Todo el mundo esperaba el temblor del suelo.
Seguía siendo inevitable, pero al menos ahora la chica del libro los tenía distraídos. Uno de los niños pequeños pensó en echarse a llorar, pero Liesel paró un momento e imitó a su padre, o a Rudy, elegid. Le guiñó un ojo y retomó la lectura.
Sólo se interrumpió cuando las sirenas se colaron en el sótano.
—Ya pasó —anunció el señor Jenson.
—¡Silencio! —ordenó frau Holtzapfel.
Liesel alzó la cabeza.
—Sólo quedan dos párrafos para acabar el capítulo —informó.
Y continuó leyendo sin mayor énfasis. Sólo palabras.
«DICCIONARIO DE DEFINICIONES»
DEFINICIÓN N.° 4
Wort
- Palabra: unidad de lenguaje con significado / una promesa / un comentario, una afirmación o una conversación. Palabras relacionadas: término, nombre, expresión.
Por respeto, los adultos obligaron a que todo el mundo guardara silencio hasta que Liesel finalizara el primer capítulo de
El hombre que silbaba
.
En el momento de salir, los niños pasaron a su lado como un vendaval, pero casi todos los mayores —incluso frau Holtzapfel y Pfiffikus (qué apropiado, teniendo en cuenta el título del libro)— agradecieron a la niña la distracción a medida que pasaban junto a ella, con ganas de salir de la casa para ver si Himmelstrasse había sufrido algún daño.
Himmelstrasse estaba intacta.
El único indicio de guerra era una nube de polvo que viajaba de este a oeste, escudriñando las ventanas para encontrar un lugar por el que colarse. A medida que se espesaba y expandía, convertía la estela de humanos en apariciones.
Ya no había gente en la calle.
Sólo rumores arrastrando fardos.
En casa, Hans se lo contó todo a Max.
—Hay niebla y cenizas… Creo que nos han dejado salir demasiado pronto —miró a Rosa—. ¿Crees que debería ir a ver si necesitan ayuda donde han caído las bombas?
Rosa no se dejó impresionar.
—No seas imbécil, te asfixiarás con tanto polvo —contestó—. No, no,
Saukerl
, tú te quedas aquí —algo le pasó por la cabeza y miró a Hans muy seria. En realidad, tenía el orgullo escrito en su rostro—. Quédate aquí y explícale lo de la niña —alzó la voz, apenas ligeramente—. Lo del libro.
Max le prestó una atención especial.
—
El hombre que silbaba
—le informó Rosa—. Capítulo uno.
Le explicó con pelos y señales lo que había ocurrido en el refugio.
Liesel estaba en un rincón del sótano. Max la miraba fijamente y se pasaba la mano por la mandíbula. Personalmente, creo que ese fue el momento en que se le ocurrió el tema para su siguiente cuaderno de dibujos.
El árbol de las palabras.
Imaginó a la niña leyendo en el refugio, compartiendo las palabras, literalmente. Sin embargo, como siempre, también debió de ver la sombra de Hitler. Puede que ya oyera sus pasos acercándose a Himmelstrasse y al sótano.
Al cabo de una larga pausa, parecía que estaba a punto de hablar cuando Liesel se le adelantó.
—¿Has visto el cielo esta noche?
—No —Max señaló la pared. Miraron las palabras y el dibujo que había pintado hacía más de un año: la cuerda y el sol chorreante—. Hoy sólo este.
Esa noche ya no hubo más palabras, sólo pensamientos.
No puedo hablar por Max, Hans o Rosa, pero sé que Liesel Meminger estaba pensando que si las bombas caían alguna vez en Himmelstrasse, Max no sólo tendría menos oportunidades de sobrevivir que los demás, sino que también moriría completamente solo.
Por la mañana comprobaron los daños. No hubo muertos, pero dos bloques de pisos habían quedado reducidos a escombros, y el campo preferido de Rudy de las Juventudes Hitlerianas había recibido una buena ración. Media ciudad estaba alrededor de la circunferencia. La gente calculaba la profundidad, comparándola con la de sus refugios. Varios niños y niñas escupieron dentro.
Rudy estaba junto a Liesel.
—Por lo que se ve, tendrán que abonarlo otra vez.
Las semanas siguientes se libraron de los bombardeos, por lo que la vida casi volvió a la normalidad. No obstante, dos momentos decisivos estaban en camino.
LOS DOS ACONTECIMIENTOS
DE OCTUBRE
Las manos de frau Holtzapfel.
El desfile de judíos.
