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Authors: John Scalzi

La historia de Zoe (33 page)

BOOK: La historia de Zoe
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—Una historia interesante —dijo Gau—. Y creo que no me equivoco al suponer que tiene algo que ver con por qué estás aquí.

—Es cosa suya, señor —dije—. Puede decidir que sólo es un bonito cuchillo de piedra.

—No lo creo —respondió Gau—. El administrador Perry es un hombre que juega con el subtexto. No se me escapa lo que significa que me haya enviado a su hija para entregar un mensaje y ofrecerme luego este regalo concreto, con esta historia concreta. Es un hombre sutil.

—Eso me parece, sí. Pero el cuchillo no viene de parte de mi padre. Es mío.

—Vaya —dijo Gau, sorprendido—. Eso es aún más interesante. ¿El administrador Perry no lo sugirió?

—No sabe que tenía el cuchillo —contesté—. Y tampoco cómo lo conseguí.

—Entonces tú pretendes enviarme un mensaje con él, para reforzar el de tu padre adoptivo.

—Esperaba que lo viera usted de esa forma.

Gau soltó el cuchillo.

—Explícame qué quiere decirme el administrador Perry.

—Van a asesinarlo —dije—. Alguien lo va a intentar, al menos. Alguien cercano a usted, alguien de su círculo de consejeros de confianza. Papá no sabe cuándo ni cómo, pero sí que planean hacerlo pronto. Quería que lo supiera para que pueda usted protegerse.

—¿Por qué? —preguntó el general Gau—. Tu padre adoptivo es un oficial de la Unión Colonial. Fue parte del plan que destruyó la flota del Cónclave y amenaza todo por lo que he trabajado, durante más tiempo del que llevas viva, joven humana. ¿Por qué debería confiar en la palabra de mi enemigo?

—Su enemigo es la Unión Colonial, no mi padre —dije.

—Tu padre ayudó a matar a decenas de miles de seres. Todas las naves de mi flota fueron destruidas, menos la mía.

—Él le suplicó que no llamara a su flota para que acudiera a Roanoke.

—En esa ocasión fue demasiado sutil —dijo Gau—. Se le olvidó mencionar que nos habían tendido una trampa. Simplemente me pidió que no llamara a mi flota. Un poco más de información habría salvado la vida a miles.

—Hizo lo que pudo —contesté—. Usted estaba allí para destruir nuestra colonia. A él no se le permitía entregarla. Sabe que no tenía muchas opciones. Y da la casualidad de que la Unión Colonial lo llamó y lo juzgó por intentar darle a entender que podría suceder algo. Podrían haberlo enviado a prisión por el simple hecho de hablar con usted, general. Hizo lo que pudo.

—¿Cómo sé que no lo están utilizando de nuevo? —preguntó Gau.

—Ha dicho usted que sabía lo que significaba que me haya enviado a mí para darle el mensaje —dije—. Soy la prueba de que le está diciendo la verdad.

—Eres la prueba de que él
cree
que está diciendo la verdad. Eso no quiere decir que
sea
la verdad. Ya utilizaron a tu padre adoptivo una vez. ¿Por qué no podrían utilizarlo de nuevo?

Esto me molestó.

—Usted perdone, general —dije—. Pero debería saber que al enviarme para darle este aviso, tanto mi padre como mi madre van a ser etiquetados con toda seguridad como traidores a la Unión Colonial. Los dos van a ir a prisión. Debería saber que como parte del trato para que los obin me trajeran hasta aquí, no puedo volver a Roanoke. Tengo que quedarme con ellos. Porque creen que es sólo cuestión de tiempo que Roanoke sea destruido, por usted o por alguna facción del Cónclave sobre la que ya no tiene control. Mis padres y yo hemos arriesgado
todo
para darle este aviso. Es posible que por eso nunca vuelva a verlos ni a ellos ni a nadie más de Roanoke. Ahora, general, ¿cree que alguno de nosotros haría esto si no estuviéramos absolutamente seguros de lo que le decimos?

