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Authors: John Scalzi

La historia de Zoe (26 page)

BOOK: La historia de Zoe
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—Sí.

—Entonces es posible que el general pretenda que Roanoke juegue un papel en la derrota del Cónclave. En ese caso, no es que se os permita usar vuestros aparatos electrónicos porque sea seguro. Se os permite utilizarlos porque ahora sois el cebo.

—¿Pensáis que la Unión Colonial va a dirigir al Cónclave hasta aquí? —dije, después de un minuto.

—No ofrecemos ninguna opinión en un sentido ni en otro —respondió Hickory—. Sólo advertimos que es posible. Y encaja con los datos que tenemos.

—¿Se lo habéis dicho a mi padre? —pregunté.

—No nos ha... —empezó a decir Hickory, pero yo ya había salido por la puerta.

* * *

—Cierra la puerta —dijo papá.

Obedecí.

—¿Con quién has hablado de esto? —preguntó.

—Con Hickory y Dickory, obviamente —respondí—. Con nadie más.

—¿Con nadie? ¿Ni siquiera con Gretchen?

—No —dije.

Gretchen había ido a pegar a Magdy por enviar aquel vídeo. Yo estaba empezando a desear haber ido con ella en vez de haber llamado a Hickory y Dickory a mi habitación.

—Bien —dijo papá—. Entonces tenéis que mantenerlo en secreto, Zoë. Tú y los gemelos alienígenas.

—No pensarás que lo que dice Hickory vaya a suceder, ¿no?

Papá me miró directamente, y una vez más recordé que era mucho mayor de lo que parecía.


Va
a suceder —dijo—. La Unión Colonial ha tendido una trampa al Cónclave. Desaparecimos hace un año. El Cónclave ha estado buscándonos todo este tiempo, y la UC ha pasado todo ese tiempo preparando la trampa. Ahora está preparada, así que nos vuelven a dejar a la vista. Cuando la nave del general Rybicki vuelva, filtrarán dónde estamos. La noticia llegará al Cónclave. El Cónclave enviará aquí a su flota. Y la Unión Colonial la destruirá. Ése es el plan, al menos.

—¿Va a funcionar?

—No lo sé.

—¿Qué pasará si no funciona? —pregunté.

Papá dejó escapar una risita breve y amarga.

—Si no funciona, entonces no creo que el Cónclave esté de humor para negociaciones.

—Oh, Dios, Tenemos que decírselo a la gente, papá.

—Lo sé. Intenté ocultarle cosas a los colonos antes, y no salió muy bien.

Se refería a los hombres lobo, y yo me recordé que cuando todo aquello terminara tendría que aclarar mis propias aventuras con ellos.

—Pero tampoco necesito otra situación de pánico con la que lidiar —continuó—. La gente ha recibido una buena dosis este último par de días. Tengo que encontrar un modo de contarles lo que la UC ha planeado sin que teman por sus vidas.

—A pesar de que deberían hacerlo.

—Esa es la pega —dijo papá, y soltó otra risita amarga. Entonces me miró—. No está bien, Zoë. Toda esta colonia está construida sobre una mentira. Roanoke nunca pretendió ser una colonia de verdad, una colonia viable. Existe porque nuestro gobierno necesitaba un modo de plantarle cara al Cónclave, de desafiar su prohibición para colonizar, y ganar tiempo para idear una trampa. Ahora que ya ha tenido ese tiempo, el único motivo por el que nuestra colonia existe es para ser la cabra atada a la estaca. La Unión Colonial no nos valora por quiénes somos, Zoë. Sólo nos valora por lo que somos. Por lo que representamos para ellos. Les importamos en la medida en que pueden utilizarnos. Quiénes somos no entra en la ecuación.

—Conozco la sensación —dije.

—Lo siento. Me estoy poniendo abstracto y depresivo.

—No es abstracto, papá —dije—. Estás hablando con la chica cuya vida es un punto en un tratado. Sé lo que significa ser valorada por lo que soy en vez de por quién soy.

Papá me dio un abrazo.

—Nosotros no, Zoë —dijo—. Te amamos por quien eres. Aunque si quieres decirle a tus amigos obin que muevan el culo y nos ayuden, no me importaría.

—Bueno, hice jurar a Hickory y Dickory que nos os matarían. Es un progreso, al menos.

—Sí, pasitos de bebé en la dirección adecuada —dijo papá—. Será agradable no tener que preocuparse porque me acuchillen miembros de la familia.

—Siempre queda mamá —dije.

—Créeme, si alguna vez la molesto tanto, no usará algo tan indoloro como un cuchillo —respondió papá. Me besó en la mejilla—. Gracias por venir a contarme lo que ha dicho Hickory, Zoë. Y gracias por mantenerlo en secreto.

—No hay de qué —dije, y me dirigí a la puerta. Me detuve antes de girar el pomo—. ¿Papá? ¿Cuánto tiempo crees que pasará antes de que llegue el Cónclave?

—No mucho, Zoë —contestó él—. No mucho.

* * *

De hecho, tardaron dos semanas.