Las arrugas de frau Holtzapfel eran como un insulto y su voz se parecía a un bastonazo.
De hecho, tuvieron mucha suerte al ver por la ventana del comedor que frau Holtzapfel se acercaba, pues sus nudillos aporrearon la puerta con dureza y determinación. Sonaban a negocios.
Liesel oyó las palabras que más temía.
—Ve a ver qué quiere —ordenó su madre, y la joven, que sabía muy bien lo que le convenía, obedeció.
—¿Está tu madre en casa? —preguntó frau Holtzapfel. Parecía un manojo de alambres de cincuenta años. Se quedó plantada en la entrada, echando un vistazo a la calle de vez en cuando—. ¿Está por ahí esa cerda que tienes por madre?
Liesel se volvió y la llamó.
«DICCIONARIO DE DEFINICIONES»
DEFINICIÓN N.°5
Gelegenheit
- Oportunidad: ocasión para un avance o progreso. Palabras relacionadas: perspectiva, circunstancia, coyuntura.
Rosa apareció a su espalda en un abrir y cerrar de ojos.
—¿A qué viene? ¿Ahora también quiere escupir en el suelo de la cocina?
Frau Holtzapfel no se amilanó lo más mínimo.
—¿Es así como recibe a todo el que se presenta a su puerta? Qué
G’sindel
…
Liesel observaba. Tuvo la desgracia de quedar atrapada en medio, aunque Rosa la apartó de un tirón.
—Bueno, ¿va a decirme a qué ha venido o no?
Frau Holtzapfel volvió a echar otro vistazo a la calle.
—Vengo con una oferta.
Rosa cambió el peso a la otra pierna.
—No me diga.
—No, no para usted —le dijo a Rosa con voz desdeñosa, y se volvió hacia Liesel—. Para ti.
—Entonces, ¿para qué ha preguntado por mí?
—Pues porque supongo que necesitaré su permiso.
«Madre de Dios —pensó Liesel—, lo que me faltaba. ¿Qué narices querrá Holtzapfel de mí?»
—Me gustó ese libro que leíste en el refugio.
«No, no se lo va a llevar.» Liesel lo tenía muy claro.
—¿Sí?
—Esperaba poder oír el final durante los bombardeos, pero por lo visto por ahora estamos a salvo —echó los hombros hacia atrás y enderezó el alambre que tenía por espalda—. Así que me gustaría que vinieras a mi casa y me lo leyeras.
—Hay que tener cara, Holtzapfel —Rosa todavía estaba considerando si ponerse hecha una furia o no—. Si cree…
—Dejaré de escupir en su puerta —la interrumpió— y le daré mi ración de café.
Rosa decidió no ponerse hecha una furia.
—¿Y harina?
—Pero bueno, ¿acaso es judía? Sólo el café. Cambie el café por la harina con otro.
Estuvieron conformes.
Todas menos la niña.
—Bien, de acuerdo, trato hecho.
—¿Mamá?
—A callar,
Saumensch
, ve a buscar el libro —Rosa se volvió hacia frau Holtzapfel—. ¿Qué días le vienen bien?
—Lunes y viernes, a las cuatro. Y hoy, ahora mismo.
Liesel siguió los pasos castrenses hasta la puerta de al lado, la casa de frau Holtzapfel, que era igual a la de los Hubermann pero con la distribución al revés. Tal vez fuera un poco más grande.
La joven se sentó a la mesa de la cocina y frau Holtzapfel hizo otro tanto delante de ella, pero de cara a la ventana.
—Lee —pidió.
—¿El segundo capítulo?
—No, el octavo. ¡Claro que el segundo! Empieza a leer antes de que te eche a patadas.
—Sí, frau Holtzapfel.
—Déjate de «sí, frau Holtzapfel» y abre el libro. No tenemos todo el día.
«Por Dios —pensó Liesel—. Este es mi castigo por robar. Al final me han echado el guante.»
Estuvo leyendo cuarenta y cinco minutos y una bolsa de café apareció en la mesa al final del capítulo.
—Gracias —dijo la mujer—, es una buena historia —se volvió hacia los fogones y se puso a pelar unas patatas—. Sigues ahí, ¿verdad? —preguntó, sin volverse.
Liesel dedujo que le había dado pie para marcharse.
—
Danke schön
, frau Holtzapfel.
Junto a la puerta vio las fotos enmarcadas de dos jóvenes militares de uniforme y también lanzó un «
Heil Hitler!
» hacia la cocina, con el brazo levantado.