Tras varios minutos de búsqueda infructuosa volvieron corriendo al tráiler.
—Probablemente me hayas salvado la vida —reconoció Chapman mientras regresaban.
—Tú no eras el objetivo.
—Da igual.
—De nada.
Cuando llegaron al tráiler Stone dijo a los policías:
—¿Respira?
Uno de los policías negó con la cabeza.
—Está muerto. Hemos pedido refuerzos.
—De acuerdo. Montad controles de carretera y equipos de búsqueda a lo largo de un perímetro de un kilómetro y medio. Probablemente sea demasiado tarde, pero hay que intentarlo.
El policía cogió la radio para dar la orden.
—Camina agachada y sígueme —indicó Stone a Chapman.
Se acercaron sigilosamente al cadáver. Kravitz yacía boca arriba con los brazos y las piernas separados y los ojos abiertos, los cuales contemplaban inertes el cielo azul. Tenía una mancha carmesí en la camisa en el lugar por donde había entrado la bala.
—Una sola bala —observó Stone—. VI.
—¿VI?
—Ventrículo izquierdo. Para los disparos en el torso yo solía preferir la aorta.
—Estás de broma, ¿no?
Stone ni siquiera se dignó mirarle, estaba repasando con la vista a Kravitz.
—Los conocimientos básicos de anatomía forman parte de la formación de un francotirador que se precie.
—Bueno, supongo que ahora queda claro que Kravitz participó en la trama del atentado.
—Y alguien le ha disparado para evitar que hablara con nosotros. Eso está claro. Lo que no está tan claro es cómo sabían que vendríamos a buscarle aquí esta mañana.
Chapman miró en derredor.
—Ya te entiendo. No se lo hemos dicho a nadie. Gross nos recogió en el parque sin pararse a pensar. Wilder no ha podido llamar a nadie porque Gross está con él.
Stone se puso rígido.
—¡Maldita sea!
—¿Qué?
Stone no respondió. Marcó el número del agente del FBI. El teléfono sonó y sonó y luego saltó el buzón de voz. Ordenó a los policías que permanecieran en la escena del crimen y esperaran refuerzos y pisó el acelerador a fondo camino del vivero mientras Chapman se agarraba con tanta fuerza al reposabrazos que se le pusieron los nudillos blancos. Por el camino llamaron a más agentes locales para que se dirigieran también al vivero. Nada más aparcar Stone se dio cuenta de que había pasado algo. Señaló las marcas de rodadura en el asfalto del aparcamiento.
—Cuando nos hemos marchado no estaban. Alguien ha salido de aquí disparado.
Stone no esperó la llegada del resto de los policías. Sacó la pistola y abrió la puerta de la oficina de una patada. La mujer que les había acompañado al despacho de Wilder yacía en el suelo con una herida de bala en medio de la frente. Stone indicó a Chapman que le cubriera mientras se acercaba a la puerta del despacho. Agachado y con la pared como escudo, giró el pomo con la mano libre y empujó la puerta hacia dentro. Entonces se apartó y se colocó allí donde dispuso de una línea de tiro clara dentro del despacho.
Chapman ya lo había visto desde su posición ventajosa. Se quedó boquiabierta cuando Stone se situó a su lado.
Wilder estaba en el suelo junto a la entrada del despacho. A pesar de estar lejos, Stone y Chapman se dieron cuenta de que le faltaba un trozo de cara.
—Escopeta —dijo Stone.
Avanzó con la pistola apuntando hacia delante, preparado para disparar de inmediato en cuanto lo considerara necesario. Al cabo de unos segundos dio la señal de «despejado».
Chapman se colocó a su lado mientras contemplaba el cadáver del agente especial Tom Gross, tirado detrás del escritorio, pistola en mano. Tenía dos entradas de bala en el amplio pecho. Stone se arrodilló y le tomó el pulso. Negó con la cabeza.
—Está muerto. ¡Mierda! ¡Maldita sea!
—¿Qué coño está pasando? —preguntó Chapman mientras bajaba la mirada hacia el difunto.
Stone miró a su alrededor.
—Han hecho que nos dividiéramos y nos han tendido una trampa —dijo—. Es como si supieran lo que vamos a hacer incluso antes que nosotros. —Se arrodilló y tocó el cañón de la pistola—. Está caliente. Ha disparado hace muy poco.
—Tal vez hiriera a alguno de ellos.
—Tal vez. —Escudriñó la estancia para ver si había más sangre, pero no encontró nada. Señaló la pared opuesta, donde había quedado alojada una bala—. Probablemente el único disparo de Gross antes de que lo abatieran. Como mínimo ha muerto luchando.
—¿Qué coño hacemos ahora?
Oyeron las sirenas que se acercaban.
—No lo sé —reconoció Stone—. No lo sé.
—¿A quién se le ha ocurrido dejar solo al agente Gross?
Stone y Chapman estaban en la Oficina de Campo del FBI en Washington, sentados en uno de los lados de una larga mesa frente a cuatro hombres con expresión adusta y una mujer de aspecto severo.
