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Authors: Joe Abercrombie

Tags: #Fantasía

La mejor venganza (102 page)

BOOK: La mejor venganza
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—Veo que aún no os habéis librado de él —dijo Vitari, frunciendo el ceño al observar el gran retrato de Orso que la miraba desde la pared de enfrente.

—¿Por qué iba a quitarlo? Me recuerda mis victorias, también mis derrotas. Me recuerda de dónde vine. Y que no tengo intención de volver allí.

—Y, además, es un buen cuadro —observó Rubine con mirada triste—. Quedan muy pocos.

—Las Mil Espadas son gente muy minuciosa —la habitación había perdido todo lo que no hubiese estado clavado en el suelo o tallado en la roca. El vasto escritorio de Orso aún seguía agazapado de manera siniestra en el otro extremo, aunque con varias heridas de hacha, infligidas por alguien que intentaba encontrar algún compartimento oculto en su interior. La enorme chimenea, sostenida por las monstruosas figuras marmóreas de Juvens y de Kanedias, las cuales no habían podido llevarse, guardaba en su interior unos cuantos leños llameantes que apenas calentaban el cavernoso interior de la sala. La gran mesa circular seguía en su sitio, con el mismo mapa desplegado encima de ella. Tal y como había estado aquel día en que Benna lo miró por última vez, aunque manchado en una esquina con unos cuantos puntos oscuros, las gotas secas de la sangre de Orso.

Monza se acercó a la mesa, torciendo el gesto al sentir una punzada en la cadera, mientras sus ministros se sentaban en la circunferencia que la bordeaba, tal y como hacían los de Orso. Dicen que la historia se mueve en círculo.

—¿Qué noticias me traen?

—Buenas —dijo Vitari—, siempre que os agraden las malas. He oído que los de Baol han cruzado el río con una fuerza de diez mil hombres e invadido el territorio de Ospria. Muris ha declarado su independencia y la guerra a Sipani, otra vez, mientras que los hijos de Sotorius luchan entre sí por las calles de la ciudad —movió un dedo por encima del mapa, como queriendo extender el caos sobre todo el continente—. Visserine sigue sin jefe y, tras el saqueo, sólo es una sombra de lo que fue. Hay rumores de peste en Affoia, y de un gran incendio en Nicante. Puranti está dominada por los tumultos. Y en Musselia comienza a imperar el desorden.

—¡Ay de Styria! —Rubine se mesó la barba por lo incómodo que se sentía—. Dicen que Rogont tenía razón. Que los Años de Sangre habían terminado. Porque los Años de Fuego sólo acaban de comenzar. En Westport, los hombres santos predican el fin del mundo.

—Esos bastardos proclaman en fin del mundo siempre que se caga un pájaro —Monza se burlaba—. ¿Queda algún sitio libre de calamidades?

—¿Talins? —Vitari paseó su mirada por la habitación—. Aunque he oído que el palacio de Fontezarmo sufrió últimamente algunos saqueos. Y Borletta.

—¿Borletta? —apenas un año antes Monza le había referido a Orso en aquel mismo sitio los detalles del atroz saqueo al que ella misma acababa de someter a la ciudad. Por no hablar de la cabeza de su líder, que había clavado en una pica justo encima de sus puertas.

—La joven sobrina del duque Cantain frustró los planes que los nobles de la ciudad habían hecho para deponerla. Al parecer, hizo un discurso tan bueno que todos desenvainaron sus espadas, cayeron de rodillas y le juraron fidelidad hasta la muerte. O, al menos, eso es lo cuentan.

—Conseguir que unos hombres armados caigan de rodillas es un buen efecto, aunque ella lo haya preparado todo así —Monza recordó las palabras de Rogont antes de conseguir su gran victoria:
Aunque las hojas aceradas puedan matar a la gente, sólo las palabras pueden conseguir que se pongan en marcha, y los buenos vecinos son el mejor refugio en una tormenta
—. ¿Tenemos algo que se parezca a un embajador?

