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Authors: John Scalzi

La historia de Zoe (29 page)

BOOK: La historia de Zoe
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—Gracias —dijo—. ¿A qué ha venido eso?

—Era yo siendo feliz porque pensamos igual —contesté—. Noto que estamos emparentados, aunque no sea biológicamente.

—No creo que nadie dude que pensamos igual, cariño —dijo papá—. Aunque puesto que la Unión Colonial me las va a hacer pasar canutas, no estoy seguro de que eso sea bueno para ti.

—Yo creo que sí.

—Y tenga o no que ver con la biología, creo que los dos somos lo bastante listos para comprender que las cosas no están yendo de la mejor manera posible. Esto es un lío gordo, y no estamos fuera.

—Amén —dije.

—¿Cómo estás, cariño? ¿Te sentirás bien?

Abrí la boca para decir algo y la volví a cerrar.

—Ahora mismo creo que quiero hablar de cualquier cosa en el mundo menos de cómo me siento —dije por fin.

—Muy bien —contestó papá.

Entonces empezó a hablar de sí mismo, no porque fuera un ególatra, sino porque sabía que escucharle me ayudaría a distraerme de mis propias preocupaciones. Le escuché hablar sin preocuparme demasiado de lo que decía.

* * *

Papá se marchó al día siguiente en la nave de suministros
San Joaquín,
con Manfred Trujillo y un par de colonos más que viajaban
en
calidad de
representantes
de Roanoke, encargados de asuntos políticos y culturales. Ésa era su tapadera, al menos. Lo que iban a hacer realmente, o eso me contó Jane, era intentar descubrir algo sobre lo que pasaba en el universo con relación a Roanoke y quién nos había atacado. Tardarían una semana en llegar a la Estación Fénix; allí pasarían un par de días y luego tardarían otra semana en regresar. Es decir, pasaría una semana más antes de que todos menos papá regresaran: si el interrogatorio salía mal, él no volvería.

Intentamos no pensar en ello.

* * *

Tres días más tarde la mayoría de la colonia se reunió en la granja de los Gugino y se despidió de Bruno y Natalie, María, Katherina y Enzo. Fueron enterrados donde habían muerto; Jane y otros retiraron los escombros que habían caído sobre ellos con el misil, y reconstruyeron la zona restaurando el suelo y colocando tierra nueva. Se plantó una lápida para recordar a la familia. En el futuro, habría otra más grande, pero de momento era pequeña y sencilla: Sólo constaba el apellido de la familia, el nombre de todos sus miembros, y las fechas de nacimiento y muerte. Me recordó la lápida de mi propia familia, donde yacía mi madre biológica. Por algún motivo, me resultó un poco reconfortante.

El padre de Magdy, que era el mejor amigo de Bruno Gugino, habló cálidamente de toda la familia. Un grupo de cantantes entonó dos de los himnos favoritos de Natalie de Zhong Guo. Magdy habló de su mejor amigo, brevemente y con dificultad. Cuando se sentó, Gretchen estaba allí para abrazarlo mientras lloraba. Finalmente todos nos levantamos; algunos rezaron y otros guardaron silencio, con las cabezas inclinadas, pensando en los amigos y seres queridos perdidos. Luego la gente se marchó, hasta que sólo quedamos Gretchen, Magdy y yo, en silencio junto a la lápida.

—Te quería, ¿sabes? —me dijo Magdy de pronto.

—Lo sé —dije.

—No —
respondió Magdy, y vi cómo intentaba hacerme ver que no se trataba de palabras de consuelo—. No estoy hablando de cómo decimos que queremos algo, o queremos a la gente que apreciamos.

Él te quería de verdad, Zoë. Estaba dispuesto a pasarse la vida entera contigo. Ojalá pudiera hacerte creer esto.

Saqué mi PDA, busqué el poema de Enzo y se lo mostré a Magdy.

—Lo creo —dije.

Magdy leyó el poema, asintió. Luego me devolvió la PDA.

