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Authors: Paulo Coelho

La quinta montaña

BOOK: La quinta montaña
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Paulo Coelho, con más de 35 millones de libros vendidos, no es sólo uno de los autores más leídos del mundo, sino también uno de los escritores con mayor influencia ideológica de hoy en día. Lectores de más de 150 países, sin distinción de credos ni culturas, le han convertido en uno de los autores de referencia de nuestro tiempo. La Quinta Montaña cuenta la historia del profeta Elías, un hombre que recibe de Dios la orden de abandonar Israel. En un mundo regido por supersticiones, conflictos religiosos y tradiciones profundamente arraigadas, el joven profeta deberá enfrentarse a una avalancha de acontecimientos que le conducirán a un definitivo cara a cara con Dios. La historia del profeta Elías se convierte así en una valiosa lección de esperanza para el hombre contemporáneo, y nos plantea hasta qué punto podemos determinar nuestro destino.

Paulo Coelho

La quinta montaña

ePUB v1.0

Demes
07.07.11

Editorial: Planeta

Año publicación: 1996

Temas: Literatura : Narrativa

Nota del autor

En mi libro
El Alquimista,
la tesis central está en una frase que el rey Melquisedec dice al pastor Santiago: «Cuando quieres alguna cosa, todo el Universo conspira para que la consigas».

Creo absolutamente en esto. No obstante, el acto de vivir el propio destino incluye una serie de etapas que exceden en mucho a nuestra comprensión, y cuyo objetivo es siempre reconducirnos al camino de nuestra Leyenda Personal; o hacer que aprendamos las lecciones necesarias para cumplir el propio destino. Pienso que puedo ilustrar mejor lo que digo contando un episodio de mi vida.

El día 12 de agosto de 1979 me fui a dormir con una única certeza: a los treinta años de edad estaba consiguiendo llegar a la cumbre de mi carrera como ejecutivo de una firma discográfica. Trabajaba como director artístico de la CBS de Brasil, acababa de ser invitado a ir a los Estados Unidos a hablar con los dueños de la empresa discográfica y, seguramente, ellos pensaban darme todas las posibilidades para realizar todo lo que deseaba hacer en mi área. Claro que mi gran sueño —ser un escritor— había sido dejado de lado, pero ¿qué importaba eso? Al fin y al cabo, la vida real era muy diferente de lo que yo había imaginado; no había lugar para vivir de la literatura en el Brasil.

Aquella noche tomé una decisión, y abandoné mi sueño: era preciso adaptarme a las circunstancias y aprovechar las oportunidades. Si mi corazón protestara, yo podría engañarlo, haciendo letras de canciones siempre que deseara y, de vez en cuando, escribiendo en algún periódico. Por otro lado, estaba convencido de que mi vida había tomado un rumbo diferente, pero no por esto menos excitante: un futuro brillante me esperaba en las multinacionales de la música.

Cuando me desperté, recibí una llamada telefónica del presidente de la empresa discográfica: acababa de ser despedido, sin mayores explicaciones. Aunque llamé a varias puertas durante los dos años siguientes, nunca más conseguí un empleo en ese campo.

Al terminar de escribir
La Quinta Montaña,
me acordé de este episodio, así como de otras manifestaciones de lo inevitable en mi vida. Siempre que me sentía absolutamente dueño de la situación, pasaba algo queme derribaba. Yo me preguntaba: ¿por qué? ¿Estaré siempre condenado a acercarme, pero jamás a cruzar la línea de llegada? ¿Será que Dios es tan cruel como para hacerme ver las palmeras en el horizonte, sólo para matarme de sed en medio del desierto?

Tardé mucho tiempo en entender que no era exactamente así. Hay cosas que son colocadas en nuestras vidas para reconducimos al verdadero camino de nuestra Leyenda Personal. Otras surgen para que podamos aplicar todo aquello que aprendimos. Y, finalmente, algunas llegan para enseñarnos.