—Permitidme deciros que tendremos que sacarnos uno de la manga —Rubine miraba a todos los de la mesa.

—Pues sáquense uno y envíenlo a Borletta, junto con un regalo apropiado para la persuasiva duquesa… y el ofrecimiento de nuestro afecto fraternal.

—¿Afecto… fraternal? —era como si Vitari acabase de encontrar un excremento en la cama—. No conocía ese estilo vuestro.

—Mi estilo puede ser cualquiera, siempre que funcione. He oído que los buenos vecinos son el mejor refugio en una tormenta.

—Los buenos vecinos y las buenas espadas.

—Nadie discute lo de las buenas espadas.

Rubine la miró de una manera muy compungida y dijo:

—Excelencia, vuestra reputación no es… como debería ser.

—Nunca lo ha sido.

—Pero habéis sido muy vilipendiada por las muertes del rey Rogont, del canciller Sotorius y de sus camaradas de la Liga de los Nueve. Que sólo os libraseis vos fue…

—Algo terriblemente sospechoso —Vitari lo terminó por él.

—Aunque tuvo como resultado que en Talins os quisieran mucho más. Pero en los demás sitios… Si Styria no estuviese tan poco unida, es evidente que todos se unirían contra vos.

—Necesitamos a alguien a quien echarle la culpa —dijo Grulo, mirando de soslayo a Scavier.

—En esta ocasión, la culpa debe recaer en el culpable —dijo Monza—. Estoy segura de que Castor Morveer envenenó la corona siguiendo instrucciones de Orso. Que se sepa. Que esta noticia se difunda todo lo que sea posible.

—Pero, Excelencia… —Rubine acababa de pasar de la compunción a la objeción—. Nadie conoce ese nombre. En los crímenes de importancia, a la gente le gusta tener a gente importante a la que vilipendiar.

Monza alzó la mirada. El duque Orso le sonreía triunfante desde lo alto de la batalla pintada en el lienzo, en la que nunca había participado. Apenas fue consciente de devolverle la sonrisa. Las mentiras bien urdidas siempre gustan más que las verdades aburridas.

—Entonces, hinchad su expediente. Castor Morveer, muerto sin que nadie conozca su rostro, el más infame de los maestros envenenadores. El asesino más grande y sutil de la historia. Un envenenador que también era poeta. Un hombre que podía infiltrarse en los edificios mejor guardados de Styria, asesinar a su monarca y a cuatro de sus líderes más importantes y huir sin ser detectado, como la brisa nocturna. ¿Quién está a salvo del auténtico rey de los venenos? Bueno, al menos yo tuve la suerte de salir con vida.

—Sois una pobre inocente —Vitari movía la cabeza lentamente—. Me molesta muchísimo pensar que un individuo tan infame pueda conseguir tanta fama.

—Pues, permíteme que te diga que te han pasado cosas peores.

—Los muertos no quedan muy bien como chivos expiatorios.

—Por favor, bastará con insuflarle algo de vida. Con poner en todas las esquinas pasquines que le delaten como el responsable de tan odioso crimen y que ofrezcan, digamos, cien mil escamas por su muerte.

—Pero… ¿no está muerto? —Volfier parecía muy preocupado.

—Sí que lo está, lo enterramos con todos los demás al volver a cerrar las trincheras. Lo que significa que nunca tendremos que pagar esa recompensa. Demonios, ofrezcamos doscientas mil y dará la impresión de que también somos ricos.

—Y parecer ricos es casi tan importante como serlo —dijo Scavier, mirando a Grulo con desconfianza.

—Con tal de que la patraña se difunda, el nombre de Morveer se pronunciará en voz baja aún después de que todos los presentes hayamos muerto —Vitari sonreía—. Las madres se servirán de él para asustar a sus pequeños.

