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Authors: Andrea Cremer

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

La pesadilla del lobo (8 page)

BOOK: La pesadilla del lobo
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No había visto mucho de esta Academia, pero sí lo bastante para saber que era inmensa.

—¿Cómo se desplaza un edificio?

—Sí. —Shay giró sobre sí mismo, contemplando el alto cielorraso de la habitación—. Yo también me lo he preguntado.

—Si dentro de tres meses aún tienes ganas, te ofreceré un asiento en primera fila —dijo Adne, guiñándole un ojo.

—Olvídalo —dije, frunciendo el ceño—. ¿Dónde estamos ahora?

—En Iowa —dijo Anika.

—¿En Iowa? ¿Por qué?

—Buena pregunta —dijo Connor en tono burlón.

—Se desplaza por todo el mundo —suspiró Adne—. Ahora estamos en Iowa. Después, en Italia.

Me imaginé el globo terráqueo girando. ¿Cómo había llegado hasta allí?

—Ahora no hay tiempo para dar clase. —Anika le hizo un gesto a Adne—. Eso ocurrirá más adelante.

—Bien dicho. Abre la puerta, Adne —dijo Connor—. Me disgustan las expectativas, me salen manchas en la piel.

—Tal vez te pondrías más guapo —mascullo Silas y recogió unos papeles del montón. Cómo había logrado encontrarlos en medio del amasijo era un misterio.

—Aquí está el siguiente despacho para Grant —dijo, y le lanzó los papeles a Connor como si fueran un Frisbee—. Procura no perderlos.

—Gracias. —Connor cogió la carta.

—¿Qué pasa? —Miré a Shay, la extraña conversación me resultaba incomprensible.

—Ariadne teje portales —dijo Monroe—. Es la misión más importante que puede emprender un Buscador.

La misión más importante. Eché un vistazo a Adne y hubiera jurado que no era mayor que Ansel.

—¿Ella dirigirá nuestra misión?

—No la dirigirá, sólo tejerá —dijo Monroe.

—¿No es un poco… joven? —No tenía ni idea de qué era eso de tejer, pero si resultaba esencial para nuestra misión, preferiría que alguien con más experiencia la encabezara.

—Lo dicho: nuestra niña bonita supera las expectativas —dijo Connor, palmeándole la cabeza.

—Sólo déjame trabajar —masculló Adne, apartándose de Connor.

Me acerqué a ella: quería comprobar que era tan excepcional como todos afirmaban, pero Shay me cogió del brazo y me hizo retroceder.

—Creo que será mejor verlo que explicarlo.

Adne cogió los delgados pinchos metálicos colgados de su cinturón.

—¿Qué son? —pregunté y tensé los músculos: a lo mejor eran armas.

Ella arqueó las cejas y percibió mi actitud defensiva.

—Son estiletes, las herramientas de los tejedores. Ahora verás para qué sirven.

Adne tomó aire y cerró los ojos. Luego entró en movimiento: los estiletes hendían el aire, cada golpe dejaba una ardiente huella luminosa, acompañado de un sonido como el tañido de una campana. Inició una danza enloquecida, se inclinó hacia el suelo y lanzó los miembros hacia arriba, dirigiendo los estiletes con movimientos que parecían una especie de gimnasia rítmica demencial. Los hilos resplandecientes que surgían de los estiletes empezaron a formar una capa, acompañados de un coro de notas tintineantes. Movía los brazos como si los estiletes entraran y salieran de un telar inmenso e invisible. El intrincado motivo luminoso brillaba con intensidad cada vez mayor y tuve que cerrar los ojos. Oleadas de sonido inundaban la habitación, y creí que me ahogaría en medio de un océano de música y de luz.

De repente se detuvo.

—Mira —susurró Shay.

Jadeando, Adne giraba ante un enorme rectángulo resplandeciente que flotaba en el aire, un luminoso tapiz. Cuando me acerqué, me quedé boquiabierta: el rectángulo ondulante albergaba una imagen, la parte interior de un almacén repleto de cajas y tenuemente iluminado.