En ese tiempo, nos preparamos. Papá encontró un modo de contarle a todo el mundo la verdad sin generar pánico: dijo que todavía existía la posibilidad de que el Cónclave nos encontrara y que la Unión Colonial planeaba emplazar en Roanoke una defensa; que seguía habiendo peligro pero que ya habíamos estado en peligro antes, y que ser inteligentes y estar preparados sería nuestra mejor defensa. Los colonos se dispusieron a construir refugios antibombas y otras protecciones, para lo cual usaron las máquinas de excavación y construcción que teníamos guardadas. La gente se dedicó a su trabajo y continuó siendo optimista y se preparó lo mejor que pudo para una vida al borde de la guerra.

Yo me pasé el tiempo leyendo el material que me dieron Hickory y Dickory, viendo los vídeos de las eliminaciones de otras colonias y rebuscando en los datos para ver qué podía aprender. Hickory y Dickory tenían razón, había demasiada información, y mucha de ella en formatos que no podía entender. No sé cómo Jane conseguía mantenerlo todo en la cabeza. Pero lo que había era suficiente para comprender unas cuantas cosas.

Primero, el Cónclave era enorme: lo componían más de cuatrocientas razas, cada una de ellas dispuesta a cooperar para colonizar nuevos mundos en vez de competir por ellos. Era una idea descabellada: hasta ahora, los cientos de razas de nuestra parte del espacio luchaban unas contra otras para apoderarse de mundos y colonizarlos, y cuando alguna creaba una nueva colonia luchaba con uñas y dientes para conservarla y eliminar las de los demás. Pero en la estructura del Cónclave, criaturas de todo tipo de razas vivían en el mismo planeta. No había que competir. En teoría era una gran idea (era mejor que intentar matar a todos tus vecinos), pero aún estaba por ver si llegaría a funcionar.

Lo cual nos llevaba al segundo punto: el Cónclave todavía era increíblemente nuevo. El general Gau, su líder, había trabajado durante más de veinte años para organizado, y durante la mayor parte de ese tiempo pareció que no iba a prosperar. No ayudaba que la Unión Colonial (nosotros los humanos) y unos cuantos más invirtieran un montón de energía en desmontarlo antes de que se hubiera creado. Pero de algún modo Gau lo logró, y en el último par de años lo había llevado de la teoría a la práctica.

Eso no fue bueno para aquellos que no formaban parte del Cónclave, sobre todo cuando el Cónclave empezó a emitir decretos diciendo que los que no formaran parte de él no podían colonizar nuevos mundos. Cualquier discusión con el Cónclave era una discusión con todos los miembros del Cónclave. No era cosa de uno contra uno, sino de cuatrocientos contra uno. Y el general Gau se aseguró de que la gente lo supiera. Cuando el Cónclave empezó a enviar flotas para eliminar las nuevas colonias que otras razas creaban como desafío, cada raza miembro del Cónclave contribuía con una nave a esas flotas. Traté de imaginar cuatrocientos cruceros de batalla apareciendo de pronto sobre Roanoke, y entonces recordé que si el plan de la Unión Colonial funcionaba, los vería bien pronto. Dejé de intentar imaginarlos.

Era lógico pensar que si la Unión Colonial estaba loca por intentar buscar pelea contra el Cónclave, por grande que fuera, su aspecto novedoso le iba a la contra. Cada uno de aquellos cuatrocientos aliados habían sido enemigos no hacía mucho tiempo. Cada uno de ellos se había adherido al Cónclave con sus propios planes y, según parecía, no todos estaban convencidos de que eso del Cónclave fuera a funcionar: cuando todo se viniera abajo, algunos planeaban recoger los pedazos. Todavía era muy pronto para que se desmoronara, pero acabaría ocurriendo si alguna gente presionaba lo suficiente. Parecía que la Unión Colonial planeaba hacerlo, utilizando Roanoke.

Sólo una cosa lo mantenía todo unido, y fue lo tercero que aprendí: que ese general Gau era a su modo una persona notable. No era como esos dictadores de opereta que tenían suerte, se apoderaban de un país y se daban a sí mismos el título de Gran Alto Pubah o algo por el estilo. Había sido general de un pueblo llamado los vrenn, y había ganado algunas batallas importantes para ellos cuando decidió que era un despilfarro luchar por unos recursos que más de una raza podían compartir fácil y productivamente; cuando empezó a hacer campaña con esta idea, lo metieron en la cárcel. A nadie le gustan los tipos problemáticos.

El gobernante que lo envió a la cárcel acabó por morir (Gau no tuvo nada que ver; fue por causas naturales), y le ofrecieron el puesto a Gau, pero lo rechazó y en cambio intentó conseguir que otras razas se unieran a su idea del Cónclave. Tuvo que salvar la dificultad de no lograr persuadir a los vrenn al principio para que se unieran a su causa: todo lo que tenía a su nombre era una idea y un pequeño crucero de batalla llamado la
Estrella Tranquila,
que había conseguido que los vrenn le entregaran después de decomisionarla. Por lo que pude leer, parecía que los vrenn intentaban darle largas, como diciendo: «Toma, gracias por tus servicios. Márchate, no hace falta que envíes una postal. Adiós.»

