La noche de Tlatelolco (21 page)

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Authors: Elena Poniatowska

Tags: #Historico, Testimonio

BOOK: La noche de Tlatelolco
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• Eduardo Santos, de la Facultad de Comercio de la
UNAM
.
Revista de la Universidad
, Volumen XXIII, número 1, septiembre de 1968.

Con Ayax también tuvimos problemas. Como a los tres días de declarada la huelga en la
ESIME
llegó a una asamblea matutina, se presentó como instructor de talleres o de educación física de la Vocacional 7 —no recuerdo bien lo que dijo que hacía— y nos dijo que tenía mucha experiencia en esas cosas de huelgas, que como maestro del Instituto quería ayudarnos. Nos propuso que formáramos un grupo de choque; «sería como el departamento de defensa de su Comité de Huelga».

—Ustedes díganme quiénes quieren formar parte de este cuerpo de choque y yo los entreno. Seguramente dentro de poco tratarán de golpearlos, de agredirlos y deben estar preparados. La política de ustedes debe ser la ley del Talión: ojo por ojo diente por diente. Si te pegan, pega, si te matan, mata… —Ése fue su consejo. Lo corrimos del auditorio y la asamblea le prohibió volver por ahí. No volví a saber de él sino en el Campo Militar número 1 cuando me informaron que Ayax me acusaba de querer organizar grupos de choque.

• Félix Lucio Hernández Gamundi, del
CNH
.

Algunas noches, cuando me duermo, siento como que un muro de bayonetas se va estrechando alrededor de la litera.

• Florencio López Osuna, del
CNH
.

Yo trabajo en el rastro; bueno, trabajaba; vendía vísceras, tripas y esas cosas en un mercado. Sé destazar y todo… Se me ocurrió ir a ver cómo se quemaba un tranvía y me paré a bobear… Por eso estoy aquí, de veras, por eso. Hoy me doy cuenta que es muy alto el precio de mi curiosidad por detenerme en las calles de Estaño e Inguarán a ver quemarse el tranvía, porque nunca imaginé que ése solo hecho fuese suficiente para que se me acusara de haber cometido tantos delitos. En la Jefatura de Policía a donde me llevaron me golpearon hasta que se les hizo bueno. Hasta me amenazaron de muerte para que aceptara haber participado en el Movimiento Estudiantil, para que aceptara haber agredido a los agentes de la autoridad. Nada de esto es cierto, en cambio sí es verdad que fui incomunicado durante ocho días, que no me dejaron ver a mis familiares y que ni siquiera sé qué cosa es un defensor. Sí, firmé una declaración, a base de golpes y amenazas. Era una declaración prefabricada en la que reconocía haber cometido hechos a los que soy ajeno. Cuando me llevaron a «ratificarla» no tuve cerca de mí abogado alguno… Hasta ahora sé cuáles son mis derechos porque me han quitado la venda de los ojos mis compañeros de la crujía, pero ni siquiera sabía lo que era un defensor de oficio, una diligencia, un interrogatorio. Nunca entendí lo que me dijeron en la diligencia por mi total desconocimiento de lo que se me dijo, puesto que es un lenguaje técnico que desconozco. Yo soy un hombre ignorante. Ahora, en la crujía me han ayudado a escribirles a los señores magistrados del tribunal, pero solo jamás hubiera podido hacerlo. Lo único que puedo afirmar es que me hicieron ratificar una declaración falsa e ilegal obtenida a base de violencia. Así como el mío hay quince casos de inocentes presos por el Movimiento Estudiantil; quince aquí en la Crujía C, y dos, o quizá más en la Crujía M, donde están los churreros Félix Rodríguez y Alfredo Rodríguez Flores, obreros de la Churrería de México que agarraron el 23 de septiembre en Zacatenco, el día del Casco de Santo Tomás, nomás porque iban pasando… Así como yo, ya tienen dos años sin juicio, sin sentencia, y sin tener nada que ver con el Movimiento.