—¿Es allí adonde nos dirigimos? —murmuré.

Adne asintió, tratando de recuperar el aliento.

—Un buen tejido. —Connor le palmeó el hombro.

—No hay problema —contestó. Sonreía y se secaba el sudor de la frente.

—Bien, ¿y ahora que hacemos? —dije, con la vista clavada en la resplandeciente imagen.

—Es una puerta —dijo Adne—. La atraviesas.

Ojeé el alto portal de luz.

—¿Es doloroso?

—Sentirás un cosquilleo —dijo Connor, en tono solemne pero burlón. Adne le pegó un golpe con la hoja de uno de sus estiletes.

—¡Ay! —Connor se frotó el brazo.

—No pasa nada, Cal —dijo Shay—, es así como llegué a la Academia. Sé que parece un disparate, pero no es peligroso.

—¿Un disparate? —protestó Adne.

—Un disparate bonito —dijo Connor, lanzándole una sonrisa—. Yo pasaré primero.

—Adelante —dije; no quería reconocer que la puerta resplandeciente me ponía los pelos de punta.

Connor se adentró en la luminosa imagen, durante un segundo su cuerpo se volvió borroso y después estaba de pie entre las cajas. Estiró los brazos, bostezó y de repente se bajó los pantalones y nos hizo un calvo.

—¡Dios mío, Connor! —gimió Adne—. Atraviesa el portal y muérdelo, Shay.

—Has olvidado que yo no os acompañaré —dijo Shay, pero soltó una carcajada—. Y aunque lo hiciera, no le mordería el trasero.

—A lo mejor Cala sí —dijo Adne, sonriendo.

—Ni hablar —mascullé, pero al echar otro vistazo tuve que admitir que el trasero de Connor era bastante bonito.

—Basta —dijo Anika, y abrazó a Lydia—. Que te vaya bien.

—Claro —dijo Lydia, atravesó el portal y, antes de que él lograra esquivarla, le dio un azote en el trasero a Connor con la hoja de su puñal. Adne se echó a reír.

—Adelante, Cala —dijo Monroe—. Adne estará justo detrás de ti.

—Espera. —Shay me agarró del brazo—. ¿Qué haremos mientras ellos estén ausentes? ¿Quedarnos mano sobre mano hasta que todo haya acabado?

—No. —Monroe se acercó a él y nos separó con suavidad—. Nosotros también hemos de cumplir con una tarea.

—¿Ah, sí?

—Visitaremos a algunos de los instructores de la Academia —contestó—. Y tú los convencerás de que no habrá ningún problema cuando una manada de lobos jóvenes participe en las clases.

Así que eso era lo que suponía una alianza: no sólo lucharíamos junto a ellos, nos entrenaríamos con ellos y aprenderíamos cosas sobre su mundo. Por extraña que parecía la idea, no dejaba de resultar excitante.

Adne empezó a golpear el suelo con el pie.

—Vamos, Lirio. Procuramos abrir y cerrar las puertas con rapidez, no estamos mirando escaparates.

El apodo me molestó, le mostré los dientes y me sentí bastante satisfecha cuando dio un paso atrás.

Le eché un vistazo a Shay, que me lanzó una breve sonrisa.

—Buena suerte —dijo.

Traté de devolverle la sonrisa, cerré los ojos y entré en la bruma resplandeciente.

Connor estaba en lo cierto en cuanto a la sensación que me envolvió en cuanto toqué la puerta luminosa, aunque atravesar el portal no me hizo cosquillas. Durante un instante sentí un hormigueo en la piel, como si estuviera en un lugar cargado de electricidad estática. Un momento después una atmósfera polvorienta me llenó los pulmones y oí la risa de Connor. Por suerte se había vuelto a poner los pantalones.

—¿Te encuentras bien, Cala? —preguntó Lydia—. Fin del trayecto. Tú te bajas aquí.

—Podría echarte una mano —dijo Connor.

Me zafé de mi desconcierto y le lancé una mirada furibunda.

