La noche de Tlatelolco (23 page)

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Authors: Elena Poniatowska

Tags: #Historico, Testimonio

BOOK: La noche de Tlatelolco
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Cuando me aprehendieron yo ya tenía dos meses de estar trabajando en la Escuela Felipe Rivera —que está sobre Avenida Central casi esquina con Vértiz— y fue allí donde me agarraron el 2 de enero de 1969 a las dieciocho horas. Al llegar a la esquina en compañía de un alumno me sentí tomada con fuerza por un brazo e inmediatamente lanzada al interior de un carro azul plúmbago donde ya me esperaban otros cuatro tipos jóvenes y con apariencia regular (lástima de juventud sin ideales), uno me apuntaba con una pistola y el otro tenía preparada la cacha de la pistola. Me imagino que pensaban que iba a oponer resistencia, yo les dije que no pero que soltaran a mi alumno porque también a él trataban de subirlo al carro; lo soltaron y arrancamos luego luego. Me vendaron los ojos y aunque traté de imaginar por donde íbamos, no pude saberlo. En un momento dado pararon el carro y se bajó el agente que llevaba yo a la izquierda y en su lugar subió otro tipo al que le dije: «Conque Guerlain, no?», porque me olió a ese perfume; él me contestó que no me hiciera la pendeja y que cooperara ya que así me iría mejor. Ya antes los otros agentes me habían dicho: «Ya ves, fue tu amiga Nacha, la que nos dijo donde estabas».

—¿Ah sí? —Contesté—, qué raro porque hace un mes que ella está en Taxco.

Este tipo volvió a insistir en que era ella la que me había denunciado y que dónde estaba.

—Puesto que ella me denunció ustedes deben de saber.

—¿Y dónde está el carro del Rojo? (otro delegado del
CNH
).

—No sé.

—Como no, si aquí traes la llave…

En efecto era la llave pero yo ya no traía el carro, el Rojo tenía otra llave.

—¿Dónde vive el Rojo?

—Pues no sé, creo que cerca de la
UNAM
.

—¿Dónde está Barragán? (otro representante al
CNH
de mi Facultad).

—No sé.

—¿Y Cecilia Soto?

—No sé.

—Coopera y te irá bien.

—Pues creo que se fue a Cuernavaca pero no estoy segura.

Así por el estilo, sin golpearme pero con algunas palabras altisonantes. Me siguió interrogando un rato hasta que se bajó y uno de los agentes que estaba adelante se empezó a burlar. «Pon tu V de la Victoria ahora, a ver». Yo le respondí: «¡Qué fácil es burlarse de la gente cuando no puede defenderse! ¿Verdad?». Se calló. Al poco rato subió otro agente y arrancó otra vez el carro. Por cierto que habíamos estado parados en la calle pues yo oía el ruido del tráfico y recuerdo que me conservé muy erguida en el asiento pensando que quizá alguien me vería y por lo tanto, me ayudaría. Al arrancar, rayaron con la salpicadera a otro carro que seguramente estaba estacionado, cosa que les pareció muy graciosa y se rieron a carcajadas.

Ya para entonces había yo tomado conciencia de mi situación y sentía un pequeño dolor o punzada o qué sé yo en la boca del estómago, pienso que era miedo, sin embargo, creo que mi comportamiento siguió siendo normal. Pedí un cigarro y fumé, despacio, repitiéndome mentalmente: «Calma, no pueden hacerte nada», y hasta les pregunté de broma si tiraba la ceniza en el cenicero grande o sea el suelo o alguno me la tiraba por la ventanilla.

• Roberta Avendaño Martínez.
Tita
, delegada de la Facultad de Leyes ante el
CNH
.

Di por qué, dime Gustavo

di por qué, eres cobarde,

di por qué no tienes madre.

Dime Gustavo por qué.

• Canción estudiantil en la manifestación del 27, de agosto, basada en un comercial difundido por radio y televisión.

No es cierto que quisiéramos volar los tableros del Estadio Olímpico o sabotear las Olimpiadas. En primer lugar, ¿por qué lo hubiéramos hecho? ¿Con bombas molotov?

• Enrique Hernández Alatriste, de la Facultad de Odontología de la
UNAM
.

¿Cuál es el sentido de Tlatelolco? ¿A dónde nos llevó nuestro Movimiento? ¿Estamos mejor o peor que antes? Estas interrogantes podré contestárselas dentro de cinco años.

• Alejandro López Ochoa, de la Facultad de Ingeniería de la
UNAM
.

Claro que había cuates que decían que había que aprovechar las Olimpiadas, la cantidad de público para exponer nuestros problemas y claro que nosotros teníamos conciencia de ser la nota disidente, la mancha que estropea la imagen, como cuando el presidente va a un pueblo y entre las mantas de «Bienvenido» y «Muchas Gracias» aparece una que dice: «No tenemos agua, no tenemos luz». Nosotros éramos la voz discordante dentro del coro de los elogios pero de allí a querer sabotearlo todo, ¡hay un largo trecho! ¡Y de allí a lograrlo hay otro más aún! Es más, dentro del montón de chavos —porque había unos cuantos entendidos pero los demás no eran sino montoneros— la desunión y la inconsciencia llegó a tal grado que después del 2 de octubre hubo muchos cuates, mucha raza, que si no asistió a los Juegos cuando menos los vieron por televisión. ¡Y esto a mí me revuelve el estómago! Pensar que podían ver los actos sobre el cadáver de los compañeros muertos y sobre los miles de desaparecidos que sabíamos encarcelados pero de los que no teníamos seguridad. ¡Y allí estaban los tarados aplaudiéndole al sargento Pedraza! ¡Qué aguante el de la raza!