—Ha sido idea mía. La agente Chapman y yo hemos ido al tráiler a buscar a John Kravitz y el agente Gross se ha quedado con Lloyd Wilder —explicó Stone.
—¿Sabíais si alguno de los otros trabajadores del vivero estaba implicado en la conspiración terrorista? —preguntó la mujer, que se había identificado como agente especial Laura Ashburn. Vestía un traje negro y llevaba el cabello castaño recogido en una cola de caballo. Rondaba la cuarentena, de estatura media, con unas facciones agradables y una silueta esbelta, pero sus ojos eran como puntos negros que perforaban todo lo que encontraba a su paso. En esos momentos lo único que tenía delante era a Stone.
—No lo sabíamos, y seguimos sin saberlo.
—¿Y aun así lo habéis dejado allí sin refuerzos? —dijo uno de los agentes.
Antes de que Stone tuviera tiempo de responder, otro hombre intervino:
—Te has marchado con la agente Chapman y encima teníais el apoyo de la policía local. Tom Gross no tenía nada de eso. Estaba solo.
—Debería haberle dicho a la agente Chapman que permaneciera junto a Gross y luego haber pedido refuerzos para ellos mientras me dirigía a la zona de caravanas —reconoció Stone.
—No había nada que impidiera al agente Gross hacer tal cosa —intervino Chapman.
Los cinco agentes del FBI se la quedaron mirando.
—Cuando se intenta controlar una posible situación hostil y se está en presencia de un posible terrorista no se tiene mucho tiempo para charlar por teléfono —dijo uno de ellos.
Este mismo hombre se dirigió a Stone.
—Tengo entendido que eres una incorporación reciente a la agencia anexa al NSC.
—Sí.
—Pero eres un poco mayorcito para entrar en juego, ¿no?
Stone no dijo nada, porque ¿qué iba a decir?
Ashburn abrió una carpeta.
—No encuentro gran cosa sobre ti, Oliver Stone —comentó—, aparte de una carrera cinematográfica ilustre. —El tono burlón del comentario equivalía a la expresión de sus cuatro colegas.
—Menuda cagada de novato para un hombre de tu edad —añadió el agente del extremo izquierdo de la mesa—. Dejar a un agente en una situación vulnerable. —Se inclinó hacia delante—. ¿Qué sugieres que le digamos a su esposa? ¿A sus cuatro hijos? ¿Se te ocurre algo? Me encantaría saberlo, «agente» Stone.
—Les diría que su esposo y padre ha muerto luchando. Como un héroe. Eso es lo que les diría.
—Estoy convencido de que así se quedarán tranquilos —dijo Ashburn con desprecio.
—¿Alguna vez te han dejado solo en una misión? Lo dudo, puesto que un tipo como tú probablemente esté cubierto en todo momento. Con toda la artillería a la espalda —dijo otro agente.
—No tenéis ni idea de lo que estáis diciendo —saltó Chapman—. Nos ha salvado la vida a mí y a dos agentes de policía. Se ha dado cuenta de que había un francotirador en el bosque mientras nosotros nos chupábamos el dedo. Y si supierais la mitad de la historia de este hombre, no estaríais aquí acribillándole a preguntas por …
—Su historia me importa un bledo. Lo único que me importa es el presente —espetó Ashburn.
—Pues entonces igual tendrás que consultar a tus superiores, porque …
Stone le puso una mano en el brazo.
—No sigas —le instó con voz queda.
Ashburn cerró la carpeta.
—Vamos a presentar un informe detallado sobre lo sucedido y la recomendación principal será que te aparten del caso y se inicie una investigación completa para ver si ha habido delito o te mereces algún tipo de sanción.
—Esto es totalmente ridículo —espetó Chapman.
Ashburn le dirigió una mirada fulminante; las pupilas negras parecían puntos huecos a punto de salir disparados.
—No sé cómo se hace al otro lado del Atlántico, pero esto es América. Aquí somos responsables de nuestros actos. —Miró a Stone—. O de la falta de ellos, como bien podría ser el caso. —Volvió a mirar a Chapman—. ¿Quieres un consejo? Yo de ti me buscaría a otro compañero.
Todos los agentes se levantaron a la vez y salieron de la sala.
Chapman lanzó una mirada a Stone.
—¿Es normal que os machaquéis los unos a los otros así?
—Normalmente solo cuando nos lo merecemos.
—¿Y crees que es el caso?
—Un hombre bueno ha muerto y no debería haber ocurrido. Hay que echarle la culpa a alguien, y yo soy un candidato tan bueno como otro cualquiera. —Se levantó—. Y tal vez tengan razón. Tal vez sea demasiado mayor para esto.
—No lo dices en serio, ¿verdad?
Stone no respondió. Abandonó la sala, se marchó de la Oficina de Campo, salió a la calle y se puso a caminar. El aire nocturno era frío y seco, el cielo estaba despejado. El tráfico era denso y se oían muchos cláxones cerca del Verizon Center porque se estaba celebrando algún evento.
