Read La hija de la casa Baenre Online
Authors: Elaine Cunningham
—No es la costumbre que los hechiceros de esta ciudad se reúnan en un único lugar —empezó Gomph, dando voz a los pensamientos de todos los presentes—. Cada uno de nosotros sirve a los intereses de su propia casa, según el juicio de su madre matrona. Así es como debe ser —añadió categórico, y se detuvo, enarcando una única ceja, tal vez para sazonar su afirmación con un toque de ironía.
—Sin embargo, tales alianzas no son desconocidas. La ciudad de Sshamath está gobernada por una coalición de hechiceros drows. Nosotros sin duda podríamos hacer lo mismo en Menzoberranzan si surge la necesidad.
Murmullos que iban desde el entusiasmo al horror inundaron la mágica estancia. Gomph alzó una mano, un sencillo gesto que ordenó —y recibió— un instantáneo silencio.
—Si surge la necesidad —repitió con severidad—. El consejo regente se ocupará de los problemas de la ciudad. Nuestra labor es esperar y observar.
Volvió a hacer una pausa y todos los presentes captaron el silencioso mensaje. El consejo regente —las madres matronas de las ocho casas más poderosas— apenas era algo más que un recuerdo; la matrona Baenre, la drow más poderosa de la ciudad, ya no existía. Triel, la mayor de sus hijas supervivientes, asumiría el mando de la casa Baenre, pero era joven y tendría que enfrentarse a aspirantes al puesto. Recientemente, la casa que ocupaba el tercer puesto había sido totalmente destruida por criaturas del Abismo, pero no antes de que su renegada cabecilla hubiera asesinado a la matrona y a la heredera de la cuarta casa. Auro'pol Dyrr, que gobernaba la quinta casa, había caído durante la guerra. Puesto que una sucesión ordenada era una rareza, cada una de estas casas podría verse asolada por conflictos internos antes de que las nuevas matronas se hicieran finalmente con el poder. Estas matronas tendrían que enfrentarse entonces a desafíos procedentes de todas partes, pues pocas veces en la larga historia de Menzoberranzan habían quedado vacantes a la vez tantos puestos en el consejo, y al menos se podía contar con que una docena de casas iría a la guerra en un intento de mejorar su posición social. En conjunto, la lucha por restablecer el consejo regente podía durar años; años de los que la inestable ciudad no disponía.
—Conocéis los problemas a que se enfrenta Menzoberranzan tan bien como yo —prosiguió Gomph con suavidad—. Si la ciudad cae en la anarquía, nosotros los hechiceros puede que seamos su mejor posibilidad de supervivencia. Debemos estar preparados para asumir el poder.
O hacernos con él.
Estas palabras quedaron sin pronunciar, pero cada uno de los drows de la habitación las oyó y tomó buena nota de ellas.
B
aenre ha muerto. Largo reinado, matrona Triel. —Esta expresión fue repetida muchas veces, con distintos grados de sinceridad, durante todo el día, mientras uno a uno, los nobles, soldados y plebeyos de la casa Baenre iban desfilando ante el temible trono negro —una maravilla con vida propia en cuyas relucientes profundidades se retorcían los espíritus de las víctimas de los Baenre— para jurar lealtad a su nueva matrona.
Triel Baenre en sí no era una visión impresionante. Su estatura estaba bastante por debajo del metro y medio, y su cuerpo era delgado y recto como el de una criatura. Según los patrones de los elfos drows, tampoco resultaba particularmente atractiva, y la blanca cabellera era larga y fina, sujeta en una apretada trenza que le rodeaba la cabeza como una corona. Iba vestida con sencillez: con una cota de malla elfa echada sobre la sencilla túnica negra de una sacerdotisa. Sin embargo, Triel no necesitaba los tradicionales atavíos de la realeza, ya que era una de las sacerdotisas de Lloth de más categoría en la ciudad y gozaba de todo el favor de su diosa. La joven matrona exudaba poder y seguridad, y saludó a cada uno de sus súbditos con un regio movimiento de cabeza.
En realidad, la drow no se sentía tan cómoda en su nuevo papel como parecía estar. Sentada en el trono de su madre, se sentía como una niña que representa un papel. ¡Por la sangre de Lloth, maldijo en silencio, pero si sus pies ni siquiera tocaban el suelo! Una ignominia menor, tal vez, pero para, la mente preocupada de Triel los pies que se balanceaban en el aire parecían un presagio, una indicación de que no estaba a la altura de la tarea que se le encomendaba.
La sacerdotisa era consciente de que, bien mirado, debiera haberse sentido feliz con su ascenso, pues ahora era una matrona de la primera casa de Menzoberranzan. El poder no era algo desconocido para Triel —como dama matrona de la escuela clerical de Arach-Tinilith, ocupaba una posición de gran dignidad— pero jamás había aspirado al trono de su difunta madre. La anterior matrona había reinado durante tantos siglos que había parecido eterna. Incluso ya nadie recordaba su nombre de pila, y para generaciones de drows, la madre de Triel era Baenre, era Menzoberranzan. Así pues, cada repetición de «Baenre ha muerto» resonó en la mente de la sacerdotisa como un augurio de muerte, hasta que sintió que tenía que chillar o se volvería loca.
