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Authors: Andrea Cremer

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

La pesadilla del lobo (12 page)

BOOK: La pesadilla del lobo
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Silas puso cara de asco, pero después de un momento le lanzó una mirada resentida a Shay.

—Lo siento —dijo.

—Sólo leímos unos fragmentos —dijo Shay.

—Vale. —Silas tomó aire, como si se dispusiera a romper el récord de la natación subacuática—. En cada uno de los sitios sagrados hay un trozo de la cruz. Has de cargar con la cruz, tal como dice la profecía, es el único modo de que salgamos victoriosos —dijo, soltando el aire y rechinando los dientes.

—Aprende a resumir, Silas —masculló Connor—. No aprecias el valor de la brevedad.

—O de la cordura —murmuró Adne y le sonrió a Shay, que soltó una carcajada pero procuró no encontrarse con la mirada ofendida de Silas.

—Abreviar es una blasfemia —dijo Silas.

Me incliné hacia él con actitud vacilante, no quería que me lanzara otra crítica.

—No comprendo. Shay lleva la cruz. Tiene el tatuaje.

—Ojalá hubieras aceptado esa apuesta. —Connor rio.

Shay y yo intercambiamos una mirada de desconcierto.

Silas parecía la gallina que acababa de poner un huevo de oro.

Shay frunció el ceño.

—¿Y bien?

—El tatuaje sólo es una marca que indica quién eres, una señal para quienes te buscaban. No es la cruz —explicó con expresión sumamente satisfecha.

—Entonces, ¿qué es la cruz? —pregunté en voz baja.

Monroe no me miró, mantenía la vista clavada en Shay y un suspiro casi apesadumbrado surgió de su garganta.

—Es un arma.

8

—¿Un arma? —preguntó Shay en tono quedo pero nada temeroso.

—Técnicamente son dos armas —dijo Silas—, pero de uso conjunto, como si fueran una sola.

—¿Dos armas? —pregunté.

—Sí —dijo Monroe—, dos espadas.

—¿Espadas? —Shay frunció la frente.

—La Cruz Elemental —continuó Silas—. Una espada de tierra y aire, la otra de fuego y agua. Si te fijas bien en la marca, verás que cada barra de la cruz tiene una punta afilada. Son las puntas de las espadas.

—Espadas —repitió Shay; parecía frustrado y un poco desilusionado.

—¿Qué pasa? —pregunté.

Shay hizo una mueca y se miró las manos.

—¿Shay? —preguntó Monroe con aire de preocupación.

—Es que es tan… previsible —murmuró Shay—. No me imagino a mí mismo luchando con dos espadas. Sobre todo ahora que soy un lobo.

Sus palabras me conmovieron y desvié la mirada. «A lo mejor es verdad que comprende lo que supone ser un Vigilante.» Si fuera así, podía ayudarme a dirigir mi manada, y eso era mucho más valioso que cualquier arma.

—No son espadas cualesquiera —dijo Monroe— Tú eres el único que puede blandirlas.

¿El único? Eso resultaba impresionante. Contemplé a Shay; su rostro expresaba curiosidad y al mismo tiempo cautela. Entonces solté una carcajada, de pronto comprendí su frustración y su desilusión.

—Todo saldrá perfectamente, Shay, aunque quizá no sea tan excitante como blandir un látigo… o un par de punzones.

—¿Punzones? —preguntó Connor.

Shay asintió, pero no alzó la vista.

—Apuesto a que ahora deseas haber leído más de esos tebeos de ninjas, ¿verdad? —dije, sin dejar de reír.

—¿De qué estáis hablando? —preguntó Adne, mirándonos a ambos.

—De las aspiraciones infantiles de Shay —repuse, sonriendo—. Y de sus manuales de entrenamiento predilectos.

—Es que las espadas parecen algo tan… corriente —dijo Shay, y sacudió la cabeza.

