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Authors: Irving Wallace

La Palabra (57 page)

BOOK: La Palabra
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Antes de que ella pudiera saludarlo, él ya se había alejado, para no tener que mirarla a la cara. Las mesas con cubierta de formica que había en el centro de la cafetería estaban ocupadas. Del otro lado había una fuente de soda en curva con altos bancos giratorios, donde había lugar de sobra. Se sentó en uno de los bancos dando la espalda a la barra de alimentos y, asomándose por encima de la angosta fuente, pudo mirar hacia abajo y observar la actividad que se desarrollaba en el primer piso del almacén.

La espera le pareció interminable.

—Buenos días, cariño —le dijo Ángela.

—Buenos días —contestó él fríamente.

Le quitó la bandeja con el té, el café y el pan tostado untado con mantequilla, la sostuvo entre ellos, para que no tuviera que besarla, y esperó hasta que Ángela se sentara en el banco contiguo. Luego puso la bandeja sobre la barra y comenzó a endulzar el té y a moverlo, evitando mirarla a los ojos.

—¿Qué sucede, Steven? Estás muy extraño esta mañana.

Él la miró a los ojos; aquellos hermosos ojos verdes, ahora perplejos, que escondían el engaño y la traición.

Randall se sintió mal, se sintió enfermo, y no sabía cómo o por dónde empezar.

—Steven —insistió ella—, ¿por qué me miras así?

—¿Cómo?

—Tan fríamente.

Sólo atreviéndose a hablar podría dar fin a esa situación.

Así que comenzó, consciente de que su voz era trémula.

—Ángela, anoche me enteré de algo que tiene que ver contigo, y que tenemos que aclarar. —Aspiró profundamente y luego hizo su primera acusación—. Me mentiste acerca de tu padre.

Ángela se sonrojó notoriamente.

—¿Que te mentí? ¿Quién lo dice? ¿Qué locuras te han contado acerca de mí?

—Tú me hiciste creer que a tu padre lo mantenían alejado de Resurrección Dos debido a que sus superiores le tienen envidia y por intereses políticos. Me dijiste que la razón por la cual no podía entrevistarse conmigo o colaborar con elementos de nuestro proyecto era que constantemente lo estaban enviando a realizar excavaciones arqueológicas en lugares lejanos, como Pella y Egipto. Dijiste, además, que a tu padre lo obligaron a llevar a cabo esos viajes para que pudiera retener su cátedra en la Universidad de Roma. Pero anoche yo escuché algo distinto.

La voz de Ángela era tan trémula como la de él.

—¿Qué fue lo que escuchaste? ¿Quieres decírmelo, por favor?

—Que a tu padre nunca lo enviaron a ninguna de esas excavaciones arqueológicas de las que tú me hablaste. Que tu padre fue destituido de su cargo en la Universidad de Roma. Que se le obligó a retirarse y que ahora vive recluido y semi escondido en alguna parte de los suburbios de Roma. Que ahí se encuentra ahora y que ahí ha estado casi todo el tiempo desde que hizo su descubrimiento.

Titubeó acerca de lo demás, pero ella insistió en que no se guardara nada.

—Steven, ¿qué más te dijeron?

—Que el Ministerio obligó a tu padre a retirarse debido a que al adquirir el terreno para la excavación en Ostia Antica timó a los propietarios para que, al adueñarse de la propiedad en vez de arrendarla, pudiera conservar el cincuenta por ciento. Que esto se supo después de que la excavación había concluido y que el Ministerio lo mantuvo en secreto para evitar empañar el descubrimiento y para ocultar la estafa a la Prensa sensacionalista. Que el Ministerio reembolsó a los dueños el importe de las propiedades (de hecho, los compró a ellos) no sólo para enmendar lo que tu padre les había hecho, sino para tener asegurado su silencio. Que tu padre fue deshonrado y obligado a salir de la Universidad de Roma, que entonces se retiró y, para conservar su pensión, supongo yo, aceptó no asociarse con Resurrección Dos y mantenerse escondido. Que para proteger su reputación, tú, siendo su hija… engañaste a todo el mundo con respecto a sus actividades. Esta parte de tus mentiras me parece comprensible, pero la otra es la que no entiendo y que me parece imperdonable, Ángela.

