—Yo creo que aparento mi edad.
—La mayoría de los hombres de tu edad están gordos y encorvados. Tú pareces capaz de participar en una carrera de obstáculos para marines en Quantico sin sudar la camiseta. —Friedman continuó mirando fijamente a Stone—. Sin sudar la camiseta —repitió.
Chapman los miraba ansiosa por el retrovisor.
—Volviendo al tema que nos ocupa … —dijo rápidamente mientras los dos seguían mirándose.
Friedman no le hizo ni caso y continuó:
—¿Te he dicho que consulté el historial de servicio de John Carr en el ejército y en la CIA? Las partes más increíbles son las que, por algún motivo, me parecieron más verídicas.
—Hacía mi trabajo. Igual que tú haces el tuyo.
—Pocas personas hacían su trabajo como tú. Eres más que una leyenda, John Carr. Eres un mito.
—En realidad soy de carne y hueso. Eso lo he tenido muy claro desde el principio. —Se tocó el vendaje de la cabeza—. Y ahora más que nunca.
—Tus métodos y misiones se enseñaban en las clases de la CIA, ¿lo sabías?
—No, no lo sabía.
—No por el nombre, por supuesto, porque de lo contrario habría oído hablar de John Carr mucho antes. Pero investigué un poco. Triple Seis. Me encantaba ese nombre. Nunca fallaste.
—Y tanto que fallé.
—Modestia.
—Realidad.
—No te creo.
—Bueno, deberíamos retomar el asunto que tenemos entre manos de una puta vez, si no os importa —espetó Chapman.
—¿Trabajarás con nosotros? —preguntó Stone—. Necesito que te comprometas antes de explicarte el plan.
—Me estás pidiendo que arriesgue mi carrera. Si sale mal, se acabó y me quedo sin nada.
—Pero si no ponemos fin a esto se perderán muchas más cosas, ¿no? No solo personas, sino también una ciudad o dos. —Hizo una pausa—. ¿Nanobots? Los rusos de nuevo en pie de guerra. Si mi plan funciona tu objetivo también se cumplirá. Todo este follón acabará en Moscú.
—Soy plenamente consciente de la situación —dijo ella con frialdad.
—Entonces sabes lo que está en juego. Necesito tu ayuda.
—Turkekul ha vivido en Afganistán. Allí les gusta trinchar a sus enemigos, despellejarlos más bien. Luego me entregará a los rusos. Y no creo que sean mucho más benévolos.
—Protegeré tu vida con la mía.
Ella miró por la ventana otra vez. Stone observó cómo la expresión de Friedman cambiaba continuamente hasta que se dio cuenta de que había tomado una decisión. Se giró hacia él.
—Te ayudaré.
—Gracias.
—Pero que conste en acta que podías haber acudido a mí directamente y no rebajarte a esta especie de rapto. Creo que me merezco algo mejor.
—Es verdad —convino Stone—. Te lo mereces.
Al día siguiente Stone estaba en un restaurante con vistas a la calle Catorce. Vestía una americana negra, camisa blanca y vaqueros. Llevaba la pistola pero no la placa. En su interior, en ese momento, la primera era crucial, y la segunda, inútil. En el extremo opuesto del restaurante, con una visión clara de la puerta principal, estaba Harry Finn sorbiendo un vaso de ginger ale y leyendo la carta tranquilamente. Llevaba la 9 mm en la pistolera del hombro, en contacto con el pecho.
Mary Chapman se encargaba del otro extremo del restaurante. Sorbía una Coca-Cola encaramada a un taburete. La Walther estaba en su bolso.
Tres pistolas aguardando a su presa.
Stone se levantó cuando los vio entrar. Fuat Turkekul parecía un tanto insignificante al lado de la glamurosa Friedman. Ella vestía un traje pantalón oscuro y llevaba la melena suelta e impecable. «Una mujer hermosa», pensó Stone. Lo cual era bueno en su profesión. Atraía a ciertos hombres y también hacía que esos hombres se fijaran en los atributos físicos en vez de en lo que realmente podía perjudicarles, que era su cerebro.
Stone estrechó la mano de Turkekul y se sentaron. El turco recorrió la sala con la mirada antes de centrarse en Stone. Se colocó la servilleta sobre las rodillas antes de hablar.
—Me llevé una sorpresa cuando la señorita Friedman me pidió que me reuniera con usted. No suponía que usted estuviese al … ¿cómo se dice?
—¿Al corriente? —sugirió Stone.
—Eso.
—Sé cómo montármelo —dijo Stone con vaguedad.
Perforó con la mirada todos los rincones del restaurante y se quedó satisfecho. Dos guardas trajeados habían seguido a Turkekul y a Friedman y esperaban cerca del guardarropía. Friedman le había dicho a Stone que el personal de seguridad tenía la orden permanente de mantenerse a una distancia prudencial mientras ella estuviera con Turkekul. A los hombres de Riley Weaver se les veía alerta pero relajados. Stone se mantenía fuera de su línea de visión por si le reconocían.
