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Authors: Andrea Cremer

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

La pesadilla del lobo (13 page)

BOOK: La pesadilla del lobo
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Shay y yo intercambiamos una mirada de desconcierto.

—Te estás adelantando, Silas —murmuró Monroe.

—Claro, os ruego que me disculpéis —dijo el Escriba con rapidez—. El concepto de superstición es un invento moderno, utilizado para encontrar una explicación sobre la existencia de los seres aterradores que siempre han sido muy reales y difíciles de controlar. Como acabas de demostrar, la superstición fue un artilugio sumamente útil y muy exitoso para rescribir la historia.

—Estás de broma, ¿no? —Shay estaba incrédulo.

—No, no bromea —dijo Adne en tono frío.

—Entonces, ¿qué es lo que realmente ocurrió? —pregunté, luchando contra el muro de mentiras que me había rodeado hasta hoy.

—Lo dicho: el uso del poder elemental está muy bien, pero los diletantes del averno crearon problemas para ellos y para sus vecinos. Las criaturas del averno no se mezclan bien con los humanos.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Shay.

—Tú lo has visto —dije—. Somos su alimento, el de los espectros, los súcubos y los íncubos. Se alimentan de lo peor de la vida, prosperan con nuestro sufrimiento.

Adne estaba pálida, pero cuando Monroe trató de cogerle la mano, se apartó.

—Oh —murmuró Shay—. Vale. Lo siento.

Silas agitó la mano con gesto displicente.

—No tiene importancia. Pero en aquel entonces, algunos humanos de carácter noble decidieron poner coto a la presencia del averno. Restringieron las prácticas de los irresponsables que no comprendían que estaban jugando con fuego y combatieron a los seres del averno que aparecían en la tierra.

—Pero es imposible combatir contra los espectros —objeté.

—Los espectros son nuevos —dijo Monroe—. Bien, relativamente nuevos: aparecieron hace unos quinientos años.

—¿Consideras que eso es nuevo? —exclamé.

—Desde un punto de vista histórico, sí —contestó Silas—. Los espectros llegaron con los Guardas. Antes de que aparecieran, los magos sólo lograban convocar súcubos e íncubos: éstos poseen más rasgos humanos y por ello pueden pasar de un mundo al otro sin que quien los convoca requiera un gran poder.

—¿Cómo aparecieron los Guardas? —pregunté, impaciente.

—Ahora te lo diré —contestó Silas, pasando por alto mi tono de voz—. Los guerreros que optaron por ser centinelas del puente entre la tierra y el averno tuvieron éxito. Eran vigilantes, pacientes y feroces y mantuvieron a raya a las fuerzas del averno e impidieron que los habitantes del averno destruyeran el mundo. Pero en el siglo XVI surgió Eira: una guerrera bella, carismática y aparentemente invencible en combate, que concibió una nueva meta para sus iguales.

—¿Qué hizo? —La voz de Shay apenas era un susurro.

—Era ambiciosa —dijo Silas—. Afirmó que los guerreros eran capaces de hacer algo más que proteger la tierra, que podían liberarla del averno para siempre. Cerrar las puertas entre nuestro mundo y el otro.

—Parece una buena idea —dije.

—Lo es —replicó Silas—. Pero de buenas intenciones está empedrado el camino al infierno.

—En este caso, casi de manera literal —masculló Connor. Se había cubierto los ojos con el brazo, pero noté que los músculos de su mandíbula y de su cuello se tensaban.

Silas le lanzó una mirada desdeñosa.

—Eira decidió que quien dirigiría a los caballeros en esta nueva misión sería ella. Pero para cerrar las puertas entre los mundos tenía que descubrir cómo las habían abierto. Trató de averiguarlo en el averno y ello la cambió.

—¿La cambió? ¿Cómo? —Shay ya no estaba tan pálido como antes.

