Read La historia de Zoe Online

Authors: John Scalzi

La historia de Zoe (15 page)

BOOK: La historia de Zoe
9.55Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads
13

Dos semanas después de que aterrizáramos en Roanoke, Magdy, Enzo, Gretchen y yo fuimos a dar un paseo.

—Mirad dónde aterrizáis —nos dijo Magdy—. Hay unas cuantas rocas grandes aquí.

—Magnífico —dijo Gretchen.

Enfocó el suelo con su linternita (tecnología aceptable, sin ordenador incluido, sólo una anticuada LED), buscando un lugar donde aterrizar, y entonces saltó desde el filo de la muralla de contenedores, apuntando al lugar señalado. Enzo y yo oímos el «Uf» cuando aterrizó, y luego unas cuantas maldiciones.

—Te dije que miraras dónde aterrizabas —dijo Magdy, apuntándola con su linterna.

—Cierra el pico, Magdy —contestó ella—. Ni siquiera deberíamos estar aquí. Vas a meternos a todos en problemas.

—Sí, bueno —replicó Magdy—. Tus palabras tendrían autoridad moral sobre mí si no estuvieras aquí conmigo. —Dejó de apuntar con la luz a Gretchen y se volvió hacia Enzo y hacia mí, que todavía estábamos en lo alto de la muralla—. ¿Pensáis venir con nosotros o qué?

—¿Quieres apartar esa luz? —dijo Enzo—. La patrulla va a verla.

—La patrulla está al otro lado de la muralla —respondió Magdy—. Aunque si no os dais prisa, dentro de poco no podré decir lo mismo. Así que moveos.

Agitó rápidamente la luz delante de la cara de Enzo, creando un molesto efecto estroboscópico. Enzo suspiró y bajó por la pared del contenedor; oí el golpe apagado un segundo más tarde. Eso me dejó súbitamente expuesta en lo alto de unos contenedores que eran el perímetro defensivo de nuestra pequeña aldea... y también la frontera más allá de la cual no nos permitían ir de noche.

—Vamos —me susurró Enzo. Él, al menos, recordó que no podíamos estar fuera y moduló la voz —. Salta. Yo te cojo.

—¿Eres tonto? —pregunté, también entre susurros—. Acabarás con mis zapatos en los ojos.

—Era una broma —dijo Enzo.

—Bien. No me cojas.

—Joder, Zoë —dijo Magdy, sin susurrar. ¿Quieres saltar de una vez?

Salté de la pared, de unos tres metros de alto, y rodé un poco al aterrizar. Enzo me apuntó con su linterna y me ofreció una mano para que me incorporase. La acepté y lo miré bizqueando mientras me aupaba. Entonces encendí mi propia linterna para ver dónde estaba Magdy.

—Capullo —le dije.

Magdy se encogió de hombros.

—Vamos —dijo, y echó a andar por el perímetro de la muralla hacia nuestro destino.

Unos cuantos minutos más tarde todos apuntábamos con nuestras linternas a un agujero.

—Guau —dijo Gretchen—. Acabamos de saltarnos el toque de queda y nos arriesgamos a que los guardias nos peguen un tiro por accidente para hacer esto. Un agujero en el suelo. Yo escogeré nuestra próxima excursión de campo, Magdy.

Magdy bufó y se arrodilló junto al agujero.

—Si prestaras atención a algo, sabrías que este agujero ha causado pánico en el Consejo —dijo Magdy—. Alguien lo cavó la otra noche mientras la patrulla no vigilaba. Algo intentó
entrar
en la colonia desde aquí fuera. —Cogió la linterna y enfocó el contenedor más cercano hasta que divisó algo—. Mirad. Hay arañazos en el contenedor. Algo intentó llegar a lo alto y, entonces, como no pudo, trató de pasar por debajo.

—Así que lo que estás diciendo es que estamos aquí fuera con un puñado de depredadores —dije.

—No tiene por qué ser un depredador —contestó Magdy—. Tal vez sólo sea algo a lo que le gusta cavar.

Volví a apuntar con mi linterna las marcas de garras.

