—A bote pronto no recuerdo nada importante. —Echó un vistazo al papel—. ¿Cuándo tenemos que presentarnos?
Stone leyó el documento.
—Mañana. Ante el subcomité de inteligencia de la cámara baja del Congreso.
—No nos han avisado con mucho tiempo. ¿Está permitido?
Stone siguió leyendo el documento.
—Seguridad Nacional aparentemente se salta incluso las garantías legales.
—Qué suerte tienes.
—Sí —repuso Stone—. Qué suerte tengo.
—¿Necesitas un abogado?
—Probablemente, pero no me lo puedo permitir.
—¿Quieres que averigüe si sir James se hace cargo?
—Creo que sir James ya ha tenido bastante conmigo.
—Creo que conmigo también. ¿Y crees que hay algo positivo en todo esto?
—Tenemos que empezar desde cero. Revisarlo todo de nuevo.
—Bien, todavía tengo en el portátil muchas notas y el vídeo del parque. Y antes de que cayésemos en desgracia la agente Ashburn me pasó los archivos electrónicos de gran parte del material de los otros vídeos.
—Pues en marcha.
Se dirigieron en coche hasta el hotel y allí establecieron un centro de mando en miniatura. Durante las horas siguientes revisaron todas las notas sobre el caso y el material de vídeo del portátil de Chapman.
—Una cosa sí hemos averiguado —declaró Stone mientras miraba la pantalla.
Chapman miró también.
—¿Qué?
—¿La vagabunda que vertió la botella de agua en el árbol y lo mató? —Señaló la pantalla que mostraba la imagen.
—¿Qué pasa con eso? Es una de las pocas cosas de las que podemos estar razonablemente seguros.
Stone tocó algunas teclas y agrandó la imagen de la mujer.
—Me sorprendió que contratasen a alguien para una tarea tan nimia.
—De nimia nada —señaló Chapman—. Fue el catalizador que puso todo lo demás en movimiento.
—No me refería a envenenar el árbol. Me refería a Judy Donohue. ¿Por qué contratarla para que mintiese sobre Sykes y aumentase nuestras sospechas sobre él? Podían haberlo hecho de alguna otra forma. Ahora lo sé.
—No te sigo.
—Mira el dorso de la mano de la mujer.
Chapman pulsó algunas teclas y agrandó todavía más la imagen.
—Tiene las manos bastante sucias, pero mira en la parte inferior derecha.
Chapman dio un grito ahogado.
—Es la pata de un pájaro. El tatuaje que Donohue tenía en la mano. ¿Qué era? Un pradero occidental. Ella era la vagabunda disfrazada.
—La utilizaron para eso y luego la obligaron a que implicase a Sykes. No creo que a sus jefes les importase si lo conseguía o no. Sykes era hombre muerto y siempre tuvieron la intención de asesinarla a ella también.
Chapman se recostó en la silla y repasó algunas notas.
—Según nos dijo Garchik, a los terroristas que colocan las bombas les gusta hacer pruebas para asegurarse de que todo funciona bien.
—Pero generalmente las hacen en algún lugar discreto. Al menos para no llamar la atención al colocar la bomba.
—Y Lafayette Park no tiene mucho de discreto. Lo que significa que no era una prueba. Era la misión, aunque formara parte de otra de mayor envergadura.
Stone se quedó pensativo.
—Exacto. La explosión de Lafayette tenía que ocurrir para que algún otro evento tuviese lugar.
—Tenemos la lista de los próximos eventos en el parque.
—No creo que la respuesta se encuentre ahí.
—Yo tampoco —convino Chapman—. Los malos no sabrán dónde va a tener lugar el evento o si se va a celebrar.
—Exacto.
—Lo de los nanobots que trae a todo el mundo de cabeza. Se producen a nivel molecular, lo que significa que pueden penetrar en cualquier cosa.
—Y al parecer se pueden fabricar para crear una plaga biológica o química. Una plaga sintética o ántrax o ricina. En grandes cantidades.
—Ahora bien, ¿metes todo eso en la raíz de un árbol frente a la maldita Casa Blanca con una bomba y no pones la plaga o cualquier otro microbio mortal en él? No tiene sentido.
—Nunca ha tenido sentido —admitió Stone—. Al menos no lo tiene desde el ángulo desde el que lo hemos estado mirando.
Chapman se irguió.
—Tendremos que regresar a donde empezó todo.
—¿Te refieres a Lafayette Park?
—Llamémosle por lo que es. El Infierno. La verdad es que ahora no se me ocurre llamarlo de ninguna otra forma. Deberíamos haberlo sabido.
—¿Qué quieres decir?
—Tiene el nombre de un puñetero francés —espetó Chapman.
