La inmortalidad (31 page)

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Authors: Milan Kundera

Tags: #Relato

BOOK: La inmortalidad
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Cuando su padre se estaba muriendo, ella estaba sentada al borde de su cama. Antes de entrar en la última fase de la agonía, le dijo: «Ya no me mires», y ésas fueron las últimas palabras que oyó de su boca, su último mensaje.

Le obedeció; inclinó la cabeza hacia el suelo, cerró los ojos, pero le cogió la mano y no se la soltó; dejó que lentamente y sin ser visto se fuese al mundo en el que ya no hay rostros.

13

Pagó y se encaminó al coche. El niño al que había visto chillar en el restaurante corrió hacia ella. Dobló las rodillas y estiró los brazos como si sostuviera una pistola automática. Imitaba el sonido de los disparos: «¡Pam, pam, pam!» y la mataba con balas imaginarias.

Se detuvo ante él y dijo con voz serena:

—¿Eres idiota, o qué?

El chico dejó de disparar y la miró con grandes ojos infantiles.

—Sí, pareces idiota —repitió ella.

Al niño se le encogió la cara en un gesto de llanto:

—¡Se lo voy a decir a mamá!

—¡Corre! ¡Corre a acusarme! —dijo Agnes, subió al coche y lo puso rápidamente en marcha.

Estaba contenta de no haberse encontrado con la madre. Se imaginaba cómo le gritaría y agitaría a la vez excitada la cabeza de un lado a otro, levantando los hombros y las cejas para defender al niño ofendido. Naturalmente, los derechos del niño están por encima de todos los demás. ¿Cuál fue en realidad el motivo por el que su madre eligió a Laura y no a Agnes cuando el general enemigo le permitió salvar de los tres miembros de la familia sólo a uno? La respuesta estaba completamente clara: prefirió a Laura porque era la más joven. En la jerarquía de las edades está en primer lugar el recién nacido, después el niño, después el joven, y sólo después el hombre maduro. El viejo está completamente a nivel del suelo, abajo del todo en esa pirámide de valores.

¿Y el muerto? El muerto está bajo tierra. Es decir por debajo del viejo. Al viejo por el momento se le reconocen todos los derechos humanos. El muerto, en cambio, los pierde desde el primer instante de la muerte. Ya no hay ley que lo defienda de la calumnia, su intimidad ha dejado de ser intimidad; ni las cartas que le escribieron sus amores, ni los recuerdos que le dejó en herencia su madre, nada, nada, nada le pertenece ya.

En los últimos años anteriores a su muerte el padre destruyó gradualmente todo lo que podía quedar de él: no dejó trajes en el armario, manuscritos, notas de sus clases, cartas. Borró sus huellas sin que nadie lo sospechara. Sólo lo sorprendieron con lo de las fotografías. Pero no le impidieron destruirlas. No quedó ni una.

Laura había protestado por ese motivo. Luchaba por los derechos de los vivos contra las injustificadas pretensiones de los muertos. Porque el rostro que mañana desaparecerá en la tierra o en el fuego no pertenece al futuro muerto, sino única y exclusivamente a los vivos, que están hambrientos y tienen necesidad de comerse a los muertos, sus cartas, su dinero, sus fotografías, sus viejos amores, sus secretos.

Pero su padre había escapado de todo aquello, se decía Agnes.

Pensaba en él y sonreía. Y de pronto se le ocurrió que su padre había sido su único amor. Sí, estaba completamente claro: el padre había sido su único amor.

En ese momento pasaron de nuevo junto a ella a enorme velocidad unas grandes motos; a la luz de los faros se veían las figuras inclinadas sobre el manillar y cargadas de la agresividad con que se estremecía la noche. Aquél era precisamente el mundo del que quería huir, huir ya para siempre,, y por eso decidió que en el primer cruce saldría de la autopista para tomar otra carretera menos transitada.

14

Nos encontrábamos en una avenida parisina llena de ruido y luces y nos dirigíamos hacia el Mercedes de Avenarius, que estaba aparcado varias calles más adelante. Pensábamos de nuevo en la chica que se había sentado de noche en la carretera con la cabeza hundida en las palmas de las manos y esperaba a que la atropellara un coche. Dije:

—Trataba de explicarte que en cada uno de nosotros está escrita la razón de nuestros actos, eso a lo que los alemanes llaman
Grund
; un código que contiene la esencia de nuestro destino; ese código tiene a mi juicio el cariz de una metáfora. Sin una imagen poética no puedes comprender a la chica de la que hablamos. Por ejemplo: va por la vida como por un valle; a cada rato encuentra a alguien y le dirige la palabra; pero la gente la mira sin comprender y sigue su camino, porque su voz es tan débil que nadie la oye. Así es como me la imagino y estoy convencido de que ella también se ve así: como una mujer que va por un valle entre gente que no la oye. Hay otra imagen: está en la sala de espera abarrotada de un dentista; en la sala entra un nuevo paciente, se dirige al sillón en el que está sentada ella y se le sienta en el regazo; no lo hace a propósito, sino porque vio el sillón vacío; ella protesta, mueve los brazos, grita: «¡Señor! ¿No me ve? ¡Este sillón está ocupado! ¡Aquí estoy sentada yo!», pero el hombre no la oye, se sienta cómodamente encima de ella y charla alegremente con otros pacientes. Estas son dos imágenes que me permiten entenderla. Su deseo de suicidarse no fue provocado por algo que llegó desde fuera. Estaba plantado en la tierra de su ser, creció lentamente y floreció como una flor negra.