—¿Y por qué deseaba verme? —preguntó Turkekul.
—¿Qué tal van las cosas con Adelphia?
—Trabajamos bien juntos. Me estoy dando mi primer chapuzón, por así decirlo. La señorita Friedman también es una buena compañera.
—Fuat espera progresar en los meses venideros —se atrevió a sugerir Friedman. Miró a Stone quizás una décima de segundo más de lo necesario antes de dedicarse a la carta que el camarero acababa de traer.
Turkekul levantó una mano.
—Estas cosas llevan tiempo. Los americanos lo quieren todo para ayer. —Soltó una risita.
—Tenemos esa fama, sí —convino Stone—. Pero los sucesos recientes resultan inquietantes.
Turkekul partió un pedazo de pan de la cesta del centro de la mesa y lo mordió. Limpió las migas del mantel y cayeron al suelo.
—¿Se refiere a lo de la bomba y tal?
—La muerte de un agente del FBI. El segundo estallido. El asesinato del hombre del Servicio de Parques. Hay que parar esto.
—Sí, sí, pero ¿qué tiene eso que ver conmigo?
—Un grupo yemení con vínculos conocidos con Al-Qaeda se ha atribuido la autoría, o sea que creo que tiene mucho que ver con usted. Se le ha encomendado que encuentre al cabecilla de esa organización.
Turkekul negaba con la cabeza.
—Ya les dije que el grupo yemení no era de fiar. No creo que estén detrás del atentado ni de ningún otro acto criminal.
—¿Por qué?
Turkekul alzó un dedo.
—Primero, carecen de la sofisticación suficiente. La planificación y la ejecución a largo plazo no son su fuerte. Ponen una bomba en un coche y lo hacen explotar, pero eso es todo. —Alzó otro dedo—. En segundo lugar, no disponen de los activos necesarios para llevar a cabo una misión como esa aquí. Ha hablado de muchas muertes, pero todas producidas en incidentes distintos. No, no han sido ellos.
—Vale, ¿y quién cree que es el responsable entonces? —Stone hizo una pausa y lanzó una mirada a Friedman—. ¿Su viejo amigo Osama? No cabe la menor duda de que posee la capacidad para planificar a largo plazo. Y los activos.
Turkekul sonrió y negó con la cabeza.
—No lo creo.
—¿Por qué motivo?
—Tiene … ¿cómo se dice? Cosas más importantes que hacer.
—¿Qué cosas?
—No estoy preparado para decirlo en estos momentos.
Stone se echó hacia delante.
—Quería reunirme con usted para llegar a una especie de acuerdo.
Turkekul se mostró sorprendido. Miró a Friedman antes de quedarse mirando otra vez a Stone.
—Ya tengo un acuerdo con su gobierno.
—No he dicho que fuera con mi gobierno.
Turkekul se quedó asombrado.
—No lo entiendo —dijo mientras miraba a Friedman otra vez.
—Necesitamos acelerar un poco el proceso —dijo Friedman— y creo que ahora contamos con la información para hacerlo. —Asintió hacia Stone.
Stone tomó el testigo de la «escena» ensayada.
—Hemos descubierto que hay un topo —dijo.
Turkekul lo miró con asombro.
—¿Un topo? —Dirigió otra mirada ansiosa a Friedman—. ¿Dónde exactamente?
—Muy cerca —repuso Stone—. Desconocemos la identidad exacta de la persona, pero sí sabemos que se está planeando un evento importante.
—Pero ¿cómo van a hacer algo al respecto si no saben quién es? —dijo Turkekul con una tranquilidad intencionada.
—Eso está a punto de cambiar —reconoció Stone—. Durante el último mes hemos tenido una fuente a la que hemos intentado desenmascarar. Ese es, básicamente, el motivo por el que solicitaron mi ayuda. Y por eso me interesaba tanto su presencia, Fuat. Puedo llamarte Fuat, ¿verdad?
—Por supuesto. Pero no entiendo por qué estás interesado en mí en relación con este asunto.
Stone se inclinó hacia delante y bajó la voz.
—¿Te importa si continuamos la conversación en un lugar más privado?
Turkekul miró de nuevo a Friedman, quien asintió.
—Tienes que saber de qué va esto, Fuat. Tiene que ver contigo.
El turco miró detrás de él, en dirección a los guardas.
—Como Marisa sabe, no viajo solo.
—Eso tiene arreglo —dijo Stone.
—¿Cómo? —preguntó Turkekul con nerviosismo.
—Tiene arreglo —repitió Stone. Señaló con los ojos en dirección a Chapman y a Finn. Ambos asintieron cuando Turkekul los miró.
—¿No me lo puedes decir aquí? —preguntó Turkekul.
Stone se recostó.
—Tú confías en Marisa y Marisa confía en mí, de lo contrario no te habría traído.
—Sí que confío en ella.
—Entonces, ¿cuál es el problema?
—Salta a la vista que nunca has vivido en Oriente Medio.
—Pues sí que he vivido allí.
A continuación, Stone comenzó a hablar en pastún y luego pasó al farsi. El efecto en Turkekul fue inmediato.