Durante varias horas Stone y Chapman recorrieron cada milímetro del parque. Intentaban ver las cosas bajo otro prisma, pero siempre llegaban a las mismas conclusiones. Stone se sorprendió un poco de que nadie se acercase a ellos y les preguntase qué hacían allí o simplemente les condujeran a la salida del parque, pero parecía que a Riley Weaver no se le podía molestar con detalles tan nimios. Stone se imaginó que en ese momento probablemente se encontrara en el cuartel general del NIC buscando, con el personal del departamento legal y con los miembros del comité del Congreso, la mejor manera de crucificarlo.
Stone recorrió el parque de nuevo mirando las cosas desde todos los ángulos que se le ocurrían. Chapman hacía lo mismo en el otro lado del parque. Se cruzaron varias veces durante esta tarea. Al principio tenían una expresión de esperanza, pero ya no quedaba rastro de esperanza en ninguno de los dos rostros.
Stone observó el edificio del gobierno desde el que habían disparado. Y después el hotel Hay-Adams, desde donde les hicieron creer que provenían los disparos. A continuación dirigió la mirada a los lugares donde estuvieron las cuatro personas que aquella noche visitaron el parque. En su mente recorrió andando, o en algunos casos corriendo, los pasos de todos ellos. Friedman y Turkekul, sentada ella y de pie él y después alejándose andando. Padilla, que corría para salvar la vida. El guardia de seguridad inglés, que seguía a Stone y acabó perdiendo un diente. La explosión. Stone volando por los aires. Ahora Turkekul y Padilla estaban muertos. Friedman desacreditada y en el paro. El agente inglés hacía mucho que había regresado a su país. Ni siquiera se había enterado de su nombre. Probablemente le debería haber interrogado personalmente, pero ¿qué podría haber añadido a la descripción de los hechos?
Se detuvo a poca distancia del despacho, o mejor dicho antiguo despacho, de Marisa Friedman en Jackson Place. Mientras miraba fijamente la fachada de la antigua casa adosada, Stone evocó su último encuentro allí con ella. Habría sido muy diferente si él hubiese accedido. Y ahora mismo se preguntaba por qué no había accedido.
—¿Tienes algo?
Se giró y vio a Chapman mirándole fijamente. Dirigió la vista al edificio y después a él.
—La carrera de Friedman en el mundo del espionaje ha terminado —dijo—. Por mi culpa.
—Es mayorcita. Nadie la obligó a aceptar.
—En realidad no tenía mucha elección.
—Todo el mundo tiene elección. Eliges y después vives con las consecuencias. —Se detuvo—. ¿Piensas volver a verla?
Stone le lanzó una mirada.
—¿Qué quieres decir?
—La última vez que estuvimos con ella. No hace falta ser un genio para darse cuenta.
—¿Darse cuenta de qué?
Ella le volvió la espalda y dirigió su atención al agujero en la tierra donde había explotado la bomba y había empezado la pesadilla colectiva.
—No tengo intención de volverla a ver, no —añadió Stone. Su repentina decisión parecía sorprenderle.
«¿De dónde venía esa reacción? ¿Instinto?»
Chapman se dio la vuelta.
—Creo que es una decisión acertada.
Cuando empezó a oscurecer regresaron en coche a casa de Stone. Se quedaron unos minutos sentados en el vehículo aparcado delante de la verja de hierro forjado.
—Mañana te acompañaré —dijo Chapman—. Aunque solo sea como apoyo moral.
—No —repuso Stone con decisión—. No sería bueno para tu carrera.
—¿Qué carrera?
Él la miró.
—¿Qué quieres decir?
—Friedman no es la única que ha caído en desgracia. Ayer recibí un aviso del ministerio del Interior. En pocas palabras me ordenan que dimita del MI6.
Stone estaba preocupado.
—Lo siento, Mary.
Ella se encogió de hombros.
—Seguramente es hora de probar algo nuevo. Después de esta cagada me imagino que las cosas solo pueden ir a mejor.
—¿No puede ayudarte McElroy?
—No. Él también ha tenido que apechugar con las consecuencias. No está en sus manos. —Miró a su alrededor—. Ya no tengo acceso a la embajada británica. Y me han cancelado la tarjeta de crédito. Tengo un pasaje de regreso en un avión militar estadounidense que sale para Londres mañana por la noche.
—Yo te aconsejaría que lo tomaras.
Levantó la vista hacia la casita.
—¿Te importa si me quedo a dormir aquí esta noche?
—En absoluto —contestó Stone.
—¿Y no deberías prepararte para la vista de mañana? —preguntó—. Puedo ayudarte.
—Tengo intención de decir la verdad. Si intento prepararme, me resultará más complicado.
—Van a ir a por ti con toda la artillería pesada.
—Lo sé.
—¿Crees que vas a salir bien parado?
—Lo dudo.
Al día siguiente se levantaron temprano y se ducharon por turnos. Stone se puso su único traje. Después desayunaron en el mismo lugar al que iban los obreros de la construcción. Stone tiró el envoltorio de su desayuno, se terminó el café y miró el reloj.
—Ya es la hora —dijo.
—Te acompaño —repuso Chapman.
