La Forja (23 page)

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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

BOOK: La Forja
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Saryon miró al Padre Tolban, esperando encontrar alguna pista, puesto que el Patriarca había pronunciado aquellas palabras con un tono tal de terror que le hizo pensar que era la única persona en todo Thimhallan que nunca había oído hablar de ese grupo. Pero el catalista no le sirvió de ayuda; permanecía tan hundido en su silla, que resultaba prácticamente invisible.

Al no recibir respuesta del sacerdote, Vanya lo miró por encima del hombro.

—¿No habéis oído hablar de ellos, Padre Saryon?

—No, Divinidad —le confesó Saryon—, pues yo llevo una vida tan retirada..., mis estudios...

—No es necesario que os disculpéis —cortó Vanya. Cruzando las manos a la espalda, se volvió para mirarlo—. De hecho, me hubiera sorprendido que hubierais oído algo sobre ellos. Al igual que un padre amoroso oculta a sus hijos la existencia de cosas terribles y perversas hasta que sean lo suficientemente fuertes y sensatos para poder enfrentarse con ellas, así ocultamos nosotros a la gente la existencia de esa siniestra sombra, cargando nosotros con el peso para que ellos puedan vivir en la alegría. ¡Oh!, la gente no está en peligro —añadió, al ver que Saryon enarcaba las cejas, alarmado—. Es tan sólo que no permitiremos que vagos temores alteren la bella y apacible vida de Merilon, como han alterado la de otros reinos. Veréis, Padre Saryon, esta cofradía está dedicada al estudio del Arte Arcano, el estudio del Noveno Misterio, la Tecnología.

Una vez más, Saryon notó cómo aquel temor irracional le atenazaba las entrañas. Una sensación de escalofrío le recorrió todo el cuerpo.

—Parece ser que ese Joram tenía un amigo, un joven llamado Mosiah. Uno de los Magos Campesinos se despertó una noche al oír ruidos, y miró por la ventana. Vio a Mosiah y a un muchacho, que está seguro era Joram, absortos en una conversación, y aunque no pudo oír todo lo que decían, jura que sorprendió las palabras «Cofradía» y «Rueda». Dijo que Mosiah retrocedió al oír esto, pero su amigo debió de ser muy persuasivo porque a la mañana siguiente, Mosiah se había ido.

Saryon le echó una mirada al Padre Tolban justo a tiempo para ver cómo el catalista le lanzaba una mirada furtiva a Vanya, que lo ignoraba cuidadosamente. Tolban desplazó la mirada hacia el otro catalista y pescó a Saryon mirándolo. Con un rubor culpable, Tolban volvió a contemplar sus zapatos con fijeza.

—Desde luego, sabemos de la existencia de esa cofradía desde hace algún tiempo. —El Patriarca Vanya frunció el entrecejo—. La componen todos aquellos parias e inadaptados que creen que el mundo les debe algo. No sólo hay Muertos entre ellos, sino también ladrones y bandidos, gente que no ha podido pagar sus deudas, vagabundos, rebeldes... Y ahora, un asesino. Provienen de todo el Imperio, desde Sharakan, que está al norte, hasta Zith-el, que está en el este. Están aumentando en número, y aunque los
Dkarn-Duuk
podrían encargarse de ellos con facilidad, el entrar allí para llevarse a ese joven por la fuerza significaría dar pie a un conflicto armado. Significaría habladurías, molestias y preocupaciones. No podemos permitir eso, no ahora, en que la situación política en la corte se mantiene en un equilibrio tan delicado.

Le lanzó a Saryon una mirada significativa.

—Esto..., esto es terrible, Divinidad —farfulló Saryon, todavía demasiado confuso para entender más de una palabra de cada diez. Pero Vanya lo estaba mirando, esperando una respuesta, así que dijo lo primero que se le vino a la cabeza—. Sin duda... er... algo debe hacerse. No podemos vivir sabiendo que existe esa amenaza...

