La esquina del infierno (33 page)

Read La esquina del infierno Online

Authors: David Baldacci

Tags: #Intriga, Policíaca

BOOK: La esquina del infierno
2.48Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿Cómo explicáis esa relación? ¿Grupo de presión y académico?

—Es fácil. Friedman representa a varias organizaciones de Oriente Medio que tienen relaciones con Turkekul. Oficialmente trabajan en una serie de iniciativas para reforzar los vínculos comerciales entre Pakistán y Estados Unidos.

—¿Y la llamada telefónica que Friedman realizó en el parque?

—A otro agente que le ofreció una tapadera cuando el FBI investigó el asunto —‌respondió Weaver.

—¿Cuándo empezasteis a sospechar de Turkekul?

McElroy jugueteaba con la corbata.

—Demasiado tarde, por supuesto. Era muy bueno. Friedman fue la primera que sospechó algo. Seguimos la pista de esas sospechas y las confirmamos. Friedman asumió un gran riesgo al hacerlo.

—¿Me estás diciendo que no sabe que sospecháis de él? —‌dijo Stone.

—Es demasiado astuto como para no sospechar, pero no le hemos dado motivos para que sospeche, ya me entiendes. Le hemos dado manga ancha. Le hemos encubierto en varias ocasiones, como bien sabéis.

—¿Qué plan creéis que tiene?

—¿Colocar residuos de nanobot en una bomba? —‌sugirió Weaver‌—. Me da un miedo atroz, y a ti también debería dártelo. Sé que hablaste con el presidente en Camp David. Fue sobre eso, ¿verdad?

—Entre otras cosas. El presidente me explicó lo del potencial biológico y químico. Pero en realidad no entró en detalles. ¿Puede hacer también que la bomba sea más potente, por ejemplo?

—No, sigue siendo un explosivo tradicional —‌dijo McElroy‌—. Creemos que simplemente es una forma de utilizar armas biológicas y químicas a una escala mucho mayor de la que ha sido posible hasta ahora.

—¿Cómo pueden hacer eso los nanobots? —‌preguntó Chapman‌—. Que quede claro que en la universidad suspendí ciencias.

McElroy asintió hacia Weaver.

—Dejo las nociones básicas para mi colega, aquí presente.

Weaver se aclaró la garganta.

—Los nanobots son la siguiente generación de nanorobótica. Se producen a nivel molecular y tienen muchos usos potenciales beneficiosos, como la liberación de fármacos en el organismo. Se cree que en un futuro muy próximo los nanobots podrán liberarse en enfermos de cáncer y programarse para que ataquen y destruyan las células cancerígenas sin dañar las células sanas. Las posibilidades son infinitas.

—¿Y el sistema de liberación de armas biológicas? —‌preguntó Stone‌—. Un terrorista puede poner ántrax en una bomba ahora mismo. Así que ¿por qué el tema de la nanotecnología lo hace más peligroso?

—A nivel molecular cualquier cosa es posible, Stone —‌dijo Weaver con cierta irritación‌—. Básicamente se puede construir algo átomo a átomo fuera de las configuraciones normales.

—Te refieres a las configuraciones normales para las que disponemos de sistema de detección —‌puntualizó Stone.

—Efectivamente, Oliver —‌dijo McElroy‌—. Ahí radica la clave del asunto. La detección. Si lo cambian de forma que no podamos encontrarlo, el otro bando nos aventajaría de manera considerable. De hecho, se trataría de una ventaja insalvable.

—¿El otro bando? ¿Te refieres a los rusos? —‌dijo Stone.

—¿Qué me decís de los chinos? —‌sugirió Chapman‌—. Tienen más dinero que nadie y su nivel científico no está nada mal.

—La metralleta Kashtan. Y hablaban un idioma raro —‌le recordó Stone‌—. Apunta hacia Moscú, no hacia Beijing.