—Lo acepto —dijo Avenarius—. Pero tienes que explicar de algún modo que haya decidido quitarse la vida ese día y no otro cualquiera.

—¿Y cómo explicas que una flor florezca un día determinado y no otro? Llega su hora. El deseo de autodestrucción creció lentamente y un buen día ya no fue capaz de resistirlo. Las humillaciones que sufría eran, supongo, bastante pequeñas: la gente no respondía a su saludo, nadie le sonreía, mientras hacía cola en correos una señora gorda la empujó y se puso delante de ella, estaba empleada en unos grandes almacenes y el jefe la acusó de atender mal a los clientes. Mil veces quiso rebelarse y gritar, pero nunca se decidió porque tenía una voz débil que en los momentos de enfado se le trababa. Era más débil que todos los demás y estaba permanentemente ofendida. Cuando sobre una persona cae un mal, la persona lo lanza lejos de sí, hacia otro. A eso se le llama conflicto, disputa o venganza. Pero una persona débil no tiene fuerza para deshacerse del mal que cae sobre ella, su propia debilidad la ofende y la humilla y se encuentra totalmente indefensa ante ella. No le queda otra posibilidad que la de destruir su debilidad junto consigo misma. Y así fue como nació su sueño sobre su propia muerte.

Avenarius miró a su alrededor intentando localizar su Mercedes y comprobó que lo buscaba en una calle equivocada. Nos dimos la vuelta y volvimos sobre nuestros pasos. Yo continué:

—La muerte que deseaba no tenía aspecto de desapañan sino de desecho. Pretendía desecharse a sí misma. No estaba satisfecha de un solo día de su vida, de una sola palabra que hubiera pronunciado. Cargaba consigo misma por la vida como con algo monstruoso, algo que odiaba y de lo que no era posible librarse. Por eso deseaba tanto desecharse a sí misma, tal como se desecha un papel arrugado, como se desecha una manzana podrida. Deseaba desecharse como si la que desecha y la desechada fueran dos personas distintas. Se imaginaba tirándose por la ventana. Pero la idea era de risa, porque vivía en un primer piso y la tienda en la que trabajaba estaba en una planta baja y no tenía ventana alguna. Y ella deseaba morir de modo que la golpease un puño y se oyera un sonido, como cuando aplastas los élitros de un abejorro. Era casi un deseo físico de ser aplastada, como cuando tienes la necesidad de apretar fuertemente con la palma de la mano el sitio que te duele.

Llegamos hasta el lujoso Mercedes de Avenarius y nos detuvimos. Avenarius dijo:

—Tal como la describes, uno estaría a punto de sentir simpatía por ella.

—Sé lo que quieres decir: o sea, si no habría estado decidida a enviar a la muerte a otros, además de a sí misma. Pero eso también está expresado en las dos imágenes con las que te la he presentado. Cuando le hablaba a alguien, nadie la oía. El mundo se le iba de las manos. Cuando digo mundo me refiero a esa parte de lo existente que responde a nuestra llamada (aunque sólo sea con un eco apenas audible) y cuya llamada nosotros mismos oímos. Para ella el mundo se volvía mudo y dejaba de ser su mundo. Estaba completamente encerrada en sí misma y en su sufrimiento. ¿Podía sacarla de su cerrazón al menos la visión del sufrimiento de otros? No. Porque el sufrimiento de los otros ocurría en un mundo que se le había ido de las manos, que ya no era suyo. El que el planeta Marte no sea más que un único sufrimiento donde hasta las piedras gritan de dolor, no puede conmovernos porque Marte no forma parte de nuestro mundo. Una persona que se encuentra fuera del mundo no es sensible al dolor del mundo. El único acontecimiento que por un momento la arrancó de su sufrimiento fue la enfermedad y la muerte de su perrito. La vecina estaba indignada: no siente compasión por la gente pero llora por un perro. Lloraba por el perro porque el perro era parte de su mundo, y no del de la vecina; el perro respondía a su llamada, la gente no.

Nos quedamos en silencio pensando en la pobre chica y después Avenarius abrió la puerta del coche y me hizo una señal con la cabeza:

—¡Ven! ¡Vamos a casa! ¡Te prestaré unas zapatillas y un cuchillo!

Sabía que si yo no iba a pinchar neumáticos con él, no encontraría jamás a nadie y se quedaría en su excentricidad abandonado como en el exilio. Tenía mil ganas de ir con él pero sentía pereza, intuía a lo lejos el sueño que se acercaba a mí y correr después de medianoche por las calles me parecía un sacrificio inimaginable.

—Me voy a casa. Iré dando un paseo —dije y le di la mano.