Pero por fin la ceremonia tocó a su fin, y Triel se quedó sola para enfrentarse a la tarea de reconstruir la destrozada familia. Era un desafío formidable. La fuerza de una casa descansaba en sus sacerdotisas, y demasiadas de ellas habían perecido en la guerra de su madre. Muchas de las hijas de la anterior matrona —y también las hijas de éstas— habían marchado a formar sus propias casas y, aunque en teoría, estas casas menores eran aliadas de la casa Baenre, su preocupación primordial era tejer sus propias redes de poder e intriga.
Además de su falta de sacerdotisas, la primera casa carecía de maestro de armas. El hermano de Triel, Berg'inyon, había desaparecido durante el conflicto. Como jefe de los poderosos jinetes de los lagartos, había encabezado el ataque contra los aliados de la superficie de Mithril Hall, y no había regresado jamás al hogar familiar. Muchos drows habían perecido en el terror y la confusión que siguió al amanecer, y no era descabellado pensar que el maestro de armas Baenre estuviera entre ellos. Aunque Triel sospechaba lo contrario, pues a menudo había percibido que los instintos de supervivencia del joven sobrepasaban con mucho su lealtad a su casa. Cualquiera que fuera la verdad que se ocultaba tras su desaparición, Berg'inyon ya no estaba con ella. Podría ser un simple joven —con apenas sesenta años de edad—, pero era un luchador vigoroso, y sería difícil de reemplazar. ¡No lo permita Lloth, se dijo Triel con enorme repugnancia, que tuviera que verse obligada incluso a tomar un patrón para ocupar el puesto de maestro de armas!
No obstante, la, tarea más inmediata de la mujer era elegir a su propia sucesora en Arach-Tinilith. Por lo general el puesto de matrona de la Academia recaía en la sacerdotisa de Lloth de mayor categoría de la casa Baenre. Después de Triel, tal persona sería Merith, una plebeya introducida en las filas Baenre años atrás cuando sus considerables poderes clericales empezaron a aflorar. Merith codiciaba el título de dama matrona, pero aquello sencillamente era imposible. En cualquier capacidad, era una deshonra potencial para la casa Baenre, pues en su calidad de hija de un barrendero, no comprendía los sutiles matices del protocolo, ni era capaz de apreciar la compleja trama y urdimbre de la intriga. También era sádica en grado sumo, y en situaciones que requerían un estilete, Merith era un hacha enana. Triel esperaba que su querida hermana de adopción contrajera una rara y fatal enfermedad en cualquier momento.
Aquello dejaba a Sos'Umptu, la guardiana de la capilla Baenre, como la candidata idónea, ya que era Baenre de nacimiento, su favor con Lloth era seguro, y su posición como sacerdotisa impresionantemente elevado. Así que, tras la debida consideración, Triel envió a buscar a su hermana menor y le ofreció Arach-Tinilith.
Sos'Umptu, lejos de sentirse contenta ante su promoción, se mostró horrorizada ante la sugerencia de que abandonara la capilla Baenre. Triel instó, lisonjeó y amenazó, pero al final admitió que, al menos por el momento, ella misma debería ocupar ambos puestos. Su hermana menor recibió la decisión con un suspiro de alivio, luego echó una veloz mirada a la puerta que conducía a su querida capilla.
—No, quédate conmigo un rato —dijo Triel en tono cansado—. Tengo que hablar contigo de otro asunto. La casa Baenre necesita grandes sacerdotisas desesperadamente, en especial nobles Baenre de nacimiento. Ya sabes que no tengo hijas, ni es probable que las tenga jamás. Me veo obligada a depender de mis hermanas y sus hijas para reconstruir nuestras fuerzas. Tú estás a cargo de los registros de nacimientos; ¿qué puedes decirme sobre nuestras perspectivas? ¿Algún talento notable entre las jóvenes?
La guardiana de la capilla carraspeó.
—Probablemente la más dotada entre ellas sería Liriel. La hija de Gomph —apuntó, cuando su hermana no dio señales de reconocer el nombre.
Los recuerdos encajaron de repente, y los ojos de Triel se abrieron de par en par asombrados mientras consideraba las posibilidades. La hija consentida y díscola de Gomph, una gran sacerdotisa de Lloth. ¡Qué absurdo, y qué delicioso!
Por lo que la drow recordaba, Gomph había engendrado a la criatura unas cuatro décadas atrás e inexplicablemente la había reclamado como propia. Liriel llevaba el nombre de la casa de su padre, lo que era casi inaudito en su matriarcal sociedad. Su madre, una belleza inútil de alguna casa menor, había desaparecido y durante muchos años se había sabido muy poca cosa de la niña, a excepción de desaprobadores cuchicheos de que Gomph permitía a la criatura hacer lo que le viniera en gana. Con el comienzo de la adolescencia, Liriel se había ganado un puesto en la frenética vida social de ciertos círculos adinerados, y la sacerdotisa había oído relatos sobre las hazañas de la joven, que habían otorgado a ésta notoriedad y admiración a partes iguales. Aunque se la consideraba testaruda y caprichosa, se decía de Liriel que poseía excepcionales poderes mentales y mágicos, y ¿qué mejor uso para tales aptitudes que el servicio de Lloth?
