La legión olvidada (20 page)

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Authors: Ben Kane

Tags: #Histórica

BOOK: La legión olvidada
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—Conocí un hombre que decía lo mismo —dijo con voz queda.

Los rayos del sol que empezaban a filtrarse por la ventana iluminaban el suelo.

—Salgamos. Ya casi es la hora.

—Que los dioses te protejan, Romulus —le deseó Astoria.

El galo salió primero seguido de Romulus a tan sólo un paso. El patio ya estaba lleno de gladiadores que exhalaron un suspiro colectivo cuando la pareja apareció en el frío ambiente matutino.

Brennus se dio la vuelta enseguida.

—No hagas caso de lo que digan —le susurró a Romulus al oído—. Algunos intentarán asustarte, otros atormentarte para que respondas. No te desconcentres. Piensa sólo en Lentulus y en la lucha.

El combate se celebraría en la zona reservada para el entrenamiento con armas de verdad. Mientras caminaban, Romulus se fijó en lo anchas que Brennus tenía las espaldas. Oyó un montón de comentarios despectivos.

—¡Lentulus te destripará como a un pez!

—¡Ya es hora de que luches como un hombre en lugar de apuñalar por la espalda!

—¡Cabrón asesino!

Un
murmillo
que había sido amigo de Flavus escupió en el suelo delante de él. Tenía la mano preparada en la empuñadura de un puñal curvo. Daba la impresión de que el hombre pretendía algo más, pero Sextus dio un paso adelante con el hacha levantada.

—Déjalo. Pronto verás si Lentulus es capaz de vengar a los muertos.

El
murmillo
retrocedió, amilanado por el
scissores
y el arma de doble filo.

Era difícil no asustarse bajo las miradas asesinas de tantos hombres adultos. Romulus se obligó a inhalar lentamente para oxigenarse bien el pecho. Era una técnica que Juba le había enseñado. Dejó salir el aire poco a poco y notó el efecto de inmediato. Llegó al cuadrilátero más tranquilo, siguiendo a Brennus, que se abría paso entre los gladiadores agolpados contra las cuerdas. Todo el mundo estaba ansioso por presenciar el combate.

Unos cuantos luchadores le alentaron y Romulus se animó. Lentulus no era demasiado apreciado.

Su contrincante ya se encontraba en la esquina opuesta, aflojando los hombros musculosos.

—Voy a descuartizarte, hijo de perra —le gruñó.

Romulus no le hizo ni caso y siguió respirando profundamente. Brennus levantó la cuerda para que pasara por debajo.

—¡Dejad de tocaros los huevos! ¡Los demás tenemos que entrenarnos bien! —Memor se colocó enfadado en el centro de la arena recién rastrillada y observó a los dos jóvenes luchadores. Sus arqueros estaban situados detrás, con las flechas preparadas en los arcos tensos. Sextus se situó al lado del
lanista
con el hacha preparada. La luz del sol arrancaba destellos al metal, muy afilado. Romulus se preguntó con cierto pavor cuál sería el objetivo que Memor tenía en mente para el
scissores.

—Sin cascos. Quiero que acabéis rápido.

—Yo no lo necesito. —Romulus sonrió al godo, que se había embutido en él tantas protecciones como era posible.

Lentulus obedeció a regañadientes, pero seguía teniendo el brazo derecho lleno tiras de cuero. El godo llevaba unas canilleras de bronce y su escudo era mayor del que solían llevar los
secutores
. Por el contrario, la única defensa de Romulus era el escudo de Brennus.

—Recuerda lo que te he dicho —musitó el galo—. Repélelo un rato. Luego haz lo que tengas que hacer.

Romulus sólo tuvo tiempo de asentir antes de que el
lanista
los mirara a los dos.

—¡Empezad! —Memor se apartó enseguida para situarse en un lugar seguro.

Tal como Brennus había predicho, Lentulus se abalanzó sobre él. Romulus alzó el escudo y se apartó para evitar quedar contra las cuerdas. Pero el godo no le atacó con la espada sino que golpeó a Romulus en el pecho con el enorme escudo. El golpe le hizo caer en la arena caliente. El aire le salió rápidamente de los pulmones. Desesperado, intentó alcanzar con el puñal las piernas del
secutar
pero la hoja resbaló en las canilleras.

Lentulus se agachó y le quitó el
gladius
de la mano con el pie.

—Impediste que me follara a esa zorra nubia. —Sus ojos eran dos pozos negros, inclementes—. Así que ahora voy a destriparte.

—Tampoco se te hubiera levantado. —Romulus palpó la empuñadura de la daga y la sacó. Sólo tendría una oportunidad.

Su enemigo se echó atrás para embestirle y Romulus actuó con celeridad. Levantó el puñal, se lo clavó al godo en el pie con todas sus fuerzas y dejó clavada la sandalia de cuero en el suelo. Lentulus aulló de dolor y eso permitió a Romulus levantarse sin problemas. Seguía llevando el escudo en el brazo, pero la espada de Brennus estaba muy cerca del
secutor.