Mientras caminaba Stone pensó en los últimos momentos que había pasado con Gross. No había tenido en cuenta su seguridad. Su principal deseo era ir a por John Kravitz. En realidad, le había parecido que Gross estaría más seguro si era él quien iba a por el supuesto terrorista a su casa. En ningún momento se planteó que atacaran el vivero y encima mataran a Kravitz. Quedaba claro que los terroristas contaban con efectivos, información privilegiada y agallas. Una combinación formidable.
De repente tuvo una idea y marcó el número que Riley Weaver le había dejado. Quería saber si Weaver tenía la lista de los eventos programados en Lafayette Park. Si había alguna pista en esa lista, Stone deseaba investigarla. Alguien respondió al teléfono. Stone se identificó y preguntó por Weaver. El hombre le dijo que esperara y volvió a contestar al cabo de diez segundos.
—No vuelva a llamar a este número, por favor.
La línea enmudeció y Stone se guardó lentamente el móvil en el bolsillo. La explicación de aquel corte abrupto era sencilla. Weaver sabía que Stone la había cagado y que un agente del FBI había perdido la vida. Stone ya no constaba en la lista de cooperación del NIC. Con carácter indefinido.
Dejaba atrás manzana tras manzana con su actitud introspectiva mientras la vida nocturna de Washington D.C. se desarrollaba a su alrededor. Corredores por el Mall, turistas con planos en la mano, grupos de juerguistas que se dirigían al siguiente local y ejecutivos y ejecutivas trajeados armados con pesados maletines y con expresión de agobio que volvían a casa caminando fatigosamente para seguir trabajando.
Cargarse a Kravitz era de lo más comprensible si estaba implicado en el atentado. Una boca menos que podía traicionar a quienes estuvieran detrás. Debían de tener vigilada la zona de caravanas y estaban allí para matar a Kravitz cuando apareció Stone. Pero había una teoría alternativa que resultaba mucho más inquietante.
«Sabían que íbamos a presentarnos.»
O bien les habían seguido o bien se les habían adelantado. Ambos supuestos tenían implicaciones graves, además de la posibilidad de que hubiera un topo en sus filas. Pero ¿por qué el vivero? ¿Acaso Lloyd Wilder también estaba implicado? Si así fuera, era un actor consumado. ¿La mujer de la oficina? Poco probable.
¿Tom Gross? Pero ¿por qué eliminarlo? Era el investigador principal y se limitarían a sustituirlo por otro. Y el asesinato de un agente del FBI no haría más que triplicar el esfuerzo ya de por sí ingente del FBI para encontrar a los autores del incidente de Lafayette Park. No tenía ningún sentido. Ninguno.
Llegó a su destino, enseñó la placa para que le permitieran el acceso y entró en Lafayette Park. Por lo menos no le habían quitado las credenciales. Todavía. Se sentó en un banco e inspeccionó los alrededores, donde seguían las labores de investigación. Los sucesos recientes se agolpaban en su mente, pero nada tenía suficiente sustancia como para resultar útil. No era más que neblina, vapor. En cuanto se centraba en algo prometedor, se desvanecía.
Desvió la mirada hacia la Casa Blanca, al otro lado de la calle. Sin duda, el estallido de la bomba había reventado la burbuja de seguridad que el presidente creía tener. El ego profesional de todas las fuerzas de seguridad encargadas de defender aquel trozo de tierra había sufrido un duro revés.
El Infierno estaba a la altura de su nombre, pensó Stone.
Al levantar la vista vio al hombre que se le acercaba. En parte se sorprendió y en parte no. Exhaló un largo suspiro y aguardó.
El Camel Club al completo, con excepción de su líder, estaba en el apartamento de Caleb Shaw en Alexandria, Virginia, con vistas al río Potomac. Caleb justo acababa de servir té y café a todo el mundo con excepción de Reuben, quien se había llevado su petaca con algo más fuerte que un Earl Grey o Maxwell House.
Annabelle vestía una falda negra, mocasines y una cazadora vaquera. Fue la primera en hablar y con contundencia.
—¿Cómo de grave es la situación, Alex?
Alex Ford, vestido todavía con el traje y la corbata del trabajo, se apoyó en el almohadón y dio un sorbo al café antes de hablar.
—Bastante grave. Un agente del FBI ha muerto junto con tres personas más, incluido un sospechoso del atentado con bomba.
—¿Y culpan a Oliver? —preguntó Caleb indignado.
—Sí —reconoció Alex—. Con razón o sin ella. Ya le dije a Oliver que había mucha gente descontenta con su implicación en este caso, y ahora está sufriendo las consecuencias de ello.
Harry Finn estaba apoyado contra la pared. Se había terminado el café y había dejado la taza.
—¿Te refieres a que convertir a Oliver en el chivo expiatorio es una forma infalible de apartarlo del caso?