—Sí, eso es una teoría razonable.

—¿No podríamos haberlo visto durante el día? —preguntó Gretchen—. ¿Cuándo se pueden ver las cosas que saltan y nos comen?

Magdy me señaló con su linterna.

—Su madre puso aquí a toda la gente de seguridad el día entero. No dejaban acercarse a nadie. Además, el ser que hizo este agujero ya se ha ido.

—Te recordaré lo que acabas de decir cuando algo te desgarre la garganta —dijo Gretchen.

—Relájate —contestó Magdy—. Estoy preparado. Y de todas formas, este agujero es sólo el aperitivo. Mi padre es amigo de algunos de los tipos de seguridad. Uno de ellos le contó que justo antes de cerrarlo todo para la noche, vieron un rebaño de esos fantis en los bosques. Yo digo que vayamos a verlo.

—Deberíamos regresar —dijo Enzo—. Ni siquiera deberíamos estar aquí fuera, Magdy. Si nos descubren, nos va a caer una buena. Podremos ver a los fantis mañana. Cuando salga el sol, y podamos verlos de verdad.

—Mañana estarán despiertos y pastando —dijo Magdy—. Y es imposible que podamos hacer nada más que mirarlos a través de los binoculares —Magdy volvió a señalarme—. Dejadme que os recuerde que sus padres ya nos han mantenido encerrados durante dos semanas, esperando descubrir si hay algo que puede hacernos daño en este planeta.

—O matarnos —recordé yo—. Lo cual sería un problema.

Magdy no me hizo caso.

—Lo que digo es que si queremos ver a esos bichos, acercarnos lo suficiente para poder echarles un buen vistazo, tenemos que hacerlo ahora. Están dormidos, nadie sabe que nos hemos ido y volveremos antes de que nadie nos eche de menos.

—Sigo pensando que deberíamos regresar —dijo Enzo.

—Enzo, sé que esto te está robando un tiempo valioso para estar con tu novia, pero creí que querías explorar algo más que las amígdalas de Zoë por una vez.

Magdy tuvo mucha suerte de no estar a mi alcance cuando hizo ese comentario. Ni a mi alcance ni al de Enzo.

—Estás comportándote de nuevo como un capullo, Magdy —dijo Gretchen.

—Vale. Volved vosotros. Os veré luego. Voy a ver algunos fantis.

Echó a andar hacia el bosque, iluminando con su linterna la hierba (o la cobertura del suelo que parecía hierba) mientras andaba. Apunté con mi linterna a Gretchen. Ella puso los ojos en blanco, exasperada, y echó a andar tras Magdy. Un minuto después, Enzo y yo la seguimos.

* * *

Coged un elefante. Hacedlo un poquito más pequeño. Quitadle las orejas. Acortadle la trompa y colocadle tentáculos al final. Estiradle las patas hasta que casi parezca imposible que puedan soportar su peso. Ponedle cuatro ojos. Y luego haced otras cuantas cosas raras con su cuerpo hasta que no es que se parezca a un elefante, es que se parece más a un elefante que a ninguna otra cosa que se os ocurra.

Eso es un fanti.

En las dos semanas que llevábamos atrapados en la aldea de la colonia, esperando el «todo despejado» para comenzar la colonización, los fantis habían sido vistos varias veces, bien en los bosques cerca de la aldea o bien en el claro entre la aldea y el bosque. Divisar un fanti podía provocar una loca carrera de los niños hasta la puerta de la colonia (una abertura en la muralla de contenedores que se cerraba de noche), para mirar y asombrarse y saludar a las criaturas. También atraía a una oleada más que estudiadamente casual de adolescentes, porque queríamos verlos también, pero no queríamos parecer
demasiado
interesados, ya que eso podría afectar a nuestra credibilidad delante de nuestros nuevos amigos.

Desde luego, Magdy nunca dio ninguna indicación de que le interesaran para nada los fantis. Permitía que Gretchen lo arrastrara hasta la puerta cuando pasaba una manada, pero luego se pasaba casi todo el tiempo hablando con los otros chavales que también estaban encantados de que pareciera que los habían arrastrado hasta allí. Todo por alardear, supongo. Incluso aquella pose superchula tenía una parte infantil.