—¿Cuál es esa otra parte?

—Que tú evitaste, hasta donde te fue posible, colaborar en el proyecto hasta que aparecí yo. Yo era el gran publicista que el consorcio había contratado, el que se encargaría de promover y dar fama al proyecto. En mí viste a quien podría hacer al distinguido profesor Monti tan renombrado, tan célebre, tan aclamado en todo el mundo, que el Gobierno italiano ya no podría retenerlo escondido, casi en el exilio, y ni siquiera se atrevería a mencionar nuevamente el escándalo. La publicidad y la fama absolverían a tu padre; lo liberarían, lo reintegrarían a su posición anterior. Y para alcanzar este objetivo, tú te propusiste, deliberadamente, servirte de mí, engañarme, manipularme.

Ella lo miró fijamente. Un hondo silencio los separaba.

—¿Crees tú que me serví de ti, Steven? —le dijo.

—No lo sé. Tengo que averiguarlo.

—¿Crees tú que hice el amor contigo, en tu cama y en mi habitación, y que te permití penetrar mi cuerpo porque quería seducirte para que fueras un muñeco que ayudara a mi familia?

—Mira, Ángela…

—¿Quién te dijo que te mentí, que me serví de ti? ¿Quién te dijo que mi padre está en desgracia porque cometió una estafa, un crimen? ¿Quién te dijo semejantes cosas?

—Vi al
dominee
Maertin de Vroome anoche.

Randall la observaba cuidadosamente, tratando de detectar en su reacción cuán cercana era su relación con De Vroome, pero la reacción de Ángela fue de sorpresa. Él no pudo distinguir si ella estaba asombrada de que De Vroome lo hubiese visto o de que hubiera llegado ya hasta su colaborador clandestino.

—¿De Vroome? —murmuró Ángela.

—Sí, anoche. El reverendo me mandó buscar y lo vi. El resultado de nuestra entrevista te lo diré dentro de un momento. El punto es que De Vroome quiere destruirnos, y para lograr ese fin ha reunido documentos acerca de ciertas personas clave de Resurrección Dos. Tiene un expediente muy completo acerca de tu padre y de ti, y me reveló parte del contenido de esos papeles. Y ahora ya conoces sus verdades, Ángela. Yo pude no haberlas aceptado como verdades, pero me enteré de algo aún más serio.

—¿Algo más serio? ¿Qué?

—Dentro de un momento. Primero, tienes que contestar a la pregunta que te hice. Ángela, lo que me contó De Vroome, ¿es falso o verdadero?

—Falso, completamente falso —dijo Ángela con voz temblorosa—. Si alguna vez te mentí, fueron mentiras pequeñas, sin importancia, mentiras blancas que tuve que decir, hasta que te conociera mejor. Pero lo que te ha dicho De Vroome acerca de mi padre… que mi padre cometió un crimen… eso es completamente falso. Eso es una calumnia inventada por los calumniadores de mi padre, el doctor Tura y sus colaboradores; por el propio De Vroome.

—Si lo que me dijo De Vroome es falso, ¿cuál, entonces, es la verdad, Ángela?

—Tú conoces las leyes arqueológicas italianas sobre excavaciones. El Gobierno era dueño de la mayoría de las tierras en Ostia Antica, pero no era propietario ni tenía control sobre una parcela que está a lo largo de la antigua costa, el terreno donde mi padre deseaba excavar. Esa zona, que comprendía varias hectáreas, estaba en manos de particulares, dos hermanos y una hermana, y mi padre les dio a elegir entre que le arrendaran la propiedad o se la vendieran.