—Tú no estás en la citación. No te dejarán pasar.
—En ese caso esperaré fuera.
—No tienes por qué hacerlo.
—Sí tengo que hacerlo, Oliver. De verdad que sí.
El interrogatorio iba a tener lugar en la sala de audiencias protegida del Comité Selecto Permanente sobre Inteligencia de la Cámara de Representantes. Se encontraba en una sala subterránea debajo de la rotonda del Capitolio de Estados Unidos y se llegaba hasta ella a través de un ascensor secreto. Cogieron un taxi y cuando se bajaron se dirigieron hacia la entrada principal.
—¿Has dormido? —preguntó Chapman.
—La verdad es que he dormido bastante bien. Me estoy acostumbrando a la silla del escritorio.
—Yo no he dormido bien.
—Me temo que mi catre es un placer adquirido.
—Sí, la próxima vez que lo pruebe tendré que estar borracha. Esa vez dormí como un bebé. ¿Sabes lo que vas a decir?
—Ya te lo he dicho, la verdad.
—Pero necesitas algún plan. Alguna estrategia. Y no solo la puñetera verdad. Los abogados le pueden dar la vuelta a todo.
—¿Qué sugieres?
—Que hiciste lo mejor que pudiste. Que asumiste un riesgo calculado basado en condiciones sobre el terreno. Ya habían muerto doce personas. La investigación no iba a ninguna parte. Tenías que intentar algo. El FBI y el MI6 dieron la misión por finalizada. El único que se siente herido en sus sentimientos es Riley Weaver. Y no había avanzado absolutamente nada con el caso. Y te pidieron que volvieses a trabajar con ellos. Hiciste lo mejor que pudiste en circunstancias difíciles. E incluso antes de que empiece la vista, yo hablaría aparte con el abogado del Gobierno y le mencionaría que puedes explicar al comité muchas cosas que a Weaver no le gustaría oír.
—¿Como por ejemplo?
—¿Como que el NIC ha ocultado pruebas decisivas al FBI en un caso de terrorismo internacional? ¿Recuerdas el vídeo del parque? Y tampoco iría mal que le recordases que el presidente estaba, quizá todavía lo esté, de tu lado.
—¿Así que la razón por la que no pegaste ojo anoche es que estuviste pensando en todo esto?
—No quería que te metieses ahí y te hiciesen una encerrona. No te lo mereces.
—Gracias. Creo que seguiré tu consejo.
Chapman se fijó en todos los agentes de seguridad uniformados.
—Las medidas son bastante estrictas.
—Bueno, es que esta zona está en la lista de deseos de todo terrorista.
Subían los escalones que llevaban hasta el edificio cuando un guardia de uniforme pasó por su lado con el labrador negro adiestrado para la detección de explosivos. El perro olfateó alrededor de los tobillos de Stone y de Chapman y después siguió su camino.
—Al menos esto es algo seguro en un mundo incierto —señaló Stone.
—Desde luego. ¿Qué dijo Garchik? ¿Que los perros pueden detectar diecinueve mil tipos de materiales explosivos?
—Y también que no existe ningún aparato lo suficientemente avanzado para medir el potencial olfativo de un perro. Si …
Stone se quedó paralizado.
Chapman le miraba. Sujetaba la puerta para que pasase.
—¿Estás bien?
Stone no respondió. Se giró y echó a correr en la dirección contraria.
Chapman le llamó.
—¿Qué coño haces?
Soltó la puerta y corrió tras él. La policía torció el gesto al percibir un movimiento repentino en esta ubicación. Y todavía desaprobaba más a la gente que se alejaba corriendo. Pero Stone ya estaba al otro lado de la calle con Chapman pisándole los talones antes de que alguno de los agentes uniformados reaccionara.
Ella le alcanzó y le agarró del brazo.
—No imaginaba que no te atreverías a asistir a la vista. Cuanto antes termine, mejor.
—No es la vista, Mary.
—¿Entonces qué es?
—Los perros.
—¿Qué pasa con los perros?
Stone empezó a correr. Chapman corrió tras él.
—¿Adónde vamos?
—A donde empezó todo.
—Ya lo hemos hecho.
—Esta vez es diferente, confía en mí.
Stone cerró los ojos y se remontó a aquella noche. Por segunda vez en veinticuatro horas, colocó las piezas en su mente, pero esta vez las imágenes todavía eran más vívidas. Se daba perfecta cuenta de que esta era su última oportunidad.
Primero, Friedman en el banco. Dormita y luego habla por teléfono con su falso amante. Después Alfredo Padilla con el chándal y el iPod entra caminando en el parque por el noreste. A continuación, Fuat Turkekul merodea por la parte noroeste del parque, examina una estatua y en realidad hace tiempo para encontrarse con Friedman. Por último, Stone recuerda sus pasos exactos en el parque. Oye cómo se acerca la caravana de vehículos, empieza a caminar por el parque mientras observa a la gente que hay en él.