Lentulus, apoyado en una rodilla, seguía gritando de dolor. Romulus se paró a pensar qué hacer. Al final el godo sacó el puñal con un gemido y lo lanzó fuera de la zona acordonada. Se puso de pie con dificultad porque la herida le sangraba con profusión.

—No tienes
gladius
. Ni daga. —Lentulus alzó el arma acercándose más a Romulus con cautela. Dejaba un reguero de sangre a cada paso.

Romulus miró la espada sabiendo que tenía que recuperarla lo antes posible. De lo contrario no podría matar a Lentulus.

Los dos hombres pasaron unos instantes girando en círculos mientras los animaban a gritos. Memor los miraba enfurecido desde un lateral. Pasara lo que pasara, perdería a un gladiador que le había costado un buen dinero. Brennus observaba concentrado y con la mandíbula apretada.

El godo recelaba de atacar. Romulus aguardaba la posibilidad de recuperar el
gladius
pero, cada vez que se le acercaba, Lentulus se interponía en su camino.

—¡Acabad de una vez! —Memor estaba perdiendo la paciencia—. Si no, os envío a Sextus.

El pequeño
scissores
sonrió de oreja a oreja y levantó el hacha.

Lentulus endureció la expresión y avanzó decidido. El español atacaría al luchador más débil del cuadrilátero. Tenía que actuar rápido.

Sin saber muy bien qué hacer a continuación, Romulus se arriesgó a lanzar una mirada rápida a Brennus. El galo le indicó un movimiento con el brazo escudado y recordó. El joven permitió que Lentulus se le acercara y se preparó para el aluvión de golpes.

—Te partiré los dos brazos y las dos piernas —lo amenazó Lentulus jadeando—, antes de destriparte.

—¿Qué tal el pie? Parece que te duele.

El godo descargó la espada contra la cabeza de Romulus. Era difícil protegerse porque le tembló el brazo por la fuerza del golpe. Pero el escudo de Brennus aguantó bien. Retrocedió un paso arrastrando los pies y obligó a Lentulus a utilizar el pie herido de forma instintiva. El
secutor
lo maldijo y lo siguió, e incluso alcanzó a hacerle un corte lateral. Romulus volvió a repelerle, pero el impacto le dejó el brazo entumecido.

Lentulus cambió de táctica bruscamente y le intentó apuñalar directamente en el pecho. Romulus tuvo el tiempo justo de esquivar la puñalada. A continuación, el astuto godo le dio un buen empujón que le hizo caer al suelo por segunda vez. Desesperado por acabar la lucha, Lentulus blandió la espada en el aire.

Romulus hizo lo único que podía hacer. Le asestó un puñetazo en el pie herido. No fue un golpe muy fuerte pero no hacía falta que lo fuera. Lentulus gritó agónicamente, incapaz de asestarle el golpe de gracia. Romulus rodó por el suelo y se levantó jadeando.

A Lentulus le caían las lágrimas por la cara mientras se balanceaba delante de Romulus, que no podía perder ni un segundo. Aprovechó la ocasión y corrió directamente hacia el godo con el escudo levantado, como si lo empujara con el hombro.

Lentulus se preparó.

En el último momento, Romulus descargó el borde afilado con todas sus fuerzas, como si fuera una guadaña. Le cortó los cinco dedos del pie derecho a Lentulus.

El godo gritaba desesperado. La sangre le manaba a chorros.

Romulus corrió a recoger el
gladius
mientras Lentulus caía sobre una rodilla y se agarraba el pie en un esfuerzo vano por detener la hemorragia. Parecía aturdido y tenía la mirada fija en los muñones. Los espectadores, que habían guardado silencio durante un rato, empezaron a gritar consignas.

—¡Ro-mu-lus! ¡Ro-mu-lus!

Romulus tocó con la punta de la espada el mentón de Lentulus.

—¿Por qué te mezclaste con esos
murmillones
? —dijo. Aunque a Romulus no le caía bien el godo, le parecía abominable acabar la lucha de ese modo. Pero Memor había dictaminado que uno de los dos debía morir, e iba a ser él.

Lentulus se soltó el pie. La sangre fresca brotó enseguida de las heridas abiertas. Si el cirujano no le atendía rápidamente, el godo se desplomaría conmocionado.

—No puedo ponerme de pie —dijo con la voz tensa por el dolor—. Y nunca más podré volver a luchar.

—¡Acaba con él! —oyó Romulus que gritaba Sextus. Los de más secundaron el grito.

Salvo Brennus, cuyo rostro reflejaba una mezcla de orgullo y tristeza. «Romulus es como Brac —pensó—. Una buena persona. Y no quiere matar a un hombre desarmado. Brac tampoco lo hubiese querido.» El galo cerró los ojos.

Para el
lanista
sólo había un resultado válido.

El patio se inundó de un ruido que recreaba el ambiente claustrofóbico de la arena.

Romulus vio que Memor asentía con la cabeza.

Había llegado el momento.

Con el corazón a cien por hora y la adrenalina corriéndole por las venas, el joven se acercó. Contra todo pronóstico, había ganado un combate entre gladiadores. Romulus no quería ejecutar a Lentulus pero el consejo de Brennus resonaba en su cabeza. «Mata o te matarán.»