Se marchó. Yo miraba su Mercedes con sensación de remordimiento por haber traicionado a un amigo. Después me puse a caminar en dirección a casa y los pensamientos volvieron al cabo de un rato a la chica en la que el deseo de autodestrucción había crecido como una flor negra.

Me dije: Y un día, al salir del trabajo, no fue a su casa, sino que salió de la ciudad. No veía nada a su alrededor, no sabía si era verano, otoño o invierno, si caminaba por la orilla del mar o junto al muro de una fábrica; hacía ya mucho que no vivía en el mundo; su único mundo era su alma.

15

No veía nada a su alrededor, no sabía si era verano, otoño o invierno, si caminaba por la orilla del mar o junto al muro de una fábrica y, si caminaba, caminaba sólo porque el alma, llena de intranquilidad, exige movimiento y no es capaz de permanecer en el mismo sitio, porque cuando no se mueve empieza a doler terriblemente. Es como cuando tiene uno un gran dolor de muelas: algo le obliga a pasear por la habitación de una pared a otra; no hay un motivo racional, porque el movimiento no puede hacer que el dolor disminuya, pero, sin que se sepa por qué, la muela dolorida pide ese movimiento.

Y así anduvo y se encontró en una gran autopista por la que zumbaba un coche tras otro, caminaba por el borde, desde un señalizador a otro, no sentía nada, miraba sólo su alma, en la que veía varias imágenes siempre iguales de la humillación. Era incapaz de despegar los ojos de ellas; sólo a veces, cuando pasaba a su lado una ruidosa moto y a ella le dolían los tímpanos debido al estruendo, se daba cuenta de que existía el mundo exterior; pero aquel mundo no tenía significado alguno, era un espacio vacío que sólo servía para que anduviera y trasladara su alma dolorida de un sitio a otro con la esperanza de que le doliera menos.

Hacía ya tiempo que había pensado en dejarse atropellar por un coche. Pero los coches que pasaban a enorme velocidad por la autopista le daban miedo, eran mil veces más fuertes que ella; era incapaz de imaginar de dónde sacaría valor para lanzarse bajo sus ruedas. Hubiera tenido que arrojarse
sobre
ellos,
contra
ellos y para eso no tenía fuerzas, igual que no las tenía cuando quería gritarle al jefe, que le reprochaba algo injustamente.

Había salido cuando anochecía y ahora era ya de noche. Le dolían las piernas y sabía que ya no tenía fuerzas para llegar muy lejos. En ese momento de cansancio vio en un gran cartel indicador iluminada la palabra Dijon.

De pronto olvidó su cansancio. Era como si aquella palabra le recordase algo. Intentó apresar el recuerdo que se escapaba: alguien era de Dijon o alguien le había contado algo alegre que había pasado allí. De pronto se convenció de que esa ciudad es agradable y de que allí hay gente diferente de la que hasta ahora ha conocido. Era como cuando en medio del desierto se oye la música de un baile. Era como cuando en medio de un cementerio surge una fuente de agua plateada.

¡Sí, irá a Dijon! Empezó a hacerles señas a los coches. Pero los coches pasaban a su lado, la deslumbraban con sus faros y no se detenían. Siempre se repetía la misma situación, de la que no le había sido concedido escapar: se dirige a alguien, le llama, le habla, y nadie la oye.

Llevaba ya media hora estirando el brazo en vano: los coches no paraban. La ciudad iluminada, la alegre ciudad de Dijon, la orquesta en medio del desierto, volvía a hundirse en la oscuridad. El mundo volvía a alejarse de ella y ella volvía a su alma alrededor de la cual sólo había, por todas partes, vacío.

Luego llegó al sitio desde donde salía de la autopista una carretera menor. Se detuvo: no, los coches de la autopista no sirven para nada: ni la aplastan ni la llevan a Dijon. Tomó la carretera que bajaba de la autopista dando vueltas.

16

¿Cómo vivir en un mundo con el que uno no está de acuerdo? ¿Cómo vivir con la gente si uno no considera suyas ni sus penas ni sus alegrías? Si sabe que no es parte de ellos.

El amor o el convento, pensaba Agnes. El amor o el convento: dos modos en que el hombre puede rechazar la computadora divina, dos modos de escapar de ella.

El amor: Agnes se imaginaba hacía tiempo la siguiente prueba: les preguntan si después de la muerte querrían volver a despertar a la vida. Si de verdad aman, lo aceptarían sólo bajo la condición de que volvieran a encontrarse con su amado. La vida es para ustedes un valor condicionado, que se justifica únicamente porque les permite vivir su amor. Aquel a quien aman es para ustedes más que la Creación divina, más que la vida. Esa es naturalmente una burla blasfema a la computadora del Creador, que se considera a sí misma la cima de todo y el sentido del ser.

Pero la mayoría de la gente no ha conocido el amor y de aquellos que creen conocerlo sólo unos pocos pasarían con éxito la prueba que inventó Agnes; correrían tras la promesa de una nueva vida sin plantear condiciones de ningún tipo; preferirían la vida antes que el amor y volverían a caer voluntariamente en la telaraña del Creador.

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