—Capitán Kirk, Spock informando —se oyó por el intercomunicador de la pared, emplazado por encima de la cabeza de Kirk.
Kirk no se había dado cuenta de que estaba tan cansado.
Se había tendido durante un momento… pero una rápida ojeada a su cronómetro le indicó que había dormido durante varias horas. Mientras sacudía la cabeza, medio dormido, tendió la mano hacia el botón de respuesta del intercomunicador.
—Aquí Kirk.
—Capitán, ¿podría venir al puente de inmediato, por favor?
—Voy hacia allí. —Kirk ni siquiera se molestó en preguntar el porqué. Si Spock quería que fuera al puente era porque o bien tenía algo que quería mostrarle, o bien algo que no deseaba confiarle a la seguridad del sistema de comunicaciones de la nave.
Kirk tardó menos de un minuto en llegar al puente y avanzar hasta donde se hallaba Spock. Tanto Thallan como Othol estaban con el oficial científico.
—Informe, señor Spock.
—Capitán, solicito permiso para lanzar de inmediato los torpedos de fotones, señor.
—Por supuesto, señor Spock. ¿Por qué necesita mi permiso para emprender una acción que yo ya había aprobado? —quiso saber Kirk.
—A causa de la negligencia por mi parte como oficial científico —replicó Spock sin emoción alguna.
—¿Negligencia? Explíquese.
—Señor, fui apartado de esta estación para proporcionarle la ayuda necesaria a la tripulación del transportador con el fin de llevar a cabo el rescate de la superficie del planeta —explicó Spock—. Durante mi ausencia de este puesto, la situación de la inestabilidad de Mercaniad fue más allá de mi control. Ha requerido todo mi tiempo desde el momento en que fui transferido de vuelta a bordo, junto con la ayuda de los miembros de la Técnica aquí presentes, el actualizar mis conocimientos y la biblioteca de la computadora en lo referente a la situación de Mercaniad…
—Spock, vaya al grano.
—Acabo de descubrir que ya es demasiado tarde para disminuir las explosiones de Mercaniad mediante el lanzamiento de los torpedos de fotones al interior de su núcleo.
—¿Qué quiere decir, señor Spock? —preguntó Kirk—. Especifique.
—Mercaniad ha avanzado en sus explosiones mucho más rápidamente de lo que yo había previsto —explicó el oficial científico—. Los datos que me han proporcionado Thallan y Othol acaban de ser analizados por la computadora de la nave. Yo he realizado un análisis independiente mediante el alineamiento de algunos de los datos con el fin de simplificar la ecuación. Mis resultados concuerdan con los de la computadora con una diferencia de un dos coma treinta y nueve por ciento, lo cual está perfectamente dentro de los límites de coincidencia que pueden esperarse cuando se utilizan los métodos de alineación que he adoptado.
Kirk reflexionó sobre aquello durante un momento.
—¿Y qué ocurriría si ahora enviáramos esos torpedos a la estrella? —preguntó finalmente.
—¿Puede concederme aproximadamente dos minutos coma cuatro para realizar los cálculos, capitán? Son excesivamente complejos porque estamos trabajando con reacciones de fusión en unas condiciones muy inestables…
—Hágalo, Spock. El tiempo pasa —le replicó Kirk y se apartó del oficial científico, dado que sabía que lo mejor era no molestar a Spock en un momento como aquél.
Se dejó caer en el sillón de mando y pulsó el botón del intercomunicador.
—Señor Scott, aquí Kirk. ¿Cuáles son sus últimas estimaciones respecto a los escudos?
—Capitán, no sé si podremos mantenerlos durante otras diez horas… lo cual no bastará para protegernos hasta que acabe la Prueba… si los cálculos del señor Spock son correctos… cosa que habitualmente es así. No puedo mantener estos escudos el tiempo suficiente como para detener todos esos rayos hiper–Berthold, señor.