—¿Les dijo tu padre a los propietarios qué era lo que estaba buscando? —preguntó Randall.

—Por supuesto. Ellos creyeron que papá estaba loco y no quisieron involucrarse en la aventura. Estaban ansiosos por deshacerse de esa propiedad inservible, y encantados se la vendieron a papá de inmediato. Incluso le aumentaron el precio, y fue difícil para papá conseguir suficientes liras para poder comprarla.

—Bueno, ¿entonces de dónde sacó De Vroome la idea de que lo que tu padre hizo era ilegal?

—Del doctor Fernando Tura, naturalmente. Cuando mi padre hizo su gran descubrimiento, el doctor Tura se puso loco de envidia. Él fue quien dijo a los anteriores propietarios que esa venta les había costado una fortuna y quien los incitó a ir el Ministerio a quejarse de que mi padre los había timado, que los había engañado diciendo que quería comprar la parcela con propósitos diferentes al de la excavación arqueológica. Los miembros del Ministerio se vieron obligados a hacer una investigación exhaustiva, y llevaron a cabo una audiencia privada. Descubrieron que todo lo que había hecho mi padre había sido correcto y legal, y que las acusaciones carecían de fundamento. Mi padre fue declarado inocente de todos los cargos. Existe evidencia de esto, si el Gobierno la saca de sus archivos y te la muestra.

—¿Y tu padre, Ángela?

—Él se alegró de ser vindicado. Pero como es un hombre muy sensible, no pudo soportar la presión de la investigación, y especialmente el hecho de que aquellos que habían sido sus amigos hubieran siquiera considerado los cargos que se le imputaban, que lo hubieran investigado y procesado, y que hubieran desconfiado de él durante tanto tiempo. Aún antes de que lo absolvieran, él renunció a su cátedra en la Universidad de Roma y se retiró. No quería meterse en políticas profesionales. Había logrado la meta de su vida y con eso le bastaba.

—¿Está retirado ahora?

—Sí. Vive una vida de eremita, dedicándose únicamente a escribir y a estudiar. Está muy decepcionado de la forma como fue tratado y no desea tener nada que ver con los de su círculo académico; ni siquiera con aquellos que están desarrollando y promoviendo su descubrimiento. Él piensa que el anuncio de su hallazgo hablará por sí solo y por él. Pero el doctor Tura, para justificar su propia conducta y para proteger su puesto, no ha dejado de calumniarlo y de hacer insinuaciones acerca del escándalo. Me parece indudable que De Vroome se haya enterado de los chismes del doctor Tura y haya aceptado las calumnias como hechos reales para su expediente. ¿Por qué no? Como tú lo has dicho, Steven, De Vroome está decidido a destruir el proyecto y a todos los que tengan que ver con él. ¿Por qué me tomé la molestia de verte en Milán, después de que en varias ocasiones me había rehusado a entrevistarme con elementos de tu personal? Simplemente para asegurarme de que tú tuvieras la versión exacta del papel de mi padre. Si es que, como lo piensa mi padre, el anuncio del descubrimiento hablará de él ante el mundo, entonces yo, como su hija, tenía que cerciorarme de que el anuncio fuera completo y correcto.

—¿Por qué viniste a Amsterdam a trabajar como asesora?

El fantasma de una sonrisa surgió en la cara de Ángela.

—No para servirme de ti; no había necesidad de ello. Tú me invitaste y yo acepté; y no para cerciorarme de que mi padre recibiera más publicidad, porque de todas formas la recibirá… su posición está asegurada… Acepté porque… porque sentí un afecto inmediato hacia ti.., y porque quería estar a tu lado.

Randall se conmovió, pero no podía permitirse el lujo de ablandarse. El cargo más grave estaba aún por hacerse. En el instante en que disparara esa bala, sus relaciones morirían para siempre. Ella era Mateo, la traidora, y debía informarle de lo que había descubierto, antes de dirigirse al inspector Heldering, al doctor Deichhardt, a George Wheeler y a todos los demás.