—Tenemos motivos de peso para pensar que los chinos no están implicados en esto —‌dijo McElroy‌—. No necesitan recurrir a esas tácticas para ser una superpotencia. Económicamente ya lo son. Hoy día no se trata de ver quién tiene un ejército mayor, sino quién tiene la cuenta bancaria más abultada, y la cartera de los chinos está más llena que la de cualquier otro. Los rusos, por el contrario, no se encuentran en la misma situación.

—¿Y el incidente del parque fue una forma de comprobar el sistema de liberación? —‌preguntó Chapman.

—Eso creemos, sí —‌dijo Weaver‌—. Los nanobots estaban esparcidos por todas partes. No había armas biológicas o químicas injertadas o cultivadas en ellos. Lo hemos confirmado. Al menos las que conocemos. ¿Pero si las hubiera habido? Habría sido catastrófico.

—¿O sea que los nanobots son una forma de cultivar o construir armas biológicas o químicas a nivel microscópico y con una configuración indetectable? ¿Se cargan en una bomba y se hacen explotar?

—Así es —‌dijo McElroy‌—, y si se hace de la forma correcta las fuerzas de seguridad convencionales no tendrían posibilidad de impedirlo. Así que estamos esperando que Fuat cometa un error y nos conduzca a quienquiera que esté trabajando con él. Y pronto. No basta con arrestarle. Necesitamos a los demás y él es el único contacto que tenemos para llegar a ellos.

—Estamos intentando que Friedman le presione un poco. De ahí el encuentro de esta noche. Encuentro que habéis estado a punto de mandar al garete —‌señaló Weaver.

Stone no hizo caso del comentario.

—¿Cómo acabó Turkekul en contacto con los rusos? —‌preguntó Stone.

—¿Te contó que había vivido en Afganistán cuando fuiste a verle? —‌dijo McElroy.

—Sí.

—Esa época resulta interesante.

—A ver si lo adivino. Finales de los setenta, comienzos de los ochenta, cuando los rusos intentaban acabar con los revolucionarios afganos, ¿no?

—Así es. Estoy seguro de que Fuat fingió haber estado de parte de los revolucionarios afganos.

—Pero los rusos se lo habían metido en el bolsillo —‌dijo Stone.

—Por supuesto eso es lo que pensamos ahora —‌reconoció Weaver‌—. Cuando nos abordó por primera vez creímos que era trigo limpio. Si hubiéramos sabido que le era leal a Moscú ahora mismo estaría en la cárcel. Pero no lo sabíamos.

—¿Entonces el descubrimiento del arma rusa en Pensilvania no fue una sorpresa? —‌dijo Stone.

—No, solo confirmó lo que ya sabíamos —‌repuso Weaver.

—Pero ¿por qué hacer un ensayo en el parque, nada más y nada menos? —‌planteó Chapman‌—. Nos permitió analizar los escombros y descubrir esas nano-cosas.

—Creo que pone de manifiesto que tienen una gran seguridad en su tecnología —‌respondió Weaver‌—. Son unos cabrones arrogantes. La Guerra Fría nunca ha acabado de verdad.

—Quizás esa sea su perdición, por supuesto. Esperemos que así sea —‌comentó McElroy‌—. Por lo menos nos ha brindado la oportunidad de darle la vuelta a la tortilla.

—¿Creéis entonces que Turkekul estaba allí para detonar la bomba a distancia después de marcharse del parque? —‌preguntó Stone.

—Estaba previsto que se reuniera con Friedman, por eso se marcharon juntos —‌dijo McElroy.

—Habría estado bien haberlo sabido antes —‌dijo Stone.

—El secretismo es necesario en ocasiones, Stone —‌farfulló Weaver.

—Vale —‌espetó Stone‌—. Me estoy hartando de oír esa excusa para justificar que nos ocultáis información.

—Como respuesta a tu pregunta, Oliver —‌dijo McElroy‌—, sí, creemos que la detonó a distancia. La excusa de reunirse allí con Friedman era una tapadera perfecta. A Friedman le sorprendió mucho que no estableciera contacto mientras estaba sentada en el banco.

Weaver miró a Stone y a Chapman.

—Y lo único que necesitamos es que vosotros dos no la caguéis.