En mi libro
Diario de un mago procuré mostrar que estas enseñanzas no están necesariamente unidas al dolor ni al sufrimiento; bastan disciplina y atención. Aun cuando esta comprensión ha significado una importante bendición en mi vida, me quedaron sin entender algunos momentos difíciles por los que pasé, incluso con la mayor disciplina y atención.

Uno de los ejemplos es el caso antes citado; yo era un buen profesional, me esforzaba al máximo para dar lo mejor de mí, y tenía ideas que hasta hoy considero buenas. Pero lo inevitable sucedió justamente en el momento en que yo me sentía más seguro y confiado. Pienso que no estoy solo en esta experiencia; lo inevitable ya rozó la vida de todo ser humano en la faz de la Tierra. Algunos se recuperaron, otros cedieron, pero todos nosotros hemos experimentado el roce dc las alas de la tragedia.

¿Por qué? Para responderme esta pregunta, dejé que Elías me condujese por los días y noches de Akbar.

PAULO COELHO

Y prosiguió: y puedo aseguraros que ningún profeta es bien recibido en su propia tierra.

En verdad os digo que había muchas viudas en Israel en tiempos de Elías, cuando el cielo se cerró por tres años y seis meses, reinando la gran hambruna en toda la Tierra; y a ninguna de ellas fue Elías enviado, sino a una viuda de Sarepta, de Sidón.

LUCAS, 4, 24-26

Prólogo

A comienzos del año 870 a. J.C., una nación conocida como Fenicia —a la que los israelitas llamaban Líbano— conmemoraba casi tres siglos de paz. Sus habitantes podían enorgullecerse de sus logros; como no eran políticamente fuertes, se vieron obligados a desarrollar una envidiable capacidad de negociación, única manera de garantizar la supervivencia en un mundo asolado por constantes guerras. Una alianza hecha alrededor del año 1000 a. J.C. con el rey Salomón de Israel había permitido la modernización de su flota mercante y su expansión comercial. Desde entonces, Fenicia no había dejado de crecer.

Sus naves ya habían llegado a lugares tan distantes como España y el océano Atlántico, y hay teorías —aún no confirmadas— de que habrían dejado inscripciones en el nordeste y sur del Brasil. Transportaban vidrio, cedro, armas, hierro y marfil. Los habitantes de las grandes ciudades, como Sidón, Tiro y Biblos, conocían los números, los cálculos astronómicos, la fabricación del vino, y usaban, desde casi doscientos años atrás, un conjunto de caracteres para escribir que los griegos conocían como alfabeto.

A comienzos del año 870 a. J.C., un consejo de guerra reuníase en un lugar distante, llamado Ninive. Un grupo de generales asirios había decidido enviar sus tropas para conquistar las naciones situadas a lo largo dc la costa, en el mar Mediterráneo. Fue Fenicia el país elegido para ser invadido en primer término.

A comienzos del año 870 a. J.C., dos hombres, escondidos en un establo de Gileade, en Israel, esperaban morir en las próximas horas.

Primera parte

—Serví a un Señor que ahora me abandona en las manos de mis enemigos —dijo Elías.

—Dios es Dios —respondió el levita—. Él no le dijo a Moisés si era bueno o malo. Se limitó a decir: Yo soy. Por lo tanto, Él es todo lo que existe bajo el sol: el rayo que destruye la casa y la mano del hombre que la reconstruye.

La conversación era la única manera de alejar el miedo; en cualquier momento, los soldados abrirían la puerta del establo donde se encontraban, los descubrirían y les ofrecerían la única elección posible: adorar a Baal —el dios fenicio— o ser ejecutados. Estaban registrando casa por casa, convirtiendo o ejecutando a los profetas.

Tal vez el levita se convirtiese, escapando así de la muerte. Pero Elías no tenía elección: todo estaba sucediendo por su culpa, y Jezabel quería su cabeza de cualquier forma.