—Seguro que ahora sonríe burlón en su tumba sólo con pensarlo —dijo Monza—. Por cierto, he oído que sofocaste una pequeña revolución.

—No me gustaría degradar esa palabra para referirme a unos cuantos aficionados. ¡Los muy idiotas pusieron pasquines informando de sus reuniones! Ya lo sabíamos, pero ¿poner pasquines? ¿A la vista de todo el mundo? Creo que una necedad tan grande sólo se paga con la muerte.

—Mejor el exilio —apuntó Rubine—. Una pizca de piedad siempre le hace parecer a uno virtuoso, justo y poderoso.

—Y, de paso, doy la impresión de ser esas tres cosas —deliberó consigo misma durante unos instantes y añadió—: Que reciban una fuerte multa, que se publiquen sus nombres, que desfilen desnudos ante el edificio del Senado y, finalmente, que… los liberen.

—¿Liberarlos? —Rubine arqueaba sus bien pobladas y canosas cejas.

—¿Liberarlos? —Vitari arqueaba las suyas, de color naranja.

—¿Acaso eso no me convertiría en virtuosa, justa y poderosa? Castiguémosles duramente, y daremos a sus amigos una razón para vengarse. Perdonémosles, y haremos que la resistencia parezca algo absurdo. Vigílalos, Vitari. Acabas de decir que son idiotas. Si planean alguna traición seria, nos enteraremos por ellos mismos. Y entonces podremos ahorcarlos.

—Se hará tal y como ordena Vuestra Excelencia —dijo Rubine luego de aclararse la garganta—. Imprimiré pasquines en los que se mencione la clemencia que habéis mostrado con esa gente. La Serpiente de Talins la prefiere antes que servirse de sus colmillos.

—Por ahora. ¿Cómo andan los mercados?

—Atareados, muy atareados desde la mañana hasta la noche —una sonrisa aviesa cruzó el blando rostro de Scavier—. Han llegado muchos comerciantes huidos del caos de Sipani, Ospria, Affoia y otros lugares, todos muy contentos de pagar nuestras tasas con tal de que no toquemos su mercancía.

—¿Y los graneros?

—La cosecha ha sido lo bastante buena como para pasar el invierno sin ninguna revuelta, o eso espero —Grulo chasqueó la lengua—. Pero gran parte de las tierras que lindan con Musselia aún siguen en barbecho. Los granjeros se marcharon cuando el ejército de Rogont pasó por ellas y las devastó. Luego las Mil Espadas extendieron la devastación a todo lo largo del recorrido que les llevó hasta las riberas del Etris. Cuando las circunstancias empeoran, los granjeros son los primeros en sufrir las consecuencias.

Una lección que Monza no necesitaba aprender. Por eso pasó a otro asunto:

—La ciudad está llena de mendigos, ¿no es así?

—De mendigos y de refugiados —Rubine volvía a mesarse la barba. Si seguía contando más cosas tristes, no tardaría en parecer el más inútil de todos los presentes—. Es un signo de los tiempos…

—Pues entonces deles tierras a los que puedan sacar adelante una cosecha, y que luego nos paguen el correspondiente tributo. Una tierra de campos sin labriegos no es más que barro.

—Así lo haré —dijo Grulo, asintiendo con la cabeza.

—Le veo muy callado, Volfier —el viejo veterano no había abierto la boca porque no hacía más que mirar el mapa y apretar los dientes.

—¡Esos cabrones de Etrisani! —exclamó aliviado, empuñando con fuerza el pomo de su espada—. Lo siento, Excelencia, pero es que… esos bastardos…

—¿Más problemas en la frontera? —Monza sonreía de manera perversa.

—Han quemado tres granjas —Monza dejó de sonreír—. Los granjeros han desaparecido. La patrulla que los buscaba recibió una emboscada, sufriendo un muerto y dos heridos. Los persiguieron, pero, obedeciendo vuestras órdenes, sólo llegaron a la frontera.