—Me alegro. Me alegro de que te lo enviara. Yo me burlaba de él porque te escribía esos poemas. Le dije que estaba haciendo el tonto. —Sonreí—. Pero ahora me alegro de que no me hiciera caso. Me alegro de que te los enviara. Porque ahora lo sabes. Sabes cuánto te quería.

Magdy se echó a llorar mientras intentaba terminar aquella frase. Me acerqué a él y lo abracé y lo dejé llorar.

—Él también te quería, Magdy —le dije—. Tanto como a mí. Tanto como a cualquiera. Eras su mejor amigo.

—Yo también le quería —dijo Magdy—. Era mi hermano. Quiero decir, no mi hermano de verdad... —empezó a poner esa expresión suya, estaba molesto consigo mismo por no expresarse como quería.

—No, Magdy —le corregí—. Eras su hermano de verdad. En todos los aspectos que importan, eras su hermano. Sabía que lo considerabas así. Y te quería por eso.

—Lo siento, Zoë —dijo Magdy, y se miró los pies—. Siento haberos causado siempre tantas dificultades. Lo siento.

—Eh —dije, amablemente—. Ya vale. Se supone que tenías que causarnos dificultades, Magdy. Causarle dificultades a la gente es tu fuerte. Pregúntale a Gretchen.

—Es verdad —dijo Gretchen, sin contemplaciones—. Es así.

—Enzo te consideraba un hermano. También eres mi hermano. Lo has sido todo
este
tiempo. Te quiero, Magdy.

—Yo también te quiero, Zoë' —dijo Magdy, en voz baja, y entonces me miró a la cara—. Gracias.

—No hay de qué —le di otro abrazo—. Pero recuerda que como nuevo miembro de tu familia ahora tengo derecho a darte la paliza como quiera.

—No puedo esperar —dijo Magdy, y entonces se volvió hacia Gretchen—, ¿Te convierte esto en mi hermana también?

—Considerando nuestra historia, será mejor que no —respondió Gretchen. Magdy se rió, lo cual fue una buena señal, y luego me dio un beso en la mejilla, un abrazo a Gretchen, y se marchó de la tumba de su amigo y hermano.

—¿Crees que estará bien? —le pregunté a Gretchen, mientras lo veíamos marchar.

—No —respondió Gretchen—. No durante mucho tiempo. Sé que querías a Enzo, Zoë, lo sé de verdad y no quiero que parezca que trato de quitarle importancia. Pero Enzo y Magdy eran dos mitades del mismo todo. —Señaló a Magdy con la cabeza—. Tú has perdido a alguien a quien amabas. El ha perdido una parte de sí mismo. No sé si lo podrá superar.

—Tú puedes ayudarle.

—Tal vez —dijo Gretchen—. Pero piensa en lo que me estás pidiendo que haga.

Me eché a reír. Por eso amaba a Gretchen. Era la chica más lista que conocía, y era lo bastante lista para saber que ser lista tenía sus repercusiones. Podía ayudar a Magdy, sí, volviéndose parte de lo que había perdido. Pero eso significaba serlo, de un modo u otro, durante el resto de sus vidas. Lo haría, porque en el fondo amaba realmente a Magdy. Pero tenía razón al preocuparse por lo que significaría para ella.

—De todas formas, no voy a dejar de ayudar también a otra persona —dijo Gretchen.

Con eso, me sacó de mis pensamientos.

—Oh —dije—. Bueno. Ya sabes, estoy bien.

—Lo sé. También sé que mientes fatal.

—No puedo engañarte.

—No —dijo Gretchen—. Porque lo que Enzo era para Magdy, yo lo soy para ti.

La abracé.

—Lo sé —dije.

—Bien. Cada vez que lo olvides, te lo recordaré.

—Muy bien —dije.

Y después de eso Gretchen me dejó a solas con Enzo y su familia, y me quedé sentada junto a ellos durante mucho rato.

