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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Policíaco

La lista de los doce (26 page)

BOOK: La lista de los doce
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Escogió la derecha y giró el volante bruscamente, pisando el acelerador conforme ascendían por la rampa en espiral. La fuerza centrífuga de su giro acelerado hizo que el Zulú perdiera el equilibrio y se golpeara contra uno de los laterales del habitáculo trasero, deteniendo así su avance de manera momentánea.

Pero no podían seguir subiendo eternamente, pensó Fairfax. El aparcamiento del hospital solo tenía seis niveles.

Le quedaban cinco plantas para ocurrírsele algo.

Al mismo tiempo, alguien más estaba observando el frenético ascenso de la ambulancia por la rampa. Se trataba de una mujer de una belleza espectacular, con largas piernas, espalda ancha y fríos ojos japoneses. Su verdadero nombre era Alyssa Idei, pero en el mundillo era conocida como la Reina de Hielo. Ya había cobrado la recompensa por Damien Polanski y en esos momentos su objetivo era Oliphant.

Iba vestida de cuero negro de arriba abajo: pantalones de talle bajo ceñidos, cazadora de motorista y botas de tacón. Llevaba su cabello negro recogido. Bajo su cazadora, en dos fundas, guardaba dos subfusiles Steyr SPP.

Encendió su Honda NSX y se dirigió al aparcamiento.

La ambulancia de Fairfax siguió subiendo por la rampa en curva mientras sus neumáticos chirriaban y sus puertas traseras se golpeaban sin cesar.

Llegaron al nivel 3: tres plantas antes de llegar a la planta superior, al tejado, antes de que el Zulú que llevaban atrás tuviera de nuevo libertad de movimiento.

Pero Fairfax ya sabía lo que iba a hacer: iba a conducir la ambulancia hasta el nivel descubierto del aparcamiento, precipitarla al vacío y saltar de ella en el último momento con Oliphant, dejando al Zulú dentro.

—¡Doctor Oliphant! —gritó mientras volvía la vista al Zulú—. ¡Escúcheme y hágalo con atención porque no sé si vamos a tener otra posibilidad de hablar de esto! ¡Usted es objetivo de una cacería humana internacional!

—¿Qué?

—¡Han puesto precio a su cabeza, dieciocho millones de dólares! Creo que está relacionado con un estudio de la OTAN que usted llevó a cabo en 1996 con un tipo llamado Nicholson. El estudio RRNM. ¿Sobre qué versaba ese estudio?

Oliphant frunció el ceño. Seguía conmocionado; intentar asimilar cualquier pregunta mientras alguien quería acabar con tu vida resultaba complicado.

—¿El RRNM? Bueno, era… era…

La ambulancia proseguía con su vertiginoso ascenso.

Nivel 4 y subiendo.

—Era… era como las pruebas Cobra soviéticas, una prueba para…

Mientras Oliphant trataba de explicarse, Fairfax miró hacia atrás y de repente vio que la malévola figura del cazarrecompensas estaba más cerca de lo que se había pensado. ¡Estaba blandiendo el machete justo delante de la cabeza de Fairfax!

No tenía modo de defenderse.

No había escapatoria.

El Zulú blandió el machete. Y este impactó en el reposacabezas del asiento de Fairfax, a un escaso milímetro de su oreja derecha.

¡Dios!

Pero en esos momentos el Zulú ya estaba pegado a ellos. De alguna manera había conseguido seguir avanzando, a pesar de la poderosa inercia de la ambulancia.

Nivel 5…

Fairfax intentó centrarse. Entrecerró los ojos.

Pisó el acelerador.

La ambulancia respondió, incrementando la velocidad.

Llegaron al final de la rampa a cuarenta kilómetros por hora y la ambulancia casi se vuelca, pues en esos momentos solo dos de las ruedas tocaban el suelo.

Entonces salieron a la planta superior descubierta, totalmente desierta a esas horas de la mañana. Fairfax enderezó el volante y la ambulancia, que venía de un giro brusco, dio tumbos hasta volver a apoyar sus cuatro ruedas. El cambio abrupto de dirección hizo que el Zulú saliera despedido hacia el otro lado del compartimento trasero de la ambulancia… dejando el machete clavado en el asiento del conductor.

Fairfax aceleró hacia el borde de la planta superior del aparcamiento.

—¡Doctor Oliphant! ¡Prepárese para saltar! —gritó.