• Manuel Rodríguez Navarro, trabajador, preso en Lecumberri.

Hechos que serían graves en una sociedad civilizada, nosotros los miramos con indiferencia y hasta como normales. No hay barras, sindicatos o colegios de abogados que discutan el asunto. Tal vez sus miembros sean empleados de bancos, burócratas o litigantes que temen sufrir represalias en su ejercicio profesional.

• Manuel Moreno Sánchez, «Complejo Antijuvenil. Novelas, Crímenes y Errores»,
Excélsior
, 5 de mayo de 1959.

El día 2 de octubre de 1968 salí de mi trabajo a las 5.30 horas P.M. junto con mi ayudante, pues ejerzo el oficio de tornero mecánico, y me dirigí a mi domicilio situado en Estaño 15 colonia Maza, zona postal 2, donde tomé mis alimentos como a las seis de la tarde. Estaba comiendo cuando escuché ruido como de cohetes, (luego supe que se trataba de armas de fuego) y que provenía de la Unidad Tlatelolco.

Salí a la calle para saber lo que ocurría y desde la calzada de la Villa me di cuenta que el ejército tenía rodeada la Unidad y que los soldados iban armados con ametralladoras y fusiles y que había tanques. En mi trayecto crucé por la calle de Manuel González, donde los soldados detenían a todos los transeúntes, sin ningún motivo, solamente por su apariencia de jóvenes. Me preguntaron: «¿Qué cosa haces tú aquí?», y me pidieron mi documentación. Como yo no llevaba ninguna, con ese pretexto me detuvieron y presentaron con un oficial que me preguntó: «¿A qué te dedicas?». Yo le dije que era trabajador.

—La madre, éste es estudiante, fórmelo ahí.

Me colocaron contra un auto negro, recargado con las manos y los pies abiertos. Ahí me esculcaron y me golpearon sin ningún motivo. Cómo ve usted, fui detenido sin mediar más elemento en mi contra que haber pasado por las cercanías del lugar de Tlatelolco y porque les pareció a los militares que yo tenía aspecto de estudiante. Así fue como se inició toda la serie de hechos que me tienen todavía en prisión.

Terminado el registro, los soldados nos llevaron a los jóvenes detenidos al pie de un camión del ejército, donde nos hicieron quitarnos los zapatos. Una vez descalzos nos formaron recargados con las manos contra el camión y abiertos los pies y empezaron a golpearnos con el canto de la mano, a pisarnos los pies descalzos y a golpearnos en los testículos. Y nos cortaron el pelo.

Fuimos ultrajados por los militares, violando los derechos que nos asisten en este país. Yo creo que ni a los peores criminales se les trata de ese modo. Posteriormente llegó una camioneta pánel con granaderos y los soldados se formaron en dos hileras, de manera que nosotros los detenidos teníamos que pasar por en medio. Al ir pasando, los soldados nos daban. Yo recibí un culatazo en el costado izquierdo y un golpe con el cañón del fusil en el labio superior, que me abrió una herida. Fuimos metidos a la camioneta a empellones. En el trayecto fueron subidos más detenidos y nos hallábamos amontonados, casi asfixiados. Al llegar a la Jefatura de Policía nos llevaron al sótano y después nos condujeron al segundo o tercer piso. En el trayecto, un gran número de granaderos y agentes nos golpearon gritando: «¡Pinches estudiantes, hijos de su puta madre, por su culpa no hemos dormido durante una semana!», y nos golpearon a patadas, y también con sus cascos y sus macanas, mientras nos seguían insultando.

Rendimos nuestra declaración preparatoria ante el Ministerio Público. Yo firmé, pero quiero hacer constar que se dejó un espacio en blanco al final de la hoja, y cuando lo vi de nuevo, noté que se había falsificado mi documento. La falsificación consistió en poner un agregado en el que yo aceptaba haber estado en Tlatelolco, haber disparado una pistola Llama, calibre 38 y que vacié dos cargadores sobre las personas que asistieron al mitin de Tlatelolco y tiré la pistola a la Plaza.