Cuatro días más tarde, llegó una nota de papá de una cápsula de salto de la Estación Fénix.

«Un milagro —decía—. No me mandan a prisión. Volvemos en la próxima nave de suministros. Di a Hickory y Dickory que tendré que hablar con ellos a mi regreso. Te quiero.»

Había otra nota para Jane, pero ella no me dijo qué contenía.

—¿Por qué querrá papá hablar con vosotros? —le pregunté a Hickory.

—No lo sabemos. La última vez que hablamos de algo de importancia fue el día, lo siento, en que murió tu amigo Enzo. Hace algún tiempo, antes de que dejáramos Huckleberry, le mencioné al mayor Perry que el gobierno obin y el pueblo obin estaban preparados para ayudaros a ti y a tu familia aquí en Roanoke si era necesario. El mayor Perry me recordó esa conversación y me preguntó si el ofrecimiento seguía en pie. En ese momento le dije que creía que sí.

—¿Crees que papá va a pediros ayuda?

—No lo sé —dijo Hickory—. Además, desde la última vez que hablé con el mayor Perry las circunstancias han cambiado.

—¿Qué quieres decir? —pregunté.

—Dickory y yo hemos recibido por fin información detallada y puesta al día de nuestro gobierno, incluyendo un análisis del ataque de la Unión Colonial a la flota del Cónclave —dijo Hickory—. Nos han informado de que poco después de que la
Magallanes
desapareciera, la Unión Colonial acudió al gobierno obin y le pidió que no buscara la colonia de Roanoke y que no ofreciera ayuda si era localizada por el Cónclave o cualquier otra raza.

—Sabían que vendríais a buscarme.

—Sí.

—¿Pero por qué les dijeron que no nos ayudaran? —pregunté.

—Porque eso interferiría con los planes de la Unión Colonial para atraer a la flota del Cónclave a Roanoke —dijo Hickory.

—Eso ya pasó. Está hecho. Ahora los obin pueden ayudarnos.

—La Unión Colonial nos ha pedido que continuemos sin ofrecer ayuda ni asistencia a Roanoke.

—Eso no tiene sentido.

—Estamos de acuerdo.

—Pero eso significa que ni siquiera podéis ayudarme a mí —dije.

—Hay una diferencia entre la colonia de Roanoke y tú —dijo Hickory—. La Unión Colonial no puede pedirnos que no te protejamos ni asistamos. Eso violaría el tratado entre nuestros pueblos, y la Unión Colonial no querría hacer eso, especialmente ahora. Pero puede decidir interpretar al pie de la letra el tratado, y lo ha hecho. Nuestro tratado se refiere a ti, Zoë. A un nivel mucho menor se refiere a tu familia, es decir, al mayor Perry y la teniente Sagan. No se refiere a la colonia de Roanoke.

—Sí, desde el momento en que vivo aquí. Esta colonia me preocupa enormemente. Sus habitantes me preocupan. Toda la gente que quiero está aquí. Roanoke me importa. Debería importaros.

—No hemos dicho que no nos importara —dijo Hickory, y advertí en su voz algo que nunca había oído antes: reproche—. Ni sugerimos que no te importe a ti, por muchos motivos. Te estamos diciendo que la Unión Colonial le ha pedido al gobierno obin que interprete sus derechos según el tratado. Y te estamos diciendo que nuestro gobierno, por sus propios motivos, se ha mostrado de acuerdo.

—Entonces, si papá os pide ayuda, le diréis que no.

—Le diremos que mientras Roanoke sea un mundo de la Unión Colonial, no podemos ofrecerle ayuda.

—O sea, que no.

—Así es —dijo Hickory—. Lo sentimos, Zoë.

—Quiero que me deis la información que os dé vuestro gobierno —dije.

—Eso haremos. Pero está en nuestra lengua nativa y en nuestro formato de archivos, y tu PDA tardará una enorme cantidad de tiempo en traducirla.

—No me importa.

—Como quieras —dijo Hickory.