—Descubrió la fuente, el origen del sendero que conduce del averno a la tierra. Un ser más poderoso que cualquiera con el que se había topado la humanidad en sus breves contactos con el reino oscuro. Esa criatura envió a sus emisarios a este mundo con el fin de que acumularan poder y se lo llevaran, volviéndolo aún más poderoso, ampliando las puertas y permitiendo que un número mayor de sus creaciones infiltrara la tierra.

Me estremecí: era como si me arrastraran a un túnel con los ojos vendados y me negara a ver dónde estaba una vez que me quitaran la venda.

—Eira era fuerte, pero su ambición lo era aún más. Más que nada, la criatura albergaba la esperanza de que con el tiempo lograría abrir un camino lo bastante ancho para que él mismo pudiera entrar en nuestro mundo y convertirlo en sus dominios. Señor de no uno sino dos reinos, tanto del averno como de la tierra. A condición de que le ayudara, le prometió a Eira un lugar a su lado.

—Y ella le ayudó. —Monroe contemplaba sus manos temblorosas.

—No fue la única —dijo Silas—. Había demasiados guerreros hartos de mantener a raya el averno y de sacrificar sus vidas. El ansia de poder entre los iguales de Eira resultó demasiado grande y reunir un ejército de fieles seguidores no le supuso un problema.

—Los Guardas —dijo Shay.

—Es el nombre que ellos se adjudicaron a sí mismos —dijo Silas—. Guardas de un poder demasiado grande para la mayoría de los humanos. Se consideraban distintos, una élite. Elegidos por el destino para reinar sobre la tierra, aprovechando el poder del averno.

—Pero es mentira —espetó Connor.

—¿Lo es? —murmuré—. Los Guardas reinan en la tierra; se benefician de todas las ventajas proporcionadas por el uso de su poder.

—Es verdad —contestó Monroe con mirada remota y quebrada—. Pero el poder no les pertenece, y viven con el temor de perderlo. Al final, resulta que son esclavos de la misma criatura que sedujo a Eira. Nuestra historia lo denomina el Precursor. Tú lo conoces como Bosque Mar.

9

Shay guardó silencio cuando salimos de la habitación. No sabía si debía hablarle, tocarlo. ¿Cómo me sentiría yo si acabara de descubrir que mi único «pariente» vivo en realidad era una especie de señor de los demonios?

Estaba espantada. Habíamos descubierto demasiadas verdades, demasiadas cosas horrendas que hubiera preferido ignorar. Sabía que mis amos eran crueles, pero ahora debía enfrentarme a su verdadera naturaleza: los Guardas no sólo aprovechaban los poderes del averno, se habían comprometido de buen grado con su tenebrosidad. Ese mundo de sombras albergaba criaturas que sólo causaban sufrimientos y el horror de dicho mundo era la fuente del poder de los Guardas. Un poder a cuya protección había dedicado toda mi vida.

Me obligué a seguir caminando, pero quería acurrucarme, cerrar los ojos y soñar que la verdad dejaba de serlo. Ojalá Bryn estuviera aquí para poder comentarlo: estaba segura de que encontraría la manera de levantarme el ánimo, sus bromas siempre habían aplacado mis dudas, su risa había reducido la tensión cuando, dada mi condición de alfa, tenía que tomar decisiones duras. La imagen de su cara sonriente hizo que me sintiera culpable. ¿Dónde estaba? Los Guardas, ¿le habían hecho daño?

—Deberíais descansar —dijo Connor—. Os acompañaré a vuestras habitaciones.

—Conozco el camino —dijo Shay, cogiéndome del antebrazo—. No necesitamos un escolta.

—Calla, chico —dijo Connor—. Aún sois nuestros huéspedes. Un poco de respeto, por favor.

—¿Chico? —Shay se enfadó y me cogió con más fuerza—. Sólo tienes tres años más que yo.

Connor se enderezó y apoyó la mano en la empuñadura de su espada.