• Vicente Saldaña Flores, de la
ESIME
, del
IPN
.

¿Cómo es posible que el gobierno considerara un «gravísimo peligro» a un puñado de muchachos y muchachas? Resulta ridículo sobre todo si se sabe que el gobierno cuenta con un aparato de represión poderosísimo y ejerce un control casi absoluto sobre los medios de información ¿Qué peligro, qué «gravísimo peligro» no puede controlar el gobierno actual? Yo creo que el único que no puede controlar es el de su propia conciencia porque si los miembros del gobierno tuvieran la razón y gobernaran como se debe no le temerían a nada ni necesitarían escudarse en la fuerza ni en la injusticia para sostenerse… Además gran parte de la población es pasiva, entonces, ¿qué? ¿Qué se traen? Llevan todas las de ganar.

• Ernestina Rojo González, de la Facultad de Leyes de la
UNAM
.

El que detenta el poder está siempre obligado a ser el más generoso.

• José Ignacio Barraza, de la Facultad de Leyes de la
UNAM
.

Si el Movimiento Estudiantil logró desnudar a la Revolución, demostrar que era una vieja prostituta inmunda y corrupta, ya con eso se justifica…

• Esteban Sánchez Fernández, padre de familia.

Nosotros no tuvimos nexos con el Movimiento Estudiantil más que la publicación de apoyo que hizo el sindicato de El Ánfora al Movimiento. Los dos: Armando y yo somos maestros pero de Secundaria y fuimos del Movimiento de Liberación Nacional donde estuvieron desde Lázaro Cárdenas hasta González Pedrero —creo que todos los intelectuales de izquierda de México estaban allí— pero siempre pertenecimos a la base, nunca a los puestos directivos hasta que todos lo abandonaron cuando la OLAS y entonces nos quedamos y trabajamos porque consideramos que su orientación era nacionalista y sus postulados eran correctos. En ese momento no aprehendieron a nadie. Esperaron hasta 1968 para aprehendernos a nosotros…

• Lic. Adela Salazar Carbajal, litigante en asuntos obreros.

Me han acusado de ser agente del gobierno… Mira, una vez se atacó duramente a uno de mis compañeros, representante también de la Facultad de Leyes ante el
CNH
y que pertenecía además al Partido Comunista, por haber votado dentro del
CNH
en un sentido distinto al sentir de la asamblea, pero como al exaltarse los ánimos en vez de hacer una referencia en particular se decía «los representantes», yo, muy ofendida, interrumpí la discusión diciéndoles que no pensaran que era muy bonito el ser representante, ni que creyeran que me sentía feliz viviendo como nómada y sin dinero, en fin, renuncié, pero la asamblea entera se volcó a gritos: «No es en contra de ti Tita! ¡No es en contra tuya, Tita, no queremos que renuncies! ¡Tita, Tita, Tita, Tita!». Y no me dejaron salir, así que continué muy satisfecha pero con algo de coraje… Ahora después de dos años en la cárcel, de una condena de dieciséis años, todavía se me pregunta si soy agente… Yo también podría preguntar si es posible tener la desfachatez de acusarme… Aquí donde estoy hay muchos testigos que pueden dar testimonio; mujeres con pechos llagados por quemadas de cigarro durante un interrogatorio o bien con cáncer en el bajo vientre a consecuencia de los golpes dados y alguna más violada con la promesa de una pronta libertad, amén de otras que sufren hemorragias, y pensar, que estos ¡hijos de perra!, querían hacerme pasar por uno de ellos… Porque sí, Elena, los propios agentes fomentaron este rumor, y los estudiantes lo creyeron o por lo menos, no lo desmintieron… Una de las razones es que permanecí libre hasta el 2 de enero. No me agarraron en
CU
el 18 de septiembre a pesar de mis ciento diez kilos que jamás pasan desapercibidos, y no me agarraron el 20 de septiembre, día en que les cayeron a unos muchachos, ahora presos en Lecumberri, en la casa que dejé veinte minutos antes de que a ellos los pepenaran. ¿Por eso soy agente del gobierno?