Poco después de eso, me puse a mirar la pantalla de mi PDA y apreté los dientes mientras avanzaba lentamente por las traducciones de los archivos. Me di cuenta de que sería más fácil pedirle a Hickory y Dickory que me lo contaran todo, pero quería verlo con mis propios ojos. Por mucho tiempo que tardara.

Tardé tanto que apenas lo había terminado cuando papá y los demás regresaron a casa.

* * *

—Todo esto me parece un galimatías —me dijo Gretchen, mientras miraba los documentos que yo le mostraba en mi PDA—. Es como si hubiera sido traducido por un mono o algo así.

—Mira —dije. Recuperé un documento distinto—. Según esto, volar la flota del Cónclave ha hecho que el tiro les salga por la culata. Se suponía que el Cónclave se derrumbaría y todas las razas empezarían a luchar unas contra otras. Bueno, el Cónclave está empezando a derrumbarse, pero casi ninguna raza lucha contra otra. En cambio, están atacando a los mundos de la Unión Colonial. La han cagado de verdad.

—Si tú lo dices, tendré que creer que eso es lo que pone —contestó Gretchen—. No encuentro ningún verbo aquí.

Recuperé otro documento.

—Toma, éste es sobre un líder del Cónclave llamado Nebros Eser. Ahora es el principal competidor del general Gau por el liderazgo del Cónclave. Gau sigue sin querer atacar directamente a la Unión Colonial, aunque acabamos de destruir su flota. Sigue pensando que el Cónclave es lo bastante fuerte para seguir haciendo lo que hace. Pero ese tal Eser piensa que el Cónclave debería aniquilarnos. A la Unión Colonial. Y especialmente a nosotros aquí en Roanoke. Sólo para dejar claro que con el Cónclave no se juega. Los dos luchan por hacerse con el control del Cónclave ahora mismo.

—De acuerdo —dijo Gretchen—. Pero sigo sin saber qué significa nada de esto, Zoë. No me hables a toda velocidad. Me pierdo.

Me detuve y tomé aliento. Gretchen tenía razón. Me había pasado casi todo el día anterior leyendo esos documentos, bebiendo café y sin dormir. Mis habilidades comunicativas no estaban al ciento por ciento. Así que lo intenté otra vez.

—La colonia de Roanoke se fundó con el objetivo de iniciar una guerra —dije.

—Pues parece que funcionó.

—No —dije—. Era para iniciar una guerra
dentro
del Cónclave.

Volar su flota se suponía que iba a romper al Cónclave desde dentro. Terminaría con la amenaza de esta enorme coalición de razas alienígenas y devolvería las cosas a la situación anterior, cuando cada raza luchaba contra las demás. Provocamos una guerra civil, y luego intervenimos cuando todos se están peleando y nos llevamos los mundos que queremos y salimos más fuertes que antes... tal vez demasiado fuertes para que ninguna raza o incluso ningún grupito de razas sea capaz de plantarnos cara. Ese era el plan.

—Pero según me estás contando, no funcionó.

—Exacto —contesté—. Volamos la flota e hicimos que los miembros del Cónclave lucharan, pero contra quien están luchando es contra nosotros. El motivo por el que no nos gustaba el Cónclave es que eran cuatrocientos contra uno, y ese uno éramos nosotros. Bueno, ahora siguen siendo cuatrocientos contra uno, pero ahora nadie escucha al único tipo que impedía que se enzarzaran en una guerra total contra nosotros.

—Nosotros, aquí en Roanoke —dijo Gretchen.

—Nosotros en todas partes. La Unión Colonial. Los humanos.
Nosotros.
Eso está pasando ahora —dije—. Los mundos de la Unión Colonial están siendo atacados. No sólo los nuevos mundos coloniales, los que suelen ser atacados. Incluso las colonias establecidas, las que no han sido atacadas desde hace décadas, están siendo golpeadas. Y a menos que el general Gau los vuelva a poner firmes, estos ataques van a continuar. Van a empeorar.

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