Pero él no se fue, y a pesar de que su idea era una locura poco práctica y de que nunca podría funcionar porque cada raza en nuestro universo odiaba demasiado a las demás, funcionó. Porque este general Gau la hizo funcionar, usando sus habilidades y su personalidad para que gente de razas distintas trabajara unida. Cuanto más leía sobre él, más me parecía que el tipo era realmente admirable.

Sin embargo, también era la persona que había ordenado matar a colonos civiles.

Sí, se había ofrecido a trasladarlos e incluso les había propuesto unirse al Cónclave. Pero al final, si no querían trasladarse y no querían unirse, los eliminaba. Igual que nos eliminaría a todos nosotros si, a pesar de todo lo que papá le había dicho a Hickory y Dickory, nuestra colonia no se rendía... o si el ataque a la flota del Cónclave que la Unión Colonial había planeado salía mal y el general decidía que la UC tenía que aprender una lección por atreverse a desafiarles y nos eliminaba por principio.

No estaba tan segura de hasta qué punto era admirable el general Gau, si en el fondo nada le impedía matarme a mí y a todas las personas que quería.

Era un enigma. Gau era un enigma. Me pasé esas dos semanas intentando resolverlo. Gretchen se enfadó conmigo porque me quedaba encerrada sin decirle qué hacía; Hickory y Dickory tenían que recordarme que saliera y siguiera con mi entrenamiento. Incluso Jane se preguntaba si no necesitaría salir más. La única persona que no me daba mucho la paliza era Enzo: de hecho, desde que volvíamos a estar juntos era muy flexible con mis horarios. Yo lo agradecí. Me aseguré de que lo supiera. El pareció agradecerlo también.

Y entonces se nos acabó el tiempo. La
Estrella Tranquila,
la nave del general Gau, apareció una tarde sobre nuestra colonia, desmanteló nuestro satélite de comunicaciones para que Gau pudiera tener tiempo para charlar, y luego envió un mensaje a Roanoke pidiendo reunirse con los líderes de la colonia. John respondió que se reuniría con él. Esa noche, mientras el sol se ponía, se reunieron en el risco ante la colonia, a un kilómetro de distancia.

—Pásame los binoculares, por favor —le dije a Hickory, mientras nos subíamos al techo de la tienda. Hickory obedeció—. Gracias.

Dickory estaba debajo de nosotros, en el suelo; es difícil olvidar las viejas costumbres.

Incluso mirándolos a través de los binoculares, el general Gau y papá eran poco más que un par de puntos. Miré de todas formas. No era la única: en otros tejados, en Croatoan y las granjas, había otras personas con binoculares y telescopios, mirando a papá y al general, o escrutando el cielo, buscando en el crepúsculo a la
Estrella Tranquila.
Cuando caía la noche, divisé la nave, un punto diminuto entre dos estrellas que, a diferencia de éstas, brillaba sin titilar.

—¿Cuánto tiempo crees que tardarán en llegar las otras naves? —le pregunté a Hickory.

La
Estrella Tranquila
siempre llegaba primero, sola, y luego, a una orden de Gau, aparecían los otros centenares de naves, una muestra no demasiado sutil de poderío para hacer que un líder colonial reacio accediera a que su gente abandonara sus hogares. Yo lo había visto en los vídeos de las eliminaciones de otras colonias. También sucedería aquí.

—No mucho —respondió Hickory—. El mayor Perry se habrá negado ya a entregar la colonia.

Bajé los binoculares y miré a Hickory en la penumbra.

—No pareces preocupado. Antes no pensabas así.

—Las cosas han cambiado.

—Ojalá tuviera tu confianza.

—Mira —dijo Hickory—. Ha empezado.

Alcé la mirada. Nuevas estrellas habían empezado a aparecer en el cielo. Primero una o dos, luego pequeños grupos, y después una constelación entera. Habían empezado a aparecer tantas que era imposible seguir cada aparición individual. Sabía que había cuatrocientas. Parecían miles.

—Santo Dios —dije, y tuve miedo. Miedo de verdad—. Mira cuántas hay.

—No temas este ataque, Zoë. Creemos que este plan funcionará.

—¿Conoces el plan? —pregunté. No aparté los ojos del cielo.

—Nos enteramos esta tarde. El mayor Perry nos lo contó, por deferencia para con nuestro gobierno.

—No me lo habíais dicho.

—Creíamos que lo sabías —dijo Hickory—. Dijiste que habías hablado con el mayor Perry.

—Hablamos de que la Unión Colonial iba a atacar a la flota del Cónclave. Pero no de cómo iba a hacerlo.

—Mis disculpas, Zoë. Tendría que habértelo explicado.

—Dímelo ahora —contesté, y entonces algo sucedió en el cielo.

Las nuevas estrellas empezaron a convertirse en novas.

Primero una o dos, luego pequeños grupos, y después constelaciones enteras. Se expandían y brillaban tanto que habían empezado a fundirse unas con otras, formando el brazo de una galaxia pequeña y violenta. Era precioso. Y lo peor que había visto jamás.

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