—¿Nunca te cansas de oír tus propias bromas? —dijo Lydia, empujándolo hacia la puerta.

—¿Lo dices en serio? —soltó, haciéndole una caída de ojos.

Ella procuró mirarlo con severidad, pero no pudo reprimir la risa.

—Eres un desastre, muchacho, pero por eso te quiero.

—Claro que sí.

—Deja de pavonearte, Connor. —Adne había surgido del portal. Me volví y, a través del alto rectángulo aún veía la imagen borrosa de la habitación que habíamos dejado atrás—. Todos se sienten intimidados la primera vez que atraviesan un portal.

—Pero es una buena manera de viajar —dijo Connor, frotándose los brazos como si todavía le hormiguearan—. ¿A qué sí, chica lobo?

—No, no lo es —dije, examinando el portal resplandeciente—. Pero…

—Pero ¿qué? —Adne puso los brazos en jarras—. ¿Acaso no apruebas mi tejido?

—No es eso —dije, sin dejar de examinar el portal—, pero ¿no te pone nerviosa?

Adne suspiró, trazó una enorme «X» en la puerta con los estiletes y ésta desapareció.

—Verás, Lirio, todo esto estaba destinado a demostrarte que no es peligroso. Lo único que se me ocurre es dejar que atravieses la puerta una y otra vez durante toda la noche.

—Eso no es lo que quería decir. ¿No se te ha ocurrido que los Guardas podrían abrir una de estas puertas y descubriros? Sería un ataque sorpresa ideal, puesto que para eso las utilizamos, ¿no?

—Oh —dijo Adne—. Comprendo.

—¿Qué es lo que comprendes? —pregunté—. Deberías preocuparte. Es un fallo considerable.

—Sí, lo sería —prosiguió Adne con una sonrisa malévola—, si ello fuera un problema, pero no lo es.

—¿Por qué? —Su expresión petulante me irritó.

—Porque nuestras Tejedoras son muy especiales —dijo Connor, rodeándole la cintura con los brazos y besándole la mejilla, antes de que Adne se diera la vuelta y lo apartará de un empujón.

—Eres un gilipollas —dijo, pero no pudo reprimir la risa.

—Intentaba hacerte un cumplido —dijo Connor, fingiendo estar ofendido y tratando de esquivarla, pero sin lograrlo.

—Que alguien me explique por qué no supone un problema, por favor. —Puesto que seguía estando tensa sus bromas me molestaban.

—Los guardas no pueden usar los portales —contestó Adne zafándose de Connor.

—¿Por qué no? —pregunté con el ceño fruncido.

—Es una de las pocas ventajas de las que disfrutamos por no infringir las reglas mágicas naturales, como ellos —dijo.

—No comprendo.

—¿Recuerdas lo que dijo Silas acerca de pecar contra la naturaleza? —dijo Connor, sonriendo.

—Sí, aunque no tiene sentido. —Crucé los brazos—. Y me sorprende que lo menciones, precisamente ahora.

—Sólo porque es necesario —dijo, alzando las manos—. Me pareces guapísima, lobita: nada de rasgos mutantes que yo pueda ver. Claro que estás vestida.

—Cierra el pico, Connor —protestó Lydia.

—Sí, señora. Vale… los Guardas infringieron algunas reglas importantes para obtener todo su poder, incluido la creación de los Vigilantes —dijo Connor, y se pasó las manos por sus revueltos cabellos castaños—. La verdad es que los portales funcionan según principios naturales y si te dedicas a maltratar el planeta todo el tiempo, como hacen ellos, no puedes pedirle favores.

—¿Eh? —No entendía nada.

—En este mundo todo está conectado, incluido todos los lugares del globo —dijo Adne—. Los tejedores emplean la Magia Antigua para unir los hilos de dichas conexiones y vincular un sitio con otro. Es así como nos desplazamos.

—Pero los Guardas… —dije.

—No saben tirar de los hilos —acabó Connor la oración—. Han de desplazarse mediante el método antiguo, o mediante nueva tecnología, supongo. Pero no disponen de portales, no saben tejer, el mundo no lo permite.