Triel sonrió perversa. ¡Cómo enfurecería eso a Gomph! Por ley y por costumbre, las nobles entraban en el colegio clerical con el inicio de la pubertad o en su veinticinco aniversario, lo que aconteciera primero. Gomph no había exigido a su hija que asistiera... ¡tal vez incluso se lo prohibió! El archimago no era precisamente devoto del servicio a Lloth, y Triel había advertido atisbos del amargo resentimiento del drow hacia las sacerdotisas gobernantes. Sin embargo, si la matrona Triel lo ordenaba, Gomph no tendría más remedio que enviar a su hija a Arach-Tinilith.
Y Liriel Baenre, como gran sacerdotisa de Lloth, se convertiría no sólo en una brillante joya en la corona de la casa Baenre, sino que también sería un poderoso recordatorio para Gomph de dónde se hallaba el auténtico poder en Menzoberranzan.
—Vaya. —Triel se volvió para contemplar a su hermana menor, diciendo maliciosa—: Sos'Umptu, ¡me sorprendes! No te había creído capaz de tan tortuosa sutileza.
La aludida se encogió y no dijo nada, ya que había aprendido por dura experiencia a recelar de los elogios. A decir verdad, los ojos de la sacerdotisa se endurecieron peligrosamente mientras seguía observando a su hermana menor.
—Parece —prosiguió la nueva matrona— que la guardiana de la capilla posee aptitudes que van más allá de la esfera de influencia elegida. ¡Ocúpate de que tus ambiciones no hagan lo mismo!
—Sólo deseo servir a Lloth y a mi hermana, la madre matrona —dijo la otra con fervor, efectuando una profunda reverencia.
Aunque resultaba casi increíble, Triel percibió que la joven hija Baenre decía la verdad, y no estuvo segura de si considerar la insólita falta de ambición de Sos'Umptu con alivio o con desdén, pero sonrió a su hermana y le rogó que se levantara.
—Tu devoción te honra —observó en tono seco— y tu idea tiene mérito. Que alguien localice a la muchacha y la traiga aquí de inmediato.
—¿Quieres que Gomph esté presente cuando hables con su hija?
El calor inundó el rostro de Triel hasta hacer que su semblante brillara como un rubí enfurecido.
—No necesito la bendición de mi hermano ni en este asunto ni en ningún otro —espetó.
—Desde luego que no, matrona Triel —se apresuró a decir Sos'Umptu, efectuando otra respetuosa reverencia—. Pero creí que podrías querer, tal vez, contemplar la angustia del archimago.
El peligroso brillo de los ojos de la sacerdotisa se tornó más cálido, convirtiéndose en un destello de camaradería.
—¡Querida hermana, por el bien de la casa Baenre, debes aventurarte fuera de tu capilla más a menudo!
Entre tanto, lejos de la sala de audiencias de la casa Baenre, la hija de Gomph brincaba alegremente por los túneles de la Antípoda Oscura. Sus ojos brillaban rojos mientras taladraban la oscuridad que tenían delante y alguna que otra corriente de través se ondulaba por entre la espesa melena blanca que descendía en ondulantes rizos hasta su cintura. Llevaba ropas de viaje con botas y pantalones hechos de fino y flexible cuero, una camisa de seda acolchada, y un chaleco de fina cota de malla. Una lanza de casi un metro de longitud con punta de púas descansaba sobre su hombro y en la mano libre sostenía unas pequeñas boleadoras, que hacía girar describiendo complicados dibujos mientras andaba.
Detrás de ella, totalmente fuera del alcance de la rotante arma, avanzaba pesadamente una joven pareja drow. La hembra lucía la insignia de la casa Shobalar, un clan menor famoso por las excepcionales hechiceras que producía. El otro drow era un varón excepcionalmente apuesto, vestido con suma sofisticación, salvo por los cabellos sujetos en una única trenza, cosa que lo identificaba como plebeyo. Aquellos dos drows llevaban lanzas idénticas a las de Liriel, y lanzaban cautelosas miradas aquí y allá mientras maniobraban por el pequeño campo de estalagmitas que se alzaban del rocoso suelo.
El túnel era estrecho, apenas lo bastante ancho para que pasaran tres o cuatro drows uno al lado del otro. Hacía miles de años, las filtraciones de agua habían tallado una serie de surcos en las rocosas paredes, dejando largas y estrechas aristas que se elevaban a ambos lados del túnel. El pasadizo parecía la caja torácica de una desconocida bestia gigante, y a los compañeros de Liriel les resultaba bastante atemorizador, por lo que mantenían sus armas bien sujetas mientras maldecían en silencio el impulso que los había sacado de la relativa seguridad de Menzoberranzan. La Antípoda Oscura era imprevisible y estaba llena de peligros, y muy pocos se aventuraban en ella sin ir acompañados de unos buenos efectivos militares y magia. Sin embargo, cuando Liriel Baenre lanzaba una invitación, ¿cómo podían ellos rechazarla?