—Suponiendo que desviáramos toda la energía de reserva hacia los escudos, Scotty, ¿podríamos conseguirlo?
—¿Qué alimentaciones quiere que corte, capitán?
—Todos los sistemas internos posibles. Todos los circuitos no esenciales que puedan desconectarse sin dejarnos en una situación en la que no podamos avanzar en menos de unos pocos minutos a partir del momento de encendido. Retire los escudos contra los ultravioletas; esos rayos no traspasarán el casco de la nave, no importa lo potentes que sean, y si se decolora la pintura, ¿qué? Baje el nivel contra los infrarrojos, baje los controles de la temperatura del sistema del soporte vital al mínimo necesario para que nuestros componentes electrónicos no corran peligro, y deje que sudemos si eso es lo que hay que hacer.
—¡Sí, señor, así lo haré! Pero eso sólo nos dará alrededor de cuatro horas más de protección… y cuando hayamos acabado no nos quedará energía suficiente a bordo ni para hervir el agua del té.
—Scotty, haga lo que pueda… pero mantenga sólo la protección necesaria para evitar que acabemos fritos.
—Sería de alguna ayuda, capitán, si pudiéramos trasladar a casi toda la tripulación tan lejos del casco exterior como sea posible —sugirió el oficial ingeniero—. La masa disminuye el poder letal de los rayos Berthold…
—Gracias, Scotty. Me encargaré de eso. —Cerró el comunicador y a continuación le dirigió la siguiente pregunta a su timonel y oficial de seguridad—. Señor Sulu, ¿está preparado para activar el procedimiento de seguridad de máxima radiación?
—¿E1 programa «refugio anticiclónico»? Sí, señor. Pero el meter a cuatrocientas personas en un espacio habitualmente ocupado por alrededor de cincuenta puede resultar demasiado apretado si tenemos que permanecer allí durante más de veinticuatro horas, señor. El saneamiento también llega a ser un problema…
—Podría tratarse de un problema de incomodidad o muerte, señor Sulu —le recordó Kirk.
—Sí, señor. Ya lo sé. Tendremos que evacuar el puente en caso de adoptar el procedimiento de máxima protección, capitán.
—Estoy al tanto de ello, señor Sulu. ¿Qué problema hay con ello, ya que le preocupa tanto como para llamar mi atención sobre ese punto?
—Estamos recibiendo una gran cantidad de fotones estelares y flujo de partículas con carga, además de las radiaciones electromagnéticas y los rayos hiper–Berthold, señor. Tengo que corregir manualmente a cada instante todos nuestros sistemas automáticos. Un solo protón estelar que atravesara los escudos y uno de los microcircuitos del piloto automático… y podríamos entrar en la atmósfera del planeta en menos de una órbita.
—Así que está usted diciéndome que alguien deberá permanecer aquí y controlar los circuitos automáticos en caso de una tormenta estelar extrema, ¿no es eso?
—Sí, señor. Y yo me quedaré.
Kirk meditó sobre aquello durante un momento.
—No, señor Sulu. La palabra «sacrificio» no aparece en ninguna de las ordenanzas de la Flota Estelar… y tampoco está en mi vocabulario personal. Si las cosas llegan a ponerse tan mal, nadie permanecerá en este sitio. Señor Chekov, trace un rumbo de permanencia del mínimo consumo energético que nos lleve a un punto lo suficientemente alejado de esa estrella como para que los escudos nos protejan.
—Sí, señor. Yo también prefiero estar vivo y con escasez de energía, que quedarme aquí y hervir como un samovar —replicó el navegante con una sonrisa torcida, y se puso a trabajar en el trazado de dicho curso.