El general Gau no respondió durante un momento.

—Siento que hayáis tenido que arriesgar tanto —dijo por fin.

—Entonces hágale a mi padre el honor de
creerlo —
repliqué—. Corre usted peligro, general. Y ese peligro está más cerca de lo que cree.

—Dime, Zoë, ¿qué espera conseguir el administrador Perry al decirme esto? ¿Qué quiere de mí?

—Quiere que siga usted vivo. Le prometió que mientras dirigiera el Cónclave, no volvería a atacar Roanoke. Cuanto más viva usted, más viviremos nosotros.

—Pero ahí está la ironía —dijo Gau—. Gracias a lo que pasó en Roanoke, ya no tengo tanto poder como antes. Ahora me paso el tiempo manteniendo a raya a los demás. Y hay quienes ven Roanoke como un modo de quitarme el control. Estoy seguro de que no sabes quién es Nebros Eser...

—Claro que lo sé. Su principal opositor ahora mismo. Está tratando de convencer a la gente para que lo siga. Quiere destruir la Unión Colonial.

—Te pido disculpas —dijo Gau—. Olvidé que no eres sólo una mensajera.

—No importa.

—Nebros Eser está planeando atacar Roanoke. Estoy recuperando el control del Cónclave muy lentamente, pero suficientes razas apoyan a Eser y ha podido encontrar fondos para una expedición con la que tomar Roanoke. Sabe que la Unión Colonial está demasiado debilitada para defender la colonia, y sabe que en este momento no estoy en situación de detenerlo. Si puede tomar Roanoke, y puesto que yo no pude, más razas del Cónclave podrían ponerse de su lado. Tantas, que atacarían directamente a la Unión Colonial.

—Entonces, ¿no puede ayudarnos?

—Aparte de explicarte lo que acabo de decirte, no puedo hacer nada más —contestó Gau—. Eser va a atacar Roanoke. Pero en parte porque el administrador Perry ayudó a destruir mi flota, no puedo hacer mucho para detenerlo ahora. Y dudo que vuestra Unión Colonial vaya a pararle los pies.

—¿Por qué dice eso?

—Porque estás aquí. No te equivoques, Zoë, agradezco el aviso de tu familia. Pero el administrador Perry no es tan amable como para haberme avisado por pura bondad. Como has señalado, el precio es demasiado alto para eso. Estás aquí porque no puede recurrir a nadie más.

—Pero ¿cree usted a papá? —dije.

—Sí. Desgraciadamente, alguien en mi posición siempre es un blanco. Pero ahora al menos sé que incluso aquellos a quienes he confiado mi vida y mi amistad están calculando los costes y decidiendo que valgo más para ellos muerto que vivo. Y tiene sentido que alguien intente eliminarme antes de que Eser ataque Roanoke. Si estoy muerto y Eser se venga de vuestra colonia, nadie más intentará desafiarlo por el control del Cónclave. El administrador Perry no me dice nada que no sepa. Sólo confirma lo que ya sé.

—Entonces no le he servido de nada —dije. «Y usted no me ha servido de nada a mí», pensé, pero no lo comenté en voz alta.

—Yo no diría eso. Uno de los motivos por los que he venido era para poder oír lo que tenías que decir sin nadie más presente. Descubrir qué podía hacer con la información que pudieras tener. Ver si tiene utilidad para mí. Ver si me eres útil.

—Ya sabía lo que le he dicho.

—Cierto. Sin embargo, nadie más sabe cuánto sabes tú. Aquí no, al menos.

Gau extendió la mano, cogió el cuchillo de piedra y volvió a mirarlo.