—Si lo que quieres es una inspiración gráfica, lo mejor sería que echaras un vistazo a
El sendero de los asesinos
o
El guerrero chamán
—sugirió Silas—. Aparecen muchas luchas donde blanden dos espadas, un arte que deberás aprender a dominar. Puedo prestarte mi colección.

Shay parecía menos desilusionado y le sonrió al Escriba.

—Proseguiremos con el entrenamiento que iniciaste la semana pasada en la Academia —dijo Monroe—. No supondrá un problema, Connor se encargará de ello.

—Puedo ayudar. —Adne le lanzó una mirada sombría a Monroe y éste frunció el ceño.

—Tiene razón —dijo Connor—. Sé que Adne no es un Ariete, Monroe, pero tiene grandes dotes para el combate. Estoy seguro que todos nos pondremos en fila para presenciar tu primer asalto contra el Vástago —añadió y le guiñó un ojo.

Adne sonrió.

—¿Lo ves, Monroe?

—De acuerdo —suspiró—. Adne te ayudará a entrenarte.

—Antes de resolver ese asunto todavía hemos de reunir los cuatro trozos de la cruz —añadió Silas.

Pese a mi enfado, las ideas se arremolinaban en mi cabeza. Piezas de la cruz. Shay había dicho que en el texto de los Guardas aparecían cuatro mapas. ¿Acaso Haldis era una de las piezas? ¿Y qué clase de pieza era? No se parecía a ningún arma conocida por mí, a menos que… La Cruz Elemental eran dos espadas. Era evidente que el cilindro que encontramos en la caverna no era una espada, pero se me ocurrió lo que podría ser, sobre todo dado que Shay era el único capaz de blandir las espadas. Y el único que podía tocar a Haldis. Tenía que ser así.

—No —dijo—. Sólo hemos de hacernos con tres piezas.

Todos callaron y me miraron fijamente.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Silas por fin.

—Shay y yo fuimos a la caverna de Haldis —contesté—. Él posee la pieza que estaba oculta allí.

—Pues… aún no les he dicho nada de Haldis, Cal. —Shay se puso pálido.

—Lo sé —y mi expresión le informó de lo que opinaba de esa decisión—. Es una empuñadura, ¿verdad? La empuñadura de una espada.

—Sí… lo es. —Monroe se volvió hacia Shay—. ¿Por qué no nos dijiste nada de Haldis?

Shay metió la mano en el bolsillo interior de su chaqueta.

—Lo siento. No sabíamos si podíamos confiar en vosotros, pero supongo que ahora eso carece de importancia —contestó, y sacó el lustroso cilindro de color ocre.

El silencio se había vuelto tan espeso que creí poder recogerlo con los brazos.

—¿Cuándo recuperaste a Haldis? —murmuró Monroe finalmente, sin despegar la mirada del extraño objeto.

—Cala y yo exploramos la caverna en octubre —dijo Shay, jugueteando con el cilindro. Cuanto más lo observaba y notaba cómo sus dedos encajaban en torno al cilindro, tanto más convencida estaba de estar en lo cierto.

—Fue en esa oportunidad que Shay usó los punzones —dije—. Una gigantesca araña emplazada por los Guardas vigilaba a Haldis. Shay la mató.

—¿Con punzones? —Connor se quedó boquiabierto.

—Fue horroroso —dijo Shay, estremeciéndose.

—No sé —dije, y sonreí al recordar la lucha—. Acabaste con esa bestia sin mayores problemas.

—¿Con punzones? —repitió Connor y contempló a Shay como si lo viera por primera vez.

—Sí —contestó Shay, pero parecía un poco asqueado y aferró el cilindro con más fuerza.

Silas soltó un bufido y rebuscó en un bolso de cuero medio enterrado bajo los papeles del escritorio. Cuando se puso de pie, llevaba dos gruesos guantes de cuero en las manos y las tendió hacia el lustroso cilindro.

