacerte daño.

—Él ya sabe eso —dijo Roman.

—Entonces ¿por qué parece tan preocupado? —preguntó Rosemary—. ¡El pobrecito chiquitín! ¡Mírelo!

—Un momento —dijo Roman—. Tengo que atender a mis huéspedes. Volveré en seguida.

Se marchó, dejándola sola.

—Palabra de honor que no voy a hacerte daño —dijo ella al bebé. Se inclinó y desató el cuello de su vestidito—. Laura-Louise te lo apretó demasiado, ¿verdad? Te lo pondré un poco más flojo y estarás más cómodo. Tienes una barbilla muy linda, ¿lo sabes? Tienes unos ojos amarillos muy extraños; pero tu barbilla es muy bonita.

Le ató el vestidito de modo que el bebé estuviera más cómodo.

¡Pobre criaturita!

No podía ser tan malo, no podía ser. Aunque fuera a medias de Satanás, ¿no tenía otra mitad de ella? Era medio decente, vulgar, sensible y ser humano. Si ella actuaba contra ellos, y ejercía una buena influencia para contrarrestar la suya mala...

—Tienes una habitación para ti, ¿lo sabías? —le dijo ella, aflojando también la sabanita que lo envolvía, que también estaba demasiado apretada—. Está empapelada de blanco y amarillo, y hay una camita blanca con barandas amarillas, y no hay ni una gota de viejo negro brujeril en todo el sitio. Ya te lo enseñaremos cuando tengas de nuevo ganas de comer. Y por si eres curioso, que sepas que yo soy la señora que ha estado proporcionando toda la leche que te has bebido. Apostaría a que pensaste que venía en botellas; pues no, viene en madres, y yo soy la tuya. Así es, señor Cara Preocupada. Parece que no te hace mucha gracia la idea.

El silencio le hizo alzar la vista. Se habían reunido en torno suyo y la estaban observando, detenidos a respetuosa distancia.

Ella se sintió enrojecer y les dio la espalda para seguir mulliendo la sábana alrededor del bebé.

—Déjalos que miren —dijo— No nos importa, ¿verdad? Lo único que queremos es estar cómodos y bien. Así. Ten, ¿mejor?

—¡Salve Rosemary! —exclamó Helen Wees.

Los otros la imitaron.

—¡Salve Rosemary! ¡Salve Rosemary! —exclamaron Minnie y Stavropoulos y el doctor Sapirstein—. ¡Salve Rosemary! —exclamó también Guy—. ¡Salve Rosemary!

Laura-Louise movió sus labios, pero no dijo nada.

—¡Salve Rosemary, madre de Adrián! —dijo Roman.

Ella alzó la mirada desde la cuna.

—Se llama Andrew —dijo—. Andrew John Woodhouse.

—Adrián Steven —insistió Roman.

Guy intervino:

—Mire, Roman...

Y Stavropoulos, que estaba al otro lado de Roman, le tocó el brazo y le preguntó:

—¿Es tan importante eso del nombre?

—Lo es. Sí que lo es —se obstinó Roman—. Se llama Adrián Steven.

Rosemary declaró:

—Comprendo por qué quiere llamarlo así; pero lo siento. Usted no puede darle el nombre. Se llama Andrew John. Es mi hijo, no el de usted, y esa es una cuestión que no quiero ni siquiera discutir. Sobre esto y las ropas. No va a estar siempre de negro.

Roman abrió la boca, pero Minnie terció exclamando:

—¡Salve Andrew! —mientras miraba fijamente a su marido.

Todos los demás dijeron:

—¡Salve Andrew! ¡Salve Rosemary, madre de Andrew!

Rosemary hizo cosquillas al bebé en la barriguita.