Se precipitaron hacia el borde de la planta, hacia la patéticamente pequeña valla que la delimitaba.

Fairfax se revolvió en el asiento.

—Estese preparado. A la de tres. Uno… dos…

El Zulú se abalanzó hacia el asiento del conductor y los agarró a los dos.

Fairfax estaba conmocionado.

¡No iban a poder saltar
!

Vio que el final del tejado se acercaba a ellos a una velocidad extrema y en su desesperación giró el volante y pisó el freno.

La ambulancia comenzó a colear de manera frenética.

Y así, en vez de golpear la valla con el morro (como había sido la intención inicial de Fairfax), la ambulancia giró ciento ochenta grados y se golpeó contra la valla con la parte trasera.

El extremo posterior de la ambulancia atravesó la valla y, con Fairfax, Oliphant y el Zulú dentro, salió disparada hacia atrás, seis plantas por encima de la civilización, y cayó…

… Solo tres metros.

Cuando la ambulancia cayó marcha atrás y atravesó la valla, su parachoques delantero se enganchó a un poste que había quedado en pie y sujetó el vehículo al tejado.

La caída se vio frenada abruptamente.

Quedaron colgados verticalmente de la planta superior del aparcamiento, del morro, con las puertas traseras abiertas.

En el interior de la ambulancia, todo lo que debía de haber estado en horizontal estaba en esos momentos en vertical.

Oliphant seguía sentado en el asiento del copiloto, solo que en esos momentos estaba bocarriba y su espalda presionaba su asiento.

Fairfax no había tenido tanta suerte.

Cuando se habían golpeado contra la valla, el Zulú había tirado de él y lo había lanzado a la sección trasera de la ambulancia.

Pero entonces el vehículo se había puesto en vertical y los dos habían resbalado hacia abajo.

Y, puesto que las puertas traseras estaban abiertas, revelando una caída de seis plantas, Fairfax y el Zulú se habían agarrado a lo primero que habían encontrado.

El Zulú se había sujetado a la camilla, con el freno puesto; Fairfax a una balda de la pared.

Y allí estaban, colgando en el interior de una ambulancia en vertical, con una caída de seis plantas aguardándolos.

Pero el Zulú no había terminado. Seguía queriendo la cabeza de Oliphant.

Se estiró hacia delante para coger su machete, que seguía en el reposacabezas del asiento del conductor.

—¡No! —gritó Fairfax mientras intentaba agarrarlo.

Pero era demasiado tarde.

El Zulú, que todavía seguía sujeto a la camilla con una mano, cogió la empuñadura del machete y lo sacó del asiento.

Volvió sus ojos inyectados de sangre hacia Fairfax y su boca esbozó una siniestra y amarillenta sonrisa.

—¡Adiós! —dijo mientras se disponía a dar su último golpe.

—Lo que tú digas, cabrón —dijo Fairfax mientras lo miraba.

El Zulú lo atacó.

La hoja fue acercándose hacia la cabeza del informático.

Justo cuando Fairfax soltó una patada al seguro de las ruedas de la camilla.

La respuesta fue inmediata. La camilla cayó cual peso muerto y se precipitó por las puertas abiertas… ¡con el Zulú encima de ella!

Fairfax observó la caída del cazarrecompensas y de la camilla. Sus enormes ojos abiertos de par en par fueron reduciéndose a leves manchitas conforme caía y caía y caía.

La camilla se volteó en el descenso, lo que hizo que el Zulú se estrellara primero contra el suelo de hormigón con un terrible golpe sordo. Sus órganos internos reventaron, pero seguía con vida. Aunque no por mucho tiempo. Un segundo después, el extremo de la camilla chocó contra su cabeza, aplastándola como si de una nuez se tratara.

Fairfax y Oliphant tardaron unos minutos en salir de la ambulancia, todavía en vertical, pero lo lograron. Lo hicieron por el parabrisas delantero y treparon por el capó.

Los dos se desplomaron en el suelo de la planta superior del aparcamiento, sin aliento.

Fairfax miró la ambulancia, que seguía colgando del borde de la planta superior.

Por su parte, Oliphant seguía farfullando, abrumado y conmocionado:

—Las siglas significan: «Rapidez de respuesta… Rapidez de respuesta de las neuronas motoras». Hicimos esas pruebas para ver los tiempos de respuesta de soldados británicos y estadounidenses… respuestas a todo tipo de estímulos: visuales, auditivos… Reflejos… eso era lo que buscábamos.