Había cierta discusión sobre si los fantis que veíamos eran un grupo local que vivía en la zona, o si habíamos visto varias manadas que emigraban. Yo no tenía ni idea de qué teoría esa la acertada: sólo llevábamos un par de semanas en el planeta. Y desde la distancia, todos los fantis parecían iguales.

Y de cerca, como descubrimos rápidamente, olían fatal.

—¿Es que todo en este planeta tiene que oler a mierda? —me susurró Gretchen, mientras mirábamos a los fantis.

Se balanceaban adelante y atrás levemente, mientras dormían de pie. Como para responder a su pregunta, uno de los fantis que estaba más cerca de nuestro escondite dejó escapar un pedo monumental. Nos asfixiamos y reímos por igual.

—Shhhh —dijo Enzo.

Magdy y él estaban agazapados tras otro alto matorral a un par de metros de nosotras, justo ante el claro donde la manada de fantis había decidido descansar durante la noche. Había una docena, todos durmiendo y tirándose pedos bajo las estrellas. Enzo no parecía estar disfrutando mucho de la visita; creo que le preocupaba que despertáramos por accidente a los fantis. No era una preocupación menor: las patas de los fantis parecían delgadas de lejos pero de cerca quedaba claro que podían aplastar a cualquiera sin demasiados problemas, y había una docena de fantis allí. Si los despertábamos y se dejaban llevar por el pánico, podíamos acabar convertidos en carne picada.

Creo que también estaba un poco molesto por el comentario de «explorar las amígdalas». Magdy, como era habitual en él, había estado pinchando a Enzo desde que él y yo empezamos a salir oficialmente. Las burlas aumentaban y menguaban dependiendo de cómo estuviera la relación de Magdy con Gretchen en ese momento. Supuse que en ese momento Gretchen había cortado con él. A veces pensaba que me haría falta una gráfica o tal vez un organigrama para comprender cómo se llevaban ellos dos.

Otro de los fantis dejó escapar una carga épica de flatulencia.

—Si seguimos aquí un poco más, voy a asfixiarme —le susurré a Gretchen.

Ella asintió y me indicó que la siguiera. Nos acercamos al lugar donde estaban Enzo y Magdy.

—¿Podemos irnos ya? —le susurró Gretchen a Magdy—. Sé que probablemente disfrutas con el olor, pero los demás estamos a punto de vomitar la cena. Y llevamos aquí suficiente tiempo para que alguien empiece a preguntarse adonde hemos ido.

—Un momento —dijo Magdy—. Quiero acercarme a uno.

—Estás bromeando.

—Hemos llegado hasta aquí.

—A veces eres realmente idiota, ¿lo sabías? —dijo Gretchen—. No se va por ahí despertando a una manada de animales salvajes y diciendo «hola». Te matarán.

—Están dormidos —dijo Magdy.

—Dejarán de estarlo si te acercas hasta ellos.

—No soy tan estúpido —dijo Magdy, y sus susurros se fueron volviendo más fuertes cuanto más se irritaba. Señaló a uno de los fantis que teníamos más cerca—. Sólo quiero acercarme a ése. No habrá ningún problema. Deja de preocuparte.

Antes de que Gretchen pudiera replicar, Enzo levantó una mano para hacerlos callar a los dos.

—Mirad —dijo, y señaló el claro—. Uno de ellos se está despertando.

—Oh, maravilloso —dijo Gretchen.

El fanti en cuestión sacudió la cabeza y luego la alzó, extendiendo los tentáculos de su trompa. Los agitó adelante y atrás.

—¿Qué está haciendo? —le pregunté a Enzo. Él se encogió de hombros. No era más experto en fantis que yo.

El bicho agitó los tentáculos un poco más, en un arco más amplio, y entonces comprendí lo que estaba haciendo. Estaba
oliendo
algo. Algo que no debería estar allí.