—Capitán, ya tengo las cifras para someterlas a su consideración —anunció Spock desde su puesto—. Si enviamos dos torpedos de fotones directamente al núcleo de Mercaniad dentro de exactamente veintitrés minutos coma uno, existe una posibilidad en cinco coma tres de que la estrella se estabilice o disminuya sus explosiones. La alternativa no es una nova corriente, señor, sino una supernova que comenzaría con un colapso del núcleo, progresaría hasta un estallido de la cromosfera y la fotosfera, y culminaría en una estrella de neutrones que empeoraría hasta convertirse en un agujero negro.
—¿Recomendaciones, Spock?
—Con esas probabilidades, capitán, preferiría no hacer ninguna recomendación.
—¿No tiene espíritu de jugador, señor Spock? —preguntó retóricamente Sulu.
—Señor Sulu, los vulcanianos no juegan —le recordó Spock.
—Pero yo tengo que hacerlo —señaló Kirk—. No me gustan las probabilidades, pero no tengo nada mejor. Si desaparecemos, lo haremos en una llamarada de gloria. Por lo demás, contamos con una posibilidad razonable de conseguirlo. —Kirk hizo una pausa. Sabía que había otros factores a tener en cuenta, incluyendo todo un planeta con su población de millones de humanoides poseedores de una civilización avanzada y única. Ellos sobrevivirían a la Prueba en la seguridad de sus refugios suboceánicos, como lo habían hecho durante incontables generaciones. Pero la
USS Enterprise
y las 430 personas que estaban a bordo de ella, acompañadas por un pequeño contingente de mercanianos, no podría sobrevivir. No había tiempo para realizar un análisis detallado, ni para apreciaciones angustiosas. La decisión debía ser tomada… y debía hacerse de inmediato.
La situación con la que se enfrentaba James T. Kirk, capitán de nave espacial de la Flota Estelar de la Federación de Planetas Unidos no era más que una de las razones por las que muy pocos ciudadanos de la Federación conseguían ascender hasta las altas esferas de mando.
—Señor Sulu, arme y prepare para su lanzamiento dos torpedos de fotones. Pídale al señor Spock los datos de detonación y las coordenadas del curso. Ejecución inmediata.
—Sí, señor.
—Los datos están en la unidad de control del lanzatorpedos —anunció Spock.
—Lanzamiento en cuanto estén preparados —dijo Kirk con voz queda, demasiado consciente de lo que acababa de ordenar.
Estaba haciendo mucho más que unas meras chapuzas en el funcionamiento de una estrella; aquello podía ser mucho menos explosivo a la larga, que las chapuzas que estaba haciendo con una civilización humanoide, chapuzas que ya no podían evitarse.
—Los datos ya han sido registrados. Lecturas de dirección verificadas. Impulso interno. —Sulu manipulaba los interruptores—. Fuego uno… Uno fuera. Fuego dos… Dos fuera.
El inconfundible sonido del lanzamiento de dos torpedos de fotones recorrió el puente.
—Crucen los dedos —musitó Chekov.
—No deje que Spock lo vea hacer eso —le aconsejó Sulu en voz baja.
—Uhura —dijo Kirk, volviéndose a mirar a su oficial de comunicaciones—. Copias de todos los datos de la biblioteca de la computadora en al menos tres cápsulas de mensaje, y envíelas hacia el brazo de Orión tan rápidamente como pueda. Si esta estrella se convierte en una supernova, quiero que algunos registros de lo que hemos hecho sean impulsados por la onda expansiva de forma que una nave de la Federación pueda interceptarlos algún día.
—Sí, señor. ¿Debo continuar con la transmisión de las señales de socorro de rutina a través de todos los canales subespaciales?
—Por todos los medios. Alguien podría captarlas —observó Kirk—. Si el alto mando de la Flota Estelar no sabe que tenemos problemas, eventualmente comenzarán a preguntarse dónde estamos. Comenzarán a inquirir sobre qué ha sido de la
Enterprise
, y si llegan a detectar una supernova en esta zona, vendrán a echar un vistazo… si no tienen ya algo en camino a factor hiperespacial ocho, en todo caso…
—Las cápsulas mensajeras han sido lanzadas, capitán.