—¿Verdad que no te gusta Adrián? —le preguntó—. Yo diría que no. ¡Adrián Steven! ¿Quieres por favor dejar de poner esa cara de preocupación? —hurgó en la punta de su naricita—. ¿Todavía no has aprendido a sonreír, Andy? ¿De veras? ¡Vamos, Andy, ojitos lindos! ¿Puedes sonreír? ¿Puedes sonreír para mami? —dio un golpecito al adorno de plata y lo hizo balancear—. ¡Vamos, Andy! —le dijo—. ¡Una sonrisa! ¡Vamos! ¡Andy-bombón!

El japonés se adelantó con su máquina fotográfica, se agachó y sacó dos, tres, cuatro fotos en rápida sucesión.

 

FIN

Ira Levin

 

Hijo de un comerciante judío, se graduó en la escuela de Horace; en la universidad de Nueva York se licenció en Filosofía e Inglés, tras lo cual se enroló en el ejército a comienzos de los cincuenta. Comenzó su carrera de escritor con guiones para la televisión, tras haber sido en la misma script boy. Su primera obra de teatro adaptaba una novela de Mac Hyman, No times for Sergeant, de la que posteriormente se hizo una versión cinematográfica en 1958. La primera de las siete novelas principalmente de misterio que llegó a publicar fue A Kiss Before Dying (Bésame antes de morir), que narra la historia de un “trepa” muy ambicioso que asesina a su novia para quedarse con la hermana de ésta; alcanzó un gran éxito de público y obtuvo el premio Edgar Allan Poe, concedido por la Asociación de Escritores de Misterio de América, a la mejor primera novela publicada; enseguida fue adaptada en el cine en 1954 con Robert Wagner y Joanne Woodward y posteriormente en 1991 interpretada por Matt Dillon y Max von Sydow. Volvió al teatro para escribir su obra más conocida en este campo, Deathtrap (Trampa mortal), éxito en Broadway por el que ganó un nuevo premio Edgar. Se trata de la historia de un dramaturgo decadente que interviene en un complot para matar a un rival al que envidia y robarle su novela. Fue adaptada al cine en los ochenta interpretada por Michael Caine y Christopher Reeve.

 

Su novela más popular es, sin duda Rosemary’s Baby (El bebé de Rose Mary), también mal titulada en España La semilla del diablo; fue adaptada al cine por Roman Polanski interpretada por John Cassavetes y Mia Farrow; esta versión se considera un clásico del cine de terror y narra la concepción y nacimiento en los tiempos modernos del Anticristo desde el punto de vista de su madre, quien ignora que ha sido elegida para ello.

 

También llevada al cine fue su novela The Boys from Brazil (Los niños del Brasil) por Franklin J. Schaffner protagonizada por Gregory Peck y Laurence Olivier; en esta novela se fabula sobre la creación de decenas de clones de Adolfo Hitler por parte de un proyecto urdido por el criminal de guerra nazi Josef Mengele, y la lucha contra él por parte del cazanazis Jakob Liebermann, máscara que esconde a un personaje real, el cazanazis Simon Wiesenthal.

 

Igualmente llevadas al cine fueron su fantasía satírica The Stepford Wives con el título Las mujeres perfectas en 1975 (de la que se rodó otra versión en 2004 con Nicole Kidman) y Acosada en 1991, protagonizada esta última por Sharon Stone.

 

En Un día perfecto cultiva la novela de ficción científica; presenta a una humanidad aborregada y feliz controlada y protegida completamente por el superordenador omnisciente UniComp. El dolor y el sufrimiento humanos han sido casi erradicados de la sociedad y los instintos agresivos han sido eliminados mediante tratamientos de quimioterapia aplicados masivamente, convirtiendo el mundo en un sistema asfixiante de pura ambilidad. La novela cuenta la lucha por la libertad de Chip, el nieto de uno de los creadores de UniComp, junto a un pequeño grupo de ciudadanos que se empiezan a cuestionar todo el sistema establecido.

 

Sus dos matrimonios terminaron en divorcio y le sobreviven tres hijos: Nicholas, Adam y Jared, además de una hermana y tres nietos.

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