—Si nos lo hubierais contado ni nos habríamos acercado —‌dijo Stone con razón.

—No hacía falta que estuvierais al tanto hasta ahora, y no me entusiasma lo más mínimo que lo sepáis. Así que, a partir de ahora, manteneos al margen, ¿entendido?

McElroy se levantó apoyándose en la mesa.

—Creo que lo entienden a la perfección, director.

—Una última pregunta —‌dijo Stone. Los dos hombres lo miraron expectantes‌—. El presidente sabe lo de los nanobots. Pero ¿sabe que sospecháis que Turkekul es un traidor? —‌McElroy y Weaver intercambiaron una mirada rápida‌—. ¿Se lo ocultáis porque habéis permitido que un espía se infiltrara entre los nuestros sin daros cuenta? —‌Stone miraba directamente a Weaver‌—. Porque, si es el caso, esto podría saliros muy caro.

El director del NIC se sonrojó.

—Yo en tu lugar me guardaría esa opinión absurda. Para empezar, todavía no entiendo por qué te llamaron para investigar en este caso. Llevas más de treinta años alejado de todo esto y, sinceramente, se nota. Repito, se te ordena que te mantengas alejado de Fuat Turkekul, ¿entendido?

—Como he dicho antes, director, estoy seguro de que el agente Stone lo entiende perfectamente —‌respondió McElroy.

McElroy miró a Stone de hito en hito y le guiñó el ojo.

Los dejaron en el coche de Chapman. Mientras llevaba a Stone a casa, dijo:

—Bueno, por lo menos tenemos unas cuantas explicaciones. Los rusos están otra vez a la greña. ¡Ay, mi madre!

—¿Por qué los disparos? —‌dijo Stone de repente.

—¿Qué?

Stone cerró los ojos.

—Piquetas —‌dijo.

—¿Piquetas? ¿De qué coño estás hablando? ¿Tienes pensado irte de acampada?

—Piquetas blancas. Todas en un lado.

Aquella misma observación les había llevado con anterioridad a deducir que los disparos se habían originado en el edificio del gobierno y no en el hotel Hay-Adams. Pero ¿podría haber otro motivo?

—¿Stone? —‌dijo Chapman‌—. ¿A qué te refieres?

Stone no respondió.

66

A la mañana siguiente, tras recibir una llamada, Stone y Chapman se reunieron con la agente Ashburn en la unidad de mando móvil del FBI. A Ashburn se la veía emocionada cuando les hizo pasar.

—Ya sabemos cómo envenenaron el árbol —‌anunció mientras les señalaba la cafetera y las tazas situadas en una mesa cerca de la puerta.

Se sentaron, café en mano, y contemplaron cómo se encendía la pantalla.

—¿Qué es eso? —‌preguntó Stone.

Ashburn pausó la grabación.

—Es el vídeo del DHS con las imágenes de Lafayette Park. La fecha en pantalla indica que se grabó tres semanas antes del estallido de la bomba.

—¿Qué os hizo comprobar el vídeo del DHS? —‌preguntó Chapman.

—En el FBI lo miramos todo —‌repuso con aires de suficiencia, aunque luego añadió con un tono más humilde‌—: Y básicamente no estábamos obteniendo nada por otras vías. Así que lo miramos y descubrimos algo interesante. —‌Pulsó el botón de reproducción y la pantalla volvió a cobrar vida.

Mientras Stone miraba, era como si estuviera a escasos metros del parque; las imágenes eran tan claras, tan cercanas, que cada píxel resultaba vívido y nítido. Se inclinó hacia delante cuando una mujer apareció en pantalla. Llevaba varias capas de ropa raída y sucia, y tenía las manos y el rostro negros de la mugre de vivir en la calle. El pelo era una maraña de rizos y mechones irregulares que le colgaban por debajo de los hombros.

—Una mendiga —‌observó Chapman.

—Una sintecho, sí —‌dijo Ashburn‌—. Por lo menos de aspecto, pero mirad lo que hace.