—Y la verdad del asunto es que me estoy cansando de no saber quién de aquellos en quienes confío es el que planea apuñalarme en el corazón. Quien esté planeando asesinarme estará conchabado con Nebros Eser. Probablemente ese individuo sepa cuándo piensa Eser atacar Roanoke, y con qué fuerzas. Y quizás trabajando juntos podamos averiguar ambas cosas.

—¿Cómo? —pregunté.

El general Gau volvió a mirarme, e hizo esa cosa con la cabeza que yo seguía esperando que fuera una sonrisa.

—Haciendo un poco de teatro político. Haciéndoles creer que sabemos lo que ellos saben. Forzándoles a actuar en consecuencia.

Le devolví la sonrisa.

—La obra es el asunto donde capturaré la conciencia del rey —dije.

—Exactamente —dijo Gau—. Aunque capturaremos a un traidor, no a un rey.

—En la cita era ambas cosas.

—Interesante —dijo Gau—. Me temo que no conozco la referencia.

—Es de una obra llamada
Hamlet —
dije—. A un amigo mío le gustaba el autor.

—Me gusta la cita —dijo Gau—. Y tu amigo.

—Gracias —respondí—. A mí también.

* * *

—Alguien de los aquí presentes es un traidor —dijo el general Gau—. Y sé quién es.

«Guau —pensé—. El general sí que sabe empezar una reunión.» Estábamos en la sala donde se reunía oficialmente el consejo que presidía el general, una habitación adornada que, según me contó el general de antemano, nunca había utilizado excepto para recibir a dignatarios extranjeros de forma pomposa. Como técnicamente la estaba usando para recibirme a mí con aquella reunión, me sentí especial. Pero más concretamente, la sala constaba de una pequeña plataforma elevada con escalinatas, donde había un gran sillón. Dignatarios, consejeros y su personal se acercaron como si fuera un trono. Esto iba a ser útil para lo que el general tenía ese día en mente. Delante de la plataforma, la sala tenía forma de semicírculo. Alrededor del perímetro había una barra curvada, adecuada para la altura de la mayoría de las especies miembros del Cónclave. Ahí era donde se situaban los ayudantes de los consejeros y dignatarios, para traer documentos y datos cuando fueran necesarios y para susurrar (o lo que fuera) en pequeños micrófonos conectados a auriculares colocados en las orejas (o lo que fuera) de sus jefes.

Sus jefes (los consejeros y dignatarios) se situaron en la zona entre la barra y la plataforma. Normalmente, según me dijo Gau, había bancos o sillas (o lo que encajara mejor con la forma de sus cuerpos) para que pudieran descansar mientras resolvían sus asuntos. Hoy todos estaban de pie.

En cuanto a mí, estaba a la izquierda delante del general, que permanecía sentado en su gran sillón. Delante del sillón había una mesita, donde estaba el cuchillo de piedra que yo acababa de regalarle (por segunda vez) al general. Esta vez se lo di envuelto en algo más formal que una camisa. El general lo sacó de la caja que yo había encontrado, lo admiró y lo depositó sobre la mesa.

Al fondo, con los ayudantes, se encontraban Hickory y Dickory, que no estaban muy felices con el plan que el general había ideado.

Bueno, ahora que estábamos lanzados, no estoy segura de que me entusiasmara a mí tampoco.

—Creí que habíamos venido a escuchar una petición de esta joven humana —dijo una de las consejeras, una alta lalan (es decir, alta incluso para ser una lalan) llamada Hafte Sorvalh. Su voz fue traducida por el auricular que me habían dado los obin.

—Era todo fingido —dijo Gau—. La humana no tiene ninguna petición, sino información relativa a quién de vosotros pretende asesinarme.

Esto naturalmente provocó conmoción en la cámara.

—¡Es una humana! —dijo Wet Ninung, un dwaer—. Con todos mis respetos, general, los humanos destruyeron hace poco toda la flota del Cónclave. Cualquier información que compartan con usted debería ser considerada como altamente sospechosa, por decirlo con suavidad.