—Fue un ángel del Señor quien me obligó a ir a hablar con el rey Ajab, y avisarle que no llovería mientras Baal fuese adorado en Israel —dijo, casi pidiendo perdón por haber escuchado lo que le dijo el ángel—. Pero Dios actúa lentamente; cuando se dejen sentir los efectos de la sequía, la princesa Jezabel ya habrá destruido a todos los que continuaron fieles al Señor.

El levita no dijo nada. Estaba reflexionando si debía convertirse a Baal o morir en nombre del Señor.

—¿Quién es Dios? —continuó Elías—, ¿es Él quien sostiene la espada del soldado que ejecuta a los que no traicionan la fe de nuestros patriarcas? ¿Fue Él quien colocó a una princesa extranjera en el trono de nuestro país, de forma que todas estas desgracias pudiesen suceder en nuestra generación? ¿Es Dios quien mata a los fieles, los inocentes, los que siguen la ley de Moisés?

El levita tomó la decisión: prefería morir. Entonces comenzó a reír, porque la idea de la muerte le había dejado de asustar. Se giró hacia el joven profeta que estaba a su lado, y procuró tranquilizarlo:

—Pregúntaselo directamente a Él, ya que dudas de Sus decisiones —dijo—. Yo ya acepté mi destino.

—El Señor no puede desear que seamos cruelmente masacrados —insistió Elías.

—Dios todo lo puede. En el caso de que se limitase a hacer sólo lo que llamamos Bien, no podríamos llamarlo Todopoderoso; Él dominaría apenas una parte del Universo, y existiría alguien más poderoso que Él vigilando y juzgando sus acciones. En este caso, yo adoraría a este alguien más poderoso.

—Si Él todo lo puede, ¿por qué no evita el sufrimiento de quienes lo aman? ¿Por qué no nos salva en vez de dar poder y gloria a Sus enemigos?

—No lo sé —respondió el levita—, pero tiene que existir una razón, y espero conocerla en breve.

—Entonces, ¿no tienes respuesta para esta pregunta?

—No, no tengo.

Los dos se quedaron en silencio. Elías tenía un sudor frío.

—Estás aterrorizado, pero yo ya acepté mi destino —comentó el levita—. Voy a salir para acabar con esta agonía. Cada vez que oigo un grito allí fuera, sufro imaginando cómo será cuando llegue mi hora. Mientras hemos estado encerrados aquí, ya he muerto un centenar de veces, cuando podía haber muerto sólo una. Ya que voy a ser degollado, que sea lo más rápido posible.

Él tenía razón. Elías había escuchado los mismos gritos, y ya había sufrido más allá de su capacidad de resistencia.

—Me voy contigo. Estoy cansado de luchar por algunas horas más de vida.

Se levantó y abrió la puerta del establo, dejando que el sol entrase y mostrara a los dos hombres allí escondidos.

El levita lo tomó por el brazo y comenzaron a caminar. Si no hubiese sido por algún que otro grito, aquello hubiera parecido un día normal en una ciudad como cualquier otra. Un sol que no quemaba mucho y la brisa que venía del océano distante tornando la temperatura agradable, las calles polvorientas, las casas hechas de barro mezclado con paja.

—Nuestras almas están presas por el terror a la muerte, pero el día está hermoso —observó el levita—. Muchas veces, cuando yo me sentía en paz con Dios y con el mundo, la temperatura era insoportable, el viento del desierto llenaba de arena mis ojos y no me dejaba ver ni un palmo delante de mí. No siempre los planes del Señor concuerdan con el lugar donde estamos o con lo que en ese momento sentimos, pero te garantizo que Él tiene una razón para todo esto.

—Admiro tu fe.

El levita miró hacia el cielo, como si reflexionase un poco. Después se giró hacia Elías.

—Ni admires ni creas tanto: fue una apuesta que hice conmigo mismo. Aposté que Dios existe.

—Eres un profeta —contestó Elías—, también oyes voces y sabes que hay un mundo más allá de este.

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