—Os están poniendo a prueba —dijo Vitari—. Y están muy enfadados porque eran los aliados más importantes de Orso.

—Lo dieron todo por su causa —Grulo asentía—, porque esperaban aprovecharse cuando le nombrasen rey.

—¡Esos bastardos creen que somos demasiado débiles para contenerlos! —Volfier acababa de dar un manotazo en el borde de la mesa.

—¿Y lo somos? —preguntó Monza.

—Tenemos tres mil infantes y mil jinetes, bien armados y disciplinados, todos ellos veteranos que conocen el combate.

—¿Listos para luchar?

—¡Si dais la orden, os lo demostrarán!

—¿Y los de Etrisani?

—Sólo fanfarronean —dijo Vitari, como burlándose de ellos—. Antes apenas era una potencia de segundo orden, y ahora ni siquiera eso.

—Los superamos en número y en calidad —afirmó Volfier con un gruñido.

—Es evidente que nuestra causa es justa —dijo Rubine—. Una breve incursión en la frontera para darles una lección que comprendan…

—Disponemos de los fondos necesarios para realizar una campaña más importante —dijo Scavier—. Tengo algunas ideas respecto a ciertas demandas financieras que podrían suponernos bastante dinero…

—El pueblo estará de vuestra parte —Grulo no la dejó terminar—. ¡Y las indemnizaciones superarán a los gastos!

Monza miró el mapa, enarcando las cejas al ver las pequeñas manchas de sangre que tenía en una esquina. Benna le habría aconsejado ser precavida. Le habría pedido tiempo para preparar un plan; pero Benna llevaba muerto mucho tiempo, y a Monza siempre le había gustado moverse deprisa, golpear con contundencia y preocuparse después por los planes. Por eso dijo:

—Coronel Volfier, que sus hombres se preparen. He decidido asediar Etrisani.

—¿Asediarla? —balbució Rubine.

—Consiste en rodear una ciudad y hacer que se rinda —Vitari sonreía de oreja a oreja.

—¡Conozco el concepto! —el anciano parecía muy enfadado—. Excelencia, os recomiendo ser precavida, porque Talins acaba de salir del más doloroso de los cataclismos…

—Tengo el mayor de los respetos por vuestro conocimiento de la ley, Rubine —dijo Monza—, pero la guerra es un asunto que compete a mi cartera, y puedo asegurarle que, cuando uno se mete en ella, nada hay peor que las medias tintas.

—Pero si queréis conseguir aliados…

—A nadie le gusta un aliado que no pueda proteger lo que es suyo. Necesitamos demostrar que somos gente decidida, o los lobos no tardarán en dar vueltas alrededor de nosotros, olisqueando nuestro cadáver. Necesitamos que esos perros de Etrisani tengan miedo de nosotros.

—Hagamos que paguen —dijo Scavier entre dientes.

—Aplastémoslos —añadió Grulo con un gruñido.

—Tendré a los hombres acuartelados y preparados antes de una semana —Volfier exhibió una sonrisa siniestra cuando saludó militarmente a Monza.

—Sacaré brillo a mi armadura —dijo ella, aun sabiendo que siempre estaba muy brillante—. ¿Algo más? —los cinco guardaron silencio—. Pues, gracias a todos.

—Excelencia —todos hicieron una reverencia, cada uno a su manera. Rubine muy preocupado, Vitari con una sonrisa ligeramente burlona.

Monza los observó mientras se marchaban. Le habría gustado dejar la espada para siempre y hacer que todo fuera prosperando.

Como había intentado hacía tantos años, tras la muerte de su padre, antes de la llegada de los Años de Sangre. Pero había visto lo suficiente para saber que las batallas nunca se acaban, aunque la gente quiera creer lo contrario. La vida sigue. Y como cada batalla lleva en sí las semillas de la siguiente, ella estaba dispuesta para cosecharlas lo más rápido y mejor que supiera.

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