—Parece que os esperan.
—¡Abre esa puerta ahora mismo! —gritó Sarah.
—Calma, vamos a tener que pactar. —Liu parecía haber recobrado la templanza de las grandes ocasiones—. Os podríamos liquidar aquí mismo y deshacernos de vuestros cuerpos para que jamás encuentren ni una brizna de vosotros. La investigación policial se zanjaría con un par de sobres bien abultados. A fin de cuentas, sólo sois dos estúpidos extranjeros que han venido a incordiar.
—Dinos qué pacto propones —intervine, sabiendo que Sarah era demasiado orgullosa para negociar.
El capitoste me miró con falsa simpatía y declaró:
—Os dejo marchar con vida a cambio de esa libreta.
Mis ojos se desviaron hacia el cuaderno de Alejandría, que había apoyado contra la pared antes de entregar nuestra ropa a los esbirros. Me quedé mudo hasta que la francesa me acabó de descolocar.
—Dáselo.
—Pero… —balbuceé.
—Que se lo metan por donde les quepa. No hay nada que merezca la pena en ese maldito cuaderno. Vámonos a casa. —Una lágrima tembló en la ventana azul de Sarah antes de iniciar su lento y salado descenso.
—Por fin dices algo razonable —repuso Liu mientras señalaba el cuaderno, que fue recogido con premura por uno de los esbirros—. Eso, largaros de una puta vez. Os doy veinticuatro horas para abandonar esta ciudad y este país. Si no lo hacéis, ateneos a las consecuencias. No habrá otro aviso, así que considerad que habéis vuelto a nacer.
SÓCRATES
DIEZ INSPIRACIONES PARA EL SENTIDO COMÚN
I
La verdadera sabiduría está en reconocer la propia ignorancia.
II
Desciende a las profundidades de ti mismo para ver tu alma buena.
La felicidad la hace uno mismo con su buena conducta.
III
Sé como deseas parecer.
IV
Emplea tú tiempo cultivándote a través de los escritos de otros, así ganarás fácilmente lo que para otros ha sido una dura tarea.
V
Rico es aquel que se conforma con poco, pues saber conformarse es el tesoro de la naturaleza.
VI
No podemos estar orgullosos de nuestra prosperidad, hasta que se vea en qué la empleamos.
VII
Una vida que no se examina no merece la pena ser vivida.
VIII
La verdadera sabiduría nos llega cuando nos damos cuenta de lo poco que sabemos sobre la vida, sobre nosotros y el mundo que nos rodea.
IX
La envidia es la úlcera del alma.
X
La vida nos plantea dos tragedias:
una es no alcanzar lo que anhela tu corazón;
la otra es obtenerlo.
Mesías
En consonancia con la aceleración que nos había impuesto aquel incidente casi fatal, tomamos el Maglev Transrapid para salir disparados hacia el aeropuerto de Pudong.
«Salir disparados» era la expresión correcta para definir el viaje en aquel tren bala que, con sus cuatrocientos treinta kilómetros por hora, había sido en su inauguración el más rápido del mundo. Gracias a la levitación magnética, lograba cubrir los treinta kilómetros que separaban Shanghái del aeropuerto en sólo ocho minutos.
Ése fue el tiempo que empleé en terminar de leer el artículo de Lorelei dedicado al último faro, Jesús de Nazaret, quien no levitaba sobre las vías de un tren pero sí sobre el mar, según el relato bíblico.
Me leí muy por encima todo lo relativo a los Evangelios Apócrifos, ya que era un tema muy vago e impreciso que nunca me había interesado.
Sí me fascinaba, en cambio, todo lo que tenía que ver con los años perdidos de Jesús, ya que en los cuatro Evangelios el relato salta desde la infancia del Mesías hasta los treinta años. ¿Qué había sucedido en medio?
La autora del artículo mistérico especulaba lo siguiente:
Existe la teoría de que Jesús, de los doce a los treinta años viajó por la India, donde fue instruido en el budismo, y predicó su sabiduría por Asia hasta regresar a su tierra natal. El periodista Nicolas Notovitch descubrió en 1887, en un monasterio del Himalaya, unos antiguos manuscritos en los que se hablaba de un profeta llamado Isa —el nombre de Jesús en el islam— que llegó a la India a los catorce años para estudiar los preceptos del budismo.
Estas hipótesis que sitúan a Jesús lejos de casa, inmerso en sus estudios, también hacen comprensible que un joven de treinta años judío no estuviera casado y con hijos, pues la religión judía dice claramente «sed fértiles y reproducíos», e insta a todos los hombres sin excepción a casarse y a tener descendencia, mientras que Jesús no consta que estuviera casado cuando empezó a predicar.