—Estoy completamente de acuerdo contigo, Ninung —dijo Gau—. Por eso cuando se me ofreció hice lo que cualquier individuo sensato habría hecho y ordené a mi gente de seguridad que comprobara la información a conciencia. Lamento decir que la información era buena. Y ahora he de enfrentarme al hecho de que uno de mis consejeros, alguien que tenía acceso a todos mis planes para el Cónclave, ha conspirado contra mí.

—No lo comprendo —dijo un ghlagh cuyo nombre, si no recuerdo mal, eran Lernin Il. No estaba segura del todo: la gente de seguridad de Gau me había entregado dossieres sobre el círculo de consejeros de Gau sólo unas horas antes de la reunión, y con todo lo demás que tenía que preparar, apenas tuve tiempo de echarle un vistazo.

—¿Qué no comprendes, Lernin? —preguntó el general Gau.

—Si sabe quién de nosotros es el traidor, ¿por qué sus agentes de seguridad no se han encargado ya de él? —preguntó IL—. Eso podría hacerse sin exponerlo a usted a un riesgo innecesario. Dada su posición, sería mejor que no corriera más riesgos que los absolutamente necesarios.

—No estamos hablando de un asesino corriente, Il —dijo el general—. Mira a tu alrededor. ¿Cuánto tiempo hace que nos conocemos? Recuerda lo duro que hemos trabajado cada uno de nosotros para crear este gran Cónclave de razas. Nos hemos visto unos a otros más tiempo que a nuestros cónyuges e hijos. ¿Aceptarías que hiciera desaparecer a uno de vosotros con una vaga acusación de traición? ¿No os parecería que estaba perdiendo mi poder y pagándolo con chivos expiatorios? No, Il. Hemos llegado demasiado lejos y hecho demasiado para eso. Incluso este posible asesino se merece algo mejor.

—¿Qué pretendes hacer, entonces? —preguntó Il.

—Le pediré al traidor que dé un paso al frente. Aún no es tarde para enderezar este mal.

—¿Estás ofreciendo amnistía a ese asesino? —preguntó una criatura cuyo nombre no recordaba (ni, dada la forma en que hablaba, creo que no hubiera podido pronunciar, aunque lo recordara).

—No —dijo Gau—. Este individuo no actúa solo. Forma parte de una conspiración que amenaza aquello por lo que hemos trabajado todos —Gau me señaló—. Mi amiga humana me ha dado unos cuantos nombres, pero eso no es suficiente. Por la seguridad del Cónclave, necesitamos conocer más. Y para demostrar a todos los miembros del Cónclave que la traición no puede ser tolerada, el asesino debe responder por lo que han hecho hasta este momento. Lo que ofrezco es lo siguiente: que serán tratados justamente y con dignidad. Que cumplirán su tiempo de castigo con cierta comodidad. Que su familia y seres queridos no serán castigados ni considerados responsables, a menos que ellos mismos sean conspiradores. Y que su delito no será hecho público. Fuera de esta sala, lo único que se sabrá es que este conspirador ha sido retirado del servicio. Habrá castigo. Debe haber castigo. Pero no será el castigo de la historia.

—Quiero saber de dónde sacó la información esta humana —dijo Wert Ninung.

Gau me hizo un gesto de asentimiento.

—Esta información procede de la división de las Fuerzas Especiales de la Unión Colonial —dije.

—El mismo grupo que provocó la destrucción de la flota del Cónclave —dijo Wert—. No es especialmente digno de confianza.

—Consejero Wert —dije—, ¿cómo cree que pudieron las Fuerzas Especiales localizar a cada una de las naves de su flota? La única vez que se reúne es cuando elimina una colonia. Localizar cuatrocientas naves entre las decenas de miles que cada raza tiene a su disposición fue una hazaña inaudita de inteligencia militar. Después de eso, ¿duda que las Fuerzas Especiales tuvieran dificultad para encontrar un solo nombre?

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