De todos modos siguió conteniéndose, ajeno a los rugidos de los luchadores.

Como si de un sueño se tratara, vio que el godo le embestía torpemente con un puñal corto que había ocultado bajo la muñequera de cuero. Romulus estaba demasiado cerca para detener la estocada pero consiguió desviarla de la arteria de la ingle con el escudo de Brennus.

Eso le salvó la vida.

Romulus se tambaleó hacia atrás con la visión borrosa y la daga clavada hasta el fondo en el muslo derecho. Enseñando los dientes, el
secutor
intentó derribarlo acercándose a él lo suficiente para acabar el combate.

Al cabo de unos instantes, todos se quedaron conmocionados. Empujando el escudo hacia abajo, Romulus golpeó la muñeca de Lentulus con el borde afilado hasta hacerle sangre. El godo soltó un juramento y se apartó.

Romulus no esperó más. Se inclinó hacia delante y le clavó el puñal en el cuello de forma que le entró por un lado y le salió por el otro, seccionándole las arterias principales. La sangre rojo brillante le roció el brazo.

Lentulus tenía el fondo de la boca y la garganta llenos de sangre. Agarrando el hierro en vano, miró a Romulus a los ojos. El godo parecía más sorprendido que otra cosa. Intentó hablar pero no podía.

Al joven le embargó la angustia.

—¡Ro-mu-lus! ¡Ro-mu-lus! —Era consciente de que los cánticos habían aumentado de volumen. «Mata o te matarán», pensó con determinación mientras extraía el
gladius
retorciéndolo. Lentulus cayó boca abajo en la arena con un golpe suave y no se volvió a mover.

De repente el dolor le abrumó. Romulus se tambaleó mirando la empuñadura que le sobresalía de la pierna. Soltó la espada y el escudo y se dispuso a arrancarse la hoja.

—¡Para! —Brennus estaba a su lado.

Romulus se vino abajo en brazos de Brennus. El enorme gladiador lo dejó con cuidado en el suelo.

—He perdido la concentración —dijo con un hilo de voz; empezaba a notar la conmoción.

—¡Llamad al cirujano!

Oía las palabras a través de una especie de bruma. Romulus ya no podía enfocar la vista porque le daba vueltas la cabeza. Notaba en el muslo agónicas oleadas de dolor. Tenía que hacer un esfuerzo sobrehumano para no gritar.

—¿Me voy a morir?

—Te pondrás bien. —Brennus le sujetó la mano con una fuerza tremenda—. Bien hecho, muchacho.

El último recuerdo de Romulus fue el grito de su amigo exigiendo la presencia del cirujano griego.

Cuando Romulus abrió los ojos, lo primero que vio fue la voluptuosa silueta de Astoria inclinada sobre el brasero. Un aroma intenso le inundó la nariz y se movió inquieto bajo las mantas.

—Tengo hambre. —Consiguió incorporarse sobre un codo—. ¿Qué hora es?

—Primera hora de la tarde… del día siguiente. Has dormido casi un día y medio —respondió Astoria—. ¿Cómo te encuentras?

—Estoy vivo. —Romulus se llevó la mano al muslo derecho y notó un grueso vendaje. Hizo una mueca—. Me duele la pierna.

—La herida era profunda. El griego te dio mandrágora para combatir el dolor. —Astoria se acercó a la cama improvisada con un cuenco entre las manos—. Es hora de que tomes un poco más, dio un sorbito e hizo una mueca.

—Sabe fatal.

—Pero te dolerá menos. Bebe.

Romulus obedeció y se bebió el líquido amargo. Estaba demasiado débil para hacer cualquier otra cosa.

—Ahora túmbate y descansa.

—¿Es muy grave?

—Lentulus no te pilló la arteria por los pelos. Los dioses te estaban protegiendo. —Sonrió—. Dionysus cortó la hemorragia y te cosió el músculo.

—¿Cuándo puedo empezar a entrenar otra vez?

Astoria puso los ojos en blanco.

Romulus intentó volver a hablar, pero notaba la lengua pesada y torpe. La mandrágora empezaba a hacerle efecto.

—Dentro de unos diez días. —Brennus entró ruidosamente en la habitación con el torso sudoroso—. ¡Pero sólo ejercicios suaves!

Romulus notaba que le pesaban los párpados. Al cabo de unos instantes se durmió.

—Lo que está claro es que no podemos dejarlo en el hospital —declaró Brennus—. Figulus o uno de los otros le cortarían el cuello.

—Bien. Pues necesitas un amigo que te cubra las espaldas.

El galo suspiró. Hacía años que no confiaba en nadie. Pero Komulus le recordaba mucho a Brac. El recuerdo, que seguía vivo, le apesadumbró.

—No tienes ojos en la nuca —le regañó ella—. Ni tampoco puedes matar a diez hombres a la vez.

Brennus ensombreció el semblante cuando recordó el pueblo en llamas. La muerte de Brac. La captura. «Aquel día maté a más de diez legionarios. No bastó.»

—Estaría bien contar con alguien de confianza —caviló.

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