Todavía no estaba segura de comprender, pero la conversación se interrumpió cuando la puerta situada al lado de la habitación se abrió y me convertí en lobo, dispuesta a atacar al hombre que nos apuntaba con una ballesta. Connor se puso delante de mí antes de que pudiera lanzarme sobre el hombre.

—¡Baja eso, Isaac! ¿Qué te hemos hecho?

—Bien —dijo el de la ballesta—, nos preguntábamos cuándo llegaríais. ¿Por qué abristeis una puerta en el almacén?

—Porque si el de la ballesta fuera Ethan, ya le habría disparado —dijo Adne, señalándome—. Opté por la cautela.

—Buena idea —dijo Isaac—. Aunque ahora mismo sólo sería capaz de vomitar galletas. No ha dejado de devorarlas desde que llegó aquí.

—Aquí has de procurar no convertirte con tanta frecuencia, Cala —dijo Lydia y abrazó a Isaac—. ¿Dónde está mi chica preferida?

Me convertí en humana y me tragué la réplica. ¿Qué esperaban? Mi relación con los Buscadores y las ballestas no había sido muy buena que digamos.

—Está en la cocina con Ethan —contestó Isaac.

—¿Cómo está Ethan? —preguntó Adne—. Además de estar ahíto de galletas.

—Se le está pasando —dijo Isaac, mirándome.

—Bien —dijo Connor, cogiéndome de la mano y arrastrándome hacia la puerta—. Está es Cala, Isaac. Es el alfa que encabezará nuestra nueva y fantástica rebelión contra los Guardas.

«¿Qué yo haría qué?» Las ramificaciones de este nuevo plan se me vinieron encima como un alud.

—¿Eso es todo? Encantado de conocerte, agitadora.

Le estreché la mano y le lancé una mirada poco amistosa a Connor.

—Sólo me aseguro de que tu reputación te preceda —dijo, y me dio una palmada en el hombro.

—Gracias.

Seguimos a Isaac. Llevaba una coleta formada por largas y minúsculas trenzas que se balanceaba al tiempo que entraba con aire despreocupado en una amplia habitación, vacía a excepción de las esterillas que cubrían el suelo y las armas colgadas de las paredes.

—Es la sala de entrenamiento —dijo Lydia, siguiendo mi mirada.

Isaac atravesó otra puerta y nos encontramos con un hogar donde ardía el fuego, con el aroma a café recién hecho y con dos rostros: uno sonriente, el otro con cara de pocos amigos.

—Hola, guapa —dijo Lydia, tendiendo los brazos hacia una mujer que parecía tener su misma edad, unos treinta y cinco años más o menos, y cuya rizada cabellera corta se parecía a la de Bryn, excepto que era negra como el carbón.

—Es mi día de suerte —dijo, besando a Lydia.

—¿Puede ser también el mío? —dijo Connor, ojeando a las mujeres que se basaban.

—No trates de ligar con mi novia, Connor. —Lydia rio y abrazó a la otra.

—No estaba ligando —protestó Connor—. Le hice un cumplido. ¿Acaso crees que me dedicaré a la caza furtiva en tu territorio? Olvidas que salgo a patrullar contigo y no quiero encontrarme con tus puñales.

—Muy astuto de tu parte —dijo Lydia, y después añadió—: Ésta es Cala, Tess. Es el lobo dormido que esperábamos que despertara.

—Y ha despertado, en efecto. —Tess se acercó de inmediato y me tendió ambas manos—. Es un honor conocerte.

Otra vez esa palabra: honor. Me desconcertaba.

—Gracias. —Le cogí las manos, eran suaves y tibias. Cuando sonrió, sus ojos azul claro se iluminaron, rebosantes de una bondad sincera. Me gustó enseguida.

—¿Hay tiempo para tomar un café? —preguntó Isaac, sosteniendo la cafetera—. ¿O nos lanzamos inmediatamente a la sangrienta batalla?

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