—Se está haciendo algo, Diácono Saryon —dijo el Patriarca con voz tranquilizadora—. Podéis estar seguro de que el asunto está controlado, lo cual es otro motivo para que la captura del chico se lleve a cabo con delicadeza; pero, al mismo tiempo, no nos atrevemos a permitir que el asesinato de un capataz quede sin castigo. El rumor se va extendiendo entre los Magos Campesinos, que son, como ya sabéis, unos individuos descontentos y rebeldes. Dejar que ese muchacho siga libre después de su horrible crimen les animaría a propagar la anarquía entre ellos. Debido a esto, el joven debe ser capturado vivo y sometido a juicio por su crimen. Capturado vivo —musitó Vanya, ceñudo—. Eso es de gran importancia.

Saryon creyó, finalmente, que empezaba a comprender.

—Entiendo, Divinidad. —Le costó un poco pronunciar aquellas palabras a través del amargo regusto que sentía en la boca—. Necesitáis a alguien que entre allí, aísle a ese joven, abra un Corredor, y conduzca a los
Duuk-tsarith
hasta él sin que nadie se dé cuenta. Y vos me habéis elegido a mí porque me vi envuelto una vez con las Artes...

—Se os ha escogido por los excelentes conocimientos matemáticos que poseéis, Diácono Saryon —lo interrumpió el Patriarca, eludiendo con suavidad la frase de Saryon. Una mirada dirigida al Catalista Campesino y un ligero movimiento de cabeza fueron suficientes para recordar a Saryon que no debía mencionar aquel viejo escándalo—. Estos Tecnólogos, según se nos ha dado a entender, se sienten sumamente atraídos por las matemáticas, ya que creen que son la clave para descifrar sus Artes Arcanas. Eso os facilitará una cobertura ideal y hará que os acepten en su grupo más fácilmente.

—Pero, Divinidad, soy un catalista no un... un rebelde, o un ladrón —protestó Saryon—. ¿Por qué habrían de aceptarme?

—Con anterioridad han existido catalistas renegados —observó Vanya irónicamente—. El padre de ese Joram era uno de ellos, en realidad. Recuerdo muy bien aquel incidente. Se lo consideró culpable de una concepción realizada mediante el repulsivo acto de unirse físicamente con una mujer. Se lo sentenció a la Transformación en Piedra...

Un estremecimiento involuntario recorrió a Saryon. Parecía como si todos sus viejos pecados se apiñaran sobre él. Volvieron a él también las espeluznantes pesadillas de su juventud, aumentando aún más su nerviosismo. ¡La suerte del padre de Joram podría muy bien haber sido la suya! Por un momento estuvo a punto de ponerse enfermo y tuvo que recostarse en los almohadones de su silla, sintiéndose incapaz de prestar atención a las palabras de Vanya, hasta que la sangre no dejó de martillarle en los oídos y fue cediendo aquella sensación de vértigo.

—Seguramente recordaréis el incidente, ¿no es así, Diácono Saryon? Fue hace diecisiete años... Claro, no, me olvidé. Vos estabais... absorto... en vuestros propios problemas en aquella época. Continuando con ello, cuando se le dijo que su hijo no había pasado las Pruebas, la madre, creo que su nombre era Anja, desapareció, llevándose al niño con ella. Intentamos localizarla, pero resultó imposible. Ahora, al menos, sabemos qué les sucedió a ella y a su hijo.

—Divinidad —dijo Saryon, tragándose la bilis que se le había formado en la boca—, no soy joven, y no creo estar preparado para una misión tan importante. Me siento honrado por la confianza que habéis depositado en mí, pero los
Duuk-tsarith
están mucho más capacitados...