Otro asunto que había suscitado mucha controversia entre los estudiosos era la posibilidad de que Jesús no hubiera muerto en la cruz. Según algunos autores, el Mesías pudo haber sobrevivido, puesto que la muerte en la cruz conllevaba varios días y él fue bajado la misma tarde en que fue colgado, sólo un par de horas después.
De ser eso cierto, el interrogante sería: ¿adónde fue entonces?
En los minutos finales de nuestro vertiginoso trayecto pregunté a Sarah qué opinaba sobre el tema. Para mi sorpresa, sabía más del asunto que su propia hermana.
—Cuando yo estudiaba en la Complutense, un amante danés que tenía una revista esotérica me regaló un libro descatalogado de Andreas Faber-Kaiser:
Jesús vivió y murió en Cachemira
.
—¿Y qué dice?
—Al parecer, en la ciudad de Srinagar existe una tumba donde se encuentran los verdaderos restos de Jesús de Nazaret. El nombre de Jesús en árabe, cachemir y urdu tiene múltiples variantes, como Isa o Yosuf, que aparecen en muchas historias tradicionales que hablan de la segunda venida de Jesús al Norte de la India.
—Luego está el engorroso asunto del Priorato de Sion… —dije recordando un documental que había visto de pequeño—. Tras ser bajado de la cruz, acabara en Cachemira o en cualquier otro lugar, Jesús tuvo descendencia y los caballeros templarios serían los encargados de protegerla.
Todo aquello era demasiado legendario para darle crédito, así que conecté brevemente el internet de mi smartphone para buscar el libro de Faber-Kaiser.
La mayoría de los links hacían referencia a la muerte del periodista en extrañas circunstancias, tras publicar un ensayo que le había granjeado poderosos enemigos. Finalmente di con el libro que había mencionado Sarah. Venía prologado por F. M. Hassnain, director de los departamentos estatales de Historia de Cachemira.
Mis siguientes investigaciones me llevaron hasta la tumba de Yuz-zasaf, situada en Srinagar, Cachemira, conocida como la tumba del profeta enviado a los cachemires hace cerca de dos mil años. El decreto real librado en favor de los celadores de la tumba habla del profeta Yuz-zasaf. En el interior de la tumba hallé una cruz de madera, cuyas fotografías aparecieron en el semanario alemán
Horzu
en diciembre de 1975 y enero de 1976, en la serie de artículos publicados por el mundialmente famoso autor Erich von Däniken.
En sucesivas investigaciones hallé un bloque de piedra con las huellas de las plantas de los pies de Jesucristo, siendo lo más peculiar de estas huellas el que una muestre un agujero y la otra un vestigio de la herida causada a Jesús en la cruz. Descubrí igualmente las cruces grabadas en enormes rocas por los primeros cristianos refugiados en Ladakh.
También ha trascendido que la famosa tumba sagrada en Srinagar tiene una celda subterránea que alberga abundantes reliquias. Propuse por lo tanto abrir la celda y acabar así para siempre con esta polémica. Pero mi idea dio paso a una ola de oposición no sólo dentro del país sino también en el extranjero. Esto originó una discusión del tema en el
Weekend
de Londres, en julio de 1973, en el que dos obispos apoyaron mi teoría mientras que otros dos se opusieron a ella. Estoy convencido de que si la tumba se abre, aparecerán huellas de clavos en las manos y en los pies del profeta allí enterrado.
Déjate de especulaciones y borra los archivos mistéricos de la página web. Seguro que habrá parte de verdad en todo ello, pero no eran esos mensajes los que quería dar Marcel Bellaiche. Un beso desde el aeropuerto de Shanghái.
P. D.: ¿Cómo va el trekking de altura? ¿Cuándo llegas al campo base?
Mandé el WhatsApp desde un concurrido café mientras Sarah sacaba nuestros billetes directamente en el mostrador de una compañía. Aunque tenía la impresión de haber cerrado la investigación en falso, no me parecía mala idea regresar de una vez a Barcelona.
No tenía pruebas para denunciar a nadie concreto, aunque estaba claro quién había ordenado el asesinato. Eso sí, el material recogido bastaba para redactar un informe para que los tentáculos de Bellaiche, si eran lo suficientemente largos, persiguieran a los culpables.
Pese al sabor agridulce que me producía no llegar hasta el final —había faltado una etapa y quedaba el enigma de la mano ejecutora—, era una buena noticia que regresáramos vivos.
Sarah volvió, sonriente, blandiendo en la mano nuestros pasajes. Sin embargo, el alivio que sentí al tomar mi carta de embarque se esfumó cuando vi que el destino no era Barcelona sino Hong Kong.
—Pero… ¿te has vuelto loca?