—Apuesto a que he visto más cosas que tú, aunque seas el Vástago.

—Dejadlo —dije, previendo lo que ocurriría. Todos estábamos exhaustos y nerviosos.

—Cala tiene razón —dijo Adne—. Las hemos pasado canutas, y una pelea entre vosotros dos es lo último que nos faltaba para poner fin a un día atroz.

—Y que lo digas. —Connor no había despegado la mano de la empuñadura de su espada.

Procuré reprimir mi propia irritación examinando las vetas de cristal que recorrían las paredes. Incluso en los pasillos, ahora sólo iluminados por el suave titilar de los apliques situados a intervalos regulares, el resplandor de los motivos era sutil. A medida que avanzábamos, los colores de Tordis —que cubrían las paredes como heladas telarañas— adoptaron un color rosado y luego amarillo pálido. La intrincada red de luces multicolores empezó a agitarse y las paredes se tiñeron de escarlata y brillante anaranjado, como si hubiéramos entrado a una caldera.

Los colores no eran lo único que había cambiado. El aire se volvió más cálido, pero en vez de tranquilizarme me inquietó. Estornudé y sacudí la cabeza para no aspirar un olor nuevo y extraño en el mismo instante en que Shay frunció la nariz.

—¿Qué es eso? —preguntó.

La mezcla invisible de aromas incluía olores conocidos: a pimienta negra, salvia, clavo y cedro, pero la combinación resultaba abrumadora. Los ojos me ardían y el calor me provocaba un picor en la piel: una sensación desagradable, como si me picaran diminutas mosquitas. Shay gruñó y se rascó los brazos.

—Oh —dijo Connor, mirándome de soslayo—. Quizá debiéramos haber pasado por el patio.

Shay empezó a toser y le lanzó una mirada acusadora.

—No te preocupes —dijo Adne—. Casi lo hemos dejado atrás.

—¿A qué? —Me cubrí la nariz y la boca con las manos pero también tosí, como si hubiera inhalado humo.

—Esto es Pyralis y estamos pasando junto a su Botica —dijo Adne, señalando varias puertas de dos hojas parecidas a las de Haldis, sólo que los triángulos tallados en las puertas de la Botica eran sencillos, con las puntas hacia arriba.

—Lo siento —murmuró Connor—. No se me ocurrió que os afectaría.

—¿Por qué no os afecta a vosotros? —pregunté, respirando superficialmente, aunque una vez pasadas las puertas los olores acres empezaron a desvanecerse.

—El Boticario crea nuestros hechizos: los compuestos que usamos para aumentar la eficacia de nuestras armas contra… —Adne me lanzó un vistazo.

—Los Vigilantes —dije, y deslicé la lengua por mis caninos afilados.

«Flechas hechizadas; espero que disfrutes del viaje.» Menos mal que Ethan se había quedado en el Purgatorio. Si hubiera estado a mi lado, cuando el recuerdo del veneno de los Buscadores recorriendo mis venas aceleraba los latidos de mi corazón, no hubiera podido resistir la tentación de arrancarle un trozo del brazo.

—Sí —añadió Connor—. Deberías evitar Pyralis. Nunca resultará un lugar agradable para vosotros.

—Te agradezco el consejo —murmuró Shay y se desprendió el cuello de la camisa con la que se había cubierto la nariz.

Descubrí que habíamos llegado a Haldis cuando las sombras rojizas de las paredes dejaron de titilar y se convirtieron en los tonos oscuros y suaves característicos de las profundidades de la tierra. Los gases ardientes de Pyralis habían desaparecido. Inspiré profundamente, disfrutando del aire puro que me llenaba los pulmones. El picor desapareció, pero mis brazos y los de Shay estaban cubiertos de arañazos rojos, recuerdos de nuestro breve trayecto a través de la Botica.

—¿Así que cada ala es un reflejo de su fuente elemental? —pregunté—. ¿Tierra, aire, fuego y agua?