—Os subestimáis, Diácono —le contestó afablemente el Patriarca Vanya, abandonando la ventana y cruzando la habitación—. Habéis estado viviendo demasiado tiempo enterrado entre vuestros libros. —Deteniéndose exactamente frente a Saryon, bajó la mirada hacia el sacerdote—. Quizá tenga otras razones para escogeros, razones que no estoy en condiciones de discutir. Se os ha escogido. Desde luego, no puedo obligaros a hacer esto, pero ¿no creéis que le debéis algo a la Iglesia, Saryon, a cambio de, digamos, pasados favores?

El Catalista Campesino no podía ver el rostro del Patriarca. Tan sólo Saryon podía verlo, y recordó aquella expresión hasta el día de su muerte. Las rechonchas mejillas mostraban un aspecto plácido y tranquilo. Vanya sonreía incluso ligeramente, enarcando una ceja, pero los ojos... Su mirada era terrible: fría, siniestra e inflexible.

Súbitamente, Saryon comprendió la genialidad de aquel hombre y pudo, por fin, darle un nombre a aquel temor irracional que sentía. El castigo de aquel crimen que había cometido tantos años atrás era evidente que no había sido ni olvidado ni perdonado.

No, había sido sencillamente aplazado.

Durante diecisiete años, Vanya había esperado pacientemente por si se presentaba la oportunidad de utilizarlo...

De utilizarlo a él...

—Bien, Diácono Saryon —dijo el Patriarca, todavía con el mismo tono afable—, ¿qué me decís?

No había nada que decir. Nada a excepción de aquellas anticuadas palabras que Saryon había aprendido hacía tanto tiempo... Al repetirlas ahora, igual que las repetía cada mañana durante la Ceremonia del Alba, casi le pareció ver la blanca y delgada mano de su madre trazándolas en el aire.


Obedire est vivere. Vivere est obedire
. Obedecer es vivir. Vivir es obedecer.

LIBRO II
El País del Destierro

La frontera entre el mundo civilizado y aquella zona de Thimhallan conocida por el nombre de País del Destierro está señalada al norte de Merilon por un gran río. Su nombre es Famirash, o Llanto de los Catalistas, y tiene su origen en El Manantial, la enorme montaña que domina el paisaje en las cercanías de Merilon, la montaña donde los catalistas han establecido el centro de su Orden. He aquí la razón del nombre del río, un recordatorio diario de las fatigas y los pesares que padecen los catalistas en su labor en favor de la humanidad.

Las aguas del Famirash son sagradas. El lugar de donde brota en la montaña —un alegre y borboteante arroyo— es también un lugar sagrado, cuidado y protegido por los Druidas. El agua que se saca de aquella parte totalmente pura del río, posee propiedades curativas y la utilizan los Hacedores de Salud de todo el mundo. Sin embargo, a medida que el río sigue su curso, saltando y riendo montaña abajo como el tierno infante que aún es, se unen al Famirash otros riachuelos y arroyos que diluyen su inocencia y su pureza. Cuando llega a Merilon, el río ya ha crecido, convirtiéndose en una amplia y profunda extensión de agua. Habiendo ganado en talla y madurez, el río Famirash se civiliza al pasar por Merilon; durante los años que siguieron a las Guerras de Hierro, los Pronalban, magos expertos en el arte de moldear la piedra y el barro, se apoderaron del río, lo domesticaron y recanalizaron, lo partieron y dividieron, retorciéndolo y haciéndolo girar sobre sí mismo, lo hicieron subir a las colinas y bajar por decorativos saltos de agua, y lo aprisionaron también en pintorescos y pequeños estanques. A través de sus artes mágicas y las de sus descendientes, se ha obligado al río a subir a las plataformas de mármol donde borbotea en las fuentes y se lanza al aire en géiseres multicolores. Calentadas sus aguas mediante la magia, el río se desliza recatadamente al interior de perfumados cuartos de baño, o irrumpe descaradamente en las cocinas, listo para trabajar. Finalmente, al Famirash se le permite aventurarse en la Arboleda Sagrada de Merilon, donde está colocada la tumba del gran mago que fundó el país. Aquí el río alimenta las hermosas plantas tropicales y encuentra tiempo para abandonarse a las artísticas creaciones de los Ilusionistas. El río Famirash aparece tan terriblemente cambiado en Merilon, que mucha gente se olvida incluso de que es un río.