¿Qué era lo que le acababa de decir? Ah, sí; que había venido a Amsterdam para estar a su lado.

—Ángela —dijo él—, ¿puedes pensar en alguna otra razón por la cual te hayas unido al proyecto?

—¿Alguna otra razón? No, no hay ninguna otra —frunció las cejas, y añadió—: ¿Qué otra razón podría haber?

—Pues, el querer hacer algo por alguna otra persona, además de tu padre y de mí.

—¿Alguna otra persona? ¿De qué me estás…?

Randall no encontró forma de aliviar un golpe que tenía que ser directo.

—Ángela, ¿por qué estás trabajando en nuestro proyecto como delatora secreta para el reverendo Maertin de Vroome? ¿Por qué le estás pasando nuestros secretos al enemigo?

Nunca había visto él una cara tan estupefacta. Sin miedo ni temor; simplemente estupefacta. Su boca se movió en silencio antes de que pronunciara la primera palabra.

—¿Qué? ¿Qué dijiste?

Randall repitió exactamente lo que había dicho, y añadió:

—Tengo pruebas irrefutables de que estás de parte de De Vroome.

—Steven, ¿de qué me estás hablando? ¿Te has vuelto loco?

Randall no cedió.

—Ayer por la tarde envié un memorándum confidencial a doce personas de nuestro proyecto. Una de esas copias le llegó a De Vroome. Tu copia. Esto es un hecho, Ángela. No lo puedes negar.

Su asombro parecía genuino.

—¿Un memorándum? ¿Que le entregué
cuál
memorándum a De Vroome? Lo que me dices no tiene sentido. Yo no conozco a ese hombre. Jamás en mi vida lo he visto, y no tengo intenciones de verlo. ¿Cómo o por qué habría de hacerlo? Steven, ¿acaso has perdido el juicio? ¿De qué me estás hablando?

—Te diré de qué te estoy hablando. Escúchame atentamente.

Llanamente le contó acerca del primer comunicado secreto que había llegado a manos de De Vroome y del segundo mensaje confidencial que había ideado como trampa, y de que había visto una copia del memorándum con el nombre clave de ella, Mateo, en la oficina de De Vroome la noche anterior.

—El comunicado que contenía el nombre de Mateo te fue entregado en persona, Ángela. Tengo el recibo que tú firmaste con tus iniciales. ¿Ahora lo recuerdas?

—Sí —contestó ella—, ya lo recuerdo. Lo recibí… déjame pensar… sí, me quedé dormida bastante tiempo en el hotel, después de que tú te fuiste. Cuando desperté y me di cuenta de que era muy tarde, me sentí angustiada y salí apresuradamente hacia el «Krasnapolsky» para tratar de sacar algo de trabajo. Fui a la oficina que la señorita Dunn me había asignado originalmente, y empecé a arreglar mis expedientes (que no eran muchos) para cambiar mis cosas a la oficina de tu secretaria. El guardia de seguridad estuvo ahí, sí, y me entregó el mensaje. Le eché un vistazo para ver si era importante y pensé que no lo era, así que lo puse dentro de una de mis carpetas de papel manila y me las llevé todas a la oficina de Lori. Había una gaveta vacía en el segundo archivo, y allí archivé la carpeta que contenía el memorándum, junto con las demás. Ahí la puse. Lo recuerdo claramente. Todavía debe estar ahí.

Randall reflexionó acerca de lo que ella había dicho. O estaba siendo completamente sincera, o era la mentirosa más desvergonzada que jamás hubiera conocido. Lo más probable era que no fuera sincera.

—Ángela —le dijo—, sólo había un memorándum que contenía el nombre de Mateo. Tú me estás diciendo que está en tu archivo y yo te digo que lo vi en la oficina de De Vroome. Esa hoja de papel no podría estar en tu oficina y en la de De Vroome al mismo tiempo.

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