»Dios, debimos de hacer esas pruebas como a unos trescientos soldados y todos ellos obtuvieron tiempos de respuesta diferentes… Algunos eran muy veloces, otros torpes y lentos.

»Pero nuestros superiores nunca nos dijeron para qué era el estudio… Nosotros teníamos una teoría, claro. La mayoría pensábamos que se trataba de una selección de soldados para una unidad, pero algunos de nuestros técnicos dijeron que era para un nuevo sistema de seguridad, un nuevo e increíble sistema de seguridad de misiles balísticos llamado CincLock… Y entonces, de repente, se canceló el estudio. La razón oficial que nos dieron fue que el departamento de Defensa había cancelado el proyecto principal, pero todos pensamos que se debía a que ya tenían la información que necesitaban…

Fairfax, que seguía mirando la ambulancia, oyó un ruido a sus espaldas. Se volvió y vio que el cuerpo decapitado del doctor Oliphant, arrodillado junto a él, se balanceaba hasta caer al suelo.

Junto al cuerpo, de pie, blandiendo una espada samurái de hoja corta, había una mujer japonesa vestida de negro. Era Alyssa Idei, una cazarrecompensas.

Cogió la cabeza de Oliphant y la sostuvo junto a su costado como si nada. A continuación, en un movimiento muy fluido, envainó su espada y sacó uno de sus subfusiles Steyr y apuntó con él a Fairfax. Lo miró fijamente con ojos fríos e imperturbables.

Pero entonces, un gesto de confusión transformó sus perfectos rasgos. Asintió con la barbilla hacia Fairfax.

Cuando habló, su voz resultó ser dulce como la miel.

—No es un cazarrecompensas, ¿verdad?

—No —dijo Fairfax vacilante—. No, no lo soy.

—Y aun así ha luchado contra el Zulú. ¿Por qué?

—Un… un amigo mío está en esa lista. Quería ayudarlo.

Alyssa Idei puso cara de no haber asimilado esa última frase.

—¿Ese hombre era su amigo?

—Bueno, no este hombre. Uno de los de la lista.

—¿Y ha luchado contra el Zulú para ayudar a su amigo?

—Sí —confirmó el joven.

Su ceño fruncido desapareció y fue reemplazado por una genuina curiosidad.

—¿Cuál es su nombre, amigo de sus amigos?

—Eh… David Fairfax.

—Fair Fax. David Fair Fax —dijo lentamente, como si saboreara las palabras—. No veo muy a menudo muestras de lealtad como esta, señor Fair Fax.

—¿No?

Ella lo miró con ojos seductores.

—No. Su amigo tiene que ser un gran hombre para haber inspirado tal valentía en usted, señor Fair Fax. Resulta extraño. Pero también seductor. Embriagador.

Fairfax tragó saliva.

—Oh.

Alyssa añadió:

—Y por eso dejaré que viva. Para que pueda seguir ayudando a su amigo, y para que podamos volver a encontrarnos en circunstancias más equitativas. Pero entienda una cosa, David Fairfax, si nos volvemos a encontrar en una situación en la que esté protegiendo a su amigo, no volverá a recibir este trato de favor.

A continuación guardó su arma y se giró para meterse en su coche deportivo. Y se marchó.

Fairfax observó que el Honda desaparecía rápidamente de su campo de visión tras la rampa, el cuerpo sin cabeza de Thompson Oliphant en el suelo junto a él, el sol poniéndose en el horizonte y el sonido de las sirenas de la policía.

Cuarto ataque

Francia-Inglaterra

26 de octubre, 14.00 horas (Francia
)

08.00 horas (Tiempo del Este, Nueva York, EE. UU
).

Y así vivimos en un mundo doble: un carnaval en la superficie y una consolidación debajo de ella, que es lo importante.

—Naomi Klein,
No Logo: el poder de las marcas

El pueblo solo desea con ansia dos cosas: pan y circo.

—Juvenal, poeta satírico latino

4.1

Fortaleza de Valois, Bretaña (Francia).

26 de octubre, 14.00 horas (hora local).

08.00 horas (Tiempo del Este, Nueva York, EE. UU).

Las tres diminutas figuras cruzaron el impresionante puente de piedra que conectaba la fortaleza de Valois con la tierra firme francesa.

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