La mujer avanzó lentamente por el parque y Stone vio que los agentes del Servicio Secreto se le acercaban. El parque era un espacio público y abierto a todo el mundo, pero estaba enfrente de la Casa Blanca y lo visitaban muchos turistas, por lo que se tomaban las medidas necesarias para mantenerlo seguro y presentable. Stone había visto a los agentes del Servicio Secreto expulsando del parque a mendigos de aspecto perturbador o por comportarse de forma demasiado agresiva. Los agentes siempre se mostraban respetuosos y discretos. Incluso había visto que en ocasiones compraban comida y café a algunos vagabundos desdichados tras alejarlos del parque.

Sin embargo, la mujer de la pantalla no quería que le prestaran atención. Aceleró el paso, tropezó y el pie izquierdo se le fue quedando atrás. Entonces Stone se fijó en la botella de plástico que llevaba en la mano. Llegó al arce y cayó al suelo gimiendo y retorciéndose.

Ashburn paró la imagen.

—¿Lo veis? —‌Utilizó un puntero de láser para señalar la botella de agua. Estaba boca abajo y no tenía tapón. En el vídeo se veía un líquido que caía de la botella e iba a parar a la base del árbol. Ashburn reprodujo el resto del vídeo y Stone y Chapman observaron que la botella se vaciaba por completo y el mantillo que rodeaba el árbol absorbía el líquido rápidamente.

Al cabo de unos instantes los agentes uniformados ayudaron a la mujer a levantarse y se la llevaron.

—¿Los policías notaron algún olor extraño procedente de la botella? —‌preguntó Stone.

Ashburn negó con la cabeza.

—Ayer convocamos a esos agentes. Recuerdan a la mujer, pero digamos que su olor corporal era lo bastante fuerte como para encubrir cualquier otro olor. Además, imaginaron que se le había caído el agua de la botella y ya está. No les pareció nada extraño. Cuando al cabo de un tiempo el árbol se murió, nadie relacionó los hechos. Pero tomamos muestras de la tierra que rodeaba el árbol original e incluso encontramos fragmentos de la corteza en el Servicio de Parques. Los resultados de las pruebas confirman que fue envenenado con un producto que evita que el árbol absorba el agua y los nutrientes. Su muerte era inevitable.

Stone la miró.

—Buen trabajo, agente Ashburn. Creo que has desentrañado el misterio de la muerte del árbol.

—Pero nos falta mucho para averiguar el resto —‌reconoció con resignación.

La dejaron y volvieron caminando al parque. Chapman señaló delante de ellos.

—Están haciendo los preparativos para plantar otro árbol —‌dijo. El personal del Servicio Nacional de Parques trabajaba alrededor de otro cráter.

—Esperemos que esta vez utilicen a otro proveedor —‌dijo Stone— y comprueben si hay bombas.

El equipo de jardineros era prácticamente el mismo al que habían interrogado. George Sykes dirigía a la tropa uniformada mientras retiraban los restos y volvían a dar forma al cráter llenándolo con tierra nueva.

—Supongo que la ATF ha terminado su investigación aquí —‌comentó Chapman.

—Supongo.

—¿Cuál fue tu momento de iluminación anoche? —‌preguntó Chapman‌—. Dijiste algo sobre unas piquetas blancas y luego te callaste.

—Hoy habría venido aquí aunque Ashburn no nos hubiera llamado. —‌Señaló hacia el norte, hacia el edificio de oficinas desde donde se habían producido los disparos‌—. Calibra la línea de visión.

—Ya lo hice, gracias.

—¿Recuerdas lo que representaban las piquetas de colores del parque?

—Naranja para los escombros y blanco para las balas.

—¿Recuerdas la distribución de cada color?

Other books

Skullcrack City by Jeremy Robert Johnson
The Ritual Bath by Faye Kellerman
Body of Lies by Deirdre Savoy
Stone Cold Seduction by Jess Macallan
Unbound by Jim C. Hines
Protect Her: Part 11 by Ivy Sinclair
Shelter by Sarah Stonich
Shattered Pillars by Elizabeth Bear
Dead Scared by Curtis Jobling