Me disponía a intervenir, pero luego cerré la boca y lo observé. Rozó la superficie con los dedos, soltó un grito y trastabilló hacia atrás sacudiendo la mano. Los demás Buscadores lo miraban fijamente.

—¡Qué raro! —exclamó, volviendo a tender la mano.

—Yo de ti no lo haría —dije en voz baja—. El dolor aumenta cada vez que lo tocas.

Todos mantenían la vista clavada en mí, pero no retrocedí y les lancé una mirada desafiante.

—¿Sabías que me haría daño? —preguntó Silas, indignado.

—No lo sabía —repliqué—. Bueno, al menos no estaba segura. Creí que quizá los únicos que no podían tocarlo eran los Vigilantes, pero por lo visto el único que puede hacerlo es Shay.

—¿Ni siquiera con guantes hechizados? —preguntó Silas.

Este tío estaba loco.

—¿Creías que podías tocar a Haldis con guantes?

—Bueno, tenía una teoría… —Silas se rascó la cabeza.

Monroe soltó un quejido y se cubrió la cara con las manos.

—No me dijiste que era una teoría, Silas, juraste que funcionaría. ¡Le dijimos a Anika que funcionaría!

—Eres un imbécil —gruñó Connor, se acercó a Shay y examinó a Haldis pero a una distancia prudencial.

—¿Qué pasa? —preguntó Shay, desconcertado ante la expresión frustrada de los demás.

—Quien ideó los ataques más recientes de los Arietes fue Silas —dijo Adne—. Los equipos de Buscadores han tratado de alcanzar los sitios sagrados con la esperanza de reunir las piezas de la cruz y ponerlas a buen recaudo hasta la llegada del Vástago.

—Pero ninguno de vosotros puede tocarlas —dije. Mi confianza en los Buscadores disminuyó. ¿Realmente podrían ayudarle a mi manada si cometían errores como éste?

—No lo sabíamos. —Connor lanzó una mirada furiosa al Escriba—. Y docenas de Arietes murieron, incluso en el intento de acercarse a los sitios.

Tuve que desviar la mirada, tenía muy presente que hoy nosotros habíamos cometido la misma clase de error. «No puedo culparlos. Todos tratamos de hacer lo que podemos.»

—Estaba seguro de que funcionaría —dijo Silas; sólo parecía un tanto disgustado.

—¿Por qué os centrasteis en las piezas? —pregunté—. ¿Qué tienen de especial esas espadas?

—La Cruz Elemental es la única fuerza del mundo capaz de desterrar espectros —repuso Monroe en tono muy serio—. Cuando el Vástago blande las espadas puede expulsarlos de la tierra, derrotar a los siervos del averno, incluso al mismísimo Bosque Mar. Es el único capaz de hacerlo.

Shay clavó la mirada en Monroe, de pronto se había puesto muy pálido.

—¿Puedo luchar contra los espectros? —preguntó.

—Sí —contestó Monroe, apoyándole una mano en el hombro—. Puedes y lo harás. Con el tiempo.

Silas, que por lo visto se había recuperado de su instante de humillación, comentó:

—Hemos de recuperar la Cruz Elemental. Es lo único que nos permitirá vencer a los Guardas.

Asentí y procuré imaginar la clase de poder necesaria para derrotar a Bosque y a su horda.

—¿Por qué no nos lo dijiste? —Monroe se volvió hacia Shay con los ojos brillantes de ira.

Shay contempló sus rostros de expresión desanimada y suspiró.

—Lo siento —dijo—, pero no estaba seguro de que fueseis los buenos. Mientras Cala no lo hiciera, no confiaría en vosotros.

Me mordí los labios, agradecía sus palabras pero lamentaba el precio pagado por los Buscadores.

—Bien —dijo Monroe en tono brusco y cruzó los brazos—. Sigamos. Al menos sabemos que los Guardas no pueden quitarle el arma una vez que está en su posesión.

—Que Haldis esté en tus manos es positivo, Shay —dijo Adne—. Nos ahorrará un viaje.