El fanti barritó, no con la trompa como un elefante, sino con la boca. Todos los demás fantis despertaron al instante y barritaron, y empezaron a moverse.

Miré a Gretchen. «Oh, mierda», silabeé. Ella asintió, y miró de nuevo a los fantis. Me volví hacia Magdy, que de pronto se había vuelto muy pequeño. No creo que quisiera acercarse más.

El fanti más cercano a nosotros se dio la vuelta y rozó el matorral tras el que nos escondíamos. Oí el golpe de su pata mientras el animal maniobraba para cambiar de postura. Decidí que era hora de moverme, pero mi cuerpo pudo más que yo, puesto que no me permitía controlar las piernas. Me quedé petrificada, agachada tras un arbusto, esperando que me aplastaran.

Cosa que nunca llegó a suceder. Un segundo más tarde el fanti se marchó y echó a correr en la misma dirección que el resto de la manada: lejos de nosotros.

Magdy se irguió, y escuchó a la manada perderse en la distancia.

—Muy bien —dijo—. ¿Qué ha pasado?

—Creo que nos han olido —contesté—. Pensé que nos habían descubierto.

—Te dije que eras idiota —le dijo Gretchen a Magdy—. Si hubieras estado al descubierto cuando despertaron, estaríamos recogiendo tus restos en un cubo.

Los dos empezaron a discutir; yo me giré para mirar a Enzo, que se había vuelto en la dirección contraria a la que habían tomado los fantis en su huida. Tenía los ojos cerrados, pero parecía concentrado en algo.

—¿Qué pasa? —pregunté.

Él abrió los ojos, me miró, y entonces señaló en aquella dirección.

—La brisa viene de allí —dijo.

—Ah, bien —contesté. No le entendí.

—¿Has ido alguna vez a cazar? —preguntó Enzo. Negué con la cabeza—. Estábamos a sotavento de los fantis. El viento no les llevaba nuestro olor. —Señaló el lugar donde estaba el fanti que se había despertado primero—. No creo que ese fanti llegara a olemos.

Clic.

—Vale. Ahora lo pillo.

Enzo se volvió hacia Magdy y Gretchen.

—Chicos —dijo—. Es hora de largarse. Ahora.

Magdy apuntó a Enzo con su linterna y pareció a punto de decirle algo sarcástico. Entonces vio la expresión del rostro de Enzo a la luz del círculo de la linterna.

—¿Qué ocurre?

—Los fantis no han echado a correr por nosotros —dijo Enzo—. Creo que hay algo más ahí fuera. Algo que caza a los fantis. Y creo que viene hacia aquí.

* * *

Es un tópico del género de terror que salgan adolescentes perdidos en el bosque, imaginando que les persigue algo horrible que está justo detrás de ellos.

Y ahora sé por qué. Si alguna vez queréis sentiros al borde de ese terror abyecto y total que causa descomposición intestinal, imaginad que estáis en un bosque, de noche, y que alguien va a por vosotros. Te hace sentirte viva, es verdad, pero no de un modo en que
quieras
sentirte viva.

Magdy iba delante, naturalmente, aunque si lo hacía porque conocía el camino de vuelta o sólo porque corría tan rápido que los demás teníamos que esforzarnos para darle alcance es materia de debate. Gretchen y yo lo seguíamos, y Enzo venía detrás. Una vez me volví a ver cómo estaba y él me hizo un gesto con la mano.

—Quédate con Gretchen —dijo.

Entonces me di cuenta de que se estaba quedando atrás de manera intencionada para que lo que quiera que nos seguía tuviera que pasar primero por encima de él. Le habría besado en ese mismo momento si no hubiera sido un tembloroso montón de adrenalina que corría desesperadamente para llegar a casa.

BOOK: La historia de Zoe
9.55Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Nine White Horses by Judith Tarr
Beauty and the Feast by Julia Barrett
Day of the False King by Brad Geagley
Haiku by Stephen Addiss
The Hermetic Millennia by John C. Wright
The Dirty Divorce by KP, Miss
Intercept by Patrick Robinson