—¿Cómo es posible que hables esos idiomas?
—Tengo el pelo blanco. Llevo mucho tiempo en este mundillo. Pero dices que no confías en nadie porque tu amigo solo es amigo hasta que se convierte en enemigo.
—Exacto.
—Entonces me arriesgaré a que me oigan y te diré por qué tienes que implicarte.
—¿Sí?
—Se ha emitido una fatua. Privada.
—¿Una fatua? ¿Contra quién?
—Contra ti.
Turkekul se quedó pasmado.
—¿Contra mí? No lo entiendo.
—Alguien ha descubierto que ayudas a los americanos, Fuat, y quieren impedirlo.
La mirada de Turkekul oscilaba entre Stone y Friedman.
—¿Una fatua? Pero si soy académico. No supongo una amenaza para nadie.
—Alguien ha descubierto qué estás haciendo en realidad. Eso está claro. ¿El topo del que te he hablado? Parece ser que eras su objetivo. Están al corriente de tu traición.
—Esto es … ridículo.
—No, nuestra información es verídica. Como bien sabes, hemos ampliado sobremanera nuestros recursos en inteligencia en esa parte del mundo.
—¿Quién emitió la fatua?
Stone dijo un nombre y el hombre se puso pálido.
—Son …
—Sí. El grupo al que han asignado para ejecutar la fatua tiene fama de no fallar nunca. No mencionaré su nombre, pero, créeme, lo reconocerías. —Turkekul parecía haber empequeñecido mientras jugueteaba con las manos. Stone lo observó—. Sé que tu religión no permite el consumo de alcohol, pero quizá puedas hacer una excepción en este caso … Entonces podremos hablar de lo que queremos que hagas.
—Sí, creo que sí. Tal vez un poco de vino —dijo rápidamente.
Friedman hizo una seña al camarero.
Al cabo de diez minutos Turkekul se marchó con Friedman, tras lo cual Stone y Chapman salieron por una puerta trasera y se montaron en un Yukon negro con cristales a prueba de balas y carrocería blindada.
—Bien hecho, Oliver —dijo una voz atronadora desde el asiento trasero.
Era James McElroy.
—La recepción de audio era muy buena. Lo he oído todo.
Stone se recostó en el asiento de cuero.
—Bueno, veamos si pica el anzuelo.
—Está en marcha —dijo la agente Ashburn. Iba en el asiento delantero del todoterreno con un auricular. Se giró para mirar a Stone y a Chapman—. Espero que esto funcione.
—Lo sabremos enseguida —dijo Stone.
—¿Y su seguridad? —preguntó Chapman.
—Les han dicho que le dejen salir.
—¿No sospechará?
—El trabajo de ellos consiste en protegerle de los demás, no de sí mismo. Ha dicho que se iba a la cama. No esperan que salga a hurtadillas, que es lo que acaba de hacer.
Se oyó una voz por el auricular de Ashburn.
—Vale, acaba de subir a un taxi. Debe de haberlo llamado desde el apartamento. Va en dirección oeste.
—¿Oeste? —preguntó Stone—. ¿Fuera de la ciudad?
Ashburn asintió.
—Acaba de cruzar Key Bridge. Vale, gira a la derecha para entrar en la avenida George Washington y se dirige a Virginia. —Dio un golpecito al chófer—. En marcha.
El coche aceleró y cruzó el río y luego giró a la derecha para entrar en la avenida.
—Mantente un poco por detrás —indicó Ashburn al conductor—. Tenemos efectivos por todas partes. Es imposible que lo perdamos.
Stone no parecía tan convencido de ello. Miró a Chapman con expresión incómoda.
Ashburn miró hacia atrás.
—Si Riley Weaver se entera de lo que estamos haciendo le cogerá una buena rabieta. Ya lo sabéis.
—No sería la primera vez —repuso Stone.
Observaba la oscuridad por la ventana. La George Washington era una de las avenidas más bonitas del área metropolitana de Washington D.C. Había árboles frondosos a ambos lados del asfalto, unos muros de piedra que bordeaban la carretera y un terreno empinado que descendía hacia el río Potomac y la extensión iluminada de Georgetown al norte del río. Sin embargo, Stone no se fijaba en ese aspecto del viaje. Observaba, a lo lejos, las luces traseras del taxi, que acababan de entrar en su campo de visión.
—Va a desviarse hacia la carretera panorámica —dijo Ashburn al cabo de unos instantes.
Stone ya lo había visto. Las luces del taxi desaparecieron cuando giró.
—Adelántale y luego reduce la velocidad —ordenó Ashburn al chófer. Dio la misma orden por el auricular.
Stone no sabía cuántos vehículos tenía el FBI en escena, pero era normal que sacaran la caballería pesada para cualquier asunto. Sin embargo, la misión actual no era detener a Turkekul o a quienquiera que se reuniera con él, sino seguir a la persona con la que había quedado y esperar que la pista les llevara a lo más alto de la cadena de mando. Quizá directamente al presidente de Rusia en persona.