—¡Señor magistrado, yo desearía saber qué castigo merecen las autoridades que falsifican unos documentos tan importantes como una declaración que compromete a una persona inocente y qué manera tengo de probar que todo eso es mentira!… Además, en la propia Jefatura de Policía, todos los detenidos fuimos fichados y sin más averiguaciones un agente dijo que me pusieran en la ficha: «Agitador comunista». También se nos hizo la prueba de la parafina… Llevo en Lecumberri dos años sin haber tenido la oportunidad de defenderme.

• Antonio Morales Romero tornero mecánico, preso en Lecumberri.

Esto mismo sucedió con Servando Dávila Jiménez y con Alfonso Saúl Alvarez Mosqueda, también víctimas del poder judicial. Como lo dice muy bien Servando Dávila Jiménez: «Llenar las cárceles de jóvenes ciudadanos estudiantes y no estudiantes, dictándoles un auto de formal prisión sin base jurídica alguna, lanzándoles calumnias imaginadas por algún policía de segunda categoría, significa atentar gravemente contra el orden jurídico y social del país, independientemente de que no exime al régimen de la responsabilidad que tuvo en los hechos».

• Manuel Rodríguez Navarro, obrero, preso en la cárcel de Lecumberri.

A cada instante, en la fría celda de la prisión militar donde me incomunicaron, volvía a mi memoria la imagen de aquel compañero muerto, a quien vi ser arrastrado escaleras abajo en el edificio Chihuahua. Su recuerdo, como el de otros muchos caídos en la lucha, lejos de atemorizarnos nos alienta a continuar luchando por la victoria. Ésta, como ya fue demostrado en las gloriosas jornadas del 68, pertenecerá en definitiva al pueblo, y como parte de él, a todos nosotros.

• Pablo Gómez, de la Escuela Nacional de Economía de la
UNAM
, de las Juventudes Comunistas.

La cárcel política es una verdadera escuela de revolucionarios.

• Gilberto Guevara Niebla, del
CNH
.

¿Qué pasa afuera? ¿Cómo están todos?

• Manuel Marcué Pardiñas, periodista, preso en Lecumberri.

A mí me incomunicaron en la Prisión Militar. La celda de Sócrates quedaba frente a la mía. Nos sacaban de las celdas y nos interrogaban en un cuartito especial. Una noche escuché que regresaba Sócrates de un interrogatorio y lo traían dos oficiales. Uno caminaba al lado de Sócrates, y otro, por lo que pude oír, quedó un poco atrás. Le abrieron la puerta de su celda y en ese momento Sócrates le dijo al oficial que lo conducía:

—¡Ah, se me olvidaba, le di otra metralleta (no me acuerdo si dijo que a Cabeza de Vaca o a Peña)… Se me había olvidado decirlo…

El otro oficial desde el corredor donde se había quedado rezagado preguntó:

—¿Qué dice?

Encerraron a Sócrates en su celda y un oficial le dijo al otro:

—Bueno, pues vámonos.

• Pablo Gómez, de la Escuela Nacional de Economía de la
UNAM
, de las Juventudes Comunistas.

Hay un maestro, un gran economista, un
intelectual
que siempre se la juega y se porta bien a la hora de la verdad: don Jesús Silva Herzog. El 9 de mayo de 1969, cuando le hicieron un homenaje por sus cincuenta años de maestro, en un banquete en la hacienda de Los Morales, lleno de discípulos y de maestros y de expertos en economía, pero sobre todo lleno de personajes gubernamentales (el ingeniero Norberto Aguirre Palancares asistió en representación del Presidente de la República, Gustavo Díaz Ordaz), don Jesús se levantó de su asiento para agradecer el homenaje que se le brindaba y en su breve discurso pidió la libertad de los maestros y estudiantes presos.

• Manuel Marcué Pardiñas, periodista.