Después de haberse visto obligado a soportar todos estos atavíos propios de la civilización, no es de extrañar que tan pronto el río escapa de los muros de la ciudad de Merilon se agite rabioso entre sus dos orillas en un tumultuoso alboroto de espuma blanca. Una vez que el Famirash se ha liberado de su enojo, se tranquiliza, y cuando pasa serpenteando junto a los campos desbrozados y las pequeñas aldeas agrícolas es ya como un anciano y plácido Catalista Campesino, arrastrando penosamente sus turbias aguas por la orilla bordeada de árboles.

Y el río sigue su camino a través de las tierras de labranza, tranquilo y laborioso, hasta que deja atrás las regiones civilizadas. Entonces, una vez fuera de la vista del hombre, el río Famirash efectúa una última y gran contorsión —como si fuera la cola de un dragón— y se zambulle con un salvaje rugido de júbilo hacia el interior del País del Destierro.

Libre al fin, el río se transforma en un torrente furioso de aguas blancas y espumeantes que salta por encima de las rocas y atraviesa a toda velocidad las estrechas paredes de las cavernas. Las aguas están coléricas, con una cólera que adquieren al fluir junto a las zonas tenebrosas donde acechan seres llenos de ira, seres creados mediante la magia y abandonados luego; seres arrancados de sus amados hogares, llevados a una tierra extraña y dejados luego allí para que sobrevivieran como pudiesen; seres que viven allí porque su propio temperamento sombrío no les permite vivir donde hay luz.

El río presencia extraños espectáculos, mientras sigue su curso a toda velocidad. Trolls que lavan los huesos de sus víctimas en sus aguas con su peculiar estilo, limpiando los huesos para utilizarlos como adorno en su cuerpo o para decorar sus húmedas cuevas. Gigantes, hombres y mujeres, de seis metros de altura, fuertes como una roca y con la mentalidad de un niño, que se sientan en sus orillas, contemplando las aguas fijamente como fascinados. Dragones que toman el sol sobre las rocas que lo bordean como si de enormes lagartos se tratara, con un ojo siempre abierto, alerta a la presencia de extraños en sus secretos cubiles. Unicornios que beben en sus remansos, salvajes centauros que pescan en sus arroyos y grupos de hadas que danzan sobre sus aguas. Pero el espectáculo quizá más extraño de todos, lo encuentra el río al llegar a la parte más misteriosa y sombría de su recorrido, al pasar por el auténtico corazón del País del Destierro: el campamento de los Tecnólogos.

Cuando llega a esa región, el río Famirash es ancho y profundo, sus aguas son oscuras y se desliza con lentitud, ya que es al llegar a este punto cuando el río recibe una desagradable sorpresa, cayendo en manos de los Hechiceros del Noveno Misterio, quienes lo encadenan y obligan a trabajar para ellos.

Los Tecnólogos, o Cofradía de la Rueda, como se llaman a sí mismos, hace muchos años que llevan una existencia tranquila en su refugio del País del Destierro. Son varios cientos de personas, y su comunidad data de muy antiguo, ya que fue fundada por aquellos que escaparon a las purgas que tuvieron lugar después de las Guerras de Hierro.

«¡Dan Vida a aquello que está Muerto! —fue la acusación lanzada por los catalistas—. Sus Artes Arcanas nos destruirán en este mundo, tal y como estuvieron a punto de hacerlo en el antiguo. ¡Mirad lo que han hecho ya! ¡Cuántos han muerto ya y cuántos más morirán si no eliminamos esta plaga de nuestra tierra!»

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