Puesto que había visto las otras tres alas, me pregunté cómo sería la sección acuática de la Academia.

—Sí —contestó Adne.

—Bonito, ¿verdad? —dijo Connor—. Un buen lugar para considerarlo tu hogar.

—Gracias —dijo Adne y sonrió.

—No entiendo —dije.

—Los Tejedores hacen pasar los hilos a través del edificio, pero Adne decidió adjudicarse todo el mérito —dijo Connor, soltando una carcajada.

Al oír su risa la tensión en mis hombros se redujo; sabía que Connor volvía a ser el de antes. El efecto instantáneo de sus bromas dejaba claro que su humor fatalista suponía una gran ventaja para sus aliados, pese a que a menudo resultaba irritante.

—¿Hilos? —dijo Shay.

—Es la clave del modo en el que desplazamos la Academia —dijo Adne, frotándose las sienes—. Pero la verdad es que me duele la cabeza. No os importa que os demuestre mis increíbles dotes en otro momento ¿verdad?

Se detuvo ante una puerta.

—Ésta es tu habitación, Cala.

—La mía está un poco más allá, por si tienes pesadillas, loba —dijo Connor con una sonrisa maliciosa—. La cama es lo bastante grande como para compartirla, a condición de que no muerdas… con demasiada violencia.

Agarré a Shay antes de que pudiera abalanzarse sobre Connor.

—Has de tomarte las cosas más a la ligera —gruñó Connor y sacudió la cabeza al ver los puños apretados de Shay.

—Dios, Connor —gimió Adne—. Me duele la cabeza, ¿recuerdas? Deja los comentarios para otro momento, ¿de acuerdo?

—Lo siento.

Me quedé pasmada: era la primera vez que se disculpaba por sus bromas. Connor se acercó a ella y le quito el pelo de la frente.

—Procura dormir un poco.

—Es demasiado temprano para irse a la cama. —Me pareció ver que Adne se estremecía—. Y aunque no lo fuera, no sé si lograré conciliar el sueño esta noche.

—Entonces hablemos. —No quedaban ni rastros de su humor travieso. Ella lo contempló, guardó unos segundos de silencio y luego asintió.

—Encontrarás tu habitación, ¿verdad, Shay? —preguntó Connor, sin despegar la mirada de Adne.

—Me parece que ya te lo he dicho hace unos diez minutos —contestó.

—De acuerdo. —Connor le rodeó los hombros con el brazo a Adne y ambos se alejaron por el pasillo.

Los observé; su relación llena de altibajos me desconcertaba. Cuando Shay carraspeó dejé de pensar en el extraño vínculo que unía a Connor y Adne.

—¿Dónde está tu habitación? —pregunté.

Shay se metió las manos en los bolsillos, echó un vistazo al pasillo, pero no me miró a los ojos.

—Junto a la tuya, pero creí que a lo mejor…

Mi pulso se aceleró y me ruboricé al comprender a qué se refería.

—¿Quieres pasar? —pregunté.

Shay sonrió y me lanzó una mirada esperanzada.

Le cogí la mano, sabiendo que percibiría los apresurados latidos de mi corazón en cuanto nos tocáramos. La habitación estaba a oscuras pero distinguí la cama, un escritorio y unas sillas tapizadas. La habitación parecía una mezcla de dormitorio y hotel de lujo. No estaba nada mal.

Pero ¿qué hacer? Estaba en terreno desconocido. Shay y yo estábamos a solas y no teníamos que ocultarnos. Aquí nadie nos descubriría. Estábamos a salvo… en teoría. Temblaba, embargada por el deseo y la libertad de poder elegir.

«¿Qué hago? ¿Lo conduzco a la cama o me estaré apresurando? ¿Debería mostrarme tímida? Esto no se me da nada bien.»

Shay se acercó a mí por detrás, me rodeó la cintura y me abrazó.

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