—Supongo que sí —contestó, mirando a Silas—. ¿Quién era la dama?

—¿La dama? —Silas arqueó una ceja.

—La mujer que estaba en la caverna; entonó una canción, todas las luces se apagaron y Haldis apareció en mi mano.

—Ah —Silas sonrió—. Era Cian.

—¿Quién? —dijo Shay, desconcertado.

—Una guerrera, una profetisa —contestó Silas—. El único motivo por el cual hoy estamos aquí.

—Fue la primera Buscadora —añadió Monroe—. Y tu tía abuela remota. La línea de sangre del Vástago se inicia con los antepasados de Eira y Cian.

—¿Quién era Eira? —pregunté.

Monroe adoptó una expresión preocupada y miró a Shay.

—Tu tatarabuela muy remota. Era la hermana de Cian y la primera Guarda.

—¿Su hermana? —dijo Shay—. ¿Cómo es posible?

Silas carraspeó.

—Díselo de una buena vez —gimió Connor, se tumbó en el suelo y apoyó la cabeza en un montón de papeles a guisa de almohada.

—En realidad, no es una historia muy larga —masculló Silas.

Connor no abrió los ojos.

—Y es una buena historia —insistió Silas.

—¿Buena? —Connor abrió los ojos—. Es un auténtico desastre, eso es lo que es.

—Me refiero a que es excitante —se corrigió Silas.

—Sí, claro: ha estropeado nuestras vidas y tú lo consideras un triunfo literario.

—Cállate y deja que le cuente la historia, Connor —dijo Adne en tono brusco y le hizo un gesto a Silas—; erase una vez…

Silas sonrió.

—El mundo de los espíritus no estaba oculto a los humanos. Diversas sociedades de todo el planeta se mezclaban con las fuerzas de la tierra y las del averno. La mayoría llama «magia» a dicha mezcla, pero es mucho más que eso.

—¿Por qué? —preguntó Shay.

—Conectarse con los poderes elementales de la tierra es algo natural, algo que forma parte de la vida de los seres vivos de este planeta. Todo forma parte del mismo sistema, de las mismas energías. La capacidad de aprovechar esos poderes varía de una persona a otra, pero todos poseen esa capacidad latente.

—Entonces, ¿cuál es el problema, si la magia forma parte de las personas? —Shay frunció el ceño.

—No sólo de las personas —lo corrigió Silas—, también de los animales, las plantas, el cielo, las piedras… Todo.

—El problema no son las fuerzas elementales, Shay —dijo Monroe—. Pero la magia terrenal no es la única que actúa en este mundo.

—¿Te refieres al averno? —pregunté, y un escalofrío me recorrió la espalda—. ¿El lugar de donde proceden los espectros y los súcubos?

Monroe asintió.

—No está mal, loba —dijo Silas con una sonrisa—. El averno existe como una especie de fuerza opuesta a la tierra. Nunca llega a formar parte de este mundo, pero siempre está junto a él. Como trenes que recorren vías paralelas.

—O como el hermano mellizo del mal. —Adne rio, pero su risa no era alegre.

—Es verdad —dijo Silas—. Cuando el número de seres humanos que entraban en contacto con el mundo de los espíritus era mayor, algunos consideraron que sería prudente controlar las fuerzas del averno para sus propios fines.

—¿Por qué nada de todo esto está documentado? —preguntó Shay—. A pesar de que la gente siempre supo que existía el averno.

—Lo siento —dijo Silas—. Creí que eras instruido, que habías leído libros de historia.

—Claro que los he leído —repuso Shay.

—Pues si hubieras prestado atención, habrías notado que, hasta mediados del siglo XIX la gente no dejaba de hablar de brujas, demonios y monstruos.

—Creí que sólo eran supersticiones —dijo Shay.

—La revolución científica y la edad moderna salen a escena. —Silas sonrió—. Un gran aplauso para los Guardas.

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