Habíamos llegado a la crujía N unos dos meses antes, éramos unos «fresas» como presos políticos; cantábamos mucho, no por nostalgia, tampoco por alegría, sólo por el gusto de hacerlo, creo que ésa es una característica de un preso «fresa»: cantar casi todas las noches acompañado de una guitarra. Al parecer eso le da mucho «sabor carcelario» a las noches en prisión. Nos encontrábamos permanentemente «acelerados» y es fácil entender el por qué: agosto y septiembre de 1968 fueron dos meses muy intensos para México; yo no me sentía al margen de eso. Noticias y más noticias llegaban, volantes introducidos subrepticiamente a la cárcel en brassieres y zapatos eran pasados de mano en mano produciendo exclamaciones de lo más variado entre los presos políticos que ocupábamos en aquel entonces la crujía N. «Este pinche gobierno se va a chingar con nosotros…» «Vamos a mandarles una carta a estos cuates para que no se mareen…» «Qué madriza le ponen aquí a Díaz Ordaz…».

No era para menos, la crujía N era un
tutti frutti
político: maoístas, trotskistas, guevaristas y la más reciente remesa: veintidós comunistas y cuatro sin partido. Cualquiera se da cuenta de que ésa es una mezcla explosiva, pero sin embargo había un ambiente de respeto y solidaridad entre nosotros. Fuimos recibidos con cariño y amistad por Rico Galán, «los trotskos» y todos los presos políticos anteriores a los del Movimiento, eso nunca lo podremos olvidar.

Una tarde encerraron en sus crujías a todos los presos comunes, toda la cárcel quedó en silencio y a la expectativa. Pronto supimos a qué se debía, se empezó a escuchar un rumor proveniente de la calle, poco a poco aumentaba de intensidad. «¡Vienen por nosotros!», gritó un compañero; sí, ahora lo escuchaba mejor; claramente oí: «
Libertad presos políticos

Libertad presos políticos
… ¡LIBERTAD PRESOS POLÍTICOS!». Sentí que se me ponía la cara como «carne de gallina»; de pura desesperación apreté los puños y todos empezamos a gritar: «Goya… Goya… cachún cachún ra ra, cachún, cachún ra ra, Goooya… Universidad! ¡Goya… Goya… cachún cachún ra ra, cachún cachún ra ra… Goooya, Universidad!». Grité tan fuerte que me dolió la garganta, nos quedamos en silencio y a manera de respuesta claramente se escuchó desde la calle: «¡MUERA DÍAZ ORDAZ! ¡MUERA DÍAZ ORDAZ!». Sentí que necesitaba llorar de alegría y coraje, pero no lo hice por vergüenza ante mis compañeros. Me sentía parte de los que nos gritaban desde la libertad y toda la desesperación que me producían los muros y las rejas que me separaban de aquellos a los que sentía profundamente míos salía por mi garganta en gritos de respuesta, era necesario que ellos también nos oyeran, que supieran que no por estar presos dejábamos de estar junto a ellos. Yo era —como ahora lo soy— parte de ellos, parte separada por las rejas, pero al fin y al cabo uno de ellos.

Los periódicos, los noticieros de radio y televisión y nuestros familiares, principalmente éstos, se convirtieron en nuestros canales de información. Recuerdo que había compañeros que eran verdaderos especialistas en noticieros, sabían en cualquier momento en qué estación se podía escuchar un boletín informativo. De esta manera, cuando aquel 13 de septiembre de 1968 todos queríamos estar al tanto de nuestra manifestación, no era necesario mantener durante una hora la radio en la «guapachosa y cosquilleante Radiooo AAAAAA… IIIIII… Canal Tropical», simplemente bastaba con presentarse a la celda de uno de estos diligentes camaradas para que con la sola presencia se activara un extraño mecanismo interno que hacía que nuestro hombre-agencia-noticiosa nos pusiese al tanto de todo lo relacionado con la manifestación. Creo que ni Díaz Ordaz estaba tan bien informado.

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