El sábado 11 de enero de 1969, me llamaron del «Turno de Mujeres» en Lecumberri a «Defensores» y me encontré con mi papá; ese día de veras me sentí mal, pues mi papá estaba muy… como diré… era una mezcla de miedo y coraje, no sabía si consolarme o regañarme, pero por primera vez vi sus ojos llenos de lágrimas y me sentí el ser más miserable. Al poco rato —porque no dejan entrar más que a un familiar— apareció mi mamá llorando. Yo hasta le había mandado con una de las celadoras del Turno de Mujeres una carta donde le decía que no se apurara, que yo estaba muy bien, pero ni modo, ya estaba ahí. Los consolé como pude a cada uno por separado y se fueron. Por la tarde me trasladaron a la Cárcel de Mujeres donde estoy desde entonces. Mi mamá murió el 24 de noviembre, hace un año, nomás tengo a mi papá que viene miércoles y domingos a verme. Mis papas son apolíticos y nunca entendieron por qué vine a dar aquí. Mi mamá se murió sin entender y mi papá, pues trata de darse ánimo… Yo no creo justa la sentencia, ni siquiera el encarcelamiento, no somos, pese a lo que el gobierno diga, delincuentes; somos gente joven que luchó por un ideal, el de que las leyes no sean sólo admiradas y consideradas como unas de las más revolucionarias del mundo sino que se cumplan sin distingos; el de que los funcionarios no sean tan corruptos y no abusen de su autoridad; el ideal de que un pueblo tenga derecho como su ley lo establece de enjuiciar a sus funcionarios, en fin, de que exista realmente la democracia y la justicia para todos. Creo que el presidente cuando toma posesión dice algo así como: «… que el pueblo me demande…». Me consta que en el Zócalo llegó a haber unas setecientas mil gentes demandándole y no contestó, perdón, sí contestó pero a través de sus granaderos que nos golpearon. ¡Quizá me sentencien a otros dieciséis años por esto que el gobierno considerará un insulto, pero qué importa si ya seré tan vieja cuando cumpla la primera sentencia, que dieciséis años más!, ¡ya qué! Además si los primeros me los echaron gratis, porque antes ni siquiera esto había dicho, siquiera que me los echen por algo, aunque tampoco esto que digo, es delito alguno!…

• Roberta Avendaño,
Tita
, delegada de la Facultad de Leyes ante el
CNH
.

VALLEJO-VALLEJO-¡LIBERTAD!-VALLEJO-LIBERTAD-VALLEJO

• Coro en la manifestación del 13 de agosto de 1968.

LÍDER HONESTO IGUAL A PRESO POLÍTICO.

• Cartel en la Facultad de Ciencias Políticas de la
UNAM
.

Desde su detención en 1959 cuando encabezaba el movimiento ferrocarrilero que aspiró a crear un sindicalismo independiente, Vallejo ha venido padeciendo sucesiva y conjuntamente castigos judiciales y públicos reservados al oposicionista que no ha entendido la teoría de la componenda y el arreglo. El artículo 133 del Código Penal Federal, que intenta tipificar el delito de disolución social, le fue aplicado con helado rigor extremo, lo mismo que otras variadas configuraciones (pretendidamente legales) de la misma idea oficial: discrepar es traicionar; disentir, así sea de un modo legítimo, legal y público, es hacerse merecedor de todo el peso de la represión… Porque tan grave es la anticonstitucionalidad de las razones oficialmente dichas para justificar el prolongado encarcelamiento de Vallejo y Campa, como la indiferencia pública, la consumada indiferencia de la inmensa mayoría hacia el fenómeno de los presos políticos.

Una cosa se corresponde con la otra: la notoria despolitización del mexicano se identifica plenamente con su evidente amoralidad, con la irremediable desidia que le provoca la mera idea de indignarse ante cualquier forma de injusticia. Despolitizar no es sólo convencer a todos los ciudadanos de la inutilidad de preocuparse por los asuntos públicos, de la inexorabilidad de todas las decisiones al margen de cualquier posible intervención de la voluntad colectiva. Despolitizar no es únicamente volver la tarea de la administración de un país asunto mágico y sexenal, resuelto a través de una pura deliberación íntima: también despolitizar es privar de signos morales, de posibilidad de indignación a una sociedad. Es aniquilar la vida moral como asunto de todos y reducirla al nivel de problema de cada quien: es decir, la muerte de la moral social y el estímulo a la moralidad pequeñoburguesa, hecha de la necesidad de prohibir, nunca, como en el caso de la verdadera moral, de la capacidad de elegir.

• Carlos Monsiváis, «La Cultura en México», núm. 322, para abril 17 de 1968,
Siempre
!

…encontré sobre la mesa de mi oficina una de tus cartas en la que me cuentas de tu visita a Vallejo y a Campa. ¡Qué vergüenza y qué gran pena! Tiende uno a olvidar mucho de lo que más lastima, rodeándose de una especie de gran silencio que de repente se llena de ruidos. Este magnífico y egoísta silencio con el que nos protegemos y nos olvidamos. Cómo es posible que podamos vivir tan «confortablemente» solos, tan bien protegidos, tan indiferentes. Me duele enormemente imaginar la pequeña figura de Vallejo en su limpia celda, tomando leche como un gato, esperando a que un día pueda salir y volver a… ¿a qué? A una calle y a un grupo de hombres que lo verán con cierta curiosidad pero con fundamental indiferencia. ¿Qué va a hacer cuando salga? ¿Cómo va a vivir? ¿A quién va a amar? ¿Cómo va a trabajar? Me espanta aún más esto que el imaginarlo en la cárcel bebiendo leche.

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