—Gracias, teniente. Spock, la situación de los torpedos, por favor.
—Los sensores le siguen la pista a ambos. Los dos mantienen su curso. Impacto simultáneo en ambos polos estelares dentro de… cuatro minutos coma tres… y las detonaciones serán casi simultáneas a su entrada a la velocidad hiperespacial factor dos.
Kirk advirtió que Thallan y Othol estaban ahora de pie junto a Spock, ambos con un aspecto algo perplejo.
—Thallan, ¿comprende qué es lo que acabamos de hacer?
—Apenas, James Kirk —replicó el técnico de más edad—. Su traductor no vierte con precisión el significado de algunas palabras porque no existen en nuestro idioma. Pero consigo seguir la mayor parte del proceso. Mi problema más grande, y estoy seguro de que Othol lo comparte, es que está resultándome un poco difícil el adaptar mis conceptos del universo para que encajen con lo que estoy viendo y escuchando.
—Tres minutos coma cinco —anunció Spock.
—Hemos lanzado hacia Mercaniad unos dispositivos que penetrarán en su interior —intentó explicarle Kirk—. Una vez dentro, liberarán una gran cantidad de energía de un tipo específico. Si lo hemos hecho correctamente, si la computadora está en lo cierto, si todos los datos que ustedes nos han aportado son correctos, y si tenemos una cantidad considerable de suerte, la cual es una palabra que no tiene traducción para ustedes, ya lo sé, la Prueba concluirá y Mercaniad se asentará en una condición estable a partir de ahora. No habrá más Pruebas. Por otra parte, si todo lo que sabemos resulta ser erróneo… o si no lo hemos hecho todo con una corrección precisa, Mercaniad estallará.
Thallan guardó silencio durante un momento.
—Si Mercaniad estalla, ¿qué ocurrirá con la Morada? —preguntó finalmente.
Kirk no dijo nada; sólo negó con la cabeza.
—¿Y se ha aventurado usted a eso, a la posibilidad de destruir así a todo un planeta, todo un pueblo, toda una cultura? —quiso saber Othol.
—No tenía otra alternativa. Si sus guardianes hubieran cooperado, podríamos haber hecho algún acuerdo que obviara todo esto —observó Kirk.
—¿Por qué vinieron a Mercan? —preguntó Othol, repentinamente furioso—. Nosotros estábamos desarrollando formas completamente nuevas de vivir juntos. ¡En tres generaciones hubiéramos cambiado la totalidad de la Morada! ¿Por qué se han inmiscuido?
—En tres generaciones ustedes habrían descubierto lo que nosotros ya sabemos —agregó Spock—, y ustedes mismos hubieran intentado hacer lo que estamos haciendo ahora. De hecho, la ayuda que me han proporcionado ha puesto en mi conocimiento que ya disponen de todos los datos básicos para intentarlo. Habrían encontrado algún factor que los hubiera conducido a ello.
—¡Pero ustedes han firmado la sentencia de muerte de un planeta sin consultarlo siquiera con nosotros! —insistió Othol.
—Othol, esa «sentencia de muerte» incluye también a todos los que estamos a bordo de esta nave. No me quedaba otro recurso que el de tomar esa decisión. Nosotros no vinimos aquí de forma deliberada. Intentamos interactuar con ustedes de una forma que ejerciera el menor impacto posible sobre su forma de vida. Pero las fuerzas vivas de Mercan son de mente cerrada. Lo lamento. De todas formas, las probabilidades están a favor de que las cosas salgan bien —dijo Kirk. En el fondo, a él no le gustaba más de lo que le gustaba a Othol—. Uno no cuenta siempre con el lujo del tiempo para hacer las cosas a su manera. Las circunstancias frecuentemente lo obligan a uno a actuar y cambiar las cosas, tanto si uno quiere que cambien en ese momento como si no.