—Aunque ya conozcamos quién está detrás de las dos muertes —dijo la francesa muy decidida—, no quiero volver a casa sin explorar la última pista. Ni siquiera sabemos qué profanación o traición llevó a cabo Marcel para que fuera ajusticiado.
—Eso si realmente tuvo tiempo de llevarlo a cabo. Justamente murió mientras redactaba las conclusiones finales sobre esa mentira… o mentiras que afectan a los profetas.
Sarah me miró desafiante y dijo:
—Que no pudiera redactar las conclusiones finales no significa que el trabajo no estuviera hecho. Y puesto que Hong Kong es una isla de libertad en esta parte del mundo, algo me dice que allí se encuentra lo que necesitamos. Habiendo llegado tan lejos, sería una lástima no intentarlo al menos. ¿No te parece?
—Ya, pero ¿por dónde empezar? —resoplé desanimado—. El cuaderno de Alejandría era todo lo que teníamos para seguir el rastro de Marcel. Y ahora…
—Lo seguimos teniendo. —Sarah sacó triunfalmente de su bolso una hoja amarillenta con dos líneas garabateadas—. No necesitamos el resto.
Contemplé boquiabierto aquella hoja arrancada. Sin duda, pertenecía al cuaderno del que se había apoderado Raymond Liu. Ella había tomado la precaución de extirpar antes el último capítulo de aquella aventura fatal.
No pude resistir besarla en los labios.
—Eres genial, Sarah.
—¡Qué va! El maestro axial no sólo es un falso iluminado, también es un ingenuo.
Una vez en el avión de Dragonair, pactamos que nuestra estancia en Hong Kong sería fugaz para no correr más riesgos. Puesto que Liu nos había amenazado de muerte si permanecíamos un día más en China, limitaríamos nuestra búsqueda a la única pista que había dejado Marcel en la ex colonia británica.
Kai Projects
40 Shelley Street
Soho
—Parece el nombre de una empresa —dije releyendo aquellas señas—. Suena a agencia de publicidad o a productora de cine. ¿Aún se hacen tantas películas en Hong Kong?
—Ni idea —respondió Sarah mientras el avión ya rodaba por la pista de despegue—, pero antes de irnos quiero que nos hagamos un foto delante de la estatua del Pequeño Dragón.
—¿El Pequeño Dragón? ¿Dónde está eso?
—Se trata de Bruce Lee, hombre. ¿No sabes que le llamaban así? Era de Hong Kong e hizo parte de su carrera allí. En la avenida de las Estrellas de Kowloon se encuentra su estatua. Mira, lo tienes delante tuyo.
Mientras nuestro avión atravesaba el cielo del sur de China, vi el careto del Pequeño Dragón en la revista de la compañía aérea. El reportaje estaba en inglés —para nuestro alivio—, junto al cantonés, un idioma habitual en Hong Kong, y versaba sobre la extraña muerte de la estrella de las artes marciales.
Su muerte aconteció la noche del 20 de julio de 1973 en el piso de la actriz Betty Ting Pei. Lee había pasado la tarde repasando el guión de
Game of Death
con el director Raymond Chow, cuando ambos se despidieron hasta su cena con George Lazenby, actor de
007
.
Lee visitó a la actriz Betty Ting Pei para planear algunos cambios en el guión antes de la cena, cuando empezó a sentirse mal y a dolerle la cabeza. Preocupada, la actriz le ofreció un analgésico parecido a la aspirina, el Equagesic, y le ayudó a acostarse en su dormitorio. Cuando aquella noche Raymond Chow llamó preguntando por el actor, puesto que no había aparecido durante la cena, Betty descubrió horrorizada que Bruce Lee no recuperaba la conciencia.
Una ambulancia lo llevó al hospital Reina Elizabeth y, a pesar de los intensivos cuidados a los que fue sometido, murió a los treinta y dos años de edad aquella misma noche.
Bruce Lee falleció tan inesperadamente que los productores de
Game of Death
tuvieron que reescribir el guión de modo que en la película, el personaje que interpretaba Bruce Lee, fingiera su propia muerte para huir de la mafia. De hecho, las imágenes del funeral pertenecen al verdadero velatorio y entierro del actor.
Podemos encontrar su lápida en el cementerio de Lake View en Capitol Hill de Seattle, aunque en realidad tuvo dos funerales. El primero se celebró en Hong Kong, donde recibió un servicio budista tradicional y más de veinte mil personas se congregaron para despedir al difunto, causando tal calor y humedad que las gotas de condensación hicieron que el forro blanco del ataúd de Bruce Lee se tiñera de azul por el traje que llevaba puesto el difunto. Durante el posterior traslado a Seattle para la ceremonia privada con su familia tuvieron que cambiar de ataúd.
ELISABETH MIST